La literatura es la casa del matiz y la tarea del escritor, dice Susan Sontag en su libro Al mismo tiempo (2007), es hacernos ver el mundo tal cual, lleno de reivindicaciones diferentes, papeles y vivencias. Es esa la tarea del escritor, subraya más adelante la escritora norteamericana, la de representar las realidades. Eso significa que un escritor no es más que alguien que presta atención al mundo. Y para tal menester está la literatura, para contarnos cómo es ese mundo. Por eso, la literatura sigue siendo uno de los principales modos de acercarnos al entendimiento de todo aquello que nos rodea e importa.
Los cuentos de la escritora, ensayista y traductora Eider Rodríguez (Rentería, Guipúzcoa, 1977) se circunscriben a esa idea de entendimiento, y evocan una común humanidad con la que podemos identificarnos. Lo que uno aprecia en sus relatos es la sensibilidad y la destreza verbal con las que cuenta su autora para involucrarnos en las situaciones y en los temas en los que ha puesto su mirada y en los recursos de los que se ha valido para construir cada historia. Y el ámbito más propicio para desarrollarlos los obtiene de lo cotidiano, un recinto muy revelador y al alcance de la mano para extraer de él, como centro de emociones y conflictos, todo lo que la realidad refleja.
Un corazón demasiado grande (Random House, 2019) reúne veinte cuentos situados en ese contexto, seis de ellos pertenecen al libro que pone título al volumen y con el que obtuvo el Premio Euskadi de Literatura, y los restantes provienen de una selección de los textos publicados de sus tres libros anteriores: Y poco después ahora (2007), Carne (2007) y Un montón de gatos (2010). Todos ellos, como indica la propia autora en la cartulina impresa que se adjunta en el libro, “están inscritos en la cotidianidad, una cotidianidad de cuyas juntas emerge lo oculto, hasta impregnarlo todo”.
Los personajes que transitan por estas historias son seres fronterizos en sus soledades y deseos, residen en esa constante contradicción que supone vivir, con sus apegos y distancias, con sus gozos y fracasos. Los relatos de Rodríguez conforman un micromundo habitado por una clase media de aparente vida inane, oculta tras una normalidad simulada en la que sus moradores, en la frontera con el otro, revuelven los miedos con la rutina, su dependencia con la fragilidad, sus expectativas con la pérdida que les ha de llegar al final, lo dicho con lo silenciado. Cada uno de estos personajes vive una inquietante relación con el otro, en un constante sentimiento contradictorio de autonomía y dependencia.
El primero de sus relatos, uno de los más destacados y conmovedores, que pone título al libro, es la historia de una mujer que tiene que encargarse del cuidado de su exmarido, enfermo terminal, después de estar más de veinte años separados. Los sentimientos confusos de esa mujer, a veces tiernos, a veces descarnados, exponen lo que tiene de contradictorio los desapegos de las rupturas conyugales. En Gatos, otro de mis favoritos, narra la cotidianidad de dos personas. Es la historia, de hecho, de dos personas normales, dos vecinos mayores con vidas corrientes y, sin embargo, en sus quehaceres sencillos, también hay lugar para que surja lo insólito, una historia en la que sus dos mascotas pondrán el contrapunto a sus dueños que se niegan a relacionarse, por simple cobardía, dando rienda suelta al impulso de sus ocultos deseos.
Carne es otro relato que aborda esa necesidad de relacionarse con el otro, de conectarse con la vida a través del contacto físico, como así trama el hombre que pasea por la playa nudista oteando posibilidades. En otros relatos hay lugar también para la esperanza, como en el que la hija regala unos pendientes de plata a su madre, como símbolo de su anhelo por abrirle nuevos cauces a su recóndito mundo. De igual manera, hay sitio para la ironía, como esa madre e hija que intentan huir de su precario origen social, una tratando de marcarse un nuevo estilo, la otra cultivando el intelecto.
En esa senda narrativa de Raymond Carver o Alice Munro, Eider Rodríguez se afana en que el detalle en sus relatos sea lo más sugerente para el lector, su hilo envolvente. Y esto no es solo un artificio narrativo, sino una manera de llegar al espacio evocado para decir mucho de cuanto quiere sobre las insuficiencias de la vida de la gente que transita por los lugares donde ella enmarca su obra.
Por Un corazón demasiado grande discurren seres aturdidos, expuestos con maestría a ser examinados por el lector a través de cómo miran y cómo gesticulan; seres necesitados de afecto y comprensión dispuestos a un viaje interior en el que desvelar algún extravío. Este es un libro escrito sin sentimentalismos, pero cuya llaneza nos aproxima al lugar y al momento donde se produce el contexto de cada suceso en la vida secreta de la gente dispar que por ellos asoma, gente sobrepasada por vacíos y malentendidos.
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