Ese es el reto que mueve a Neige Sinno (Vars, Francia, 1977) a escribir Triste Tigre (Anagrama, 2024) y tiene que ver con toda esa idea de encontrar un cauce propicio para contar lo indecible y que encuentre resquicio, comprensión y acogida en el lector para hacérsela vivir con la máxima intensidad y, de paso, que entrañe un gesto de insumisión ante la violencia sexual y, en concreto, ante los abusos sexuales a menores. Sinno, que ahora vive en su casa de Guéthary, en el País Vasco francés, tras haber dejado atrás su estancia en Estados Unidos y sus casi veinte años en el Estado de Michoacán, en México, y que, ella misma es la traductora de su libro al castellano, explora con mucha valentía su descenso al abismo, sin caer en sentimentalismos, para contarnos cómo su padrastro, de veinticuatro años, comenzó a abusar de ella cuando apenas tenía siete años.
Sinno fabula Triste tigre sin otros límites que lo que le dicta su conciencia creadora y la coherencia de su memoria, como respuesta a una necesidad de escribir sobre un lastre personal y, también, sobre el alcance de lo vivido como proyección colectiva. Aunque la autora, durante mucho tiempo, permaneció callada, ya que había decidido no poner por escrito esta experiencia, hasta que un día lo acabó haciendo, consciente de que su historia es una historia difícil de contar a los demás, pero que había llegado ya el momento de darle visibilidad. Según ella misma cuenta: “Eso no quiere decir que la palabra, o la literatura, haga el papel de una terapia. Al contrario, la escritura solo puede surgir cuando el trabajo ya está hecho, o al menos una parte del trabajo, la que consiste en salir del túnel”. Hay, por tanto, en el libro una tensión permanente entre la experiencia vivida, el recuerdo de la misma y la interpretación de los hechos desde el presente, dirigido a un lector y a una sociedad dispuestos a escuchar y a discernir lo que había sufrido.
Por eso mismo y por la razón que la propia narradora destaca en asumir que “Un hecho se vuelve real cuando se puede retomar a través del lenguaje”. Neige Sinno desvela que lo que la mueve a escribir este libro no encaja en presentarse como víctima, sino que propone una catarsis: estar dispuesta a elegir qué hacer con lo que nos han hecho: “Escribo este libro en busca de la verdad. Una verdad difícil de determinar, difícil de formular, una verdad más allá de las apariencias”. Y todo eso lo consigue subrayando que “La depredación sexual no tiene tanto que ver con el poder físico como, sobre todo, con una relación de dominación, es decir, con el poder”. Conmueve leer cómo el hecho de vivir a diario consiste en aprender a vivir, en entrenarse para vivir, en cómo procurar encontrar la forma, la manera de hacerlo pese a cualquier despropósito: “Crecí en la mentira –nos dice. Esa mentira me constituye. Incluso está relacionada con el descubrimiento de mi identidad... Descubrí mi identidad al mismo tiempo que tenía que ocultar lo que me ocurría”.
Triste tigre es un libro punzante de no ficción y al mismo tiempo plenamente literario, entre la autobiografía y el ensayo (calificado por algunos como libro-acontecimiento), un texto armado de franqueza y talento narrativo, bajo la esencia y dignidad de una mujer que se presenta ante el lector con respeto, dignidad y frescura: “¿Por qué pensar que solo la ficción puede aventurarse en el territorio de lo indecible? El testimonio es una herramienta de análisis. Pero una herramienta bien afilada llega al hueso. Y, cuando se llega al hueso, el arte nunca está lejos”. Todo el libro en sí es una conversación interior con un interlocutor imaginario que está ahí presente todo el tiempo. Quizás para Neige Sinno alcanzar dicho objetivo obedezca a lograr una confabulación con el lector, como forma de entendérselas con ese obsesivo sentimiento que ronda por la cabeza de la víctima de hacerse preguntas, de saber: ¿Por qué lo hizo? ¿Por qué a mí? Preguntas que, con los años, ha de asumir y que no siempre tienen respuestas.
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