Una
de las mejores experiencias a compartir por la mayoría de los
lectores es, sin duda, el descubrimiento de un libro que le haya
permitido, como ningún otro, una exploración de sí mismo y del
mundo de una manera íntima y singular. En ese sentido, para algunos
de ellos, ese libro puede ser un clásico reconocido, como diría
Alberto Manguel.
Pero, a veces, también ocurre lo mismo con un texto menos conocido,
tan apto y cualificado para ello como los ya consabidos clásicos,
capaz de producir ese eco profundo y gozoso que todo lector exigente
persigue.
Podríamos
decir que el libro que traemos a este espacio contiene esas
resonancias que tanto anhela el lector entusiasta. Homo
poeticus (Acantilado, 2017)
es una colección sorprendente de ensayos literarios y entrevistas,
un volumen hermosamente editado, bajo la traducción impecable de
Luisa Fernanda Garrido
y Tihomir Pištelek,
escrito con la sagacidad y persuasión de una de las voces literarias
europeas más interesantes del pasado siglo, Danilo Kiš
(Subótica, Serbia, 1935 – París, 1989), un escritor comprometido
con la literatura y con su tiempo que siempre estuvo atento a los
avatares de su tierra natal, una nación atizada por la amenaza
continua de desintegración durante un periodo negro y convulso de
identidad y de nacionalismos emergentes, y que tanto dolor y muerte
produjera en la ya desmembrada Yugoslavia.
La
mayoría de estos ensayos fueron publicados entre 1960 y 1970. Pese a
ello, su vigencia literaria e intelectual es de mucha actualidad,
sobre todo referidos al discurso ético de la escritura, sin
menoscabo de que algunas posturas y formulaciones pudieran parecer
contradictorias, menos audaces y más discutibles respecto al momento
de su aparición. Para Kiš,
según él mismo advierte en el prólogo del libro, “estos textos
hay que considerarlos como una suerte de piel de serpiente de la que
me he librado, entre convulsiones”.
Verdaderamente,
el dilema que impregna todo este libro viene determinado por la
contradicción entre el homo
politicus
y el homo
poeticus,
dos roles que conforman el sentir y el estar de la vida intelectual y
de la experiencia personal de este gran escritor serbocroata. La
literatura, la poesía, para él, en sus propias palabras, no es más
que “un dique contra la barbarie y, aunque la poesía quizá no
amansa las fieras, al menos sirve para algo: le da un sentido a
nuestra vana existencia”, (pág. 88).
En
ese sentido, Kiš
proclama que su estirpe forma parte de la misma familia de pueblos
europeos que, según su propia tradición judeo-cristiana, bizantina
y otomana a la vez, tiene tanto derecho a pertenecer por historia,
espacio y relación a la misma mancomunidad cultural. Habla también
en uno de estos ensayos, bajo el título de Entre
la esperanza y la desesperanza,
sobre dos de sus primeras novelas: La
buhardilla
y Salmo 44,
ambas publicadas en 1962. En la primera de ellas, bajo el subtítulo
de Poema
satírico,
esboza una suerte de inventario de pensamientos y fantasías
juveniles sobre el más allá, mientras que en la segunda, su
propósito literario se convierte en una prosa dramática y
documental basada en Auschwitz, pero, en ambos casos, el sentido de
la vida es el eje del entramado de cada historia.
Kiš
viene a decirnos que escribimos lo que deciden las palabras y el
texto, así parece, que ha de llegar al lector quien debe estar
convencido de que lo leído tenía que expresarse así, con esas
mismas palabras y en ese mismo orden. Para él, escribir literatura
enriquece y disipa. Lo mismo que agiganta trozos de la propia
existencia, también deja vacíos dentro de uno, como fragmentos de
una vida que se interrumpe durante ese largo trayecto que significa
vivir y experimentar pensamientos insólitos, complejos y, muchas
veces, adversos.
La
segunda parte del libro contiene un buen puñado de entrevistas
concedidas en Belgrado a distintos medios, entre los años que van
desde 1972 a 1980, las cuales nos acercan a la personalidad y al
pensamiento del escritor balcánico. En una de ellas, bajo el título
Los
libros son útiles a pesar de todo,
diálogo mantenido con Vida
Ognjenoviċ
el 3 de junio de 1973, confiesa que “escribir es un acto de
desesperación”. Para él, el acto de escribir es la revelación de
los verdaderos nombres de las cosas. Nombrar las cosas no es solo el
ideal de Sartre,
sino de toda la literatura en sí, de la poesía y de la prosa por
igual. Le gusta recalcar las palabras del escritor francés, a quien
admira profundamente. Escribir, en esencia –recita– no es más
que nombrar las cosas, decirlas de cierta manera.
Como señalaba Susan Sontag, gran admiradora de Danilo Kiš, un escritor es en primer lugar un lector. En Homo poeticus encontramos toda la esencia de un lector curtido y despierto que habla y puntualiza sobre la literatura como morada del matiz y de la indocilidad.
El lector exigente que se acerque con curiosidad y lentitud a esta exquisita biografía intelectual saldrá convencido de que no leemos para escapar del mundo, ni para sustituirlo por otro hecho a la medida de nuestros deseos, sino, sencillamente, para ser más reales y entendidos de lo que dicho mundo nos muestra.
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