Dicen
que los amigos de verdad son los únicos capacitados para atreverse a
opinar sinceramente sobre nosotros mismos y sobre lo que hacemos o
dejamos de hacer. Esto fue lo que hizo la escritora Marta Sanz
sobre el manuscrito que le dejó Luisgé Martín (Madrid,
1962), antes de publicar La mujer de sombra (Editorial
Anagrama), cuando le dijo a su amigo que no se le ocurriera
eliminar del libro nada de lo escrito, por muy duro de leer que
resulten algunas de sus páginas, porque entonces tendría otra
novela distinta.
Esta
intimidad, contada públicamente por Luisgé, me precipitó a
contemplar que La mujer de sombra sería mi próxima
lectura, después de que concluyera la que tenía entre manos, su
última novela: La misma ciudad,
publicada en el sello de Herralde,
una historia existencial que cuenta la ruptura vital de su
protagonista, un hombre instalado en una vida rutinaria, sin estímulo
y sumergido, para entendernos, en la llamada crisis de los cuarenta.
“A esa edad culminante y melindrosa acostumbramos a
pensar que nos hemos equivocado en todos nuestros actos... La vida de
los demás, en cambio, nos parece cada vez más formidable
(pág. 12-13)”. El personaje de La misma ciudad es
un hombre anodino y corriente, acomodado a una vida sin sobresaltos
que trabaja en unas oficinas en Nueva York. Brando Moy se dirige a su
despacho como cada día, pero esta vez salió tarde de su domicilio y
ya no llegaría al bufete instalado en las famosas Torres Gemelas.
Aquella catástrofe del 11 de septiembre, televisada por las cadenas
del mundo entero, le daría la oportunidad de hacer todo aquello que
nunca se atrevió antes. Una novela corta, sobria y amena que no te
deja abandonar su lectura.
La misma ciudad es
un libro con un planteamiento atractivo, que nos habla de segundas
oportunidades que la vida ofrece para intentar alcanzar la propia
felicidad. No sé si la vida de Brando ha sido una parábola o una
patraña, como afirma el narrador al final del libro, pero a mí en
todo caso, me evoca una consideración que Henry
James reflejó
en una de sus novelas y que decía: “Vive
todo lo que puedas; es un error no hacerlo. No importa lo que hagas
en particular, con tal que tengas tu vida. Si no lo has tenido, ¿qué
has tenido?”.
Esto es, en definitiva, el asunto por donde transita la novela.
Muy
diferente es el tema reflejado en La
mujer de sombra:
la obsesión de un hombre atrapado en los tentáculos de la
perversión. Eusebio, el protagonista, sabe lo peligrosas que
resultan sus fantasías, pero le atraen tanto que sucumbe a ellas.
La mujer de
sombra
es, como apuntó Marta
Sanz,
una novela dura y violenta, pero valiente y procaz. La historia
discurre en una trama donde el personaje principal cae en las redes
del abismo y de la violencia psicológica. La muerte accidental de su
amigo empuja a Eusebio a obsesionarse por Marcia, la amante secreta
del fallecido, de la que conocía las confidencias sexuales que
Guillermo le contaba con todo lujo de detalles. Este es el caldo de
cultivo que va corriendo por las páginas de la novela, hasta crear
una atmósfera tan agobiante que en algunos pasajes resulta
irrespirable y transgresora. La
mujer de
sombra
es un viaje al subsuelo del alma, un recorrido por el sexo explícito,
la pasión perversa y el territorio prohibido de un hombre convertido
en un neurótico extremo. La eficacia de la novela de Luisgé
se apoya en un estilo compuesto a base de elipsis, mediante breves
secuencias, para mostrar la incursión de Eusebio en la vida íntima
de Marcia; y en una prosa hipnótica que atrapa, aunque en algunos
momentos incomode por lo que cuenta. Dice Luisgé
que “la
literatura es un arma para molestar”.
La
misma ciudad
y La mujer de
sombra
son dos propuestas equidistantes en el estilo y transversales en la
temática. Ambas atrapan desde las primeras páginas y llegan a las
emociones del lector y destapan algo de lo que circula por la
fantasía de nuestro ser, pero en la primera, Luisgé
descorcha la botella de los sueños hasta consumir su contenido y en
la segunda, el escritor madrileño ofrece al lector un cóctel
excitante y pernicioso que deja resaca.
Luisgé
Martín
viene a proclamar con estas dos novelas que lo importante de la
literatura no es catalogar un libro de inmoral por lo que trata, sino
que lo sustancial es que esté bien escrito, y que estas dos creaciones suyas gozan de ese buen estado.
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