martes, 31 de diciembre de 2013

Recuento de las lecturas más "fescambreras" del 2013


Hacer un recuento de los libros leídos durante el año que acaba no es nada complicado si has llevado una agenda a mano donde has ido descargando los títulos con la referencia del autor. Un inventario que conviene calificar para facilitarte una categoría, algo parecido a las estrellas que se establecen en el negocio hostelero si no, resulta complicado elaborar una lista de tus lecturas favoritas, acudiendo solo a los destellos de tu memoria reciente, cuando el número de libros leídos supera con holgura el doble de las semanas del año. De manera que, con este procedimiento que propongo, el descarte es más fácil y entretenido a la hora de seleccionar tus lecturas destacadas del año.

Para mí, el año 2013 ha sido un trayecto generoso en sorpresas literarias, un recorrido de encuentros con nuevas publicaciones de autores como Muñoz Molina, Baroja, Echenoz, Vargas Llosa, Piglia y de otros hallazgos de la talla de Carrère, John Williams, Leila Guerriero o Ramón Éder. Esta sería la lista de los libros que más gozo y compañía me dieron en este año que hoy concluye (Pero, ¿por qué nos gusta tanto hacer una lista?, digo yo que va en nuestra condición humana de elegir, escoger, descartar..., ¿verdad?):

Stoner, de John Williams, una novela abrumadora y envolvente que cuenta cómo a alguien se le concedió la sabiduría y al cabo de los años encontró la ignorancia; La última noche (Edit. Salamandra), de James Salter, un libro magistral de relatos (debo su descubrimiento a un seductor artículo publicado en Babelia por Muñoz Molina acerca de este escritor americano), que hablan del mundo que se desmorona, de traiciones y de vidas que se apagan; Canción errónea (Edit. Tusquets), un poemario cuidado y sonoro de Antonio Gamoneda, repleto de perplejidades, un libro sincero que invita a discernir el significado existencial del individuo; La librería ambulante (Edit. Periférica), una agradable historia sobre el amor a los libros de Christopher Morley, incisiva y divertida, en la que la intriga policial pone un tono de excitación al relato; A sangre y fuego (Edit. Renacimiento), de Chaves Nogales, una obra capital sobre la Guerra Civil de España, a la altura de George Orwelly como indica Trapiello en el soberbio prólogo de esta edición: todo en estos relatos es inesperado; Librerías (Edit. Anagrama), un ensayo sorprendente que encaja perfectamente en el género de viajes pero, en esta ocasión, a través del mapamundi de las librerías. Un libro que el pope Alberto Manguel bendijo con estas palabras: “Si hubiera librerías en la Antártida, sin duda Carrión las habría visitado para contarnos qué leen los pingüinos”. 

Otro libro inmenso del año ha sido Técnicas de iluminación (Edit. Páginas de Espuma), de Eloy Tizón, un cuentista luminoso que sabe como pocos que en la forma se encuentra el todo; Una historia sencilla (Edit. Anagrama) es una entrañable crónica de la argentina Leila Guerreiro que cuenta la épica de un hombre común, ambientada en el corazón de la pampa, en la que no hay tragedias, solo sueños; no puede faltar en este inventario de lecturas favoritas un libro de aforismos, un género por el que siento gran debilidad, y el elegido es Relámpagos (Edit. Cuadernos del Vigía), de Ramón Éder, un título que define muy bien lo que significa para su autor estas frases breves y deslumbrantes que encierra esta antología llena de agudeza y sarcasmo. 

Y para terminar, lo último que devoré hace horas, Limónov, una fascinante crónica novelada de un personaje egótico y abominable, escrito con la maestría prodigiosa de Emmanuel Carrère, un libro que cierra el ciclo de mis lecturas del año y que me ha subyugado tanto que lo coloco en lo más alto del podio, como colofón de los 10 libros favoritos de este letraherido, servidor de ustedes.






lunes, 30 de diciembre de 2013

Carne de novela


Cuando leí El adversario, una novela excepcional sobre el engaño y la impostura, incorporé a Emmanuel Carrère (París, 1957) a mi lista de escritores franceses contemporáneos a tener en cuenta, junto a sus paisanos Houellebecq, Echenoz, Beigveder y Delphine de Vigan. Acabo de finalizar esta mañana, víspera de fin de año, lo último publicado en Anagrama del escritor parisino, todo un colofón a un año intenso de lecturas, en el que no han faltado sorpresas literarias tan deslumbrantes como esta narración biográfica de Limónov. Una vez más este autor nos asombra con este libro difícil de clasificar. Una narración entre novela biográfica y crónica novelada, pero lo que es indudable es que Limónov es todo un alarde exigente de literatura de la buena.

Conocer el mundo de un personaje vitriólico y estrafalario como Eduard Limónov de la mano de Carrère es toda una aventura envolvente en la que no se deja de participar hasta la conclusión de la novela. Limónov es un bolchevique atractivo y abominable a la vez, que responde a un sujeto fuera de los límites establecidos, que fue un delincuente fallido, underground moscovita y también punk ruso en Nueva York, mayordomo de un multimillonario y celebridad literaria en París. Eduard es un hombre con biografía literaria para rato: poeta, escritor y articulista que siempre se postuló políticamente a contracorriente y que de niño soñaba convertirse en alguno de los personajes creados por sus escritores favoritos, Alejandro Dumas y Julio Verne.

