La
semana pasada viajé a Madrid en el talgo y durante el trayecto, mientras descansaba de
lecturas y periódicos, me puse un par de veces los auriculares que ofrece el servicio del tren para cambiar de
actividad. En una de las ocasiones escuché un relato que me
sobrecogió durante unos tensos minutos. El título del cuento era
Mañana será otro día,
y su autor Pedro Ugarte
(Bilbao, 1963), una historia que explora los límites de una tragedia
doméstica, donde el frágil equilibrio de una pareja se pone a
prueba con la presencia de un huésped que no tiene intenciones de
marcharse. Me gustó tanto que no dudé en anotar en mi Moleskine el nombre del autor para localizar algún libro de cuentos suyo en la Feria
del libro a donde me dirigía.
Por la tarde,
en El Retiro,
pregunté en la caseta 292, Páginas
de Espuma, si tenían
algo de Ugarte
y la librera me ofreció El mundo de los Cabezas Vacías
(2011) con una seguridad que me conquistó: “Lléveselo, será un acierto. Son historias
tratadas con ironía y comicidad, a veces con cierta acidez sobre el
mundo habitado por tantas cabezas vacías”.
De
regreso al hotel, abordé excitado las páginas de estos cuentos
hasta rematarlos después de cenar.
Pedro
Ugarte recoge en esta
entrega las relaciones humanas desde la ironía, jugando con el
lenguaje de sus personajes y llevando al lector por sorpresivas
veredas que le conducirán, a un final inesperado. El humor, incluso, a
veces, se convierte en una trampa desconcertante. Son doce relatos, o mejor, once, si apartamos el titulado Estación tierra
que encierra el mensaje cáustico de un marciano que
resume el propio autor como que la vida se encuentra llena de
imprevistos.
Una
característica común en estos relatos es la de que todos están narrados
en primera persona y el protagonista es Jorge, aunque no es siempre
el mismo. A veces es un hombre solitario y bien entrado en años, que
solo mantiene contactos aislados con la vecina (Una comedia
romántica). Otras veces, Jorge
es un hombre maduro que descubre que en ocasiones no es buena idea
ser sincero (El olor de la verdad).
O es un joven aturdido, incapaz de cambiar la rueda de su coche (El
invento de la rueda). Pero todos
ellos tienen en común la mirada atenta de los hechos cotidianos en
la familia, en el trabajo, la amistad y en las relaciones
sentimentales, hasta acercarse al borde del esperpento. Los
personajes se mueven como en un baile de máscaras en la distancia, y el resultado es que todo es quebradizo.
Ugarte
afirmaba, en una entrevista en El
País, hace un par de
años, que El mundo de los Cabezas Vacías
“son historias donde hay una pátina de humor que no
siempre termina en el humor, en cambio, hay un camino más o menos
irónico, humorístico, pero, en la mayoría de los cuentos, un golpe
de timón al final lleva a un sitio muy distinto”.
Magnífico
cuentista que goza del don de la narrativa de calidad. El primer
cuento que, además, da título a la obra, es el mejor. Un gran
hallazgo que debo a Renfe y a la librera del stand
292 de la Feria del libro, y a cuyo autor voy a seguir leyendo con
interés, sobre todo, porque después de disfrutar con estos relatos
me quedo con la reflexión obligada, quizás por lo verosímil de
estas historias, preguntándome con cierto rubor: ¿Perteneceremos
también a esa secta de los cabezas vacías?
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