Decía
Nabokov que la
palabra realidad es la única que no quiere decir nada si no va
entrecomillada. Podíamos trasladar al aforismo ese entrecomillado, a
fin de cuentas siempre que nos referimos a él, casi sin
proponérnoslo, encontramos un pasaje, un tropiezo o un hallazgo de
la realidad que nos insinúa, sugiere o apenas esboza algo
sorprendente. En buena medida todo arte aforístico es documental. El
aforismo, como la filosofía, es un medio muy apropiado para examinar
lo concreto, lo cotidiano. Es, al mismo tiempo, una expresión
literaria que aglutina poesía y pensamiento, narración e idea. Al
escritor de este género le interesa dejar señales, marcas e
interrogantes por la realidad donde transita. Sabe que ese trayecto
es siempre la manifestación de una soledad, de algo que únicamente
a solas ha podido llegar a conocer y examinar.
El
poeta y articulista Enrique
García-Máiquez (Murcia,
1969) reúne en Palomas y Serpientes
(Editorial Comares, 2015) una colección de aforismos llenos de
muestras sobre las paradojas y contrastes que ha ido alumbrando a
través de una mirada poética profundamente humana y una actitud
reflexiva de la vida. Muchas de estas sentencias adoptan una forma
descriptiva como cuando dedica un ramillete de sus máximas a hablar
del aforismo en sí o cuando vierte definiciones sobre el tiempo, el
humor, las modas, los secretos, el cine. En otras, que tienen un
carácter más que nada prescriptivo, el autor se expone a establecer
verdades universales e intemporales que no sólo valen para el
individuo de su entorno, sino que trascienden a la moral colectiva.
Para García-Máiquez
la realidad es el secreto de las cosas, un trabajo en equipo, dice en
dos de sus perlas. En muchas entradas se intercalan la perplejidad
del artista con la verdad secreta del mundo, la conciencia del tiempo
que fluye sin otra opción que asumir sus consecuencias.
Palomas y
serpientes,
título de origen evangélico: Sed, pues, cautos como las serpientes
y sencillos como las palomas (Mateo
10:16), está concebido
en una estructura temática, poco común en este laboratorio
literario, muy original, que contiene quince sesiones. En primer
lugar comienza con un manojo de aforismos sobre aforismos. Por la
mitad del libro el autor abre varias sesiones para hablar del
carácter, de repliques concatenados sobre lo dicho por otros
aforistas: Esquilo,
Joubert, Chesterton,
Bergamín, Ramón
Eder..., o para jugar con el
oxímoron: En el blanco
tienen que dar los espacios en blanco,
Elegía: un himno que
llega con retraso, Para
salvarse hay que pasar –lo dijo Ulises– por ser nadie...
El libro termina con cinco puntos finales, el último de ellos
determinante y definitivo que dice: Lo
mejor de un libro de aforismos es la cantidad de puntos finales que
atesora.
No
hay parte que no contenga piezas felices y logradas, que no aspire a
la rebeldía, a la reflexión o al asombro poético, como estas otras
muestras certeras y punzantes:
Un
aforismo auténtico siempre está plagiado. De la realidad, en el
mejor de los casos.
Lo
interesante de los que hablan de sí mismos es lo que se callan.
Me
caigo bien, lo reconozco. (Espero levantarme.)
Todo
lo que se guarda bien se vuelve valioso.
El
camino más largo entre dos puntos es la pereza.
Traducir:
traslucir.
Los
días malos resultan más narrativos que los buenos.
Leer
un nuevo libro de aforismos es la aventura de meterse en una mina en
busca del grisú, del metal valioso. Uno lee con ese ánimo, no sólo
para encontrar la sorpresa placentera de la palabra escrita, sino en
busca de mapas y señales que muestren vetas de entusiasmo, reflexión
y luz.
El
asombro nunca es pequeño, siempre llega henchido de algo valioso,
como muestran estas epifanías de ingeniosas palomas
y serpientes agudas.
El libro de García-Máiquez
es intemporal e inteligente, una celebración en el que no falta el
enigma, la anécdota, el pensamiento y el humor.
Cada
vez es más frecuente y notorio en la actividad editorial la
presencia de estos libros que cuentan igualmente con el entusiasmo
irredento de muchos lectores. Cuando pienso en todos los buenos
libros de aforismos que tienen que llegar, me embarga la alegría al
saber el gozo que me queda por disfrutar.
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