Por todo esto dicho, confieso que ando siempre al acecho de las publicaciones aforísticas que se presentan. Me gusta rastrear por las lindes editoriales en busca de novedades sobre este género literario tan sugerente que cuenta cada vez con más atención y con más entusiastas por el lado de la lectura, así como por el lado de la escritura, cada vez con más poetas que lo practican, como es el caso de Itzíar Mínguez Arnáiz (Baracaldo, 1972) autora de los poemarios La vida me persigue (2006), Que viene el lobo (2016), Qwerty (2017) o sus más recientes, Pan y circo (2023) y Game over (2024), libros que interpelan al lector con mirada melancólica y esperanzadora de la vida y el juego de vivirla. Ya, desde su poesía, sentimos ese pálpito implícito de asombros y hallazgos de la realidad del día a día con esa voluntad concisa y entremetida de hacernos cavilar, con guiños permanentes al lector para animarlo a acabar las elipsis de sus poemas.
La poesía de Itzíar Mínguez crea síntesis, se insinúa al lector en ese ámbito aforístico cercano a la confidencia, al pálpito de la realidad del sujeto poético, sin apenas artificio, tan solo con la audacia de la palabra ajustada para atrapar el interés del sujeto lector que lo acompaña. De esa levedad poética tan característica suya, da cuenta en Nubes y claros (2021), su estupendo debut en el género aforístico, un libro efervescente en perspicacia, precisión y alcance, en el que destaca su plasticidad, preocupación ética y el gusto por la paradoja. Vuelve ahora con una segunda entrega de aforismos bajo el título de Puntadas sin hilo (Apeadero de Aforistas, 2024), un libro que parece concebido como un diario de pensamientos y refutaciones. Pero diría más, un libro que constata lo que muchos sentimos acerca de esta forma de escritura, que no es otra que considerar el aforismo como un género tan autobiográfico como cualquier otro, pero con la diferencia de que, en su esencia, se trata de una autobiografía minimalista, de puntadas sobrevenidas, elaboradas con intermitencias.
Ciñéndonos a su contenido, nos encontramos aquí con un buen número de miradas que tratan de explicar el mundo desde la reflexión, la perplejidad y el humor. Son casi doscientas breverías que vienen a localizar asuntos cotidianos más recurrentes para resaltar su contrapunto y paradojas, como así dejan ver estos ejemplos escogidos a vuelapluma: “Nos pasa también lo que nos pasa”; “Toda amenaza lleva implícita una promesa”; “Los lunes son el garbanzo negro de la semana”; “Al que nunca da puntadas sin hilo se le acaban viendo todas las costuras”. El aforismo tiene que sorprender y hacerte cavilar. Lo sabe Itziar Mínguez que pone sus miniaturas en esa tangente, al servicio de la agudeza y la ironía, sin soslayar que arranquen sonrisas y burlas al mismo tiempo: “Los borrachos siempre dicen la verdad excepto cuando tienen que confesar el número de copas que se han tomado”; “No hay amor tan incondicional como el que profesamos a los viernes. Seguimos amándolos aunque no nos den nada a cambio”; “Solo camino mirando al suelo cuando tengo la cabeza en las nubes”.
Son puntadas persuasivas alejadas de toda pomposidad y extravagancia, finas puntadas surgidas de la experiencia que, más que parecernos nuevas, es que dan en la diana de una manera certera e inesperada, como así muestran estos aforismos: “Hay personas tan discretas que siempre se dan por eludidas”; “Disimular es de sabios”; “Hay gente que practica la hipocresía con total sinceridad”; “Una certeza suele ser el resultado de sumar muchas dudas durante demasiado tiempo”. En ese deambular aforístico, Itzíar Mínguez explica el mundo en ese quehacer diario que se tiene, tejiendo palabras que surgen de las vivencias, de pretender ver en el lenguaje algo que emite cierta radiación, algo que predispone a sentir el fervor de las palabras, bajo la idea de lo que verdaderamente ellas manifiestan de vida y de historia.
Magnífica reseña de un libro estupendo
ResponderEliminarCelebro tus palabras. Muchísimas gracias.
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