Eduard Limónov
Se fue voluntario a la guerra de los Balcanes del lado de los serbios, en su ficha policial figura como fundador del partido Nacional Bolchevique y compañero de mítines de Kaspárov, otro disidente del poder establecido. Limónov siguió su senda en solitario y acabó en la cárcel, acusado de terrorismo. Se hizo más popular gracias a los libros autobiográficos que siguió escribiendo desde la celda. Sus memorias ficcionadas tuvieron mucho eco entre los jóvenes, debido al romanticismo salvaje y tragicómico desplegado en su prosa, cruda y sencilla.

La figura de Eduard Limónov ha pasado de refilón en España y sus libros son aún más desconocidos que su papel de opositor a Putin, pero el mérito de este libro escrito por Carrère es el revulsivo que despierta en el lector las hazañas y contratiempos de su protagonista, un personaje contradictorio y extravagante, tan capaz de multiplicar adhesiones a su causa, como rechazos y compasión por sus diabluras.

Hay una intencionalidad combativa en el autor por salvar a un personaje egótico y odioso, proestalinista y ferviente nacionalista, que perdió muchas causas y dilapidó el amor de muchas mujeres que lo adoraron. Sin embargo, lo más prodigioso queéhace con Limónov es valerse de un personaje real para contarnos magistralmente, en una extensa crónica periodística, la historia de los últimos años de la Rusia soviética, hasta el apalancamiento democrático en las manos de su actual presidente Putin.

Emmanuel Carrére

Limónov es un fascinante reportaje histórico, pero también la gran crónica de un canalla y antihèroe carne de novela, donde Emmanuel Carrère ha vuelto a sorprendernos con una invención de la verdad en un libro extraordinario, como lo hizo con El Adversario, por la senda de la conmoción, mostrando la desnudez del personaje para que lo palpemos y comprendamos, aunque sus fechorías, quizás, no nos dejen margen para ser benevolentes. Sin ningún género de dudas, Limónov está en el podio de mis libros favoritos del año.


jueves, 26 de diciembre de 2013

Relato de una huída


Ernst Kalterbrunner, jefe de la Oficina Central de Seguridad del Reich Alemán, es el protagonista de esta novela corta escrita por el austríaco Franz Kain (Goisern, 1922-Linz, 1997). El relato se inicia una mañana de mayo de 1945 y, aunque ya es primavera, todavía el invierno se agarra al paisaje de las Montañas Muertas. Kalterbrunner, mano derecha de Himmler, sabe que el Tercer Reich está abatido y no hay otra salida que buscar refugio en la región alpina para huir de la justicia. Mientras camina por aquellos montes escarpados, repasa algunos de los momentos claves de su vida política, pero el destino será inmisericorde con él y le arrastrará hasta cumplir su condena a muerte, impuesta por el implacable tribunal de Núremberg, el 16 de octubre de 1946.

El camino al lago desierto, editado por Periférica, es un relato breve, de apenas setenta páginas, escrito magistralmente por Kain, que cuenta la cruda huida de un jerarca del nacionalsocialismo, jefe superior de Mauthausen, el más grande de los campos de concentración establecidos en Austria. El escritor logra reproducir en esta extraordinaria crónica narrativa el proceso mental de un nazi en el año de la derrota, así como evocar la realidad arrinconada de los crímenes. Para ello, el escritor antifascista austríaco, que en 1941 fue detenido por la Gestapo y condenado a varios años de cárcel, utiliza un tono verbal congruente con su experiencia personal que revierte en la verosimilitud de sus personajes y en la meticulosidad de las descripciones del paisaje. Kain es un narrador realista que, sin embargo, en esta narración tan intensa y de admirable densidad literaria, afina el devenir del pensamiento del protagonista, utilizando el recurso del estilo indirecto apoyado en frases interrogativas para avivar el relato.


El camino al lago desierto es un relato intimista y contundente, que refleja la frialdad de una mente ausente de remordimientos que trata de reconvertirse a una nueva situación, como si su militancia criminal no hubiese existido. Una novela sobria y brillante, escrita con admirable destreza y economía de medios en la que Kain parte de un episodio histórico poco sabido y lo transforma en una ficción que absorbe al lector desde su arranque. Un pequeño gran libro que aporta luz a la Historia.




lunes, 23 de diciembre de 2013

Un manifiesto necesario


En el programa de divulgación cutural de televisión, Página2, que dirige tan dinámicamente Óscar López, se habló hace dos semanas de un libro del italiano Nuccio Ordine, profesor de Literatura de la Universidad de Calabria. La utilidad de lo inútil es un breve ensayo cuyo título encierra la paradoja de un oxímoron que, en los momentos actuales de tanto recorte presupuestario de los estados europeos, viene a cuestionar la finalidad utilitarista de la acción política, volcada sólo en aquello que reporta beneficio y rentabilidad, en detrimento de la cultura. Dice el profesor Ordine que hay que considerar útil aquello que nos ayuda a hacernos mejores. Y en este sentido, el autor italiano se explaya en la introducción de su manifiesto con este párrafo tan lleno de elocuencia y desiderátum: En el universo del utilitarismo, en efecto, un martillo vale más que una sinfonía, un cuchillo más que una poesía, una llave inglesa más que un cuadro: porque es fácil hacerse cargo de la eficacia de un utensilio mientras que resulta cada vez más difícil entender para qué pueden servir la música, la literatura o el arte.

