Quizás el diario sea un género propicio para extraer de la vida de quien lo inicia lo inesperado y raro que acontece fuera de esas lindes repetitivas que se van sucediendo en el devenir de cada día. La escritura de un diario sirve como resistencia al paso del tiempo y a sus desajustes, y, además, responde a esa idea de que escribirlo arroja luz, razón y sentido a la propia memoria existencial de quien lo lleva a cabo, lo que justifica que una vida sin memoria no sería vida en sí misma. Pero, por mucho que trate de fingir, un diario siempre dice mucho de la realidad de su autor, tanto con la palabra escrita como con los silencios guardados entre líneas.
En ese sentido, todos hemos sentido en algún momento de nuestra vida la necesidad de llevar un diario, aunque ese impulso solo haya durado una tarde. Escribir un diario facilita la exploración del yo, agiganta trozos de la existencia y deja huecos dentro de uno, como fragmentos de esa vida que se interrumpió para llenarlo de recuerdos, vivencias, estados de ánimo, sobresaltos y circunstancias personales.
Al poeta y ensayista Jordi Doce (Gijón, 1967), que reside y trabaja en Madrid desde hace tiempo como editor, traductor y profesor de escritura creativa, todas estas razones serían suficientes para justificar que haya escrito las primeras líneas de La vida en suspenso (Fórcola, 2020), pero, tal como él mismo confiesa en el prólogo, este libro no estaba en sus planes, sino que surgió como un impulso espontáneo tras declararse el estado de alarma el pasado 14 de marzo, como "un modo de someter la incertidumbre y aquietar el espíritu".
Hay una frase en su estupendo libro Perros en la playa (2011), que bien podríamos trasladar aquí para resumir el alma de la escritura consignada en este diario de confinamiento, en la que recoge su sentir, con el que nos podemos identificar ya que el escenario y sus circunstancias nos son comunes a todos: “así fueron las cosas, así son y están, aunque ahora vengan acontecimientos nuevos a cambiarlo y distorsionarlo todo”. Pese a que la anomalía sobrevenida es común a todos, hay muchas clases de diarios, igual que existen muchas clases de personas.
Podríamos decir que este registro fechado de cincuenta y siete días no es más que un recopilatorio que va más allá de la realidad o de la ficción, algo tan propio de la literatura. Lo único que trata de plasmar su autor es la verdad de una experiencia insólita y de que en sus notas se refleje todo lo verdadero que recoge su perplejidad. Y, desde luego, con eso bastaría. Por eso este libro de Doce no obedece tan solo a una razón literaria, sino también vital. Porque La vida en suspenso, hermoso título, es, sobre todo, un ejercicio de soledad en el que la palabra pueda agarrarse a lo real y coger impulso: "Tomo partido por lo menudo, lo trivial; lo que percibo en el estrecho radio de mi experiencia. Quizá de esta manera eso mismo, en su pequeñez, me devuelva un poco de su luz".
Cada apunte de este Diario del confinamiento tiene el valor de ser el reflejo de su autor, que emana de afuera y de sí mismo, de pasar los días entre cuatro paredes y tener que conformarse con salir a sacar al perro a la calle. Es lo dispuesto. Dice Doce que ante esto “no basta con vivir; hay que hacerse cargo de este vivir nuestro con un esfuerzo imaginativo”. Vivir en una pandemia es vivir en una gráfica, viene a decirnos, que, a la hora de escribir un diario, condiciona en el mismo sentido de que el día, cada día, tiene un comienzo y un final. Sin embargo, las notas comparten lecturas, juegos en familia y evocaciones. Se sobreponen para no caer en cifras y proyecciones, y dar paso a lo que el silencio guarda y lo que la soledad de las calles y plazas concitan ante el pasar extraño e inquietante de los días.
Doce hace de estas notas un vislumbre reflexivo de la existencia, una suerte de escapismo hacia adentro, marcado por una anomalía que a todos nos ha sorprendido y a la que no paramos de interrogar, unos apuntes con cierto aire de penumbra, pero más de gesta y arrestos. Se aprecia un impulso de volver comprensible lo impropio de esta anormalidad en la que la inquietud y la incertidumbre menoscaban, más si cabe, la fragilidad de la vida.
Todo libro, independientemente del género al que se adscriba, cuenta una historia personal o colectiva. Lo que sucede en La vida en suspenso es tan reciente que aún sigue latiendo, y quien lo cuenta posee el talento y la lucidez de mostrarnoslo con una prosa exquisita y contenida. Diremos que lo que el lector va a encontrar dentro de sus páginas es un resquicio fecundo de consuelo y empatía donde escrutar las muchas perplejidades domésticas que ponen en común una reclusión afín como la que hemos vivido.
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