En
la nota final de El poeta y el pintor (Ediciones
Alfabia,2014), Ana Rodríguez Fischer (Asturias, 1957)
cita a Gerald Brenan para sustentar el encuentro posible entre
Góngora y el Greco en la ciudad de Toledo y resumir
las coincidencias personales entre estos dos geniales artistas:
Tenían mucho en común: distinción, refinamiento, maneras
aristocráticas en las artes que practicaban. El pintor tenía buen
oído para la poesía y el poeta buen ojo para la pintura. La
escritora asturiana sitúa este supuesto hecho histórico en 1610, al
tiempo que Góngora partía de regreso a Córdoba, después de
una experiencia muy decepcionante por la Corte y cuando el Greco,
obligado por sus achaques de salud, vivía solo y recluido.
La
profesora Rodríguez Fischer recrea ese hipotético encuentro
en un relato que, según la propia autora, rehuye del sentido de
novela histórica y se centra más en ofrecer al lector un escenario
que retrata a los dos personajes únicos de esta historia. El
poeta y el pintor es una novela de confidencias y teorías
sobre el arte y la composición entre ambos artistas que en aquella
época ostentaban la cima innovadora de la poesía y la pintura
respectivamente. Para Góngora, la conversación surgida con
el pintor de Creta que aglutinó la elegancia de Rafael, la
amplitud de ejecución de Tiziano y la fuerza inspiradora de
Veronese, supondrá un punto de inflexión en su concepción
artística, pues había aprehendido lo que el Greco perseguía
en la elaboración de sus cuadros: descubrir la verdad oculta de las
cosas. El juicio que mantiene el pintor sobre las musas conmueve a
Góngora y éste, en una honda melancolía, confiesa: ...tiene
utilidad avivar el ingenio, y que lo nuevo nace de la oscuridad. Y el
que tenga capacidad para quitar la corteza descubrirá lo misterioso
que la obra encubre (pág. 117).
El
poeta y el pintor es una novela sorprendente, de corte
intelectual, con un narrador testigo que parece hablar por la boca
del poeta cordobés. Está escrita en un lenguaje culto que
hábilmente soslaya las formas arcaicas de la época, pero que evoca
el espíritu erudito de sus protagonistas: don Luis y don Doménico.
Ese hálito ilustrado y la atmósfera de su entorno son, sin duda,
dos de los grandes aciertos del libro que transita por el siglo XVII
en Toledo, ciudad monumental y artística, de calles estrechas,
olores añejos y ropajes gentiles y harapientos. Rodríguez
Fischer consigue captar ese ambiente gracias a una prosa cuidada
y ajustada, acorde con el contexto histórico de aquella España
sombría del reinado de Felipe III.
Hay
un cierto aire melancólico al final del libro que contagia al
lector, provocado por la sutileza académica que trasciende su
autora, profesora de Literatura de la Universidad de Barcelona, capaz
de dar verosimilitud a los diálogos vivísimos y profundos entre el
pintor y el poeta, dos personalidades geniales e irrepetibles de la
literatura y la pintura del Siglo de Oro español.
Resumiendo:
Ana Rodríguez Fischer nos entrega una revisión
literaria de una cita supuestamente histórica entre dos grandes de
las artes, que viene a confirmar la importancia del Greco y su
admirador, Góngora, en la historia de nuestro país. El
poeta y el pintor es una novela luminosa y de gran riqueza
léxica, un libro hondo que entrelaza reflexiones sobre la poesía y
la pintura y, por consiguiente, demanda un lector presto a
disquisiciones estéticas.
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