La utilidad de lo inútil es un jugoso ensayo fragmentario, dividido en tres partes: la primera es la más extensa y, en ella, Ordine transita por la útil inutilidad de la literatura, un tema tan fecundo cuanto más fútil parece; la segunda, la más analítica y política, focaliza los efectos perturbadores provocados por la lógica del beneficio en el campo de la enseñanza, la universidad y la cultura en general; en la parte final, la de mayor alcance filosófico, viene a evocar la voz de los clásicos para continuar tutelando ese afán del saber basado en la dignitas hominis, porque solo el saber puede desafiar una vez más las implacables leyes del mercado. Es evidente que no es fácil entender, en un mundo como el que nos ha tocado vivir, dominado por los guarismos económicos, la utilidad de lo inútil. Nuccio Ordine contrapone a esta vorágine de la competencia y productividad de los mercados, la imperiosa necesidad que tenemos de lo inútil para vivir: la necesidad de imaginar, de crear es tan fundamental como lo es respirar. La utilidad de lo inútil es, sobre todo, un manifiesto, un alegato que invita a la resistencia, a no dejar morir lo gratuito, lo inútil, porque si nos dedicamos nada más que a escuchar los cantos de sirenas que nos arrastran a perseguir el beneficio de las cosas que el sistema nos impone, sólo llegaremos a producir una sociedad enferma y extraviada, abocada a perderse a sí misma y si no lo impedimos, destinada a deshumanizarse.

La utilidad de lo inútil es un texto que genera debate, un original ensayo en el que el fílósofo italiano repasa la historia de las ideas, la literatura y el arte para expresar la grandeza de lo inútil frente a un mundo cada vez más ligado al resultado utilitarista del valor del dinero. Una proclama que nos invita a defender ese ámbito que nos hace esencialmente humanos, como es la cultura, frente a ese monstruo devastador del beneficio. Ordine abunda en esta línea argumental e insiste que debemos entender que matar lo inútil significa aniquilar las cosas más bellas que podemos poseer en nuestra vida, matar aquello que puede ayudarnos a hacer más humano el mundo en que vivimos y el que les espera a nuestros hijos.



En conclusión: La utilidad de lo inútil es un libro oportuno, realista y reflexivo, nada pesimista. Un manifiesto escrito con la fuerza del convencimiento de un hombre que confía en la cultura, como soporte liberalizador de las ataduras de un sistema que oprime al espíritu del saber, dirigido a la sociedad en general, mediante un lenguaje inteligible, para que no olvidemos que el conocimiento humanístico es tan útil, o más, que los conceptos económicos que tan machaconamente atizan nuestra vida diaria. Una arenga intemporal, llena de citas memorables de grandes personajes de las letras, pensada desde el pasado, pero de rabiosa actualidad y que podemos resumir con una frase del escritor ruso Lev Tolstói que se cita literalmente: lo útil es sólo lo que puede mejorar al hombre. Pues, eso, a ver si se enteran.

jueves, 19 de diciembre de 2013

¿El sentido de un final?


De todo el arsenal literario que he leído de Julian Barnes (Leicester, 1946) hay dos obras que me causaron un impacto por encima del resto de su producción: El loro de Flaubert y Arthur & George. La primera de ellas supuso para mí el descubrimiento del escritor británico y, sobre todo, el deslumbramiento como autor, con una novela tan literaria y deliciosa como ésta. Sobre la segunda, publicada veinte años después, Barnes vuelve al territorio fértil que ya exploró con Flaubert, pero cambia de perspectiva, con una versión astuta de la vida del gran escritor Arthur Conan Doyle, defensor de causas perdidas. Dos libros brillantes y entretenidos que resumen mi devoción por este escritor tan bien considerado y distinguido en la narrativa inglesa de las últimas décadas.

Ayer, mientras hojeaba las novedades en una librería me fijé en los último libros del sello Anagrama, no me resistí a llevarme el Premio Man Booker del 2011, El sentido de un final. De manera que, como hacía tiempo que no leía nada del británico, por la noche, comencé la novela de Barnes con una mezcla de interés y entusiasmo. Hoy, por la mañana, la acabé con sensaciones contradictorias.

