Le
debo a Óscar López,
conductor del programa cultural Página2
de TVE, el hallazgo de este pequeño gran libro de Agota
Kristof (Csikvánd, Hungría,
1935 – Neuchâtel, Suiza, 2011), una historia de desarraigo y
superación personal que reflexiona sobre el lenguaje y la identidad.
La analfabeta
(Alpha Decay, 2015)
es un título ácido e irónico que cuenta, con una prosa directa,
las vicisitudes de una mujer, hija del maestro del pueblo, que leía
todo lo que caía en sus manos y que contrajo (según confiesa en el
relato) la incurable enfermedad de la lectura desde muy niña. Luego,
al abandonar su país y su lengua amada, deberá comenzar a
expresarse en un nuevo idioma sin sentirlo como suyo.
La analfabeta
es precisamente el testimonio de una mujer apasionada por la
literatura y el lenguaje, truncada por la dificultad y el trauma
sobrevenido al tener que hacerlo en una lengua extranjera. Como bien
apunta Nadal Suau en
el prólogo de esta edición, el libro de Kristof
es un testimonio primero de vida, luego literario. Y es que la
escritora húngara es capaz de impactarnos hasta conseguir que nos dobleguemos ante su discurso utilizando esa simbiosis de vida y literatura, en apenas
treinta y cinco páginas memorables, sin que nada parezca sentimental
ni pretencioso pero, en cambio, resulte desgarrador para el lector,
gracias a su prosa sencilla y desnuda, capaz de conmovernos en tan
solo once breves capítulos. Son once momentos de la vida de la
autora que transitan por distintas secuencias de un exilio obligado.
En este relato autobiográfico aparecen estampas de una existencia
arriesgada e intensa que transcurren desde una infancia feliz, hasta
la superación de una posguerra cruel, pasando por años de soledad
en un internado, la pobreza y el definitivo exilio a Suiza con un
bebé a cuestas. Tenía treinta años cuando atravesó la frontera
con su marido y su niña recién nacida. Agota Kristoff
llegó a pie al corazón de
Europa, huyendo del hostigamiento ruso. Se instaló en Neuchâtel, en
la parte francófona suiza, en un pequeño apartamento. Allí se
colocó en una fábrica de relojes. Se levantaba de madrugada para ir
a trabajar durante interminables horas, repitiendo los mismos
movimientos mecánicos para ensamblar aquellos pequeños aparatos del
tiempo. Esa monotonía cansina le ayudaría a componer poemas que
después transcribía en casa.
La
magia de la literatura no escoge ningún formato ni extensión
alguna para sorprendernos, incluso en la estrechez de un relato breve
cabe toda una vida y, aunque parezcan pocas páginas, son las
suficientes y esclarecedoras para esbozar la vida entera de una
mujer. En este minúsculo y hermoso libro se plasman, no sólo los
momentos vitales de una escritora empujada a emprender una nueva vida
en otro país, sino además su perfil literario, con un estilo
minimalista y claro, desde la verdad y la desnudez del lenguaje.
La analfabeta
es un relato fragmentario, una recopilación sin artilugios, un
testimonio honesto y sentido sobre los estragos del destierro, la
pérdida de la identidad y el extrañamiento; un texto impresionante
y desgarrador, que conmueve. En sus entrañas se vierten los
sentimientos de lo que sucede al ser humano cuando deja atrás a sus
seres queridos, cuando el paisaje y el idioma cambian y ya no conoce
a nadie, los vecinos le resultan extraños e insignificantes y tendrá
que sobrellevar demasiado tiempo la inquietud y la desconfianza de
éstos.
Al
cerrar el libro, uno tiene la sensación de haber leído un relato
demoledor, pero hermoso, que invita a nuevas lecturas gracias a su
indiscutible hipnotismo y escritura reflexiva sobre la suerte corrida
por su narradora y otros compatriotas, que tuvieron que elegir el
exilio a la cárcel del régimen soviético. Su voz nada tiene de
moralizante, solo piensa en cumplir el destino histórico de contar
el suceso con la fuerza viva de la palabra y la amargura de
sobreponerse a la dificultad de otro idioma.
En
suma, el libro de Agota Kristof
es un texto duro y brillante que ofrece una inmejorable oportunidad
de conocer el alma sincera de esta escritora valiente.
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