En esta elocuente y severa reflexión que expone el protagonista de Tasmania (Tusquets, 2023), la nueva novela de Paolo Giordano (Turín, 1982), autor de La soledad de los números primos (2008), se podría resumir, en buena medida, el estado de malestar global por el que transitan los personajes de su obra más reciente. Y aunque estos renglones aparecen al final de la primera parte del libro, y responden a un sentir de que el progreso sigue hasta ahora ciego, sin saber adónde va, la novela arranca desde una perspectiva de encrucijada personal en la que el narrador anda angustiado con su pareja ante la dificultad de tener hijos. Las dudas persisten cuando plantean su conveniencia para traerlos a un planeta castigado por tantos desastres medioambientales y amenazado por un cambio climático sin freno.
El libro nos sitúa en noviembre de 2015, un año en el que el narrador, trasunto de Giordano, que escribe artículos para el periódico Corriere della Sera y tiene un doctorado en Física, acude a París, como enviado especial del rotativo italiano, a una cumbre sobre el cambio climático, pocos días después de los atentados yihadistas de ese año, llevando consigo su crisis existencial, sin poder aparcarla, en búsqueda de poner sentido a todo lo que le concierne: su mundo, su yo y Lorenza, su pareja, mientras prepara un libro sobre los efectos radiactivos de la bomba atómica. La escala de observación suya le permitirá vislumbrar que su preocupación es similar a la de otros muchos: “en la necesidad de encontrar, en cada trance difícil de la vida, algo aún más difícil, más urgente y amenazador en lo que podamos diluir nuestro sufrimiento personal”.
Tasmania es un título simbólico que señala un lugar en el mundo propicio para la resistencia y el amparo del resquebrajamiento mundial, una isla situada lo bastante al sur como para alejarse de las temperaturas extremas, que posee además grandes reservas de agua dulce y abundante flora. La novela responde a esa necesidad de esperanza ante la fragilidad del mundo, y nuestra condición de sujetos finitos y precarios, que somos más lo que nos pasa que lo que decidimos, que sospechamos que habitar el mundo es existir siempre en un trayecto, en una encrucijada en la que los cataclismos y la acción trágica humana han propiciado desastres tremendos como la bomba atómica, la peor devastación que la humanidad ha podido soportar a lo largo de la historia. Aquí está presente la memoria de Hiroshima y Nagasaki. Aquí se da valor a los datos: “En los datos no hay más que la verdad sobre el mundo”.
Giordano responde a todo este sentir con su relato, tal vez el más personal de todas sus novelas, en el que vuelca que existir es habitar un juego de disonancias. En ese malestar que deambula por las voces de sus protagonistas, también hay vislumbres para la esperanza que está del lado del futuro. En ese umbral de espera, el autor inscribe a la ética científica como salvaguarda para habitar responsablemente el mundo que vivimos. Ser y estar en el mundo, viene a decirnos, es habitar un tiempo, una tensión y un vínculo tan complejo que obliga a no desentendernos de su continuidad y abandonar la inacción generalizada de los gobiernos ante el peligro real del cambio climático.
Esa es la cuestión que merodea por toda la novela: el mundo y su cuidado como algo inseparable. El libro de Giordano posee una dimensión no solo moral, sino también de gestos. Por eso rinde tributo en diferentes pasajes a la tragedia que devino tras el estallido de las bombas atómicas que cayeron en Japón en 1945: un clamor que sigue percutiendo en las meninges de todos y que busca dimensionar el alcance irracional de la condición humana. Resuenan palabras que hablan de la incertidumbre y vulnerabilidad del planeta, al igual que la de nosotros mismos. El libro no pierde en ningún momento su hilo reflexivo en lo personal ni en lo colectivo. No hay otro elemento que destaque más que este. Eso sí, en los diálogos encontramos un rasgo de honestidad con la que pretende obtener una resonancia con el mundo que habitamos que se ajusta perfectamente con las propias vivencias de los personajes.
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