El sentido de un final es una historia narrada en primera persona, que cuenta la vida insulsa de su protagonista, Tony Webster. En la primera parte de la novela el narrador rememora, ya jubilado, su trayectoria vital y sus vicisitudes desde su infancia, juventud, sus amistades y escarceos amorosos, matrimonio y divorcio, hasta concluir en la soledad actual sumido en la mediocridad en la que se encuentra. En la segunda parte, la narración da un giro inesperado, promovido por una herencia misteriosa que Tony recibe, que traerá al presente un oscuro acontecimiento ocurrido en el pasado y que le acarreará remordimientos y desasosiego: Sara Ford, la madre de Verónica, su primera novia, le ha legado un sobre con un manuscrito y la cantidad de quinientas libras. A estas alturas de la novela, el lector se ha mantenido en el lugar que tenía que estar, como observador discreto de las andanzas del narrador, pero, a partir de este momento, el suspense reactiva al lector y le confiere un papel más activo y se convierte en la sombra de Tony Webster, que retrocede su mirada en el tiempo para despejar las interrogantes que el destino le ha deparado.

Barnes, por medio de su protagonista, hace un diagnóstico del recuerdo y la memoria para poner en entredicho que la memoria no es lo que creíamos que habíamos olvidado. No, –añade– el tiempo no actúa como un fijador, sino más bien como un disolvente. Y es aquí donde se nos desvela el gran secreto que cambió para siempre el devenir de los hechos y el destino de su mejor amigo. Llegado a este punto de inflexión, el texto se rasga, en cierta medida, con un desenlace poco creíble y bastante artificioso. No puedo afirmar que El sentido de un final sea una obra malograda, pero considero que no está a la altura de otros logros brillantes a los que nos tenía acostumbrado el escritor inglés. Lo que no nos impide que destaquemos la intensidad de la narración y, especialmente, el tono reflexivo y moral que encierra el texto. Una historia sobre la conciencia y el mal en el ámbito del individuo que llega hacia el final de la vida pero sin posibilidad de repararla. En definitiva, una novela introspectiva que desvela el recuento de una vida.



Que Julian Barnes es un escritor prestigioso es incuestionable, como también que es un autor versátil y arriesgado al que le gusta explorar en profundidad el alma humana, pero en esta ocasión sucumbe a la tentación de acomodarse a un desenlace narrativo blando. A pesar del tropiezo de El sentido de un final, habrá que seguir con interés sus próximas creaciones.

lunes, 16 de diciembre de 2013

El placer de leer y el reto de pensar



Si hay algo que agradezco a Fernando Savater (San Sebastián, 1947) es el hallazgo de otros autores y pensadores que por mí mismo difícilmente hubiera encontrado. Bien es cierto que los libros te llevan a otros libros, pero descubrir a Rabelais, Voltaire y Nietzsche, por ejemplo, fue para mi una maravillosa aventura que vino de su mano, de ese empeño entusiasta y revelador que siempre ejerce en sus ensayos de ética para curiosidad y formación de sus lectores. Este oficio didáctico propició en mí influencias de libros que el filósofo vasco expandía a través de sus escritos y artículos periodísticos. No olvido el efecto que me produjo la lectura de Cioran, un pensador desconocido en nuestro país al que el ensayista donostiarra nos presentó con regocijo a tantos lectores ávidos de pensar sin la tutela del sistema. En más de una entrevista Fernando Savater ha reconocido que no hay para él mayor gozo que un lector le confiese que conoció a un autor gracias a él y contesta muy ufano: escribo para proponer autores más dignos de ser leídos que yo.

Savater es un ensayista imprescindible por lo que transmite y por el enfoque educativo y ameno con que salpimenta su escritura. El autor de La tarea del héroe (1981) e Invitación a la ética (1982) no ha dejado nunca de proponer una ética cuyo fundamento es comprender al hombre como ser activo, en la creencia de que la imaginación en el hombre es lo que mejor puede explicarnos lo que supone su manera de actuar. Y, en Ética de urgencia (2012), publicado treinta años después, el prolífico escritor vasco se reafirma en sus postulados y dice en el prólogo: mientras seamos humanos no podremos dejar de preguntarnos cómo debemos relacionarnos con los otros, porque somos humanos gracias a que otros humanos nos dan humanidad y nosotros se la devolvemos a ellos.

La editorial Ariel lanzó el mes pasado Figuraciones mías, una recopilación de los últimos artículos periodísticos del filósofo donostiarra, que deambulan entre el placer de la lectura y la aventura de pensar. De modo que estas Figuraciones mías están impregnadas de reivindicaciones y recetas, porque Savater está convencido de que el remedio contra todo mal es la educación, la reflexión y la cultura. Y así en este marco se declara un entusiasta activista de dos tareas primordiales de su filosofía vital: el gozo de leer y el riesgo de pensar. El intelectual español llama a rebato, tanto a la ciudadanía como a las instituciones, para alertarlas de que la lectura no se impone, porque ante todo es placer, y advertirlas de que educar no consiste solo en formar empleados, sino en preparar ciudadanos. Insiste en que la cultura es algo más que leer un premio Nobel, y aboga por seguir experimentando y por conocer otros libros, porque consumir solo cultura gourmet es como alimentarse exclusivamente a base de mariscos. Es necesario ampliar el menú y probar otras cosas.

