lunes, 24 de abril de 2023

Cartografía gozosa


El área geográfica que abarca Islario (Amargord, 2023) representa un mapa extenso en el que la poeta Marina Tapia (Valparaíso, Chile, 1975) convierte en ventanas y en cantos sus mudanzas, requiebros y memoria viva a través de un conjunto de poemas en los que se proyecta el misterio y el compás interior de islas, territorios y enclaves que le han propiciado una buena dosis de añoranza, emoción, amor o extrañeza a la hora de concebir su sentido y significado. En ese deambular de estar y encontrarse, arranca con una cita de Dionisia García para sopesar y ceñir el campo impredecible de la poesía: Incansable la vida. / Tanto mundo no cabe en el poema.

El libro en sí está concebido bajo la idea de que la poesía está en todas partes. Cada ruta, como dice en el primer poema, sugiere voces perdidas que reclaman el recuerdo vivo de una estancia. Bajo este sentir, de esclarecer lo vivido, entona en el siguiente: Debo sentir la tierra como un todo, / mirar a las ciudades desde el faro / sensible del asombro. Con sencillez y honestidad, Tapia busca explicarse a sí misma en su periplo creativo para tratar de comprender e interpretar sus remembranzas y asomos que, a modo de cuaderno de viaje, lo atraviesa: puertos, islas y parajes emotivos, como las Islas Canarias, la Playa de Vera, Setenil, Baeza, Granada o el mirador de Priego.

En la medida en que el libro nos lleva de un lugar a otro, la poeta confiere al contenido del poema un enfoque memorable, buscando transmitir que el sonido del mismo se convierta en la sede del tiempo en el poema, como telón de fondo: Pero nunca me alejo: / todo pueblo comienza a vivir / completamente en mí / cuando me marcho. Cada poema es un viaje, o el final de un viaje por el que entramos en otra noción del tiempo y, también, en otra manera de vivirlo. Así lo deja ver al final de uno de sus poemas más extensos y reveladores que tiene por escenario Fuente Vaqueros: Yo vine para ser / voluble como el sol sobre la fuente, / para dar lo que pide / cada hora del cielo, / cada verso en que estoy contenida.

En Islario hay toda una travesía en la que, como bien subraya Agustín Pérez Leal en el prólogo, se convierte en un viaje de la imaginación y del espíritu en el que “la autora busca estar, encontrarse, ser, y no simplemente visitar”. Ahí lo condensa todo, o casi todo. Escribe desde su presente mirando atrás. En sus versos hay ensoñación, fulgor, espejismo y perplejidad, que le valen para otear paisajes vívidos y razones para evocar sus ecos y confluencias. Tiempo, amor, memoria, paraísos anhelados, destino, consuelo, señales, vestigios, son temas presentes en su poesía, en la palabra como hacedora de mundos para que se cumpla aquello que decía Rilke: «Para escribir un solo verso hay que haber visto muchas ciudades».

La poesía de Tapia, bien jalonada en versos endecasílabos y heptasílabos, exprime los surcos más cercanos a la evocación y a las estancias de un recorrido vital, sin gritos ni susurros, hablando siempre a media voz. Así es como se hace notar. No como trinchera, sino como iniciación al examen de un discurrir, como paseo por lo indecible. En ese sentido, Islario es un poemario que no cierra el paso a nadie, a condición de que quien se adentre en él lo haga sin prejuicios, sin ataduras, sin importarle acometer una expedición por lugares costeros y rincones de tierra adentro, dando paso a la realidad desbordante del otro, la del poeta que habla desde su irreductible individualidad y afectos, con suma naturalidad.


Diría que en este libro viajamos hacia unos espacios en los que la belleza y el suspiro existencial ponen su son y verdad, no solo a la realidad, sino a la propia tentativa poética que lo impulsa. Las entradas en estos itinerarios que van de Valparaíso a Granada, de Vancouver a Tenerife o de Zürich a Lishui se producen desde dentro y desde fuera, es decir, de lo que nace en su interior y de lo que sucede ante sus ojos.

Cada lector tiene la posibilidad de convertirse en otro fingidor, como diría Pessoa, y este hermoso libro de Marina Tapia se presta a ello. Cartografiar con gozo su lectura, sacando punta entre verso y verso, requiere dejarse llevar por lo que sopla dentro de sus palabras, tono y cadencia.



martes, 18 de abril de 2023

Desafío íntimo


Es clásico e indicativo el aviso, que encontramos en El Buscón, de Quevedo: «Nunca mejora su estado quien muda solamente de lugar y no de vida y costumbres». Algo parecido viene a decir Proust cuando escribe que «el único verdadero viaje de descubrimiento consiste, no en buscar nuevos paisajes, sino en mirar con nuevos ojos». También se acerca a este sentir Henry Miller, que lo ve así: «Nuestro destino nunca es un lugar sino una nueva forma de ver las cosas». Desde luego, no se me ocurre nada mejor para aclarar todo este embrollo existencial que acudir a la sensatez de esta otra cita de Carmen Martín Gaite, tan propicia y cabal: «La rutina no está tanto en las cosas como en nuestra incapacidad para crear en cada momento un vínculo original con ellas».

