Todos
albergamos sentimientos dentro de nosotros. Pero, ¿dónde se sitúan,
exactamente? La poesía es la manifestación singular más pura de la
que exprimir ese territorio oculto en nuestro interior. Dice Jorge
Carrión que la poesía es el
género más cercano al caminar. Así es como se hace notar. No como
trinchera, sino como iniciación al conocimiento, como paseo por lo
indecible. En ese sentido, la poesía es un lugar que no cierra el
paso a nadie, a condición de que quien se adentre en ella lo haga
sin prejuicios, sin ataduras, sin importarle extraviarse por el
tiempo y ver la realidad del otro, la del poeta que habla desde su
irreductible individualidad.
Se
acaba de publicar hace unos meses una encomiable antología poética
bajo el cuidado y mimo del poeta y crítico literario José
Luis Morante que abarca treinta
y cuatro años de poesía en la obra de Javier Sánchez
Menéndez (Puerto Real, Cádiz,
1964) escritor, columnista, editor y autor también de dos libros de
aforismos, poeta convencido de que la existencia es el cauce propicio
para vislumbrar la poesía desde el interior y afrontarla con el
mundo que le rodea, en concordancia con esa idea que decía Ángel
Crespo acerca de la poesía,
como camino de ida, pero sin vuelta, porque cuando se regresa ya se
viene de otra parte.
Bajo
el contundente y lapidario título También vivir
precisa de epitafio (Chamán
Ediciones, 2018), último verso extraído del poema Balance,
de la anterior obra poética de su autor El baile del
diablo (2017), Morante
reúne ciento quince poemas escogidos, que abarcan la trayectoria
completa del poeta, que va desde 1983 a 2017, para mostrarnos todo el
bagaje poético de Sánchez Menéndez
en el que destaca ese sentimiento lleno de hondura y sencillez, desde
la esencia de la palabra y desde el laberinto del pensamiento,
dispuesto siempre a preguntarse el porqué de las cosas, en un
diálogo creciente por cada una de las etapas por las que transitan
sus versos. Nos dice el antólogo en su revelador prólogo que
estamos ante una poesía de pensamiento, de conciencia reflexiva, en
donde “las palabras están ahí, maleables y frágiles para llenar
de poesía la hendidura”.
En
su poema Los pros de la
vida, perteneciente a su
libro Última cordura
(1983) se asienta buena parte de ese sentir y pensamiento tan propio
en el que la fragilidad del significado del saber y del vivir están
presentes como sello de su ética y de su estética: “Todo lo que
uno sabe está siempre/ en un estado de provisionalidad,/ pero no es
relativo,/ es susceptible de una mayor profundización,/ y eso sí
que es relativo”. En dos poemas del ya citado El baile
del diablo, el primero de
ellos Hat,
la voz poética pide perdón a su madre por haber pecado, habla con
apariencia de broma, libre y sin ataduras, pero va igual de serio que
en el siguiente poema que se titula Life
lie,
que dice así: “¿En qué momento exacto se distingue/ esa simple
palabra, la justa?/ Y, con una sonrisa en los labios,/ respondió:
Debes marcharte,/
mi marido está a
punto de llegar.”
Ambos intercalan melancolía y pesadumbre, un conjuro que no cesa de
mostrarse en su poesía.
Toda
la poesía de Sánchez
Menéndez
destila introspección, con una pátina inconfundible de ironía y
descreimiento agitado, imposible de acallar. Hay un yo convertido en
materia poética que da sentido a su obra en pos de decantar lo
esencial de la propia existencia. Reflexionar sobre esto y
preocuparse del porqué de las cosas siempre está presente como algo
inevitable de alguien bien abrigado por el pensamiento clásico de
los presocráticos, de alguien que se siente más lector que
escritor, e inconformista en su quehacer literario, implicado más
que en querer decir, en transmitir, para que la palabra cale en lo
más hondo.
Pero
también su poesía se ha ido esponjando de otras lecturas que le han
servido de cauce y formación, como así declara en una entrevista en
la radio. La figura de Nicanor
Parra
está presente como homenaje de alguien que ha sabido templar el
acercamiento del lector a la poesía. También otros autores, como
Platón,
Novalis,
Leopardi,
Juan Ramón
Jiménez,
Luis Rosales,
José Hierro
o Ángel González
conforman su particular canon de poetas preferentes.
Hablar
de esta antología es detenerse a resaltar el buen trabajo elaborado
por José Luis
Morante,
que ha conseguido poner al alcance del lector una guía bastante
completa de la poesía de Javier
Sánchez Menéndez,
un poeta convencido de que en el silencio y en la soledad se
encuentra el verdadero lugar donde se puede rebasar la escritura que
nace del bullicio de la vida, con la idea de querer decir algo más
al mundo, trascender y abrazar el alma de quien la lea.
En este libro viajamos hacia dentro de la hondura y el desgarro de
unos textos en los que la belleza y el dolor existencial ponen su son
y contrapunto a la realidad y a lo que el poeta atisba más allá de
ella. Cada lector tiene la posibilidad de convertirse en otro
fingidor, y este hermoso libro se presta a ello. Caligrafiarlo en su
memoria, sacando punta de lo que ya se leyó entre verso y verso,
también precisa de sentir lo que toca dentro.
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