El libro de Figuraciones mías está concebido como una bitácora de lecturas por donde Savater se explaya con su buen ojo clínico de lector, para ofrecer un repertorio de autores y obras con los que abrirnos el apetito de la curiosidad: Emerson, Melville, Baroja, Vila-Matas, Virginia Woolf, J. K. Rowling o Fred Vargas, y como remedio al mayor tormento que conoce el ser humano, que es sin duda el aburrimiento: es el único que de veras humilla, y frente a él no caben ni la rebelión ni el heroísmo. Son un total de treinta y siete artículos, más un prólogo, que no tienen desperdicio. El conjunto de estas Figuraciones mías es donde el autor de Ética para Amador pulsa el botón de alarma reflexionando sobre temas tan candentes del momento como la educación, la cultura, el periodismo e internet.  Y lo hace desmitificando la época que nos toca vivir, poniendo en solfa eso que tanto valor se da hoy en día, como es medir la rentabilidad, la eficacia y el volumen del negocio, en detrimento de las humanidades, las artes y el saber, que son las únicas disciplinas capaces de esculpir mejores ciudadanos y modelar un mundo con ciudades más habitables y libres.



Como siempre, Savater no defrauda. Su incomodidad es entusiasta y emprendedora, su mensaje, sencillo, didáctico y profundo, como el de los viejos filósofos, se dirige a una amplia mayoría. Figuraciones mías es un libro dinámico, jugoso y reflexivo, escrito por un activista de la concienciación, tan lúcido y vitalista que no se cansa de transmitir el gozo que supone leer y el riesgo que conlleva pensar.

jueves, 12 de diciembre de 2013

The lost boy


A Thomas Clayton Wolfe, (Asheville, 1900 – Baltimore, 1938), el teatro le encandilaba, hasta tal punto que ya, a sus veinticuatro años, impartía clases de dramaturgia en la Universidad de Nueva York. Sin embargo, como autor dramático, fracasó. Este revés no le impidió apartarse de su vocación genuinamente literaria y decidió ser novelista. Su primera obra importante, El ángel que nos mira, aparecida en 1929, causó una extraordinaria acogida en los círculos literarios estadounidenses y británicos. Al año siguiente, Sinclair Lewis, galardonado con el Nobel de Literatura, lo citó con entusiasmo en su discurso en la academia sueca. A partir de entonces, su obra, tan lírica, como autobiográfica, se extendió por ambos continentes con gran entusiasmo.

El sello extremeño Periférica rescata del silencio las piezas maestras en formato breve de Thomas Wolfe, lo que supone todo un alarde de buen gusto editorial por la literatura americana del siglo pasado y, en particular, sobre este olvidado escritor. Acabo de leer dos de estas novelas cortas de este autor de Carolina del Norte: Especulación y El niño perdido, dos textos memorables y exquisitos. El primero, sorprendente: una crónica certera del boom inmobiliario norteamericano de los años veinte, tan histórica como profética. El segundo es un libro entrañable y lírico, y es aquí donde me detengo para reseñar una novela, de apenas un centenar de páginas, en la que la magia de la escritura sobrevuela con sencillez y belleza por una historia sobre la infancia, que fundamentalmente trata de la pérdida de un ser cercano.

Thomas Wolfe es capaz de abordar el recuerdo de la mente humana por medio de la evocación íntima de la pérdida de su hermano de doce años, que muere de tifus; curiosamente el propio autor dejaría este mundo muy joven, con treinta y ocho años, víctima de tuberculosis, otra enfermedad atroz de la época. El niño perdido es una narración medida y acabada como una perfecta máquina de relojería, donde cada segundo es vital y determinante. Wolfe es capaz de agarrar al lector desde la primera frase y logra incorporarnos al escenario de un momento que nos atrapará en continuos pasajes, en busca de recuperar un tiempo pasado imposible de cambiar y revivir la vida malograda del hermano muerto, a base de recuerdos. Un empeño que el escritor norteamericano logra con emoción contenida y brillantez de estilo. Cuatro voces distintas recorren la novela de El niño perdido para mostrarnos instantes vividos de Grover, el pequeño que siempre parecía mayor. La desaparición física de Grover, un chico de doce años, tan observador y curioso, deja destellos de asombro entre los adultos que lo trataron en Saint-Louis, al tiempo que se celebraba la Exposición Universal de 1904. La familia Wolfe se había trasladado desde Asheville a Saint-Louis para inaugurar un pequeño negocio de alojamiento para visitantes que se acercaban desde otros lugares a la gran feria. Wolfe describe con minuciosidad y sutileza ese pequeño mundo que rodea al protagonista, hasta conferirle una épica que traspasa los sentimientos del lector tras la asunción de la enfermedad del pequeño Grover, tan dulce y delicado, y su inminente fallecimiento.



El niño perdido es un relato en torno a un suceso verídico, donde el personaje e hilo conductor de la historia es el hermano de Thomas Wolfe; una historia  que transita sigilosamente, rastreando rincones y estampas familiares de la mano de las voces emotivas que intervienen en la narración: la madre, la hermana, el protagonista y el propio autor.

