Cuando
la gente se quejaba de tener que esperarla siempre, Susan no se
disculpaba. “Me figuro que si la gente no es lo bastante lista como
para llevar algo para leer...”. Con
esta tarjeta de presentación de la controvertida pensadora
norteamericana, Susan
Sontag, arranca el libro
Siempre Susan,
publicado hace dos meses por la editorial Errata
Naturae, a cargo de
Sigrid Nunez
(Nueva York, 1951), discípula, amiga y nuera de la protagonista de
estos recuerdos. Nunez
conoció en 1976 a Sontag,
trabajó para ella como asistente y fue novia de su hijo David.
En el ático del 340 de Riverside Drive de Nueva York vivieron los
tres juntos durante un tiempo, a pesar de los reparos que la propia
Sigrid
puso, pero zanjado por la gran ensayista, de forma tajante: “No
seas tan convencional. ¿Quién nos dice que tenemos que vivir como
los demás?”
El
libro Siempre Susan
es un relato detallado de encendidos recuerdos y momentos álgidos
ocurridos en aquel apartamento. Allí, Sontag
vive, ama, escribe y piensa. Un hogar de muchos latidos entre
corazones tan apasionados, como el de Sontag,
su hijo y otros personajes, como el del singular poeta ruso Joseph
Brodsky, referentes
activos de la América literaria de aquellos años sesenta y setenta
del siglo pasado, una época ávida de cambios sociales y estéticos.
Unas memorias emotivas, llenas de confidencias sorprendentes que nos
acercan a una de las figuras más inteligente, vitalista y apasionada
de aquellos años, y no menos narcisista, arisca y sadomasoquista, por
contrapartida. Leyendo esta crónica narrativa experimenta uno un
extraño atractivo por esta extraordinaria mujer, acrecentado, y esto
es mérito de su autora, por la sinceridad desplegada en unas
páginas escritas con sencillez y naturalidad. Susan
era una mujer feminista, pero a menudo atizaba a sus hermanas
feministas con despiadadas críticas, especialmente contra la retórica
del feminismo, por encontrarlo ingenuo, sentimental y
anti-intelectual. Pero lo que más exasperaba a esta irreductible ensayista era darse cuenta de que la compañía de mujeres inteligentes
era menos interesante que la de los hombres inteligentes. Solía
hacer este tipo de observaciones sin importarle sus consecuencias.
Sontag
era didáctica y moralista, un tanto pretenciosa: quería ser una
influencia para su generación, un ejemplo.
Sigrid Núnez |
Sigrid
Nunez ha escrito un
texto-testimonio interesantísimo para mostrarnos el alma de Sontag
y sus quehaceres. Dice Nunez:
Ella quería que todos compartieran sus pasiones, y
responder con igual intensidad a cualquier obra que a ella le
encantase era proporcionarle uno de sus mayores placeres,
(pág. 62). Incluso, se sentía como más orgullosa al considerarse
a sí misma como una creación propia, y no escatimaba esfuerzos para
denostar a aquellos que apostaban más por la seguridad que por la
libertad. Decía que esa actitud era deplorable y servil. Sigrid
Nunez va desgranando por
las páginas del libro, tanto el pensamiento y los gustos literarios,
como el compromiso social de su mentora, sin olvidarse de resaltar
sus rasgos físicos. Si hay algo que llama la atención de Susan
Sontag es su elegante
pelo y el toque de distinción de su mechón cenizo, pero lo
que más sorprendía a la gente era su
preciosa gran sonrisa,
(pág. 82). Compartía igual que
Virginia Woolf
su pasión por los libros. La lectura era para ella una idea del
paraíso vital y, para vivir esa vida plenamente, leer era algo necesario, y siempre con un lápiz entre los dedos para subrayar o dejar anotaciones.
A
Sigrid Nunez
siempre le asombraba que para Sontag
nunca nada era
suficiente: a menudo me daba la impresión de ser alguien
que quería sentir diez veces lo que realmente sentía,
(pág. 142). Más adelante se refiere a su suegra como una persona
indiscreta, incapaz de guardar un secreto.
Nunez
ha escrito un libro de memorias sincero y vehemente para evocar la
otra vida menos conocida y cotidiana de la que fuera un icono de la
intelectualidad americana, unos recuerdos lúcidos y emotivos, con
mucha sutileza, que se leen como una novela, un retrato de una mujer
fascinante, contradictoria y muy competitiva. Siempre
Susan no es una biografía,
pero sí una radiografía íntima detallada y rica en matices y,
sobre todo, muy bien escrita. Cerrar el libro al alcanzar la página
149 es abrir otra en la memoria del lector para no olvidar a una gran
mujer, de una personalidad arrolladora y excepcional, que dejó un
legado imborrable en la crítica cultural del siglo XX. ¡Forever,
Susan!
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