Diría que Gozo (Siruela, 2023) es un texto híbrido entre la autoficción, el diario y el ensayo. En él, la poeta y aforista Azahara Alonso (Oviedo, 1988) recoge muchas de estas ideas y reflexiones en las que están muy presentes el paisaje, el azar de lo cotidiano, la forma de ver las cosas, su contrapunto y, como también veremos, la identificación entre la persona y el trabajo, y cómo gestiona su tiempo y su ocio: “Cuando me pregunto por qué solo accedo a mi verdadera vida en vacaciones, hablo de una reconquista del tiempo. ¿Cómo diría: descanso, ocio, libre albedrío? Aun no lo sé, y quizá esto que escribo consista en abrir camino para encontrarle un nombre...” Desde esta senda interrogativa, de mixtura literaria, Alonso se impone un reto personal en el que trata de escribirse y representarse de una manera fiel y sincera. Consciente de ponerse a prueba frente a sí misma y frente al lector, como un desafío íntimo, recala en su experiencia de la vida cotidiana para abordar los dilemas del trabajo, de la inactividad y el tiempo libre, desde la verdad que impone la realidad en cada momento.

El título del volumen no solo alude al significado en sí de la palabra gozo, como emoción placentera o alegría intensa causada por algo que gusta mucho, sino que señala y hace referencia a una de las islas del mar Mediterráneo que conforma junto a otras el archipiélago de Malta. Desde allí, la autora nos conducirá, mediante su escritura mimética y fragmentaria, a un deambular por la isla y sus espacios, un peregrinar de reflexión y diálogo consigo misma, al propio tiempo de puntualizar en las lecturas de referencia a sus complicidades literarias, en las que se dan cita escritores y pensadores, como Susan Sontag, Carmen Martín Gaite, Georges Perec, Walter Benjamin, Séneca, Chantal Maillard y otros muchos. Merodear por sus páginas le valen para sostener que “esta vida que obliga al tránsito nos abre la posibilidad de la extranjería relativa. Habitamos intermitentemente con la habilidad de quien mantiene algunos secretos, pero también con una mirada un poco perpleja”.

A partir de su estancia en la isla de Gozo, Alonso irá desplegando su manera de entender el trabajo como sostén de vida, con todo lo que conlleva de estrés, frustración y dependencia, y cuyo excesivo protagonismo incide en el valor social que representa, tanto por no tenerlo, como por tenerlo, sin que nos complazca. La narradora refrenda ambas situaciones apuntando a la precariedad del mercado de trabajo que la lleva a pensar en la conveniencia de gozar de más tiempo para sí misma, para más lecturas y para mantener distancia durante un tiempo con la realidad laboral. Por eso, decide tomarse un año sabático con su pareja en aquella isla apartada, desocuparse y rebajar las prisas: “Yo quería frenar porque a mayor prisa –como dice Martín Gaite–, mayor ofuscación, ¿y quién quiere cumplir la fatalidad de una conciencia tardía, caer en la cuenta cuando es demasiado tarde?”.

Otro punto destacable del libro es el que responde al binomio: turismo y ocio, dos asuntos entrelazados que, bien visto, poco o nada tienen por qué coincidir en su acontecer. El turismo, viene a decir Alonso, parece haberse instalado en una participación global atosigante en la que predomina el escapismo, el viajar por haber viajado, o lo que es lo mismo: “La ficción turística que supera y absorbe la realidad [...], desde hace unos años todo el mundo visita parques y museos, los ateos sin interés en el arte acuden en masa a las iglesias y nadie olvida los mercados, incluso quienes no tienen maña culinaria y se alimentan habitualmente a base de platos precocinados”. El turismo, al igual que el trabajo y el ocio es llamado a capítulo para tomarle medidas y descabalgarlo de sus excesos.


Gozo es un diario ensayístico que suscitará adhesiones en quien lo lea. Aquí se ponen en solfa algunos conceptos de ahora que conviene revisar, muy ligados a nuestra condición humana, al disfrute del tiempo libre, que repara también en esa perversidad oculta del trabajo por cuenta ajena y sus efectos perniciosos, así como la experiencia particular de verse sumido en el sentir y visión de su narradora, bajo la cartografía propia del lugar, empatizando con ese aire de vida isleña que trastea, sin lamentos, solo por tanteo y proximidad, en temas seleccionados que importan de verdad, con la esperanza de que algún día las cosas puedan ser mejores. Un libro inteligente, de vuelo literario, son poético y asuntos cruciales que dicen mucho sobre el arte de vivir y de mirar las cosas con nuevos ojos.