El libro es delicado y cálido, escrito con elegancia y maestría por un autor que merece ser revisado. El niño perdido es todo un pequeño manual narrativo, lleno de sensibilidad, que viene a constatar la gratitud que el viejo Gracián depositó en uno de sus aforismos más famosos: “lo bueno si breve, dos veces bueno”.

lunes, 9 de diciembre de 2013

Autobiografía conversada


Lo que más valoro de los buenos escritores es el sentido literario que éstos dan a sus obras pensando siempre en la inteligencia del lector, evitando dar gato por liebre, algo que olvidan otros muchos que campan a sus anchas por el vertedero editorial, para desgracia nuestra. En la categoría de mis autores más leídos, reclamo la atención hacia tres de los escritores españoles del panorama narrativo actual que configuran, cada uno a su forma, ese rango literario necesario que los convierte en el grupo de los selectos: Trapiello, Muñoz Molina y Vila-Matas. El más convencional, sin duda, es Andrés Trapiello, diarista intenso y voraz bibliómano, que reconfirmó mi pasión por Galdós y Baroja, y que fue capaz de apasionarme por la escritura de Chaves Nogales. El andaluz Antonio Muñoz Molina es el más académico de los tres y, también, el más inclinado a la reflexión social. A mi paisano le debo el descubrimiento literario, entre otros, de James Salter. Sin embargo, el más raro, literaria y literalmente hablando, es Vila-Matas, el más influyente en mis lecturas, mi preferido. Gracias a los libros de Enrique Vila-Matas descubrí otros senderos donde me topé con autores tan grandiosos como minoritarios, de la talla de Perec, Walser, Bove, Bolaños o Pitol. Todo surgió inesperadamente con la lectura de Historia abreviada de la literatura portátil. A partir de este hallazgo me enganché como un adicto al universo literario que el escritor catalán sugería. Y ya no pude resistirme a viajar con Bartleby y su compañía: Montano, Pasavento y el resto de personajes que asomaron en sus publicaciones posteriores.

He acabado Fuera de aquí, editado en Galaxia Gutenberg, con la sensación de haber asistido a un tour por la vida creativa de Vila-Matas, pero en la variante de una extensa conversación con André Gabastou, su traductor francés. Gabastou recorre con la gestación de la obra del barcelonés y analiza en los veinte capítulos de esta jugosa entrevista todos sus libros. Vila-Matas es de esos escritores catalogados como más verdadero que serio, que llevan como señas de identidad una extraña forma de vida. Un literato que tiene la idea de que el mundo es una ilusión, un escenario en el que cada uno tiene frases que decir y un papel que representar. Fuera de aquí es un libro que emerge desde la razón literaria de un escritor en la plenitud de su madurez. Se editó en el 2010 en Francia, y ahora se publica en nuestro país, ampliado con fotos y textos del propio escritor que ayudan a situarnos en el contexto de una obra tan singular y exigente como la de este letraherido. Se trata de un texto imprescindible para entender las inquietudes literarias del escritor vivo más original y metaliterario de la narrativa española, quien concibe el acto de escribir poniendo tierra de por medio: “Para escribir sobre el mundo, ¿no es necesario separarse del mundo? Es una paradoja del oficio de escritor”, (pág. 11).

Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) es un escritor que está en la literatura para saber quién es e indagar sobre sus propios límites, con la voluntad de aventurarse a nuevos terrenos para experimentar. Terrenos complejos y arriesgados que le han supuesto explorar desde el vacío hasta el abismo, eso sí, con una advertencia: No nos engañemos, escribimos siempre después de otros. Desde sus comienzos literarios él se ha planteado con frecuencia el viaje interior a sí mismo, un trayecto que continúa a su Ítaca, su mundo literario, como una infinita excursión circular.


Leer a este autor es como transformar las citas en experiencia e, incluso, los malentendidos de sus personajes se convierten en hechizo, a pesar del roce de locura y peligro mental que no falta en sus historias. Esas obsesiones de este insólito fabulador son las que hace que ese rango minoritario de incondicionales que le seguimos vayamos expandiéndonos como una secta amante de sus propuestas literarias.

Fuera de aquí es una autobiografía conversada, presentada en una edición preciosa e impecable, en la que el entrevistado es el personaje-narrador que cuenta la historia de su estilo, el estilo vilamatiano; un libro dirigido a lectores enfermos de literatura.

jueves, 5 de diciembre de 2013

El gusto por la paradoja


Todo en la vida de Pessoa, (Lisboa,1888-1935), fue en gran medida paradójico. Este poeta universal de las letras portuguesas era un hombre al que le gustaba escabullirse entre la sinceridad fingida y el sincero fingimiento. Cuando leí por primera vez el Libro del desasosiego, ese diario íntimo en forma de poema en prosa, me di cuenta, al finalizar su lectura, de que tenía subrayado gran parte de sus páginas. Este hecho me llevó a releer lo marcado con el lápiz, y aquellos destellos de frases incompletas y deslumbrantes perlas oceánicas me descubrieron a un excepcional aforista. Después me aproximé a su poesía, y en las Odas de Ricardo Reis constaté que también su poesía estaba impregnada de paradojas. Lo último que abordé de la escritura del autor lisboeta fue El banquero anarquista, una pieza narrativa, tan feroz como ideológica, sobre la falacia de la emancipación del individuo en una sociedad igualitaria. Como antes apunté, toda la escritura de Pessoa tiene una cadencia natural hacia el aforismo. Recuerdo con entusiasmo una de aquellas frases subrayadas, muy recurrente, que se mantiene en mi memoria y que decía: Un barco parece ser un objeto cuyo fin es navegar; pero su fin no es navegar, sino llegar a un puerto.

