jueves, 26 de noviembre de 2020

Lectura ilustrada


El acto de leer se asemeja más a un arte que a una mecánica, necesitado de una motivación y de un retiro voluntario que hagan posible el diálogo con otro en el seno de la intimidad, la soledad y el silencio. Leer implica eso y también encajar un texto en un contexto preciso de interpretación. Por otra parte, la lectura continuada aporta frescura a nuestro intelecto y lo reconforta de los achaques de la edad. Canetti, contemplando a los setenta años su propia biblioteca abarrotada, se decía que seguir acumulando libros formaba parte de su rebeldía contra la muerte. Con esa prerrogativa contaba tener la disponibilidad de poder elegir qué leer y seguir teniendo en su mano, pensaba con cierta arrogancia, el curso de su propia vida.

Sin llegar a esa preeminencia del escritor y pensador sefardita, somos muchos los que participamos de esa misma rebeldía. Somos muchos los que nos identificamos con ese significado de la lectura como consuelo y ejercicio continuado de la mente. Cultivarla se basa sobre todo en la observación y en dar tiempo al tiempo. Leer agiliza el pensamiento, produce delectación, acrecienta el discernimiento e impele a contarlo. No conozco a ningún lector que, gozoso con lo que ha leído, no acuda a comentar su dicha con gente afín, amigos, seres queridos o conocidos. Yo también lo hago y celebro mis hallazgos en esta bitácora de lecturas que, desde hace ya casi una década, mantengo activa como espacio que me permite poner en valor lo que la lectura tiene también de vínculo social en el sentido de compartir con los demás lo bueno que uno lee, o cree haber asimilado de lo que ha leído.

El nuevo libro del diplomático, bibliófilo, poeta y escritor Miguel Albero (Madrid, 1967) La orgía callada (Abada, 2020) posee esa jerarquía gratificante propia de un texto evocador y bien urdido que aborda con empeño, sutileza y humor un elogio apasionado sobre la lectura, pero tomando como referencia al sujeto que la desempeña: el lector de libros. “Leer al lector, ése es el objetivo de estas líneas”, dice el autor en el arranque de su ensayo, apoyado en el epígrafe que recoge una de las citas más celebradas de Gustavo Flaubert que dice así: «La única forma de tolerar la existencia es perderse en la literatura como una orgía perpetua».

A esa fiesta nos emplaza el libro. Y en su antesala nos encontramos con la presencia de Nabokov y Steiner, dos escritores importantes señalados por el autor que siempre estuvieron muy volcados en poner su atención literaria a ese reclamo perpetuo de la lectura. En ese acompañamiento y en ese objetivo marcado de atención lectora, Albero nos proporciona los cuatro rasgos que identifican la figura del lector de libros que participa de lo que él denomina “orgía callada”: El primero es que el lector no está nunca solo, como en las orgías. El segundo es que se encuentra desnudo. El tercero es que es promiscuo, eso sí, sin jadeos. Y el cuarto rasgo distintivo y derivado de esto último es que se trata de una orgía particular y diferente, una orgía silenciosa.

Aunque en las muchas ilustraciones que acompañan al libro aparezca un lector aislado y solitario, se refuerza lo contrario de lo que parece, dejando bien sentado que el lector de libros nunca está solo. Conviene reiterarlo, subraya Albero en el capítulo que habla de la no soledad del lector: “Porque leer es dialogar con otros vivos ausentes, o con muertos presentes, estar con otros, esos otros que en el libro habitan; el autor, desde luego, pero también todos y cada uno de los personajes, ya sea ficción o ensayo, Historia o historias, allí siempre hay gente”. El lector de libro viaja, la lectura lo transporta y lo convierte en un “solitario acompañado”, nos dice, consciente y predispuesto a que ese libro que lleva entre sus manos lo lleve inevitablemente a otros libros.

En otro capítulo bien podría resumirse tomando una de las cuatro citas que lo preceden. Me refiero a la de Wilfred Maertens que dice así: «Por mucho que me abrigue o me arrime a la chimenea, siempre que leo tengo la sensación de estar desnudo; no tengo frío, no, pero ropa tampoco». En esa desnudez figurada conviene subrayar que el lector está desnudo porque no precisa de ningún ropaje especial para seducir al interlocutor que aparece en el texto, más bien requiere pasar inadvertido, sin ninguna prenda que llame la atención. Y está también desnudo, como indica el autor, “porque se enfrenta despojado a cuanto viene, porque lo afronta sin parapeto”.

En ese deambular de la obra por la esencia de cómo se sitúa el lector ante un libro, conviene recordar, como atina Albero, que “el lector de libros empieza por ser lector de un libro”, y que “hay siempre un libro fundacional” que lo inicia en futuras lecturas. Los libros se suceden, vienen otros al reclamo de aquella primera lectura y ese germen hace convertir a alguien que lee por primera vez un libro en un potencial lector de libros. Todo lo que despliega este ensayo no es más que un acto de invitación al vicio de leer al que muchos nos hemos entregado. La orgía callada procura las mejores condiciones para que la realidad siempre imprevisible de ser lector se muestre visible, con ese pálpito de trasladar con gracia y con total claridad eso de que no hay mejor cobijo para el deleite, la satisfacción intelectual y el asombro que el que reportan las páginas de un libro.

Uno, como lector incorregible, nunca regala su atención a un libro de forma gratuita. Lo hace cargado de ilusión y con la esperanza de recolectar su fruto. Asumir ese riesgo es la aventura que siempre se está dispuesto a correr cada vez que decidimos leer un libro, confiados en una recompensa final. Cuando el resultado esperado se confirma, entonces el regocijo nos lleva a exteriorizarlo. Es lo que me acaba de ocurrir con este pequeño y hermoso volumen de Miguel Albero, una suerte de hallazgo que hará partícipe igualmente al curioso que se deje tentar por ese reclamo de orgía callada que anuncia su cubierta.


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