Dos citas reveladoras al inicio del libro vislumbran el sentido previo de lo que nos depara. La primera de J.M. Coetzee: “Porque no existe esa vida mejor. Esta es la única vida posible”. La segunda, más minimalista y arrebatadora, de Alejandra Pizarnik: “Mi desorden es atroz”. Ambas cohabitan con distinta intensidad y percusión por cada capítulo del libro. En esta novela cada personaje alterna un capítulo. A veces, son dos los personajes que entablan entre sí un diálogo confrontando la vida expuesta en sus hechuras, con el atisbo de que un humilde gesto puede cambiarlo todo. La novela transita de uno a otro dejando ver que la soledad e incomunicación de todos ellos es también un acto de rebeldía. Lo hace Samuel con Gema, su esposa, y con Luismi, su mejor amigo. También Pedro, en su contorno voluble de adolescente. Al igual que Marta, la terapeuta, observadora de tantas emociones ajenas, consciente de que “a todos nos hacen falta los melodramas para sobrevivir”.
Las intermitencias que cada uno de ellos va dejando esparcir de forma continuada reflejan sus síntomas y maneras de entendérselas con la vida. Luismi señala: “Qué más se puede hacer, excepto vivir”. Para Gema, “vivir es como cruzar carreteras en lugar de transitarlas en línea recta”. Samuel, un hombre invisible y aturdido, considera que para él “caminar se ha convertido en enhebrar rotondas”. A Pedro, lector impenitente, le preocupa su realidad, la que está fuera de los libros, “la realidad dando puñetazos, para no variar”. Marta, en cambio, aspira a soltar amarras del pasado, al menos es lo que traslada a sus pacientes: “No soporto este constante volver hacia atrás tan estéril”. Todos ellos se exponen y se desnudan de sus certezas y desengaños. A ninguno le impide el otro para ser él mismo. Todos entran en acción y, cuando piensan, sus cuerpos también piensan.
Sin duda, Salva Robles, es consciente de que escribir una novela es habitar en otra dimensión, nadar en un mar de dudas, y más en un debut, que no parece que lo sea. Eso del mar de dudas lo sabe todo escritor que se precie, es su privilegio, bendito privilegio. Del desorden y la herida es una novela que se deja querer, que encuentra el tono de lo que quiere contar por muchas razones: posee un ritmo narrativo trepidante, pasiones contenidas y verdades equidistantes, como la lucha, la ilusión, el silencio o la fatalidad. Es una novela que deja ver lo que su autor tenía decido ya en su cabeza, si no, no lo hubiera orquestado con ese desparpajo que la envuelve, y que nos revela que escribir es sustraerse a la vida, que escribir es tocar de cerca lo humano, es poder captar eso que mientras es, ya no es o deja de serlo.
En fin, digamos que la pulpa de todo lo que aquí se cuenta se encuentra en lo que el libro deja al descubierto, que la vida hace añicos las certezas, que el provecho de la vida reside en su uso, una novela cuya virtud suprema es el aire de realidad que sopla en sus páginas, como si el autor buscara la concordancia de la palabra con las costuras de la vida. Al final, de qué se trata, ¿de vivir o de saber que se está viviendo? Un debut destacable.
¡Excelente!👏👏
ResponderEliminarGrandísima lectura. Mi enhorabuena.
ResponderEliminarMuchísimas gracias, Rubén.
ResponderEliminarQué gran lectura has hecho de la novela y qué gran reseña!!!
ResponderEliminarCelebro tus palabras.
ResponderEliminarSin palabras me dejas. Qué maravillosa reseña me has regalado. Gracias INFINITAS.
ResponderEliminarUn disfrute de lectura tu libro, Salva.
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