Acabo de leer con sumo deleite Aforismos, de Fernando Pessoa, editado en la colección A la mínima de la editorial Renacimiento, un volumen que aglutina un amplio panel de las reflexiones y divagaciones de todo género y condición que el portugués escribió de manera entretejida en su prosa y poesía, recopiladas bajo la selección del profesor José Luis García Martín. Esta colección que viene publicando Renacimiento de un tiempo a esta parte, bajo la dirección de Manuel Neila, es una tentación para todos los que sentimos debilidad por el aforismo, este género tan persuasivo y prolijo. Por eso nos gustan tanto esos relámpagos, como los llama Ramón Eder, porque parecen universales y tienen algo de anónimo, o como apostilla Trapiello: tienen algo de apócrifo, porque en la noche de la literatura, todos los aforismos son pardos.

Diez muestras de estos vislumbres de nuestra condición humana, según el artista portugués del desasosiego, extraídos de esta antología:

Para mí, pensar es vivir y sentir no es más que el alimento del pensar.

Leer es soñar de la mano de otro.

La literatura, como todo arte, es una confesión de que la vida no basta.

Es necesario que cada uno se multiplique por sí mismo.

¡Cuesta tanto ser sincero cuando se es inteligente! Es como ser honesto cuando se es ambicioso.

El hombre no sabe más que los otros animales; sabe menos. Ellos saben lo que necesitan saber; nosotros no.

Cada cosa tiene su tiempo a su tiempo.

El pasado es el presente del recuerdo.

Cada hombre es un mundo. Y hay un dios para cada hombre.

Nunca se vuelve. El lugar al que se vuelve es siempre otro.



Los Aforismos de Pessoa es un volumen bello y elocuente, tan cuidado, como estimulante. Un tomito seleccionado y traducido por García Martín, también cultivador de aforismos y, por tanto, nada lego en el asunto. Y aquí, en este pequeño libro, el rédito para el lector se acrecienta gracias a la maestría de Pessoa, poeta solitario y resistente, con gran gusto por la paradoja, que deja su voz y tributo en esta memorable colección de aforismos para alivio de nuestras tribulaciones.


lunes, 2 de diciembre de 2013

Leer permanentemente


No hay tarea más necesaria para poder ser escritor que leer. Esa actitud tiene que ser una constante, según Stevenson, pero, para el escocés, es fundamental que el lector sea inteligente, que sepa elegir los libros que le interesen porque nadie es capaz de leer todo, de modo que, solo en algunos de ellos, hallará lo que calme su apetito. En Escribir, un título contundente, editado por Páginas de Espuma, se recopilan los ensayos literarios de Robert Louis Stevenson (Edimburgo, 1850 – Samoa, 1894), que, a decir verdad, son unos artículos, tan jugosos como imprescindibles, sobre el oficio de escritor, elaborados con toda el alma por uno de los grandes de la literatura universal. Si tuviera que resaltar lo más destacable de este libro diría que Stevenson logra con estos ensayos, no solo el análisis cuidado e intenso en su discurso, sino que despliega toda su perspicacia como lector: Siempre llevaba en el bolsillo dos libros: uno para leerlo; el otro, para escribir en él, (pág. 101).

Escribir está dividido en tres partes en las que los textos sobre los libros de cabecera del autor británico dan paso a los retratos de sus escritores favoritos, que se mezclan con alertas y consejos de lo que significa ese extraño artefacto que es la literatura, así como recuerdos sobre su propia producción artística. En la parte primera, La escritura, Stevenson habla de los aspectos técnicos del estilo del escritor, sin olvidarse de la moralidad que supone el ejercicio de las letras, para finalizar con el apartado referido a cómo aprendió a escribir de manera autodidacta. La parte central lleva por título Los libros; aquí transita por los libros esenciales de su formación como escritor: los Ensayos de Montaigne, el Evangelio según San Mateo, Hojas de Hierba de Whitman, La Vida de Goethe de Lewes, la poesía de Wordsworth o las Meditaciones de Marco Aurelio. Luego, en la misma sección, Stevenson explica cómo se gestó su primer libro: La isla del Tesoro. Después, en los siguientes capítulos habla con énfasis de Dumas, Allan Poe y Julio Verne. La última parte del libro nos conduce a su universo literario: Los escritores. Entre estas páginas las novelas de Victor Hugo son esbrozadas con sutileza y admiración; la semblanza que hace del poeta nacional de Escocia, Robert Burns, está llena de empatía y generosidad. A lo largo de las reflexiones expuestas, Stevenson sigue promoviendo la lectura como aprendizaje y para reforzar su empeño cita a otros autores fundamentales como Shakespeare, Scott, Molière, al igual que a Thoreau, que lo hace con encendida devoción.

