martes, 11 de junio de 2024

Reflejos, miradas y entresijos


No pienso en los aforismos como forma recurrente de sermonear a nadie, ni como proyectiles en una guerra de ideas, sino como reflejos y espejos provistos, en su forma breve, de hallazgos y esbozos para percutir en el misterio y devenir de las cosas. Al principio de mis lecturas, pensaba que el aforista trae algún bosquejo que desvelar ante nuestros ojos, con el propósito de reparar nuestra atención en su síntesis lapidaria. Pero entendí después que el género también propicia suficiente material expresivo de destellos de lucidez capaz de refundir una idea, una paradoja o un vislumbre sobre una verdad apremiante o reticente con la que desplegar una síntesis indagatoria con cierto equipaje meditativo o lírico, que no esconde esa necesidad de sondeo que quiere encontrar sentido y alcance con palabras ajustadas para dar que pensar. Y aquí me mantengo, en esa interpelación, con la creencia de que son las palabras, en su identidad verbal y en su disposición formal, la razón de ser con la que cada escritor prodiga y cultiva los esquejes y entresijos de sus aforismos.

En Parpadeos (Taurus, 2023), Andrés Rábago (Madrid, 1947) prolonga esta idea de síntesis, génesis e identidad artística de entender el alcance a que aspira el aforismo con tan solo un brochazo, como suele decirse, para dejar a la intemperie cualquier asunto, tarea o disquisición que nos remita a lo esencial o al reverso de lo expresado. Dice en uno de sus primeros guiños que “Es más fácil explicar el cómo que el por qué. Pero sin el por qué ¿de qué sirve conocer el cómo?” Y siguiendo este cauce, propone, al igual que hace con sus sagaces viñetas que publica en El País, bajo el pseudónimo de El Roto, que hay que contemplar sus aforismos con una mirada más próxima a la posición de espectador, pero sin perder de vista la postura de lector intuitivo. O, dicho de otro modo, nos remiten a lo esencial, al meollo de la veracidad que insinúan: “Todo está en la realidad y toda la realidad está en uno mismo”, resalta.

Todo libro es, en cierto modo, un exorcismo, una tarea de decantación en la que el autor elige un modo y un tema vinculado de alguna forma con su vida personal o laboral, con su entorno o con el ajeno, y lo desarrolla desde la experiencia y la inventiva propia, siempre desde un prisma literario, planteando sensaciones, dudas y conjeturas, con el fin de explicar algo para llegar o, si no, acercarse a un resultado ante los ojos del lector que le desate algún tipo de interés. Parpadeos invita al lector a participar de las palabras e imágenes que proyecta, a reinterpretar sus reflejos, miradas y entresijos. Dice Rábago al respecto que: “Un arte que no necesite intérprete, ¿dónde se ha visto eso!”. Y añade: “Todos necesitamos la mirada del otro. Incluso el más extremo anacoreta tiene la necesidad de la mirada de Dios”. En muchas otras ocasiones, oímos sonar en sus aforismos una severa advertencia casi profética: “Somos lo que percibimos, lo que no percibimos es lo que desconocemos en nosotros”; “La seguridad no es fiable, sólo la duda lo es”; “Me sigo formando. Efectivamente, como todo en el universo”.

Ahora bien, conviene puntualizar que Parpadeos es una muestra del sentir artístico de su autor. El hilo conductor que sobresale en sus setecientos cinco aforismos viene determinado por su procedencia artística, es decir, surge del propio laboratorio del autor, de sus dibujos y pinturas. Subraya esto mismo Basilio Baltasar en el prólogo del libro con suma determinación: «Los aforismos de Andrés Rábago prolongan la sintaxis simbólica de sus viñetas... Sus parpadeos abarcan un amplio repertorio temático y abordan la metafísica de la pintura..., la conciencia moral del artista... y los dilemas de un hermético diálogo interior». Con aparente soltura, digamos que Rábago reflexiona sobre los procesos creativos, su visión de las bellas artes y su manera de entender la pintura y el dibujo. Y en el camino, convoca a venerable artistas como Rubens, Tiziano, Caravaggio, Goya, Bacon o Giacometti.

Confiesa el autor, en una entrevista reciente sobre el motivo de haber llevado a cabo esta tentativa aforística, que su resultado proviene de una acumulación de ideas que le fue surgiendo a lo largo de algunos años, durante la práctica de la pintura y que iba volcando en un cuaderno de notas, que aún sigue creciendo: “En un momento determinado me pareció que había suficientes como para ser editadas. En ellas dejo constancia de mi experiencia en el arte. Es un libro para aficionados a la pintura, los que frecuentan museos y galerías. Son como apuntes de taller”. Pero también, el lector va a encontrar esa singularidad propia de El Roto de ver el mundo como un disparatado barracón de feria por donde transita el desfile de la comedia humana, a través de unos aforismos sucintos y de cierta complejidad y mimetismo en su contenido: “Yo no soy mi obra, aunque ella insista en señalarme”.


Parpadeos es un conjuro sobre el arte y la vida, que parte de una idea de autoconocimiento, un libro en el que el lector encuentra puntos de vista sobre la realidad, el mundo del arte, sus detalles, el tiempo suspendido, la imaginación, la vida reflejada y sus enigmas: “La pintura es la demostración de que mirar no es un acto físico, sino mental”. Un libro que, lo abras por donde lo abras, encontrarás pálpitos, sacudidas y reflexiones sobre el proceso creativo. De eso trata casi todo el libro, pero también de indagar qué hay antes y después del mismo proceso. Un buen puñado de perlas de sabiduría y de percepciones que, como no podía ser de otro modo, aglutina algunas viñetas interpretativas para entrelazar lo que el libro dispone: miradas, trazos, lenguaje, egos y una inmersión sentimental en el arte. Por todo ello, el lector descubrirá un libro con muy buenos puntos de fuga y de giro.


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