Nabokov
había conocido a Véra
en Berlín y se casó con ella en 1925. Vivieron con estrecheces en
unas habitaciones minúsculas, sobre todo después del nacimiento de
Dmitri, en 1934.
Vladimir tenía la
preocupación constante de cómo ganar el sustento diario, y la
situación política por aquellas fechas era inquietante. Véra
era judía y, con la llegada de los nazis al Parlamento alemán en
1932, se hizo extremadamente difícil conseguir un pasaporte de
emigrado. Para mayor consternación de los Nabokov,
el destino quiso que, en 1936, el vituperado general Biskupsky
fuera puesto al frente del departamento nazi que se ocupaba de los
emigrados rusos. Y lo que es peor, nombró de subsecretario a Serguéi
Taborysky, el hombre condenado
por la muerte del padre de Vladimir.
Tan
pronto como pudo, Vladimir
se trasladó a Francia para buscar trabajo. Más tarde, en el verano
de 1937, Véra y
Dmitri se reunieron
con él. Madre e hijo escaparon gracias a las diligencias prestadas
de una organización de ayuda a los judíos, unos pocos días antes
de que los tanques alemanes alcanzaran París. Nabokov
había dejado documentos, dos manuscritos y una espléndida colección
de mariposas en un sótano que los alemanes desvalijaron después de
su partida. En todo este trasiego de huída y difícil asentamiento,
el matrimonio forjó un destino común: la literatura, toda una
exaltación vital en torno a las letras que los mantuvo unidos hasta
sus últimos días.
Leyendo
Un revólver para salir de noche
(Galaxia Gutenberg, 2019)) de la escritora, traductora y periodista
checa Monika Zgustova,
podemos llegar a pensar que, de no haber conocido Nabokov
a Véra, es muy
probable que el reconocimiento internacional que tuvo no hubiese
tenido el alcance y proyección de entonces y del que hoy conserva.
Zgustova nos acerca a
los entresijos del matrimonio Nabokov
a través de un artefacto narrativo, a modo de biografía novelada,
para conocer su vida en común, la personalidad de cada uno de ellos,
así como la relación entre la vida del escritor y su obra bajo la
supervisión siempre de su esposa, una mujer ambiciosa y testaruda,
con una energía arrolladora. Véra,
como aquí se nos cuenta, es la clave que trazó el mapa literario
del hombre que triunfó y dio tanto que hablar con la publicación de
Lolita. Ella
modela su trayectoria y la dirige con mano recia. Ella planifica la
vida y el futuro de Vladimir,
un aristócrata ruso que huye de su país y de Alemania, y tiene que
abandonar su maravillosa colección de mariposas.
Ella
se convierte en la primera lectora de sus textos, es quien los pasa a
limpio y los entrega en la editorial. Ella organiza la vida de la
familia allá donde se instale, primero en Berlín, luego en París y
finalmente en Estados Unidos. Es ella la que lleva sus finanzas y le
representa, la que fija las condiciones de sus contratos editoriales,
las adaptaciones cinematográficas y con quien hay que hablar para
cualquier entrevista. Pero también, en el terreno privado, es
acaparadora y consigue controlar sus amistades, especialmente, cuando
se rodea de mujeres, hasta incluso asistir, como una alumna más, a
las clases de Literatura que él imparte en la universidad.
Él
se moría de ganas de escribir en ruso y ya no se le permitía:
“Abandonar la lengua rusa, tan querida y flexible, y enfrentarse a
un idioma para el que no tenía sensibilidad al cien por cien fue una
de las tragedias de su vida[…] Recordaba su infancia, su aya
inglesa, las noches con sus padres leyendo a Dickens
o Stevenson en
versión original, sus estudios universitarios en Cambridge, y se
preguntaba cuál de aquellos era su inglés”. Pero, a pesar de
ello, ella insiste y le convence para que se disponga a escribir en
inglés y se centre en escribir novelas que es lo que el público
quiere y da prestigio y dinero.
Consciente
de que no tenía el talento de su marido como creadora, le entregó
su vida, su admiración absoluta. Su vida se justificaba estando a su
lado, como ella era, como una mujer de armas tomar, decidida y echada
para adelante, como una auténtica guardaespaldas que se afanaba de
llevar una pistola cargada en su bolso, por si acaso, sin importarle
que la gente pudiera sospechar de su mortífera extravagancia. Hay un
pasaje del libro que lo resalta. En una velada en casa de unos
amigos, la anfitriona se levanta y brinda por el feliz matrimonio de
ambos: “–¿Feliz matrimonio? Será porque le tengo miedo y hago
lo que ella quiere –bromeó Vladimir”.
Véra, a petición de
él, abrió el bolso y mostró a los presentes “un revólver
pequeño, pesado, y lo colocó en la palma de su mano...”
Un revólver para
salir de noche es una
historia centrada en la mujer de Nabokov,
el verdadero baluarte de su vida literaria, pero, a su vez, es la
historia que concierne a las vicisitudes de un exilio familiar y a la
nostalgia de una patria perdida para siempre que se entrecruzan y
afloran en cada estancia en la que habitan sus protagonistas.
Montreaux, Cannes, Nueva York y Boston conforman el núcleo
fundamental de la vida particular y social de ambos, de donde también
parten sus textos.
Zgustova
nos entrega una historia fascinante muy bien escrita, una indagación
narrativa muy seductora, en la que el arma verdadera del título del
libro lo encarna su protagonista, la mujer que comparte con pasión y
celo la vida y obra de uno de los maestros de la literatura del siglo
pasado. Para un hombre como Nabokov,
que decía que el arte del escritor es su verdadero pasaporte, una
mujer del talante impetuoso de Véra
también iba a ser para él un visado literario imprescindible y de
incalculable valor, que necesitaba imperiosamente para su arte y su
vida diaria.
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