Stevenson no se empacha en reiterar la importancia de leer, leer para tener la cabeza ocupada y siempre lista. No importa copiar y copiar a los grandes maestros como ejercicio básico para adquirir el propio estilo. Para el escocés el estilo es la marca indeleble de todo maestro y la verdad, incluso en literatura, debe revestirse de carne y hueso, o no conseguirá contar su historia al lector. Escribir es un libro muy literario, para leer y acudir a consultar si queremos saber las entrañas y los secretos de la escritura de algunos de los escritores admirados por Stevenson. Estamos ante un libro de largo alcance y consistente, que pertenece a la categoría de los clásicos y en esa línea, Páginas de Espuma paga su tributo con una publicación meritoria y arriesgada. Una edición extraordinaria y valiosa, gracias a la calidad de los textos y a la excelente traducción de Amelia Pérez de Villar.



Escribir es un ensayo imaginativo, con una prosa expositiva seductora y complaciente para el lector. Un obsequio impagable para quienes quieran asomarse al balcón maravilloso de la creación literaria e, incluso, sentir el vértigo de la excelencia de la escritura, bajo la tutela de Robert Louis Stevenson, un escritor colosal, capaz de transmitir a los demás esa conciencia profunda de la escritura y su idea personal de la tarea del escritor.

jueves, 28 de noviembre de 2013

Los placeres de la caza del libro


Decía Jaime Salinas que un editor es una especie de go-between, de intermediario, entre el escritor y el lector, y esto, que parece simple, requiere de una vocación concienzuda e inquieta. Periférica es un sello independiente que, en sus siete años de existencia, se ha hecho un hueco entre las editoriales españolas, en esa labor impagable de ofrecer calidad literaria por encima de réditos comerciales. Su alma mater, Julián Rodríguez, es, ante todo, lector, y cuida con mimo de que su catálogo sea la fortaleza y aval que determine el perfil de ese rostro periférico. En los últimos tres años, gracias a la creación de la colección roja de Periférica, Largo recorrido, he leído a autores desconocidos del siglo pasado que me han deparado grandes satisfacciones, como: Gianni Celati, Fogwill, Elisabeth Smart o Christopher Morley con La librería ambulante. De manera que de un tiempo a esta parte las publicaciones del sello extremeño son cada vez más familiares para mí y no dejan de hacerme compañía.

Ayer leí, de una sentada, un libro de esos que llegan al corazón y creo que, en mi caso, permanecerá por largo tiempo. Los amores de un bibliómano, de Eugene Field (Saint Louis, 1850 – Chicago, 1895), publicado hace dos meses por Periférica, es, por encima de todo, un homenaje a los libros. Y es también una historia de amor y un elogio de la amistad que el propio autor profesó en tantos años hacia un reducido grupo de amigos que, como él, se embarcaron en la felicidad de leer y releer a lo largo de sus vidas. Los amores de un bibliómano tiene la apariencia de novela, pero se acerca más al ensayo-ficción camuflado en la biografía del escritor de Missouri; un texto apasionado y ameno. Desde las primeras páginas, Field, a través de su protagonista, deja constancia de las ventajas que el amor a los libros tiene sobre otros tipos de amor: ...las mujeres son por naturaleza volubles, y los hombres también; su amistad es susceptible de disipación a la mínima provocación o a la menor excusa. No ocurre esto con los libros, porque los libros no cambian. Dentro de mil años serán lo que son hoy, dirán las mismas palabras, expresarán la misma alegría, la misma promesa, el mismo consuelo; siempre constantes, ríen con los que ríen y lloran con los que lloran, (pág.13-14). Eugene Field habla de los libros con tanta entrega y entusiasmo que contagian al lector. Venera tanto el amor a los libros que anima a leer sin descanso hasta en la cama: ningún libro se aprecia de verdad hasta que no nos lo llevamos a la cama y soñamos con él, (pág. 29).

Los capítulos que siguen a estos primeros arranques nos hablan de los cuentos de hadas, de los inicios de la afición al coleccionismo, de los placeres de la pesca, de libreros e impresores antiguos y modernos, de los maravillosos olores que desprenden los libros o del gusto por los catálogos. Entre estas divagaciones aparecen charlas entretenidas de amigos al calor de la chimenea, bajo la compañía de una buena copa, que se interrumpen de vez en cuando para dar paso a los poemas del juez Methuen, uno de los personajes más carismáticos y omnipresente a lo largo de todo el relato.



Esta obra de Field tiene el encanto de otros tiempos, de una nostalgia reservada a los letraheridos aquejados del virus incurable de la pasión por los libros. Pero sobre todo, Los amores de un bibliómano, es una novela deliciosa, repleta de inteligencia y humor sobre los placeres de la caza del libro, que es como les gusta a estos fetichistas llamar a la aventura del coleccionismo de libros.

Nada más que por el título y la extraordinaria portada merece la pena curiosear su interior; cuando el lector esté dentro, es seguro que el germen lo infectará del gozo que atesoran sus páginas.