La senda de la nouvelle nos depara sorprendentes desafíos literarios que responden a una exigencia narrativa que pone en alza la dificultad de este género que se define, fundamentalmente, como la representación de un acontecimiento, sin la amplitud de la novela normal en el tratamiento de los personajes y de la trama. La trama que, como la define Aristóteles en su Poética, no es más que “una combinación de incidentes en una acción completa, unitaria, que la mente puede captar de una vez, como una totalidad causalmente concatenada”.
Alejandro Morellón (Madrid, 1985), debuta en la novela con un texto encuadrado en estas dimensiones propias de la nouvelle, y lo hace con brillantez, con la tensión e intensidad necesarias que exige este género narrativo. Ochenta y siete páginas le bastan para acometer una historia familiar y explorar un escenario de desmoronamiento en el que sus protagonistas sobreviven asolados por un destino trágico. En la trama de Caballo sea la noche (Candaya, 2019) pasa como lo que ponía de ejemplo Schopenhauer respecto a la correspondencia entre la vida y el ajedrez: en ambos escenarios trazamos un plan, pero este queda completamente subordinado por aquello que, en el ajedrez, se le antoja hacer a nuestro adversario, mientras que, en la vida, el que se ocupa de esa labor es el destino.
En realidad, el conflicto y la tensión por los que transita la novela de Morellón son indisolubles a esta correlación. Surgen de un abismo de impotencia, de culpa, que arranca desde la conciencia de un hijo y una madre, dos narradores apesadumbrados y deshechos, dispuestos a liberarse de una opresión demasiado onerosa. Desde sus perspectivas desoladas, cuentan la historia de su familia, un hogar roto, que deja entrever el lamento sordo de una redención. La mente de cada uno de ellos está repleta de secretos y de palabras masticadas que no cesan de ocasionarles un sentimiento de honda amargura expresados con un clamor que en la madre se observa como algo más atemperado y condescendiente. Resulta muy extraño oírse a uno mismo, sin embargo, aquí, gracias a la tonalidad de las palabras, nos llega con una expresividad más próxima.
Morellón se vale de sus dos personajes principales para contarnos los entresijos de un hogar que antaño fue feliz, pero cuya vida ahora transcurre bajo la desazón de un muchacho que vive recluido en su cuarto, silencioso y sumido en el dolor, y de una madre sumida en la la tristeza. Cada uno pone su voz y se alterna para contarnos, a través de un discurso torrencial, la oscura historia familiar de abandonos y culpa que les une, amores insatisfechos, deseos, soledad y muerte, para entender los motivos por los que el padre huyó de casa, las razones del odio y la causas de la enfermedad de Óscar, el hermano mayor, o para mostrarnos a una madre que, viviendo bajo el mismo techo que su hijo pequeño, mantiene un duro distanciamiento con él, aunque tan solo les separe la puerta de una habitación.
En esta novela, viene a decirnos su autor, las ausencias son a veces más determinantes que las presencias. O dicho de otra manera, lo que echamos en falta también nos define lo que somos y, cómo no, lo que pudiéramos haber sido. Es por ello por lo que el lenguaje tenaz que trasmiten las dos voces que intervienen se encamina a volcarse como transmisor de arrebatos y emociones curtidas en el tiempo. Para conseguirlo, el autor busca su efecto con frases largas e ininterrumpidas, con la idea de envolver al lector en la propia atmósfera de los protagonistas y mostrarle su sinvivir y, así como ellos no pueden salir de ese estado de angustia en el que se encuentran, el lector también lo experimente a través de la extensión que cada frase escrita perpetúa.
Caballo sea la noche es una novela poética en su ejecución estilística, y filosófica, en su sentido existencial, un estallido narrativo contado en primera persona, condensado en cinco capítulos, que son cinco párrafos extensos y cinco puntos. Su construcción se confina en un número ilimitado de oraciones copulativas y subordinadas, como forma arrebatadora y enloquecida de trasladar la voz de unos seres abatidos que pretenden reconstruir su identidad y, con ella, su propia vida.
Qué otra cosa ha sido la literatura más que el relato de los miedos, la pérdida, la culpa, y el propósito de ordenar el caos por el que se mueven sus personajes de ficción. Los protagonistas de esta historia no dicen todo lo que de verdad quisieran, porque si lo hicieran romperían el frágil universo que les queda. Por eso se atienen a lo razonable, a lo soportable. Es eso lo que aquí trasciende y Morellón ha sabido plasmarlo con una prosa vívida e intensa, tomándole medidas al tiempo y al dolor que infligen los exilios interiores.
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