Durante una visita a mi librería habitual, andaba
entretenido husmeando entre los estantes destinados a libros de
memorias cuando me encontré con un ejemplar flamante, como los
diseñados hace más de treinta años por la editorial Alfaguara,
tan sobrios y elegantes: portada morada, perfil gris, dibujando una
ele invertida, y el nombre del autor en grande, destacando sobre el
título, todo en color blanco. Me pareció anacrónico al principio
pero, a la vez, milagroso. Qué buen recuerdo me traía este
inesperado hallazgo. Todavía conservo en mi biblioteca algunas de
aquellas ediciones de autores como Günter Grass, Henry
Miller, Isac Dinesen o Marguerite Yourcenar, entre
otros, que empezaron a publicarse en los incipientes años de la
democracia española. Toda esta evocación me surgía mientras
acariciaba y hojeaba el libro recientemente impreso. La añoranza y
curiosidad por el texto hallado fueron alicientes sobrados para
añadirlo a la cuenta de los libros que ya tenía apartados.
El oficio de editor
es un libro que tiene su origen en una extensa conversación de Jaime
Salinas
(Maison-Carrée, Argelia, 1925 – Islandia, 2011) con su
entrevistador Juan
Cruz
(Puerto de la Cruz, Tenerife, 1948), que se produjo en 1996 y que
tenía prevista su publicación dos años después, pero que se
postergó a petición del propio
Salinas ya
que se encontraba inmerso en la publicación de sus memorias, en la
editorial Tusquets.
Estas circunstancias hicieron que el libro pasara a la recámara de
la editorial que, en esa misma época, dirigía el periodista
canario. Pilar
Reyes,
la directora actual de Alfaguara,
ha
rescatado el texto como homenaje a Jaime
Salinas,
que
fue un motor incansable, inventivo y reputado del mismo sello
editorial, y como adelanto a las efemérides que se celebrarán en
2014 y que llevarán como reclamo publicitario: Alfaguara,
50 años de buena literatura.
Una iniciativa que celebramos los lectores y que hace
justicia a la labor editorial que Salinas
propició en vida, montándonos al carro de la literatura
contemporánea a tantos españoles, ávidos de otras propuestas
literarias fuera de nuestra frontera. Fue un fantástico editor que
hizo mucho desde dentro por aliviar la penuria cultural de la
dictadura. Fue el alma mater de algunas de las iniciativas culturales
que nos formaron y lo siguen haciendo: el libro de bolsillo de
Alianza,
casi nada, el auge de Alfaguara
o los premios Biblioteca
Breve
y Formentor
de la editorial Seix
Barral.
Juan Cruz |
Salinas
comenzó en el mundo editorial cuando tenía treinta y un años, siguiendo la estela del venerado Carlos
Barral,
que fue quien lo formó en estos avatares. Luego pasó por Alianza
Editorial,
Alfaguara
y Aguilar,
tres de las editoriales más punteras del momento, hasta retirarse
colaborando con Beatriz
de Moura,
directora de Tusquets.
Estaba convencido que el editor es una especie de intermediario entre
el escritor y el lector. Es más, tenía una sensibilidad especial
por los libros y para él la función principal del editor es
cultural, por encima de lo comercial. Javier
Marías,
uno de sus más fieles amigos, afirma en el testimonio final del
libro (1997) que Jaime
Salinas
es una de las
escasas personas del oficio que todavía sienten respeto por su
materia prima, los autores, y no logran verlo como mercancía ni
como condecoraciones.
Nadie discute hoy en día del papel primordial que representó en la
historia de la edición en España.
Jaime Salinas |
En
las conversaciones de El oficio de editor
descubrimos toda la vida de un hombre dedicado al libro por medio de
unos diálogos vivísimos. El libro está muy bien estructurado para
acercarnos al Salinas
editor y al otro Salinas,
el exiliado comprometido, el amigo y memorialista. Hay lamentos
clamorosos por la deriva del libro como producto de consumo y, como
tal, producto de moda. El veterano editor, sin embargo, se mantiene
en sus trece y se reafirma en que el
libro es una cosa hecha para ser leída, no para lucirla. No es un
simple objeto, no es un continente sino un contenido,
y apoya sus reparos en el espíritu verdadero de las grandes
editoriales europeas, como Gallimard,
Bompiani
o Faltrinelli,
donde el libro aspira a ser el gran vehículo de enriquecimiento de
la sensibilidad, de la imaginación, de la justicia y de la libertad.
Después
de haber leído este libro, lleno de literatura y vida, tan ameno e
intenso, no quiero cerrar esta reseña sin dejar mi propio
testimonio, como modesto oficiante de editor que fui, una tarea tan
propensa a las ingratitudes como a la ruina, para destacar, como
lector, la gratitud que profeso a Jorge
Herralde,
de Anagrama,
Beatriz de Moura,
de Tusquets,
Jaume Vallcorva,
de Acantilado,
Joan Tarrida,
de Galaxia
Gutenberg,
Manuel Borrás
de Pre-textos
y Juan Casamayor,
de Páginas de
espuma,
entre otros, por seguir en la misma senda que Jaime
Salinas,
editando con esmero y calidad, y dispuestos a superarse ante un libro
malogrado.
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