El
microrrelato es un género idóneo para navegar por aguas turbulentas
y charcas solitarias, burlando el reloj y modificando el mapa del
tiempo. Eduardo Berti (Buenos Aires, 1964) conoce bien ese
microcosmo, ese organismo vivo inserto en la narración hiperbreve
que a veces es escurridizo y se escapa de las manos a la menor
ocasión; un género en el que vale tanto lo que se dice como lo que
se oculta; un género en el que, muy amenudo, se telegrafía , sobre
todo, lo que se esconde.
La
vida imposible (Páginas de Espuma, 2014) nos propone,
en esta nueva edición corregida y ampliada, recorrer el territorio
malévolo del escritor argentino, por medio de una colección de
microrrelatos que transitan por otras realidades, entre lo monstruoso y lo fantástico, pero atemperadas por la compañía de una sutil ironía.
Berti
se despacha a gusto en estas microficciones con reiterada osadía, bajo distintas formas pero con similares resultados,
casi siempre asombrosos, inesperados y cómicos. Eduardo Berti
siente predilección narrativa por atender las jugadas del azar, para
que éste haga de las suyas y den un giro en la vida de los protagonistas
que deambulan por este catálogo de La vida imposible;
noventa y dos historias mínimas convertidas en golosinas narrativas
para cualquier lector ávido y entusiasta de estas estructuras
reducidas. Pero, aunque sus textos pocas veces superan la página y
media de extensión, este libro minimalista aspira a convertirse en
un puzzle de micropiezas conectadas a un ascensor invisible que sube
y baja entre sueños, reflexiones y sucesos extraños, bajo el mantra
susurrante de una vida imposible, la que todos vivimos de alguna
manera.
Este
catálogo de rarezas narrativas tiene de particular sus escenarios.
Cada pieza ocurre aleatoriamente en cualquier rincón del mundo,
fruto del azar: un extraño reloj de arena se demora a su antojo en
un pueblo de Guatemala, un desconocido pintor recibirá honores en
Viena, en Holanda un director de cine es inculpado de asesinar a ocho
actores, en Alemania la policía trabaja con dos ancianos mellizos en
leer huellas de sangre, en una aldea de Madagascar la justicia se
imparte con códigos fuera del uso común... Sucesos que recorren
todo tipo de realidad: hombres con doble vida, mujeres con voces
multiplicadas, pianistas con manos asimétricas, existencias
reincidentes, pintores e impostores, las trampas de un tahur, dos
hijos obcecados en intercambiar sus respectivas familias, marcos sin
cuadros, hombres que buscan sus otros parecidos, amantes idénticos,
anestesias imperfectas o las crueldades de una escuela perpetua.
Eduardo
Berti contempla y explora todas las posibilidades de la vida
hasta la frontera de lo imposible, quizá con un trasfondo de
burlarse de la vida corriente, de la normalidad cotidiana. Se percibe
una huella de Borges en lo fantástico, más allá de una
simplicidad aparente, en la constante aparición del doble que se
repite en estas miniaturas narrativas: Doble vida, Amantes
idénticas, Dos reinas... Berti, además de
entusiasta lector de Cortázar, Virgilo Piñera y de
Ana María Shua, es un apasionado de la greguería y, por
tanto, de Gómez de la Serna, al que tributa un extenso homenaje con más de doscientas ramonerías, como él las
llama, al final del libro.
El
resultado final que tiene uno tras leer La vida imposible
es haber asistido a un festival de rarezas bajo la mirada extraña y
el adjetivo inquietante que reina y se postula en todas sus páginas.
El gran desafío de estos microrrelatos reside en hacer que la
ficción se vuelva verosimil en el contexto de la vida rutinaria que
ocupa nuestra común existencia. Berti, con una prosa concisa
y vigorosa, lo logra gracias a la artillería utilizada a base de
imaginación, fantasía y humor.
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