Fue
deliberado. Me compré el libro porque no quería perderme la novela
del año, según los críticos. Me había resistido anteriormente,
cuando se publicó allá por el mes de marzo, pues no me olvidaba de
haber salido trastabillado de su Crematorio, y mira que
con La buena letra quedé prendado de este autor por la
sobriedad y sutileza de su escritura. Así que me sumergí con
cautela En la orilla,
en busca de sus tesoros guardados, entre las cuatrocientas páginas y
pico del libro, y me sentí fatigado desde los primeros compases,
deambulando por el camino pedregoso de una narración dura y ácida,
de mucho pesimismo, pero, sobre todo, como me lo suponía: una
escritura muy exigente, de ritmo tan denso y lento. De manera que
tuve que solapar esta lectura con otras para aliviarme y no
desfallecer.
Rafael
Chirbes (Tabernes de Valldigna, Valencia, 1949) cuenta la
realidad seca de un entorno y de una época reciente de la historia
de nuestro país. En la orilla es una novela que
explica de forma implacable lo sucedido en España en los últimos
lustros: la ruina devenida por tanto exceso y abuso, donde la
codicia, la traición y la explotación del sistema ha hecho
estragos. Y es con estas mimbres cómo el escritor valenciano teje la
trama narrativa de esa realidad despreciable, que sucumbe a propios
y extraños del lugar. La historia de Esteban y su carpinteria,
engullida por la crisis, es una muestra, un episodio más de una
sociedad estrangulada por la avaricia y el egoismo afilado de unos
cuantos. No es una novela fácil de digerir, que se hace larga y
requiere entereza ante tanta actitud recontada.
En
la orilla es un libro árido que muestra unos personajes
devastados y amargados por el sino de sus vidas lastradas por una
crisis impensable que, una vez mostrado su verdadero rostro, deglute
todo el futuro de los ingenuos y desvalidos. Chirbes
se vale de las descripciones del paisaje para retratar a sus
desfavorecidas víctimas: los olvidados que sortean a duras penas la dificultad de sobrevivir.
No
voy a cuestionar el chorro de críticas que han encumbrado esta
novela hasta aclamarla como la mejor novela del año, pero a mí,
reseñista fútil y sin ataduras, me ha parecido un artefacto
literario duro de roer, aburrido, de monotonía excesiva. La gran
novela de la crisis, la llaman algunos. Mi experiencia lectora es
tangencialmente opuesta, porque la gran crisis la he tenido yo
leyendo este oneroso relato que cuenta una terrible realidad y que,
en esta ocasión, nunca mejor dicho, la realidad supera a la ficción.
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