Luis Landero,
al que siempre leo con placer, escribe: “En los libros leídos está
la sombra, el rastro de lo que fuimos, los diversos bocetos de
nuestro aprendizaje estético y de nuestra evolución vital, los
vestigios de ciertos afanes que un día nos conmovieron y que luego,
tras ser devastados por el tiempo, con los materiales de sus ruinas
construimos nuestro modo de ser y de sentir, y lo más valioso y
secreto de nuestro bagaje cultural”.
Toda
literatura es un testimonio de la vida que persigue siempre
revelarse. Toda narración, incluso aquella que pretende imitar la
vida, es una ficción, un artificio en busca de esa meta, que no es
otra más que desvelar una experiencia. El escritor, por tanto, sale
al mundo con sus pormenores del pasado, su vida presente, su mirada,
sus lecturas, y lo que nos devuelve es una visión de la vida.
Partiendo
de esta premisa, Paloma Díaz-Mas
(Madrid, 1954) se enfrenta en Lo que olvidamos
(Anagrama, 2016), su última novela, a un tema universal: el paso del
tiempo. A partir del dolor producido por los estragos de la memoria
de su madre, Díaz-Mas
construye dos relatos alternos, con asombroso afán de fidelidad, en
los que el pasado reciente familiar y la convulsa historia colectiva
de un momento clave en la incipiente democracia de nuestro país
marcarán la hoja de ruta de su pieza literaria, un libro intimista y
emotivo. En esa confluencia personal y política, la propia
experiencia de la narradora se transforma, a la postre, en
experiencia de todos.
El
resultado es un libro absolutamente conmovedor, escrito con un pulso
narrativo encomiable y con un título contundente, sin ambages. Lo
que olvidamos es un relato
breve, registrado en setenta y cinco entradas, que aborda ese surco
devastador referido a la pérdida de memoria de una persona que se
produce al llegar irremisiblemente a una edad avanzada. Bajo esta
evidencia vital, la autora, sin tener que nombrarla, aborda el
alzhéimer, una de las enfermedades más crueles y tristes del
momento e imparable, a causa del incremento de una población cada
vez más envejecida.
Díaz-Mas
reconstruye esa experiencia dolorosa a través de su voz narrativa,
que comienza con la visita al geriátrico donde reside su madre, una
anciana maltrecha y extraviada por la enfermedad del olvido. Allí,
en el patio donde se reúnen los internos de la residencia, también
dará cuenta de los penosos y entrañables encuentros con algunos de
ellos. A partir de la realidad del presente, la protagonista rescata
su vida pasada, recordando algunos pasajes de su infancia,
entremezclados con estos pequeños momentos del presente que le
resultan tan reconfortantes en compañía de su madre. Este
sentimiento encontrado, entre la realidad patética e inexorable que
soporta y el pasado melancólico de sus vivencias, conforma también
otra de las claves del libro, como se verá más adelante, cuando la
narradora vaya incorporando más y más recuerdos, hasta confluir en
un hecho histórico y trascendental, como resultó que a sus
veintisiete años fuera testigo, a pie de calle, de aquel ominoso
intento de golpe de estado que tuvo lugar en el Congreso de los
Diputados en febrero de1981.
En
esta historia personal, familiar y colectiva planea una constante
necesidad por recuperar la memoria de nuestros seres queridos en ese
destino común, que no es otro que compaginar la tierra donde
crecimos con la gente y sus cosas. Y como las cosas son tozudas e
insisten en sobrevivir –según nos refiere su protagonista–
pueden apañárselas muy bien sin nosotros, sus antiguos poseedores,
y reencarnarse en numerosos avatares. Al final, la narradora de esta
novela sentencia que la vida de las cosas se nos escapa sin que
podamos evitarlo.
Lo que olvidamos
es un testimonio sincero en ese sentido pero, sobre todo, es una
honda narración, una sentida e intensa historia sobre las
intermitencias de la memoria, sobre el olvido y, también, sobre el
valor de las pequeñas cosas que nos rodean para, al mismo tiempo
constatar que el presente también se nutre de dichos recuerdos y
goza de su legado.
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