Con una trayectoria de inusitada coherencia, el poeta manchego ha ido confirmando a lo largo del tiempo su posición de poeta primordial de la generación del cincuenta. Concibe el poema como aprehensión necesaria y cabal del lenguaje, en la misma tradición de la poesía esencial y destilada que han cultivado otros poetas como Juan Ramón Jiménez, William Carlos Williams o Emily Dickinson. Al borde (Tusquets, 2022), su nuevo poemario, prosigue esa estela sutil y contenida en la órbita de sus tres publicaciones anteriores: Sin Ruido (2013), Un pez que va por el jardín (2007) y El don de la ignorancia (2004), que fue galardonada con el Premio Nacional de Poesía en 2005.
Dividido en tres partes, Al borde reúne cincuenta y seis poemas que recogen sensaciones de un instante de emoción, de un silencio desvelado, de un momento en soledad, de una búsqueda de algo a lo que agarrarse, de un saber encontrarse, del misterioso brillo de las sombras, del alcance de las palabras, de la fugacidad del presente... Cada uno de ellos entona una realidad percibida y trascendente en la que la mera existencia es razón suficiente para que el sujeto poético se interpele y contagie de cercanía a quien lo escuche y lea. Decía Lacan que hay poesía cada vez que un escrito nos introduce en un mundo diferente al nuestro, dándonos la presencia de un ser, que se hace nuestro también. A ese alcance reconocible se ciñe Corredor-Matheos, a esa idea de exploración y contagio.
Los poemas inaugurales del libro arrancan con una exaltación de la escritura bajo la noche expectante, para continuar con un canto a la mañana en el siguiente poema. Y en esa tarea de enlazar sensaciones, el poeta en los siguientes veros se contempla y refuta: “Estás sólo, entre sombras, / como una sombra más”. De ese modo, el libro deja ver sus lances indagatorios y razones, a veces, en forma de haiku: “Lo duro que es vivir / es la razón / de que sigas viviendo”. Ser un pájaro, ser un árbol, ser un perro o ser un Odiseo sin haber llegado a Ítaca son evocaciones sucesivas que el poeta vuelca en sus poemas para zarandear la multiplicidad de maneras de ser. Corredor-Matheos es capaz de entrar en un soplo poético, tan solo con doce palabras, para que esa pluralidad incontestable se proclame plena de sencillez y hondura: “Ser solo es no ser. / Ser en el Otro, / el vivir / verdadero”.
Tras la lectura del libro, uno tiene la sensación de haberse quedado sumido en una calma gozosa. El poeta emociona, con esa capacidad de ir más allá de lo dicho, deshojando las paradojas de la vida con asombrosa claridad. Es su literatura materia viva y la palabra del poeta la que entona esa vida. Diría que Corredor-Matheos, en ningún momento, lo hace como ceremonia sagrada. Pero, desde lo indecible a la grandeza, su poesía es un claro territorio emocional en el que habita todo un corolario que cruza lo épico y lo cotidiano, desde lo fuera de sí al arrobo, desde el asombro a la impasibilidad, desde la angustia al sosiego, desde la sombra a la luz, desde la elegancia e inteligencia a la efectividad del silencio.
Cada poema suyo, por breve que sea, abre un diálogo con el lector, nos convierte en confidentes de su verdad más íntima, de su razón estética o revelación dada. Corredor-Matheos lo hace con el fulgor de la sencillez de lo cotidiano que transcurre a la vista de todos. Y es allí mismo, en su biografía emocional, donde encontramos el misterio de sus poemas, en su lenguaje, tono y cadencia, más que en sus motivos. Un libro admirable.
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