No
existe un solo modelo teórico que pueda contener la complejidad de
la realidad humana a la hora de emprender un viaje. Ninguno puede
escapar a la subjetividad del viajero, a su propia condición y a sus legítimas motivaciones.
Los
viajes, además, precisan de un impulso mítico, aunque
particularmente alguno de esos impulsos resulte más humilde y de
andar por casa que los de los tiempos heroicos, cuando aquellos
hombres de entonces iban a conquistar ciudades, como lo hicieron
Agamenón, Aquiles
y Ulises con Troya; o
como Jasón y sus
argonautas cuando se aventuraron a robar en tierras ignotas los
vellocinios de oro; o como el fornido Hércules
cuando tuvo que enfrentarse al temible león en Nemea; o como el
joven Eneas cuando
asumió los designios de los dioses que lo llevaron a fundar las
ciudades del Lazio.
Los países
invisibles (Fórcola, 2016)
de Eduardo Lalo
(Cuba, 1960) es una mirada al mundo por donde late inequívocamente
todo ese espíritu clásico del mito viajero, pero, a su vez, es una
indagación, una andadura en busca de respuestas, con la plena
conciencia de saber que nunca se llegará a vislumbrar del todo lo
que representa cualquier tierra extraña.
Lo
que propone el escritor y fotógrafo puertorriqueño en este
interesante ensayo es una especie de periplo físico y mental,
acompañado de la lectura de muchos libros, por distintas ciudades
del mundo, un viaje experimental que le traerá de regreso a San
Juan, donde vive, para reivindicar la garra simbólica que poseen los
países invisibles, como Costa Rica, territorios ninguneados por el
discurso oficialista de las naciones poderosas de occidente, y que a
lo único que aspiran es a huir de su estancamiento y olvido.
Mientras
esa necesidad puertorriqueña permanece en el tiempo, arrastrando las
secuelas históricas de la conquista española, y ahora agravadas por
el nuevo colonialismo norteamericano, este escritor viajero e
indomable, que responde al nombre de Eduardo Lalo,
no esconde en absoluto su identidad, ni su vocación literaria y
filosófica, para mostrarnos, desde su conciencia, el trasfondo de
esa invisibilidad programada y latente que soportan países como el
suyo.
Todo
libro está destinado a alguien. Puede que el acto de escribir sea
una tarea solitaria, pero siempre es un intento de llegar a otra
persona que también lo leerá en solitario. Lalo
sabe que la escritura y la lectura tienen esa particularidad y muchas
otras confluencias con el hecho de viajar y ver mundo. En Los
países invisibles hay
también un recorrido crítico por algunas capitales y ciudades
europeas a las que el autor asocia con la capital de su país, por
medio de ese hilo conductor consumista, tan propio del mercado
global, que se extiende por todo el planeta.
Eduardo Lalo
firma un libro intenso y emotivo, un periplo biográfico con
abundantes escalas literarias. Aquí hay lugar para ver cómo el
escritor sobrelleva su pasión por los libros a través de las
muchas lecturas que hace de sus escritores favoritos, así como de
felices hallazgos encontrados por el camino. Robert Walser,
Kafka, Pessoa,
Peter Sloterdijk o
Susan Sontag, entre
otros, conforman parte de la órbita de su universo literario.
“Escribir desde la invisibilidad –subraya el puertorriqueño–
significa ampliar el campo miope de lo visible”. Por eso es
procedente la invitación pertinaz que encuentra el lector en el
texto para hacerse la pregunta clave sobre si la literatura es la que
crea la visibilidad de las cosas que existen, no solo para ser
leídas, sino, mayormente, para examinarlas, entenderlas o
refutarlas.
Los países
invisibles,
galardonada con el Premio
Juan Gil-Albert Ciutat de Valencia,
es una obra breve, pero densa, de mucho calado ético y social, que
no solo contiene una crónica viajera y un ensayo filosófico en sus
entrañas, sino que va más allá, proponiendo una reflexión desde
la experiencia vivida por el autor y desde la memoria autobiográfica,
sin tener que acudir al distanciamiento de sí mismo para hacer
posible la estupenda narratividad que consigue mostrarnos: el
descubrimiento de otro mundo, invisible y cierto.
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