La
relación histórica que han mantenido siempre el psicoanálisis y la
literatura se ha mostrado conflictiva y tensa. Faulkner
y Nabokov, por
ejemplo, observaron que el psicoanálisis quiere intervenir en
aquello que los escritores, desde Homero,
convocaban en sus textos, donde sus personajes mostraban su
fragilidad y su gracia. Sin duda, esta práctica terapéutica iniciada por Freud, como afirma Piglia en una de sus célebres conferencias,
se ha ganado el lugar y el respeto merecido en la cultura
contemporánea, tan preocupada de indagar sobre el laberinto interno
del hombre. Nos gusta admitir que en algún episodio de nuestras
vidas triviales hemos experimentado dramas de gran intensidad y que
también hemos logrado superar el tedio de nuestra insignificante
existencia. El psicoanálisis nos convoca a todos, como sujetos
trágicos de un existir en el que estamos inmersos; nos dice que hay
un lugar en el que todos somos sujetos extraordinarios, tenemos
deseos únicos, luchamos contra tensiones y conflictos profundos, y
esto es muy atractivo para ser llevado a la novela y, por ende,
analizado en la misma. De ahí que algunos escritores, como el
argentino Manuel Puig,
se jacte en decir que “el inconsciente tiene la estructura de un
folletín”.
El buen relato
(Random House, 2015) recoge las conversaciones entre el escritor
sudafricano y premio Nobel de Literatura J.M. Coetzee
y Arabella Kurtz,
catedrática de psicología clínica en la Universidad de Leicester,
todo un debate intelectual a través de un intercambio epistolar,
surgido entre el novelista y la psicoterapeuta para explorar desde la
experiencia literaria la verdad del comportamiento humano.
Joyce
parece que vio claro en el psicoanálisis un modo de narrar una
posibilidad de construcción formal a través del monólogo interior.
Kurtz añade a este
matiz que la meta de toda terapia psicológica no es más que liberar
la imaginación narrativa del paciente. Si la meta de la terapia es
hacer libre al paciente, ¿acaso la verdad es la única vía para
alcanzar la libertad?, replica Coetzee.
Arabella Kurtz |
Con
el subtítulo de Conversaciones
sobre la verdad, la ficción y la terapia psicoanalítica,
Coetzee y Kurtz
abordan a lo largo del libro un extenso coloquio por el territorio
del inconsciente, valiéndose de obras maestras de la literatura, un
reducto válido y controvertido para analizar la verdad emocional,
tan útil para la psicoterapeuta, como la memoria y el recuerdo, tan
necesarios para reinventarnos, como subraya el autor de Elizabeth
Costello. Si el desafío de
Don Quijote va
en la línea de mostrar que la verdad ideal inventada pueda ser mejor
a veces que la verdad real, hablando de Los demonios
de Dostoievski, de
Madame Bovary
o de Austerlitz
de Sebald, ambos
coinciden en que el mundo necesita de la fabulación para explicarse,
para buscar el sentido de su existencia.
J.M. Coetzee |
El
libro de Kurtz y
Coetzee es una
aproximación a la terapia psicoanalítica desde la trinchera de la
novela. Ambas posiciones comparten experiencias y vestigios para
indagar en la verdad y la mentira, en el gozo y el dolor. Desde el
diván o desde un texto literario, la historia de la propia vida se
convierte en una construcción elaborada para curarnos de un mundo no
siempre amable. En ese sentido, El buen relato
es un intercambio de opiniones que hurga en el alma insatisfecha de
cada uno a través de los interrogantes sucesivos que la vida plantea
sobre la verdad y que la literatura recoge fielmente. Y es que la
verdad y la certeza están equidistantes. Por eso, para el escritor,
cambiar de perspectiva le permite observar otra realidad. De ahí que
la frontera entre realidad y ficción sea una línea de separación
tan frágil y susceptible.
El buen relato
es un texto ensayístico interesante y profundo que transita por el
terreno del psicoanálisis, desde la perspectiva literaria de la
ficción, que plantea hasta qué punto la verdad estricta es
imprescindible en la historia personal de un individuo.
Kurtz
y Coetzee nos
entregan un libro inquisitivo, de lectura exigente, que requiere de
un lector curioso y animado para sumergirse en el subsuelo propio de
la literatura, ese terreno interior y secreto que toca el
subsconciente y que cuestiona si realmente es necesario vivir bajo el
dogma de la verdad. [Reseña
núm. 237]
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