sábado, 8 de abril de 2023

Recapitulaciones


La colección Alto Aire de aforismos, que dirige Carmen Canet con buen pulso, gusto y tacto, cumple ya un año de singladura. Tras la publicación de Aforismos del Faro de la Plata (2022), de Ramón Eder, y de Vuelo hacia dentro (2022), de Dionisia García, irrumpe ahora con una recopilación abundante de los aforismos publicados por el poeta, ensayista y traductor Manuel Neila (Hervás, Cáceres, 1950), bajo el título de La vida entre líneas (Libros del Aire, 2023) a la que también se añade un buen semillero de pensamientos inéditos. El propio autor aclara en la introducción del volumen que lo que vamos a encontrar en él son “los asombros que he sido, los placeres y dolores que he sido, la alegría y la tristeza que he sido. El objeto último de los mismos ha consistido en prestar oído a la «vida por dentro», que el ruido de lo cotidiano oculta”.

El libro recoge, por tanto, una amplia ristra de aforismos, casi quinientas miniaturas, que abarcan un largo bagaje de la actividad de su autor en el género, en esta forma de escribir sobre las cosas del mundo, que se caracteriza por su condensación mediante un breve esbozo. Dividido en dos partes: El pensamiento errante y La vida por dentro, Neila incluye, en ambos apartados, todo un muestrario de agudezas que responden a sus asombros, desconciertos, alegrías, intuiciones y complejidades que han ido conformando su discurrir por este territorio fascinante en el que lo inesperado sucede a cada instante. En muchos de ellos, los sentimientos, el tiempo o la felicidad dejan sus destellos, como en estos: “En materia de sentimientos, todos somos autodidactas”; “El tiempo fluye igual para todos los hombres. Y cada hombre flota en el tiempo de distinta manera”; “La felicidad no tiene pasado ni futuro; el tiempo de la felicidad es el presente, es decir, el tiempo de la experiencia sensible”.

Vemos cómo hay en su mayoría un talante filosófico que también se aproxima al decir poético, sin dejar por ello de preguntarse qué ver y qué decir y cómo se relaciona la vida con el lenguaje. Gran admirador de Antonio Machado, Neila reúne en estas “breverdades”, como le gusta llamar a sus aforismos, ese espíritu de escribir sin dogmatismo, pero con afán de provecho: “Nacemos por azar; es decir, de puro milagro”; “El uso de la razón puede curar de espantos, pero no de dudas”; “El buen acusador de aforismos no dictamina, constata. O, en el peor de los casos, toma dictamen de sus propios errores”. En su escritura deja ver una suerte de eslabón que tiene como finalidad aunar la inteligencia creadora con la propia sabiduría de la vida. Y a este respecto le importa el procedimiento, es decir, cómo trasciende, vislumbra o ironiza el sentir de lo dicho: “La actitud del aforista no es en modo alguno la del que sabe, sino la de quien decide compartir sus asombros”.

No cabe duda de que Neila, además es un gran estudioso del género, como ya dio cuenta en sus ensayos recogidos en La levedad y la gracia (2016) y en la muestra antológica sobre diez aforistas en su libro Bajo el signo de Atenea (2017). Sabe que el trabajo en el aforismo es una tarea de zapa, subterránea y silenciosa en busca de una estela de sentido. Y ese sentido de la vida, de las palabras y su fluir, del aprendizaje, de la escucha y del humor saltean por aquí y por allá en sus recapitulaciones aforísticas, como por ejemplo estas: “De poetas, músicos y locos, todos tenemos un poco. Si es así, como parece, procuremos que no sea lo peor de cada uno”; “Los pensamientos palpitantes no sólo dan qué pensar, también dan qué sentir”; “Procura que el idiota que hay en ti no se convierta en el protagonista de tu vida”; “El amor, incluso el amor propio, siempre nos coge por sorpresa”; “Hay un tiempo para aprender y un tiempo para desaprender. El primero conduce al conocimiento; el segundo, a la sabiduría”.


En La vida entre líneas se dice y se hace ver que en el género aforístico persiste, en su esencia, una inquebrantable voluntad de verdad, de concisa y desnuda verdad, intuitiva, inquietante, provocadora, alejada de cualquier discurso. Lo cual, no nos engañemos, no quiere decir que el aforismo sea una poción mágica que nos conduce a la verdad insoslayable de las cosas del mundo. Neila repara en ello y subraya que el aforismo es sencillamente “un enunciado breve contra el tiempo y la ceguera, formulado con agudeza y arte de ingenio”. Por eso mismo señala que en el auténtico aforismo pesa tanto lo que se dice como lo que no se dice: “El valor de la escritura aforística no radica en lo que dice, sino en lo que insinúa y oculta, en lo que ilumina y oscurece”.

Este libro de Manuel Neila es un corolario jugoso que pone en valor su producción aforística. Aquí hay muchos destellos filosóficos y sentido moral al son de la palabra, un despliegue de perspectivas, de matices y acentos que convergen en la vida que pasa, con sus pórticos, recapitulaciones y entredichos.