miércoles, 15 de mayo de 2024

Reflejos y asomos


“La mayoría de las vidas humanas son simples conjeturas”, dice Julio Ramón Ribeyro (Lima, 1922-1994) en una de las anotaciones de Prosas apátridas, ese libro fragmentario, tan lúcido y testimonial al que algunos lectores suyos hemos rendido culto y seguimos acudiendo a él con inusitado interés y la irremediable confianza de huéspedes libres y consentidos. En sus textos y estancias, Ribeyro despliega todo un observatorio de pensamientos que muestran las rendijas y pasadizos de sus conjeturas sobre por donde transitan la memoria, el olvido, la literatura, lo cotidiano, el paso del tiempo, la experiencia de vivir y, sobre todo, “momentos de absoluta soledad, en los cuales nos damos cuenta de que no somos más que un punto de vista, una mirada”.

Esta mirada ineludible a Prosas apátridas se hace necesaria tras la lectura de Dichos de Luder (La Caja Books, 2024), su sintonía literaria y relación consustancial son apreciables. Hay un sesgo común en ambos textos que refleja el perfil displicente y artístico de alguien capacitado para entrever asuntos propios y ajenos de la vida, las letras y la escritura, la enfermedad o el fracaso con tanta perplejidad y tino. Hay pautas sabias de la realidad en ambos libros no exentas de arrojo, curiosidad y desparpajo que los unen. Le importa a Ribeyro pensar y repensar la realidad, quizá en el sentido que decía Nabokov, como palabra que no quiere decir nada si no va entre comillas. Por eso mismo, considera que hay que tenerla en cuenta como bastión literario y verdad propia.

Entrando ya en las entrañas de Dichos de Luder, el libro se abre con una breve presentación del propio Ribeyro sobre Luder, un escritor ficticio y extravagante que vivió un buen período de su vida en el Barrio Latino de París, rodeado de “su espaciosa biblioteca, donde pasaba la mayor parte del tiempo leyendo, escribiendo o escuchando música”. Pero señala también que Luder, de forma esporádica, rompía su monotonía al atardecer, recibiendo a unos pocos amigos, incluso a contados autores jóvenes con los que mantenía vívidas conversaciones que le reportaban jugosos momentos, “pues le permitían salir de su aislamiento y asomarse a una realidad que le era cada vez más extraña y, en muchos aspectos, insoportable”.

Tras esta introducción, en la que deja constancia de su interés por la figura de Luder y, sobre todo, sus ganas de publicar lo que fue recopilando de aquellos encuentros ocasionales, que vienen a conformar el fin último del libro, todo un muestrario, en cien textos breves, de los diálogos que Luder mantuvo con sus diferentes interlocutores, y que dieron pie a ocurrencias jocosas, réplicas ingeniosas, vislumbres y aforismos brillantes. Ribeyro quiso dar buena cuenta del valor literario de sus dichos, muchos de ellos cargados de ironía y sarcasmo, como este: “Se sueña solo en primera persona y en presente del indicativo –dice Luder–. A pesar de ello el soñador rara vez se ve en sus sueños. Es que no se puede ser mirada y al mismo tiempo objeto de la mirada”.

Luder es también un tipo algo cínico, sin apegos materiales, que se honra a él mismo al burlarse de las grandes ideas del mundo, pero posee un sesgo hedonista que no oculta, encontrando su placer en el vino, en la música y en los boleros, sin perder de vista a las mujeres. No sabemos mucho sobre sus gustos literarios, tan sólo conocemos que le gusta releer los libros de Kafka. No se encoge, ni se corta un pelo al afirmar que “Literatura es impostura, por algo riman”. Ribeyro utiliza a Luder como disfraz para ocultarse y lanzar sus dimes y diretes con libertad y descaro. Luder se muestra sin remilgos, como un personaje desaforado y nada engreído, pero con un torrente de agudezas que le valen al escritor peruano para proyectar, en buena medida, su parecido existencial y descreimiento.


En el estupendo epílogo del libro, a cargo de Jorge Coaguila, crítico y biógrafo de Ribeyro, encontramos más pistas de estos dichos, algunos de ellos, señala, son anotaciones tomadas de oídas de otros personajes, como el que señala: “es un escritor tan anticuado que cuando abres uno de sus libros todas las letras salen volando, como una nube de polillas”, que un día oyó al escritor chileno Jorge Edwards contando una anécdota del mismo Julio Cortázar. Pero la gran mayoría de estos dichos salen del pensamiento y la pluma de Ribeyro, disfrazada bajo la máscara de Luder.

En resumen, este es un libro tan inclasificable como jugoso, un conjunto de breverías, reflexiones y notas que condensan una manera de entender la vida y la literatura, y viceversa, un lugar de encuentro distinguible del gran Ribeyro de Prosas apátridas. En Dichos de Luder reconocemos dichos asomos y reflejos de su escritura sintética, irónica y sugerente. Un festín para la inteligencia.


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