Siempre
ando al acecho de las publicaciones aforísticas que se suceden. Me
gusta rastrear por los cauces editoriales en busca de novedades sobre
este género literario tan particular y sorprendente que cuenta cada
vez con más adeptos y seguidores entusiastas por el lado de la
lectura, como afines en el bando de la escritura. Lo último que ha
acaparado mi interés, aunque llegó con retraso, es el libro Por
si acaso (Espasa, 2014), un compendio de reflexiones e
ideas bajo la forma breve del aforismo, en esa línea fronteriza
entre la literatura y la filosofía que abarca la prosa de
pensamiento y el micro ensayo.
Para
Ángel Gabilondo (San Sebastián, 1949), catedrático de
Metafísica, que fue fraile antes que profesor y ministro, su
nombramiento político no le supuso un menoscabo a los dos puntales
de su verdadera vocación: la enseñanza y la escritura, sino que fue
una travesía de poco más de dos años que le aportó experiencia y
estímulo para continuar vinculado a la universidad y al oficio de
escribir. Los casi 1200 aforismos reunidos en esta obra vienen a
conformar la verdadera filosofía de su pensamiento y su sentido de
la vida, aunque Gabilondo está más interesado en adoptar en
sus máximas y mínimas, como le gusta nombrarlas, una forma
descriptiva, más que imprimir un carácter prescriptivo. Al fin y al
cabo, su interés es más de aprendizaje y búsqueda, que didáctico.
No es tanto el enunciar un sentir individual en cada uno de sus
pensamientos, como en recurrir a la verdad universal, esa que a todos
nos ocupa. Es estar más implicado en el razonamiento colectivo, sin
negar, ni renunciar al sujeto singular en su momento preciso.
Por
si acaso es un texto fragmentario abierto al rescate y al razonamiento, frases encadenadas que parecen formar bloques, como si combinaran intencionadamente unas con otras; un libro que aporta ideas con
vocación de permanecer en el pensamiento de quien lo lea, para
seguir dialogando, una apuesta propia del autor que entiende la
esencia del aforismo como alumbramiento que ha de propagarse. La
escritura aforística guarda bastante relación con la literatura
autobiográfica y diarística. En realidad, quien practica el
aforismo se retrata de alguna manera y revela muchos rasgos de su
personalidad y talante:
Si
nos falta la palabra, no nos encontramos.
Cuando
era niño no tenía probablemente infancia. Ahora sí.
Hay
que procurar que coincida la muerte con el fallecimiento.
Tú
te fuiste y yo que quedé ido.
Nos
pasamos la vida tratando de aprender a vivirla.
Ser
preciso es una forma de generosidad.
Es
importante aprender que no todo es saber.
No
leer es una forma de ceguera.
A
veces, el peor de los naufragios sucede en tierra firme.
A
oscuras todo cambia de tamaño.
Las
casas con libros nunca están del todo deshabitadas.
Cuando
sabemos que creemos, creemos que sabemos.
Como
todo buen aforista, Gabilondo deja espacios libres para que el
buen lector los llene a su manera o cuestione su tronío. Por
si acaso configura un bloque compacto de pensamientos,
esbozos y hallazgos vitales que deja la estela filosófica de un
hombre comprometido con el saber, la conciencia de vivir y la
transformación del hombre. Contiene más rebeldía que sosiego, más
pellizcos que caricias, más reflexión que elocuencia. Las máximas
y mínimas de Ángel Gabilondo no están concebidas como un
catálogo de sabiduría, ni un recetario para salvarnos, sino que el
empeño, nada pretencioso, va en otra dirección y viene a decir que
si son máximas podían ser mínimas pero, en ambos casos, no para
olvidarse de la vida, sino para cuestionarla mejor.
No
todo consiste en saber y, como apostilla Ramón Éder, un
maestro vivo del género, cuando el aforismo es bueno, es una frase
feliz, es una verdad irónica, es filosofía cristalizada. Por
si acaso tiene que ver con todo esto y más.
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