Dice
Ricardo Piglia en
Formas breves
(2000) que hay dos tesis sobre el cuento: en la primera sostiene que
un cuento siempre cuenta dos historias, en la segunda afirma que el
cuento es un relato que encierra un relato secreto. Para el escritor
argentino, el arte de narrar es un arte de la duplicación, esto es,
de presentir lo inesperado, existe un tipo de relato que teje su
trama en función de su desenlace, hay otra variedad que, ya desde su
arranque, vislumbra su tono y su pathos.
Los cuentos de Clarice
Lispector
pertenencen a esta especie milagrosa de vidas que vibran y chispean.
Luego está también el método de representar historias sin comienzo
ni final, al estilo de Flannery
O'Connor,
en las que se utiliza la captura de un instante o de una rutina para
mostrar una sorprendente epifanía.
Los
once cuentos que componen Mala letra
(Anagrama, 2016), su segundo volumen de relatos desde la publicación
de su estupendo libro No es fácil ser verde
(2008), de Sara
Mesa
(Madrid, 1976), se valen, de alguna manera, de estas tesis y
variantes narrativas referidas, con el añadido de que la autora
muestra predilección por los finales abiertos.
La
vuelta al cuento, después de sus dos últimos periplos triunfantes
por la novela, con Cuatro por cuatro
(2012) y, recientemente, Cicatriz
(2015), es un respiro que la autora se ha otorgado, como si de un
púgil de pesos pesados se tratara, siguiendo la metáfora de
Hemingway,
que descansa de la dureza del rango y regresa al cuadrilátero a la
categoría de los pesos ligeros, un estilo menos grueso, de más
movilidad, pero exigente, como pocos, por su versatilidad y
virtuosismo.
Para
empezar, Sara Mesa
da título a su colección de relatos tomándolo de uno de sus
mejores cuentos, Mármol,
en el que narra las vicisitudes escolares que tuvo que sortear de
niña para mantener el tipo de caligrafía que se exigía en la
escuela. En El
cárabo,
el pálpito narrativo transita por un bosque que evoca el ámbito
misterioso de los cuentos infantiles. Sin abandonar la época de
formación, Apenas
unos milímetros
y Palabras-piedra
abordan también las incomprensiones y los acosos ocasionados por los
adultos a los adolescentes, que los afrontarán resistiendo desde la
intemperie y la fragilidad de la que disponen por su edad. Con Papá
es de goma,
la escritora logra su cuento más tenso y palpitante, quizás el más
sobresaliente de todos, en donde unos críos ocultan al mundo el
misterio de su hogar. En el último, titulado Mustélidos,
rescata de la historia la famosa pintura de Leonardo
da Vinci,
La dama del
armiño,
para extraer la atmósfera de los museos y los zoos, que tanto
interés y desasosiego producen en los niños. Lo cuentos de Mala
letra,
en definitiva, hablan sobre todo de niños que no comprenden el mundo
de los adultos, pero perciben sus puntos fuertes y tambien sus
debilidades.
Mala letra
es un compendio de relatos de inventiva fecunda, bajo la atmósfera
común de la apariencia cotidiana, en la que parece que nadie
sospecha que suceden tormentos, injusticias y remordimientos. Ese es
el sitio común donde se cuecen los pequeños misterios de la vida,
donde se resume la complejidad del mundo. A Sara
Mesa
le tiran, además, los escenarios fríos y cerrados, hasta cierto
punto deshumanizados, como se aprecia en sus novelas (centros
comerciales, ciudades sin nombres, casas cerradas, edificios
extraños), por donde sus protagonistas se las apañan como pueden:
en su condición de personajes solitarios, raros y angustiados. Sobre
ellos se posa una mirada fría, sin ánimo de justificar ni honrar
sus vidas, sino sólo de mostrar las derivaciones de la vida
corriente y, en cierto modo, caótica de estos seres apabullados por
el destino. La idea seminal de estos cuentos gira por el mapa de las
vidas de la gente común, de niños angelicales y perturbados, de
seres desvalidos, de apariencia normal, que se encuentran alienados
en su entorno.
Nos
encontramos ante una escritora acreditada y solvente, poseedora de un
lenguaje ágil y desnudo, muy visual, con mucha intensidad narrativa.
Sara Mesa
entrega un fresco literario en el que lo abominable y lo prodigioso
se dan la mano. Qué más da su mala letra. Lo bueno es cómo lo
cuenta.
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