viernes, 23 de julio de 2021

Un rey de soledades


Nos recuerda Marguerite Yourcenar, en el cuaderno de notas de su obra capital, Memorias de Adriano, que “los que consideran la novela histórica como una categoría diferente, olvidan que el novelista no hace más que interpretar, mediante los procedimientos de su época, cierto número de hechos pasados, de recuerdos conscientes o no, personales o no, tramados de la misma manera que la Historia... En nuestra época, la novela histórica, o la que puede denominarse así por comodidad, ha de desarrollarse en un tiempo recobrado, toma de posesión de un mundo interior”.

Tal vez, desde esta consideración de la escritora belga, el ensayista y novelista Julio Castedo (Madrid, 1964) haya querido abordar Rey don Pedro (Berenice, 2021), un relato histórico, cuyo tiempo recobrado viene marcado por la memoria y el mundo interior del personaje que pone voz a la obra. Para tal propósito, el autor decide escribirlo en primera persona, con la idea preconcebida de evitar cualquier intromisión ajena al protagonista, como si Pedro I de Castilla, testigo de sí mismo, nos hablara de su vida con más firmeza y arrojo de lo que otros pudieron, al reducirla a su antojo, consciente de que “quien detenta el poder, quien sobrevive, impone sus mentiras como verdades oficiales”.

La novela, en su primera parte titulada Soledad y Quimera, arranca con la muerte del rey durante el asedio sufrido en su castillo de Montiel por los ejércitos rebeldes de Trastámara. Durante cinco jornadas nos contará sus orígenes regios, cómo se convirtió en el heredero legítimo de la corona de Castilla tras su predecesor y padre Alfonso XI, sus primeros años de reinado, el ambiente de intrigas... Desde el propio sentimiento sosegado del narrador, una voz introspectiva se irá entrelazando con el presente para seguir contándonos también, no solo las consecuencias finales de su existencia, sino cómo fueron los días posteriores a su muerte. Conoceremos a otra de las figuras clave en la historia del siglo XIV español, enemigo acérrimo de nuestro protagonista, la de su hermano bastardo Enrique, con el que llevará, como es sabido, una relación de inquina y lucha fratricida hasta el final de sus días.

En la segunda parte, bajo el título de Plenitud y Ocaso, dividida en seis jornadas, el rey nos narra sus momentos de plenitud como monarca y da a conocer sus veleidades con las mujeres. Pedro nos desvela su principal anhelo político que no era otro que la unificación de Castilla y Portugal, con quien mantenía buenas relaciones diplomáticas. Una idea que acabará desmoronándose, como se hace ver en el relato, debido a constantes guerras, conspiraciones y ajustes de cuentas entre los diferentes reinos.

Por otra parte, en la novela se destaca su papel como innovador y adelantado a su tiempo, pese a su carácter desconfiado y a su persistente actitud justiciera. Como ejemplo de visión de estado, fijó precios y salarios, reguló la jornada de trabajo y decretó el domingo como descanso laboral. Fomentó los astilleros en Sevilla, Santander y Vizcaya, prohibió el juego y la tala furtiva de bosques. Igualmente, fue un rey que toleró la presencia de judíos y musulmanes en el ámbito social y económico de sus tierras, respetando su cultura y religión, tendiéndoles la mano cuando era menester.

Digamos que el lector se va a encontrar en esta novela, hábilmente armada en un tono de confidencialidad y sencillez, con una figura fascinante y atrabiliaria, que llega al poder con apenas dieciséis años y que se encuentra, ya desde su infancia, con un padre ausente, cuyo cariño y mirada fue para su amante, Leonor de Guzmán, y sus diez hijos bastardos. Pedro tuvo una juventud en la que el odio de sus adversarios arruinó su vida, a la que también contribuyó la traición de su madre, Isabel de Portugal. Ya en su madurez se vio inmerso en una guerra interminable con Aragón. Solo tuvo desvelo y amor hacia María de Padilla, la mujer que le proporcionó sus mejores días de felicidad y paz en casi dos décadas de reinado.


Julio Castedo logra sobrepasar el cinismo de la Historia a través de la propia literatura, por medio de la figura controvertida de un personaje que se deja ver con su voz y su soledad, a partir de sus recuerdos e imaginario, como también se hace sentir desde la propia naturaleza y sentimiento que representa la derrota de la estirpe que encarna. “Vivir –nos dice el propio narrador– no es más que forjar una sinrazón, porque nada de lo que hacemos, ni siquiera el movimiento de un dedo, responde a una sola causa ni traduce un solo propósito”.

La nave de la historia tiene mucho que ver con la nave de la literatura y la de la cultura. Uno, como lector, nunca regala su atención a un libro de forma gratuita. Lo hace cargado de esperanzas, con la idea de recolectar su fruto. Este libro de Castedo nos permite escucharnos a nosotros mismos a través de la voz desatada de alguien que fue un rey y ahora es pasado, pero también interpretación de nuestra condición humana. Aquí, la recompensa la pone su amenidad y su latido literario que juntan la experiencia humana y sus pérdidas.


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