Sin lugar a dudas, el aforismo ofrece un espacio privilegiado para la reflexión. Y en ese sentido, es exigente con el lector. Así lo señala Ramón Eder, sin ningún tipo de rodeos: "el aforismo es un género literario que no gusta a los lectores pasivos". Por otra parte, como entrevé Georges Perec, el aforismo constituye un arte de la esencia, que se funda "en el juego entre lo previsible y lo imprevisible, entre la espera y lo imposible, la connivencia y la sorpresa". El género aforístico ha sido visto como una de las formas que ha asumido el poder para encarnarse y actuar sobre la sociedad en forma de preceptos, axiomas, sentencias, consejos o máximas.
Así mismo, el aforismo ha convivido con una serie de formas breves que han ido recibiendo diferentes denominaciones, hasta el punto de configurar un campo semántico rico y variado. No cabe duda de que el estilo aforístico, al menos en su formulación clásica, se haya caracterizado por la asertividad, el razonamiento deductivo, la definición o por un cierto aire pragmático que conectaría el ámbito didáctico, prescriptivo y epifánico de algo que necesariamente tenía que expresarse así y en ese orden. Digamos pues que el aforismo vive en tensión con los propios límites de lo comunicable que deciden las propias palabras que lo conforman.
Para el poeta y ensayista Javier Sánchez Menéndez (Puerto Real, Cádiz, 1964) los aforismos, además de todo lo dicho, son conceptos, artilugios, como a él le gusta llamarlos, ideas que desprenden sabiduría, belleza y cierto sentimiento de melancolía, profunda y sosegada. Nacen de la observación de la realidad para ver lo que no se ve, sin conformarse con menos. Muchos otros afloran también de la imaginación y de la libertad que le permiten crear representaciones para combinarlas hasta abstraerlas y convertirlas así en piedras de toque.
Su nuevo libro, Ética para mediocres (La Isla de Siltolá, 2020), es el cuarto volumen de su producción aforística, que sigue a Artilugios (2017), La alegría de lo imperfecto (2017) y Concepto (2019), una senda literaria fecunda en la que su autor, en los últimos años, ha ido desplegando su pensamiento y sentido crítico de la vida, para encontrar respuestas, alguna revelación, una verdad o la duda de si realmente lo es, o más bien resulta ser una simple paradoja donde encajar las palabras exactas con las que dejarla escrita.
En este lance fragmentario de ahora, el autor se empeña en provocar en el lector un ajuste de sus expectativas y, de alguna manera, una modificación sustancial de su capacidad de interactuar con el lenguaje y con la realidad más inmediata. Alienta a un despertar desde la intuición profunda para conducirnos hasta la comprensión de la naturaleza de lo real. Viene a decir que "la mente es el instrumento que posee el ser humano para vivir en el mundo", y que "el mundo no es complejo. Su contradicción tampoco. Lo es su principio". Para él, "el aforismo es una ventana abierta para el lector", un cauce por donde encontrar motivos para pensar.
Ética para mediocres es un libro concienzudo y atento a la realidad del momento, que reúne casi trescientos aforismos y ocho breves reflexiones en un capítulo final sobre la crítica y el autobombo, un libro que no se anda con chiquitas: un repertorio revestido de ironía, contrario al ruido, atento al silencio, y muy cargado de paradojas y verdades infinitas que, en muchos casos, no es la verdad de uno o la de otro, sino la verdad que nos impone la realidad y sus encrucijadas existenciales. Los aforismos de Sánchez Menéndez se instalan en un terreno a caballo entre lo literario y lo filosófico. No impone condiciones, interpela al lector y le sugiere hacer, querer aprender o mirar lo de fuera, como decía Victor Hugo, desde dentro de sí mismo.
Ética para mediocres es un libro concienzudo y atento a la realidad del momento, que reúne casi trescientos aforismos y ocho breves reflexiones en un capítulo final sobre la crítica y el autobombo, un libro que no se anda con chiquitas: un repertorio revestido de ironía, contrario al ruido, atento al silencio, y muy cargado de paradojas y verdades infinitas que, en muchos casos, no es la verdad de uno o la de otro, sino la verdad que nos impone la realidad y sus encrucijadas existenciales. Los aforismos de Sánchez Menéndez se instalan en un terreno a caballo entre lo literario y lo filosófico. No impone condiciones, interpela al lector y le sugiere hacer, querer aprender o mirar lo de fuera, como decía Victor Hugo, desde dentro de sí mismo.
Este no es un libro solemne, ni grandilocuente, pero tiene mucho de enfático y de sagacidad calculada. Dice Sánchez Menéndez que "el aforismo deja las puertas abiertas para provocar el pensamiento", con esa idea clásica de Parménides de que todo lo que hay ha existido siempre, o de que nada puede surgir de la nada, como alumbra en este otro aforismo suyo de corte también clásico: "Para conocer aquello que es hay que conocer aquello que no es". Y es que el buen aforismo, viene a decirnos, es atemporal.
Nos gustan los libros incisivos que aparejan un compromiso de perseverancia y aprendizaje, que incitan a poner sentido crítico a lo que verdaderamente importa, que alumbran y ponen ideas, no para salir de dudas, sino para entrar en ellas. Ética para mediocres, qué gran título, pone mucho de esto en juego, mucho que pensar, para que cada cual entienda lo que quiera y sepa entender.
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