Lo que se cuenta en Hotel Splendid (MalasTierras, 2023), de Marie Redonnet (París, 1947) no es solo el presente continuo de una mujer infatigable, de la que desconocemos sus rasgos, su nombre y edad, dedicada en cuerpo y alma a dirigir los designios del negocio de un hotel ruinoso heredado de su abuela, construido a orillas de un pantano, sino que es la voz narrativa de alguien que, además de estar volcada en no sucumbir a la maraña de adversidades que se van sucediendo allí, se siente diferente a sus otras dos hermanas. No le preocupa el porvenir. Lo que cuenta para ella es el presente, el día a día. Sabe que el hotel no es lo que fue antes, pero es el único de la zona. Tan solo a una mujer emprendedora, como lo fue su abuela, se le habría ocurrido construir un hospedaje tan cerca del pantano.
La narradora de la novela reside en el hotel, pero no lo hace sola. Allí se hospedan también sus dos hermanas, Ada y Adel, la una siempre enferma, la otra actriz frustrada, ambas desencantadas de la vida y desentendidas del trabajo diario del hotel, como si no fuera con ellas. A pesar de esta carga, la actividad del hotel se mantiene a duras penas, gracias a la compañía ferroviaria que envía, cada dos por tres, a su personal cualificado: ingenieros, geólogos y prospectores, para llevar a cabo estudios y ensayos sobre el terreno en el que se construye la vía férrea que cruzará frente a los aledaños del hotel. El hotel, por si fuera poco, será foco de averías y hasta de infecciones provenientes del pantano. Inevitablemente todas estas circunstancias determinarán el futuro inmediato del hotel y sus moradores.
En Hotel Splendid, Marie Redonnet describe con brillantez, hondura y tono desapasionado hasta qué punto un ser humano es capaz de sortear las acometidas de cualquier contratiempo. La narradora de este impresionante relato se sobrepone a los problemas económicos que no paran de acuciarla. Redonnet fija su mirada en el detalle de la conducta indiferente de las hermanas, frente al tesón de la que sostiene en alza el espíritu combativo. Es la narradora y hermana pequeña la que, sin extravagancias ni recato, impone su lucha, como compromiso de continuar con la obra heredada, absorbida por completo en la gestión del Splendid: “Hago todo lo que puedo por mis hermanas. Madre me las confió al morir. Ella quiso que Ada y Adel volviesen al Splendid. Para mí es una tremenda responsabilidad. Ahora mismo me siento fuerte. El Splendid aguanta. Es el dique lo que no aguanta”.
Sin apenas desviar su sino, el libro cuenta cómo es un día dentro del hotel, y otro y otro, cómo se vive en la anomalía de sus habitaciones, casi indemne a lo que surge de nuevo, a las tuberías atascadas, a lo que, pareciendo lo mismo, empeora. Se podría decir que nada se repite exactamente igual, que cada desperfecto no es la reiteración de una pauta, sino la secuencia de una dinámica difícil de atajar que confirma no solo el mal estado del lugar, sino la sensación inevitable de no saber qué catástrofe está por llegar. Y es este rasgo característico el que hace que la novela en sí resulte sobresaliente, gracias al recurso que utiliza su autora de ir sosteniendo el tono y la deriva de la narración en un creciente desafío.
Diría que Hotel Splendid es una novela hipnótica, kafkiana y alegórica sobre la fatalidad y la decadencia, que se lee de una sentada, un hallazgo sorprendente, pero al mismo tiempo una lectura que pone en alza la defensa apasionada y a la vez desinteresada de todo lo efímero e inútil y al mismo tiempo trascendente que tiene de épica la buena literatura.
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