Patrick Deville
(Saint-Brevin-les-Pins, Loira Atlántico, 1957) es un formidable
compañero de viaje. Como novelista, aparece como un reportero de
ciertos momentos característicos del pasado, de épocas que surgen
de un plan establecido por el propio autor. Todas sus historias
parten de 1860 para acabar en la actualidad. En su periplo vital tuvo
unos comienzos bastante novelescos por así decirlo, al igual que
muchos de los personajes de sus libros. Su padre fue director de un
hospital psiquiátrico y Deville
vivió en dicho centro compartiendo zonas comunes y juegos, como un
interno más. Viajero entusiasta e incansable desde su juventud,
anduvo por Marruecos, Argelia, Nigeria. Más tarde, llegó a
Nicaragua y Cuba, donde se instaló durante un tiempo. También
merodeó por México y Vietnam. Fue agregado cultural en el Golfo
Pérsico con tan sólo veintitrés años.
Si
acudimos a toda su producción narrativa, Deville
es un escritor que indaga en la historia para recrear la ficción de
su universo y dar realidad a sus narraciones de forma bien
documentada. No hay mayor interés en él que viajar al mundo lejano
de los exploradores y aventureros que optaron por pisar tierras
ignotas para desarrollar sus inquietudes y curiosidades. Repasando su
producción, en Ecuatoria (2009)
el protagonismo recae
en el conde franco-italiano Savorgnan de Brazza,
fundador de la capital del Congo, en Kampuchea (2011)
será el francés Henry Mouhot,
después en Peste y cólera
(2012) le tocará al científico suizo Alexandre Yersin.
Ahora, con la publicación de Viva
(Anagrama, 2016), en una estupenda traducción al castellano a cargo
de José Manuel Fajardo,
se añadirá a estos tres valientes personajes de los libros
anteriores, dos figuras expatriadas y controvertidas, el escritor
británico Malcolm Lowry
y el político revolucionario ruso León Trotski.
En
Viva, el autor
francés se adentra en México, un país en ebullición al que
arriban hombres y mujeres perseguidos y artistas rompedores en busca
de refugio, libertad, sueños y anhelos no consumados. Aquella década
de 1930, México representaba un lugar notorio en el mundo
occidental, al que se unía su clima de tolerancia y acogida, donde
coincidieron políticos y artistas que propiciarían un foco cultural
de relevancia mundial. En esta historia pertrechada por Deville
se entremezclan a su vez historias de hazañas y de traiciones. Por
las páginas de esta novela de no-ficción aparecen filósofos,
pintores, fotógrafos, escritores, guerrilleros y asesinos,
conformando un fresco vivo de la época.
En
1937, Trotski y su
esposa desembarcan en Tampico, huyendo de las garras de Stalin.
Allí les esperan Diego Rivera
y Frida Kahlo que los
alojarán en su casa. Por otro lado, en Cuernavaca, Lowry
se sumerge entre el mezcal y las lavas de Bajo el
volcán, su gran obra, que
reescribirá cinco veces y concluirá en 1944, mientras lucha contra
el alcoholismo y la fatalidad de su malvivir. Entre estas vidas
paralelas confluyen, además de la pareja de pintores representada
por Rivera y Kahlo,
ya citados, otros personajes intermedios que pondrán todo su
contrapunto emotivo y contradictorio al devenir vertiginoso de la
historia: la bella fotógrafa Tina Modotti,
el poeta y boxeador Arthur Cravan,
el agitador B. Traven,
el surrealista André Breton,
el dramaturgo Antonin Artaud,
el estrafalario poeta Maiakovski,
Graham Greene,
buscando materia para su novela El poder y la gloria,
el guerrillero Sandino
o Ramón Mercader,
sicario estalinista que pondrá fin a la vida del proscrito Trotski
con un piolet.
En
esta selecta banda, rememorando un pasaje de Shakespeare
en su obra Enrique V:
“We few, we happy few,
we band of brothers”
(Somos pocos, somos pocos y felices, somos una banda de hermanos),
todos
tienen en común servir a una causa –dice Deville–
y poner esa causa por encima de sus propias existencias. Algunos se
convertirán en traidores y otros en héroes.
Viva
pertenece a ese tipo de libro seductor y lúcido que atrapa a
lectores curiosos dispuestos a explorar el funcionamiento del
acontecer histórico y del conocimiento humano por medio del
reportaje literario, en ese juego propio de la ficción capaz de
plasmar la realidad de los hechos a través del pálpito de sus
personajes. El estilo de Deville,
en ese sentido, sigue en su línea, su escritura permanece ágil e
intensa, nada superflua, aunque fragmentaria, sin apenas digresiones,
ni diálogos inútiles.
Si
Peste y cólera era de
lectura fluida y cómoda, sin ser un libro fácil, Viva,
en cambio, al ser más coral, erudito y ambicioso, es un texto más
desafiante para el lector, le exige mayor tenacidad, pero al final su
recompensa le resultará, seguramente, inolvidable.
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