Siempre
hay algo que nos duele, y todo dolor es irradiado, apunta Trapiello
en El arca de las palabras.
Todo dolor y toda enfermedad tienen algo de ajeno a nosotros,
sostiene Siri Hustvedt
en La mujer temblorosa,
e implica una sensación y pérdida de control que se evidencia en el
lenguaje que utilizamos para referirnos a ellos. Marta Sanz
(Madrid, 1967) afirma en su último libro que su dolor es entre otras
cosas: Nudo, corbata,
calambre, ausencia, hueco invertido, vacío de hacer al vacío,
blanco metafísico, succión, opresión, mordisco de roedor... carga,
mareo, ardor, bola de pelusa, sabor a sangre y metal, electrocución,
disnea o boca árida.
Clavícula
(Anagrama, 2017) es un viaje interior a ese umbral del dolor, un
libro fragmentario e íntimo, henchido de autobiografía, bajo una
narración obsesiva, en el cual el miedo al dolor lo inunda todo,
hasta el punto de que la escritura se convierte en el auténtico
paliativo del malestar descrito por la voz de la autora y narradora,
fustigada por los desajustes hormonales propios de su edad y por las
estrecheces económicas que atraviesa su vida familiar. Dice Unamuno
en Niebla que
el hombre no hace sino buscar en los sucesos, en las vicisitudes de
la vida, alimento para su tristeza o para su alegría nativas. La
vida es la única maestra de la vida, no hay pedagogía que valga.
Sólo se aprende a vivir viviendo. A Sanz
le gusta asumir riesgos y en esta ocasión prosigue con esa filosofía
unamuniana desde la propia experiencia, desde su yo, la palabra
tajante que decía Canetti,
desde ese yo doliente del que trata de superarse o, al menos,
gestionar su deriva para no hundirse.
Al
igual que en su anterior libro, La lección de anatomía
(RBA, 2008, nueva edición en Anagrama, 2014), la novelista se
desnuda en esta ocasión, más si cabe, para que el lector la mire y
la calibre. En ambas obras el cuerpo se convierte en el texto que
contiene su biografía. Sin embargo, aquí en Clavícula,
no se echa la vista atrás, sino que el relato se ciñe sobre el
presente acuciante en la edad madura de una mujer expuesta a los
estragos del dolor, la soledad y el desamparo, como bien anuncia la
narradora en los prolegómenos del libro: Voy
a contar lo que me ha pasado y lo que no me ha pasado. La posibilidad
de que no me haya pasado nada es la que más me estremece.
El
escritor, en palabras de Grace Paley,
no es una especie de historiador hipócrita que va por ahí uniendo
cabos sueltos e inventando para responder a las preguntas del mundo.
Marta Sanz, en este
libro tan personal, no pretende más que cuestionar su revés íntimo,
su rechazo a lo que le pasa, tanto con su dolor corporal como con el
que proviene fuera de su ser. Escribir sin ambages sobre el dolor y
el malestar interior no llevará a la autora a resolver su
desasosiego, pero sí que la pondrá en el camino de entenderlos,
como si acudiera a aquello que decía Antonio Machado
en uno de sus proverbios de que conviene saber que los vasos son para
beber, pero que no debemos olvidar para qué sirve la sed.
Este
es un libro que explora cómo la literatura es capaz de convertirse
en bálsamo para entender mejor qué diablo nos duele. Clavícula
es una novela extraña en su hechura, más cerca de un diario o de un
viaje introspectivo al epicentro del dolor físico y su irradiación
al ámbito social, un texto ávido de respuestas ante el insólito
fracaso de dominar ese miedo al dolor y a la enfermedad, tan propios
de la especie humana, que viene impulsado tras muchas consultas
médicas, escenas familiares, amigos e incluso la presencia
importante de un marido cómplice y presto en sus malos momentos.
También el amor tiene cabida en sus páginas, el amor como barandal
que protege del abismo.
Los
lectores necesitamos escritores incendiarios, impertinentes e
intrépidos, que nos saquen de nuestras casillas, del confort y de la
rutina, que nos sometan un tiempo al desacato, a la incomodidad, a la
intransigencia, y que nos muestren el lado menos amable de la vida,
ese que también nos es afín a todos. En ese sentido, este es un
texto propicio que encaja con esa línea literaria comprometida y
exigente, un libro inteligente y veraz, de escritura ágil y eficaz,
que lleva al lector al terreno indómito de la experiencia del dolor
y de sus inmensos desajustes.
Es
malo sufrir, pero es bueno haber sufrido, decía Agustín
de Hipona, y ahí está la
buena literatura para hacerse eco de ello. Clavícula
sigue esa senda, y lo hace con valentía y autocrítica, un libro en
el que la autora ni se ruboriza, ni se contiene frente al lector,
como tampoco camufla el lado patético de su propia vida.
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