Javier Vela
(Madrid, 1981) irrumpe con su nuevo libro en esa idea platónica que
tiene por tanto mucho de llamada, de convocatoria y de
pronunciamiento sobre lo que la escritura ofrece al lector de
compañía y fingimiento en ese decir de las palabras. Con Libro
de las máscaras
(Pre-Textos, 2019), además, se une a otra idea literaria basada en
el juego de la mistificación de la cita. La gran emboscada de estos
aforismos amparados bajo el disfraz de un autor inventado, Juan
Iturbe, es,
precisamente, esa, la de hacernos creer que estamos ante su obra
ecléctica, extraída de un cuaderno de notas del poeta. Y es desde
ese supuesto manuscrito desde el que Vela
despliega su pericia aforística urdiendo un juego burlón y
misterioso por donde transitan las breverías de aquellos autores
egregios que ponen nombre al texto implícito que conforman un
espléndido arsenal de ideas y epifanías propiamente suyas y
apócrifas.
Ya
nos alerta en el prólogo con esta advertencia: “La confusión de
géneros a que se presta Libro de las máscaras
sigue en última instancia las trazas distintivas del cuaderno de
notas, donde la glosa libre se avecina a la observación minuciosa,
la máxima al adagio, el comentario lúdico al escolio y el verso
neto al cuento filosófico de cierta concisión”. Vela
con toda esta salvedad se ciñe y constriñe para que el lector
transite por su libro como si se tratara de una antología de
sentencias y ocurrencias pensadas por autores desconocidos, a los
otros los entrecomilla, que le han valido para armar los pensamientos
de filosofía que han derivado en un volumen en el que se entrecruzan
ideas y perplejidades de muchas supuestas firmas dispersas por todo
el libro.
Muchos
parecen proverbios, como este adjudicado a un tal As-Alarif:
“Más rápido que tú corre el camino; si quieres llegar pronto, sé
paciente”. Otros se ciñen a la agudeza y observación: “A la
verdad, como al teatro, se puede entrar por más de una puerta”,
atribuido a otro tal Slöberg.
Incluso hay retazos aforísticos sacados de entrevistas supuestas,
como este de un tal Cassavettes:
“Quien discute con otro habla contra sí mismo”. O este elogio de
la naturaleza del pensador apócrifo Yakahashi:
“Todo en el aire es vuelo”. O esta otra agudeza atribuida a
Tabucchi:
“El hombre es el único animal que come y ama a la carta”. El
libro está repleto de ejemplos de este proceder de rescate brillante
de supuestos anonimatos como estos que siguen: “El autor es un
accidente del texto”; “Viajar es dar un paso hacia uno mismo”;
“Por el dolor llegamos a la vida. Por él la abandonamos”; o este
otro que es uno de mis favoritos: “Mi hogar es el instante”.
Viene
a decirnos Javier Vela,
que el aforismo no posee un aforo confortable en un solo sujeto, sino
más bien vaga en el aire con esa pizca de misterio pendiente de
mayor rescate hasta cumplir una función práctica de alcanzar la
conciencia de más gente. Este libro posee esa gracia y licencia de
otorgar al aforismo esa inclinación, lucidez y gusto por el
fingimiento y la paradoja. Tal vez, a medida que vamos engarzando los
aforismos que aquí están reunidos, nos acerquemos a esa idea que
trasciende en su seno, como si se consumiera en esa otredad de la que
nos hablaba Pessoa y
que el portugués resume en estas tres consecuencias: “vivir es ser
otro” y “leer es soñar de la mano de otro”, porque “cada uno
es mucha gente”.
La
libertad creativa desplegada en este Libro de las
máscaras hace ver que,
desde el género conciso, existen campos por explorar. Este es un
excelente e insólito ejemplo de ello, un ejercicio de intensidad e
imaginación fiel al capricho de su autor donde se conjugan la
belleza y el pensamiento, compartidos con las aristas provocadoras de
la realidad, un libro tan divertido como heterogéneo, escrito con
vivacidad y tinta heterodoxa, un breviario pródigo en observaciones
que sacude y subvierte la autoría de las palabras, y así, les son
servidas al lector para que las tamice a su antojo y provecho. Para
nuestro goce, nos encontramos ante un texto portátil, omnívoro y
alimentado de todo, pero especialmente de literatura.
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