Ayer
martes,por la tarde, nos reunimos los miembros del Club
de lectura Durango
en el Mesón
Juanito,
el palacio de los caracoles, justo en los aledaños de la monumental
plaza de toros, donde luce un mosaico en el pasillo de la puerta
principal con la inscripción de una frase memorable, atribuida a
Joselito “El
Gallo”
que dice: Quien no
ha visto toros en el Puerto, no sabe lo que es una tarde de toros, y
cerca del Colegio de San Luis Gonzaga, donde desfilaron ilustres
alumnos de la talla de Juan Ramón Jiménez, Pedro Muñoz Seca o Rafael Alberti. Aquí,
como digo, en este enclave gastronómico celebramos el cónclave para
hablar del libro escogido: Réquien por un
campesino español.
Mosén Millán fue
el primer título de esta novela breve, publicada por vez primera en
México en 1953, país donde se exilió Ramón
J. Sender
( Alcolea de Cinca, 1902, San Diego, 1982)). Y en cierta lógica
obedece al peso fundamental que tiene el personaje del cura que forma
el eje de la construcción narrativa de la historia, como se matizó
por uno de los intervinientes. Asistimos a dos historias que se
cuenta de forma intercalada por un narrador omnisciente, comentó P.:
una se desarrolla en el breve espacio de tiempo que transcurre en la
sacristía de la iglesia donde espera Mosén Millán a que lleguen
los familiares y los amigos de Paco el del Molino para comenzar la
misa de réquiem (que como sabemos, apuntó J., se celebra un año
después del aniversario de la muerte), y, la otra, la historia
extendida a lo largo de veinticinco años, de la vida y muerte de
Paco el del Molino, una serie de escenas rememoradas por el propio
cura mientras aguarda el inicio de la misa.
Los recuerdos de Mosén Millán son fragmentarios y tampoco están
trazados en un discurso ordenado en el tiempo, apuntó con agudeza M.
En ese deambular por su memoria, el cura presenta al lector un
retrato de Paco basado en una serie de escenas significativas, que
va en consonancia con la intención del autor de ofrecer una novela
corta, escogiendo detalles impresionistas de la infancia, juventud y
desarrollo de la personalidad de Paco. Igualmente ocurre con la
presentación del resto de los personajes.
La intención que Ramón J. Sender quiere dar a la novela es
ofrecer una representación simbólica de la guerra civil española,
de sus causas y de sus consecuencias. En esta afirmación coincidimos
todos los asistentes y reconstruimos la
alegoría que el autor aragonés quiso representar: En una pequeña
aldea de Aragón viven Paco el del Molino, que representa al pueblo
español y Mosén Millán, que representa a la iglesia española.
Ambos han estado muy unidos, pero cuando el joven Paco madura y
empieza a tomar conciencia de las injusticias se va separando del
cura, sobre todo cuando la solución a sus inquietudes es la
resignación y aceptación de la realidad establecida. Paco decide
tomar parte en la política para buscar mayor justicia, favorecer a
los necesitados y repartir las propiedades entre todos. Esta actitud
provoca al poder establecido, la propiedad tradicional. Don
Valeriano, el rico del pueblo, es además el prepresentante de las
tierras del Duque, el capitalista que nunca viene por el pueblo ni se
preocupa de sus habitantes, pero que les cobra por el uso de las
tierras. El Sr. Cástulo, representante de la burguesía adinerada,
primero intenta congraciarse con Paco, pero cuando estalla el
conflicto se vuelve contra él y se alía con los poderosos del
pueblo. Mosén Millán, la iglesia, contempla con alarma y cierta
desconfianza las actividades de Paco, el pueblo, y se siente atacado
por éste. Decide alinearse con los propietarios tradicionales, que
además le han ayudado económicamente. El conflicto estalla cuando
Paco determina dejar de pagar las tierras del Duque. Esto se podría
denominar como el inicio de una reforma agraria. En julio de 1936 los
señoritos entran en la aldea, asesinan a la población indefensa e
imponen a Don Valeriano como alcalde, deponiendo por la fuerza de las
armas al legítimo gobierno establecido. Antes de aquellas fechas,
Mosén Millán, Don Valeriano y Don Gumersindo se habián reunido con
frecuencia para dar el golpe. A esas reuniones secretas asistió
también el Sr. Cástulo que siempre jugaba a dos barajas. Bajo el
mandato de Don Valeriano comienzan los días de terror. El zapatero,
artesano librepensador, es ejecutado por anarquista. El médico, que
representa a la peligrosa ciencia, es encarcelado. El lugar de
reuniones del pueblo, el Carasol, es ametrallado y la
Jerónima, antes una figura importante en la aldea, queda relegada a
una vieja enloquecida por el sufrimiento. Mientras la violencia se
adueña de todo el pueblo, Mosén Millán se refugia en la iglesia y
no hace nada por aliviar el sufrimiento de sus feligreses.
La única protesta que se atreve a plantear es que otorguen a los
condenados el derecho a la confesión. Para que la victoria de Don
Valeriano sea completa es preciso la derrota total del pueblo
representado por Paco el del Molino, y, el personaje clave para
acabar con él es Mosén Millán, que lo traiciona y lo entrega para
su ejecución. Esta traición no es olvidada y por eso cuando el cura
quiere vover a restablecer los lazos con los vencidos por medio de
una misa de réquiem, que nadie ha pedido, se ve sólo, acompañado,
paradógicamente, de Don Valeriano, Don Gumersindo y el Sr. Cástulo,
los enemigos y asesinos de Paco.
Esto
es la alegoría que encierra esta extraordinaria novela corta, en la
que Ramón J.
Sender,
de manera magistral y con un estilo directo y sencillo, puso gran
empeño para explicar la tragedia que supuso el alzamiento nacional y
sus consecuencias. Con estas conclusiones, amén de resaltar los
destellos de humor que chispean por las páginas, especialmente por
boca de sus personajes más populares, la Jerónima y el zapatero,
concluimos la puesta en común de esta excelente obra y nos
emplazamos para la próxima convocatoria que coordinará M. y nos comunicará en breve, siendo las 22 horas y cuarenta minutos del
cuatro de junio del 2013 en la ciudad de El Puerto de Santa María.
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