La
literatura política española de los años treinta y posteriores
lustros, leída hoy, resulta en general indigerible. Es rarísimo que
nadie lea con gusto ni las lucubraciones de Ledesma Ramos
ni las exaltaciones fascistas de Giménez Caballero
o los discursos de Sánchez Mazas,
viene a decir Andrés Trapiello
en el prólogo de su ensayo Las armas y las letras
(1994).
Al
igual que ocurrió en Madrid en las primeras semanas de guerra, los
escritores que en Barcelona estuvieron a favor del levantamiento o se
sumaron a él o trataron de salir de la ciudad, o se quedaron
camuflados como decía Orwell
“en espera de tiempos mejores”, tampoco estuvieron a la altura
para que en la actualidad se les pueda leer con un mínimo de
complacencia. Entre los primeros, los que trataron de amparar y
extender la rebelión, los más notables fueron los falangistas Luys
Santa Marina y Félix
Ros. Entre los que salieron,
hay que hablar de Pla
e Ignacio Agustí.
El
escritor y articulista Ignacio Agustí
(Llissá de Vall, Barcelona, 1913 – Barcelona, 1974) inició su
carrera periodística antes de la Guerra Civil colaborando en cuatro
de las publicaciones catalanas más significativas de la época: La
Veu de Catalunya,
L'Instant,
La veu del vespere
y Mirador.
A partir de 1937 dejó de escribir en catalán para hacerlo en
castellano. Tras la guerra, se dedicó a continuar por la senda del
periodismo pero, también se volcó en la literatura, su vocación
más secreta y apasionada, donde destacó con su saga La
ceniza fue árbol,
llevada, posteriormente, en 1976 a una serie televisiva, a la que
pertenecen sus novelas más importantes: Mariona Rebull
(1944), El viudo Rius
(1945) y Desiderio
(1957). También sobresalieron Diecinueve de julio
(1965), y Guerra civil
(1972), estas dos obras dedicadas por completo a la guerra civil
española.
La
editorial Fórcola
recupera la figura de Agustí,
escritor que ocupó un lugar destacado en la prensa de su época, con
una nueva edición de una antología de sus artículos a cargo de
Irene Donate,
investigadora y profesora universitaria, licenciada en Filosofía
Hispánica, bajo el título Ningún día sin línea,
un volumen publicado con anterioridad, en 2013, conmemorando el
centenario del nacimiento del escritor y periodista catalán. Donate
destaca en el prólogo del mismo y en el capítulo dedicado a la
biografía del autor de la saga de la familia Rius,
la clara preferencia que Agustí
mostró por los géneros periodísticos más cercanos a la
literatura, el artículo y la columna, especialmente, en los que se
aplicó y mostró una entusiasta voluntad de estilo. Como afirma la
propia investigadora, “fue un escritor que siempre se acercó al
periodismo con la actitud de un literato”, y así fue considerado
también por sus coetáneos.
A
lo largo de su dilatada trayectoria periodística, Agustí
escribió más de un millar de artículos en los que su experiencia
cotidiana conformaría el hilo conductor de sus columnas. La
observación y la curiosidad sobre cualquier acontecer de la ciudad,
un paseo por las calles o el comentario sobre una noticia leída,
darían pie y sustancia a ese modelo periodístico de entonces al que
González Ruano había
contribuido con maestría: la presencia del yo del articulista, la
divagación personal y el costumbrismo sobre noticias de la
actualidad.
El
lector curioso que se acerque a los artículos y crónicas literarias
reunidos en Ningún día sin línea
obtendrá como recompensa una visión histórica y sentimental de una
época marcada por el lastre de una guerra y la imposición de un
régimen autoritario que ocupó todas las capas de la sociedad, sobre
todo la prensa escrita, un soporte por el que transitó la vida
intelectual de algunos escritores que aceptaron la imperiosa realidad
para seguir su senda literaria e impulsar proyectos periodísticos,
revistas y galardones literarios. Agustí
fue un colaboracionista del régimen, más que franquista, pero dada
su condición burguesa y conservadora, se consideraba monárquico y
tradicional. Se empeñó en cuerpo y alma tanto a su profesión
periodística como a una labor cultural incesante. Fue cofundador del
Premio Nadal de novela en 1944. Propagó la moderación como ideal de
vida, defendiendo siempre el orden y la paz de su casa, de su ciudad
y de su patria. El fondo de la mayoría de sus artículos desvela
este sentir, donde se resalta la sencillez y la discreción como
modelo social y personal, un ideal claramente burgués.
Irene Donate
ha reunido un buen puñado de artículos intimistas y otros de
carácter cultural, humanista y político de un digno representante
del catalanismo español de aquellos años en los que el periodismo
y la literatura conjugaron su influencia en el terreno de lo
políticamente posible. Más allá de esta limitación, lo que
legitima el valor de esta edición, enmarcada en una época gris de
nuestra literatura, precisamente es que en ella es donde se gestó
las bases de una forma de hacer periodismo todavía vigente.
Lo
interesante de Ningún día sin línea
viene dado por esta salvedad y por los diferentes textos
seleccionados adscritos a un periodo opaco política y culturalmente
de nuestra historia, en el que no faltó gente emprendedora en la
literatura, en la cultura y en el fenómeno del columnismo, como es
el caso de Agustí,
uno de los más genuinos periodistas que formó parte de la llamada
“literatura en periódicos”, como así la denominó en su momento
González Ruano y que
después de 1975, con la transición democrática en marcha, no se
interrumpiría.
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