Leer
nos enmienda de algún modo, corrige por así decirlo nuestra propia
experiencia, porque cualquier libro se puede convertir en un vehículo
más de aprendizaje de la vida, aunque el asunto que trate solo tenga
que ver con los quehaceres cotidianos de una mascota.
Los
gatos son animales que tienen fama de ariscos y carecen del prestigio
social que ostentan sus adversarios domésticos: los perros. Ya en la
Edad Media tenían cierta leyenda maldita y se les relacionaba con
las brujas. Sin embargo, a pesar de este sambenito, la escritora
Paloma Díaz-Mas (Madrid, 1954), viene a poner las cosas en su
sitio y a rehabilitar la figura de este animal sagaz y astuto que es el
gato.
Lo
que aprendemos de los gatos (Anagrama, 2014) es una
hermosa semblanza sobre estos misteriosos salvajes tan reflexivos y
silenciosos. Antes de empezar este volumen de apenas ciento veinte
páginas, me consideraba una persona con una aversión activa hacia
los gatos. Me resultaban antipáticos y convenidos, encasillándolos
en el tópico de animal de compañía de solteronas, viudas y
solitarios. Antonio Burgos, entusiasta de estos felinos, decía
que “no hay animal más politicamente incorrecto que el gato, que
nunca halaga pero, eso sí, se muestra sincero y libre”. Otros han
afirmado que es un animal de estirpe literaria y de pose artística,
con protagonismo sonado en la poesía de escritores como Becquer
o Neruda, y en lienzos de pintores como Velázquez o
Goya. Lo cierto y lo fijo es que el bonito texto de Díaz-Mas
ha venido en un momento oportuno para liberarme de mis prejuicios
sobre estos animales, ya que la próxima semana tengo una cena en
casa de unos amigos que acaban de adoptar una gata de angora.
La
escritora madrileña viene a desmentir la falsa creencia de que todo
fue creado para servir al hombre y ahí estuvo el Creador para
interponer a los gatos y hacer una excepción, porque lo primero que
tiene que aprender quien quiera tener un gato en casa es a servirle.
En Lo que aprendemos de los gatos hay toda una
minuciosa selección de secuencias que guían al curioso lector a
saber más de estas criaturas sibaritas y egoistas que dejan pelos
por la casa displicentemente, se adueñan de rincones confortables,
se apoltronan en sillones ergonómicos, duermen siestas sobre cojines
de lana y se enfandan y encaran si les molestamos. Pero para Paloma
Díaz-Mas lo magnético de este pequeño felino radica en el
hechizo que produce en sus dueños, proveniente de la serenidad y
quietud de su comportamiento. Esto explica suficientemente la
sumisión de los humanos hacia estos personajes que, además, después
de haberse apropiado de sus casas, se mostrarán simpáticos si no
les fastidian. Decía Victor Hugo que “Dios hizo al gato
para ofrecer al hombre el placer de acariciar un tigre”. Pero
ellos son inasequibles a la angustia. Su miedo dura sólo un momento:
el momento en el que se produce. El nuestro se prolonga en el tiempo,
se arrastra en recuerdos y se proyecta hacia un futuro desconocido e
imprevisible. Mientras, acomodados en su sillón favorito, los gatos
se atusan mutuamente con largos lengüetazos rosados. (pág.
120)
Díaz-Mas
siente debilidad por estas criaturas y, en Lo que aprendemos de
los gatos, la autora se acerca con celo al lector para
mostrarle su relación con estos animales en detalles cotidianos,
como si tratara de conseguir adeptos. Recientemente, en una
entrevista con la prensa, la autora afirmaba que “conviviendo con
un gato se tiene la certeza de aprender a vivir la intensidad del
presente, sin atormentarse del pasado ni agobiarse con lo próximo
que viene”.
Lo
que aprendemos de los gatos
es un libro jugoso, pertrechado en los andamios del relato, entre la
ficción y la no-ficción, y que guarda afinidad con el género
expositivo y el ejercicio de estilo, labrado en una prosa pulida y sencilla.
Paloma
Díaz-Mas ha revalorizado
la figura del gato con un texto esmerado, emotivo y sincero que fluye
con sumo alborozo, dirigido a los amantes de los gatos y, con un
guiño de benevolencia, para los que no lo somos todavía.
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