Tal
día como hoy, hace cien años, a las cinco de la mañana, nacía en
la ciudad de Sayula, del estado de Jalisco, Juan Rulfo,
el mismo día de la celebración del santo patrón de su padre, Juan
Nepomuceno, llamado entre sus
allegados don Cheno.
Rulfo sobrellevaba
mal que le hubieran apilado todo el santoral de sus antepasados bajo
el nombre de Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno.
Hubiera preferido algo más sencillo como Juan Pérez.
Así se le conoció hasta que publicó sus primeros cuentos bajo el
seudónimo de Juan Rulfo.
La narradora y ensayista argentina Reina Roffé
nos revela estos detalles particulares en los prolegómenos de su
biografía armada, como así la llamó en 1973, sobre el escritor
mexicano para explicar cómo, de un origen y de una conciencia en la
que todo da que pensar, puede surgir la conciencia de un ser que dio
que pensar a todos.
Empatía
es la palabra clave del biógrafo. Una vida, por muy bien documentada
que esté, sigue siendo misteriosa si el biógrafo no despierta en el
lector la disponibilidad y la capacidad de compenetrarse con un
personaje, con una situación o con un ambiente. Pero esa empatía
requiere ante todo el combustible del conocimiento y, además, la
manera de transmitirlo. Como bien dice Blas Matamoro
en el prólogo de la nueva versión de Roffé
de su biografía sobre Juan
Rulfo,
publicada
recientemente por Fórcola, su autora sabe todo lo que se puede
contar del biografiado, aunque éste sea introvertido, conversador
dificultoso, más bien apático e íntimamente dueño de sus
mentiras. Lo que sí averigua Roffé,
dice Matamoro, es
“por qué mentía Rulfo”.
En
ese viaje vital propuesto por la escritora, a través de la vida y
obra del autor de Pedro Páramo,
el lector entra en los recovecos existenciales de un ser silencioso,
reservado, cargado de una historia familiar en la que la violencia y
la muerte marcarían su carácter y su literatura. Su visión
literaria de la muerte sería siempre cercana, repentina, llena de
misterio, como si dicha muerte estuviera siempre a la vuelta de la
esquina. Rulfo
es un escritor que cuenta en su única novela y en unos pocos relatos
los envites de la muerte como ausencia y cadena, como si contara una
historia que ocurre por el vacío que destila. Roffé
viene a decirnos que para Rulfo
narrar es una guerrilla contra el olvido y su connivencia. Si la
muerte no le hubiera marcado desde la infancia, no hubiera tenido
necesidad de relatar nada. La muerte violenta de su padre y de su
abuelo, la ruina familiar y, posteriormente, la muerte de su madre,
le fueron sumergiendo en una soledad enorme. Sin más parientes
próximos que una abuela materna, con la que vivió unos pocos años,
finalmente terminaría su niñez en un orfanato de Guadalajara, de
régimen carcelario, según confesó en la entrevista que le hizo
Joaquín Soler
Serrano
en su programa televisivo A
Fondo
en 1977.
Si
la figura paterna representa el cauce determinante en la obra del
autor jalisciense, el papel de la madre, subraya Roffé,
también tiene rango especial, debido a ese rol tradicional de mujer
sufrida, adoptado comúnmente en la comunidad mexicana. Si Rulfo,
con apenas seis años, había podido conversar con su madre acerca
del asesinato del padre, no cabe dudas de que, aunque él guardara
algún recuerdo de su progenitor, la madre fue quien sobrellevó,
mientras pudo, el peso de la memoria del esposo malogrado. Otro
secreto que no se supo del artista hasta su muerte fue que también
había sido seminarista. Poco se sabe de esto y menos si Rulfo
ingresó en el Seminario Conciliar de Guadalajara en1932, al poco
tiempo de salir del orfanato, con vocación expresa de ser sacerdote
o solo para continuar sus estudios. Después vendrían unos años de
incertidumbre en sus estudios universitarios, hasta recaer como
funcionario de la Oficina de Migración, un trabajo que le deparó
continuos viajes. Su debut como escritor no le llegó hasta 1945
cuando publicaría algunos cuentos. La bohemia cultural de
Guadalajara lo atrajo como un miembro más en sus tertulias, donde
destacaba Juan
Arreola,
personaje clave e impulsor de su novela mítica, Pedro
Páramo.
Hay
muchas anécdotas y vivencias extraordinarias sobre la vida de Juan
Rulfo
en esta estupenda biografía. En una de ellas cuenta la escritora
Elena Poniatowska
que una de sus admiradoras le preguntó, durante una cena homenaje,
que qué sentía cuando escribía, a lo que Rulfo,
casi sin levantar la mirada, gruñó: “Remordimientos”.
Hay
también otros testimonios, confidencias y opiniones de gente que
trataron de cerca al artista que tan bien se sentía en soledad y tan
incómodo en público. Para algunos, como Fernando
Benítez,
era
sabio, dulce y humilde amigo, para otros, contrariamente, era hosco y
cortante.
Roffé
firma
una biografía amena y vívida sobre la figura de un clásico de la
literatura hispanoamericana, un extraordinario narrador adscrito,
según la autora, a la tradición literaria de su país que gira en
torno al culto a la muerte como fascinación ante la nada, un
escritor con un lenguaje poético inigualable, que se vale de una
prosa en la que nada sobra y todo está dicho e insinuado. Nos
encontramos ante un libro jugoso que concita a interpretar mejor la
vida y obra de un grande de la literatura universal, un hombre, a su
vez, triste, silencioso y escurridizo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario