martes, 26 de diciembre de 2023

Las costuras de la vida


Tengo la sensación tras leer esta emotiva novela de Salva Robles (Málaga, 1970), de que la vida nos toma la lección una y otra vez para ver si la tenemos aprendida, incluso, nos examina antes de aprender que vivir de modo autosuficiente resulta imposible. Me gustan los libros, como este, que tienen consecuencias. Del desorden y la herida (Talentura, 2023) es un relato con diferentes voces que se lee sin fisuras, fresco, maduro, de esos en los que cada voz trasciende como cauce de búsqueda y ascensión de la realidad. Por aquí transitan seres que aspiran a alzar el vuelo, como ave que escapa de su jaula, pero todos llevan consigo cierta melodía de cuerpos doblegados e incompletos marcados por la falta de comunicación.

Dos citas reveladoras al inicio del libro vislumbran el sentido previo de lo que nos depara. La primera de J.M. Coetzee: “Porque no existe esa vida mejor. Esta es la única vida posible”. La segunda, más minimalista y arrebatadora, de Alejandra Pizarnik: “Mi desorden es atroz”. Ambas cohabitan con distinta intensidad y percusión por cada capítulo del libro. En esta novela cada personaje alterna un capítulo. A veces, son dos los personajes que entablan entre sí un diálogo confrontando la vida expuesta en sus hechuras, con el atisbo de que un humilde gesto puede cambiarlo todo. La novela transita de uno a otro dejando ver que la soledad e incomunicación de todos ellos es también un acto de rebeldía. Lo hace Samuel con Gema, su esposa, y con Luismi, su mejor amigo. También Pedro, en su contorno voluble de adolescente. Al igual que Marta, la terapeuta, observadora de tantas emociones ajenas, consciente de que “a todos nos hacen falta los melodramas para sobrevivir”.

Las intermitencias que cada uno de ellos va dejando esparcir de forma continuada reflejan sus síntomas y maneras de entendérselas con la vida. Luismi señala: “Qué más se puede hacer, excepto vivir”. Para Gema, “vivir es como cruzar carreteras en lugar de transitarlas en línea recta”. Samuel, un hombre invisible y aturdido, considera que para él “caminar se ha convertido en enhebrar rotondas”. A Pedro, lector impenitente, le preocupa su realidad, la que está fuera de los libros, “la realidad dando puñetazos, para no variar”. Marta, en cambio, aspira a soltar amarras del pasado, al menos es lo que traslada a sus pacientes: “No soporto este constante volver hacia atrás tan estéril”. Todos ellos se exponen y se desnudan de sus certezas y desengaños. A ninguno le impide el otro para ser él mismo. Todos entran en acción y, cuando piensan, sus cuerpos también piensan.

Sin duda, Salva Robles, es consciente de que escribir una novela es habitar en otra dimensión, nadar en un mar de dudas, y más en un debut, que no parece que lo sea. Eso del mar de dudas lo sabe todo escritor que se precie, es su privilegio, bendito privilegio. Del desorden y la herida es una novela que se deja querer, que encuentra el tono de lo que quiere contar por muchas razones: posee un ritmo narrativo trepidante, pasiones contenidas y verdades equidistantes, como la lucha, la ilusión, el silencio o la fatalidad. Es una novela que deja ver lo que su autor tenía decido ya en su cabeza, si no, no lo hubiera orquestado con ese desparpajo que la envuelve, y que nos revela que escribir es sustraerse a la vida, que escribir es tocar de cerca lo humano, es poder captar eso que mientras es, ya no es o deja de serlo.


Podemos concluir que esta novela recoge un mundo reconocible de conflictos humanos, con clara tendencia a la paradoja, un relato capaz de arrastrarnos y seducirnos gracias a la amenidad de las voces que contiene, a la prosa bien plantada de la que se vale y, también, al tono de cómo lo presenta, con agudas reflexiones que compulsan el sentido común de muchas cosas y que infieren en soplos que nos nombran.

En fin, digamos que la pulpa de todo lo que aquí se cuenta se encuentra en lo que el libro deja al descubierto, que la vida hace añicos las certezas, que el provecho de la vida reside en su uso, una novela cuya virtud suprema es el aire de realidad que sopla en sus páginas, como si el autor buscara la concordancia de la palabra con las costuras de la vida. Al final, de qué se trata, ¿de vivir o de saber que se está viviendo? Un debut destacable.

jueves, 21 de diciembre de 2023

Una ciudad múltiple


La relación de quien camina por su ciudad, por sus calles, por sus barrios, ya les sean conocidos o los descubra al hilo de sus pasos, es primeramente una relación afectiva y una experiencia corporal que deja sus marcas. Porque la ciudad no está fuera de uno, sino dentro, impregnando nuestra mirada, nuestro oído y el resto de los sentidos, que, en su conjunto, se ven alumbrados por su cartografía. Uno se la apropia y actúa según los significados que la propia ciudad le va dando. Alrededor de cada habitante de la ciudad se traza una miríada de caminos vinculados a su experiencia y quehaceres cotidianos: el barrio donde trabaja, la calle donde queda con los amigos, la avenida de los cines y librerías, o los lugares a los que nunca va porque no se asocian a ninguna actividad ni estímulo. Y así, sucesivamente.

Lo que propone Álex Chico (Plasencia, 1980) con su nuevo libro, Barcelona mapa infinito (Ediciones Traspiés, 2023) no es más que acercarnos a toda esa idea de relación afectiva, de significados y de experiencia vital con cada espacio que confluyen en el hecho de habitar una ciudad múltiple como es Barcelona, “una ciudad geométrica rodeada de laberintos”, en palabras suyas, para contarnos una historia de vecindad y múltiples revelaciones, una travesía consentida y auspiciada por esta memorable frase de Calvino de que «Una ciudad se pierde si alguien no la escribe». Consciente de que siempre habrá cosas que se escapan inevitablemente al delimitar nuestra vida en la ciudad y jugando con la conjetura de sus enigmas, Chico reflexiona y señala que “Las ciudades en las que vivimos van permeando en nosotros y a fuerza de un tránsito constante, a fuerza de ir recorriéndola año tras año, acaban determinando nuestra forma de ver y comprender el mundo”.

Por encima de todo, este libro nos depara una andanza sintiente por Barcelona, una suerte de linterna portátil que alumbra las coordenadas que conforman sus puntos de fuga y contradicciones, desde la propia vivencia de quien la describe, que responde de su experiencia hablando de todo lo que se superpone y acumula la ciudad donde vive: “Así es como juzgo a esta ciudad, como un mapa infinito”, nos dice. Ya, desde el frontispicio del libro, Chico nos presenta tres citas que predisponen al lector a recorrer la ciudad desde el soplo literario y la observación con todo aquello que pueda llevarnos a una aventura distinta. Se hace cómplice de la primera de ellas: «Hacer el retrato de una ciudad es el trabajo de una vida y ninguna foto es suficiente», una frase memorable de la fotógrafa estadounidense Berenice Abbott. En la siguiente, evoca a Roberto Bolaños que alude a que también en una ciudad civilizada, como Barcelona, aúlla el lobo, hasta llegar a la tercera cita de la escritora argentina Verónica Nieto que más bien parece un microrrelato: “Y, entonces, te vas quedando en Barcelona”.

Y así echa a andar Barcelona mapa infinito, como una historia que contar, con sus calles y protagonistas, con su esencia literaria de quienes las hicieron vívidas, con sus espacios reconocibles y apuntes suspendidos en la memoria colectiva. Para Álex Chico, “la ciudad es un asunto demasiado complejo, un tema que se enmaraña más a medida que le añadimos capas y capas de memoria”. Se prodiga, sin tener que acudir a los excesos retóricos, en rescatar datos y citas literarias, haciendo de su propia lectura una guía sentimental barcelonesa con sus realidades, espejismos, puntos cardinales de la montaña y el mar, y con sus márgenes, sin ocultar su miedo a la vorágine turística. También hay lugar para nombrar las novelas sobre Barcelona, como La ciudad de los prodigios, de Eduardo Mendoza, al igual que espléndidas narraciones y entresijos como las que escribieron Pla, Marsé, Vázquez Montalbán, Mercé Rododera o Joan Margarit, entre otros.

Retratar la ciudad en la que uno vive es una aspiración permanente en la vida de un escritor, nos dice. Alude a las vanguardias para asentar su idea de que no existe una sola forma de retratar a una ciudad, sino múltiples maneras de hacerlo, dependiendo del rincón o viaducto que elijamos para observarla: “Todo paseo es infinito”. Barcelona se presta a ello, y mucho, nos viene a decir, desde La Rambla a Montjuic, desde la Torre Castanier a la Sagrada Familia o desde los pasajes de l’Eixample a los del Raval: “Barcelona es una gran ciudad pequeña, y sin embargo llena de puntos de fuga capaces de desplazarnos a cualquier parte”. Bajo este predominio de vivencias y analogía entre la ciudad y sus confluencias literarias, nos anima a percatarnos de que “En las ciudades, como en las novelas, cabe todo” y cómo un paseíllo tras otro concitan a entendernos con su mapa y a reverberar la memoria de sus rincones.


Barcelona mapa infinito no es una guía de la ciudad, ni un libro de viaje, es un relato de reminiscencias personales y de evocaciones transmitidas libro adentro, tan solo para saber que quien escribe sobre su ciudad perpetúa su estancia, recicla sus pasajes y recuerdos, se apropia de su mapa, lo revive, lo reinventa, como la vida misma, como un trazado en el que cada instante es resonancia y continuidad. Y esa conexión fluida pone su guiño a la concepción borgeana, digamos laberíntica, que ha querido establecer el autor en la construcción de este mapa sobre Barcelona, un paseo narrativo ilustrado con dibujos de Joan Ramon Farré Burzuri, cuyo resultado final es un recorrido por el espacio y el tiempo de alguien que deambula por sus calles, según decía Walter Benjamin, «como lo haría por un bosque: dispuesto al descubrimiento».

Lo que nos llama la atención de Álex Chico, es su destreza narrativa, su capacidad de escritor todoterreno, un talento poco común que cada vez a más lectores nos cautiva, por su verdad y oficio. Y ahora también, con esta hermosa semblanza sobre Barcelona, un libro ameno, jugoso y sincero, escrito sin más límite que su atracción por el magnetismo de una ciudad que padece, disfruta y ama.


martes, 12 de diciembre de 2023

Conversar con la muerte


La muerte forma parte de la vida y es parte del relato de ella misma. Tal vez sea la última oportunidad de hallar un significado y de dar un sentido coherente a lo que pasó antes. Pero la vida siempre tiene un futuro, y para muchos hasta en la muerte. Morir es parte de la vida, no de la muerte. Por eso mismo, andamos necesitados de palabras para tratar de minimizar la inevitable soledad del que muere, palabras para contener al otro, palabras para entender la experiencia compartida y establecer una conexión con ese otro ser humano que definitivamente se va y nos deja.

Sobre todo, este asunto ancestral de lo que significa la muerte en la experiencia humana trata Vivir con nuestros muertos (Libros del Asteroide, 2022), de la escritora, filósofa y rabina, Delphine Horvilleur (Nancy, Francia, 1974), un ensayo transversal entre lo sagrado y lo cotidiano en el que está muy presente el pensamiento judío. El libro lleva un subtítulo exquisito y filosófico, Pequeño tratado de consuelo, y, como dice la propia autora: “reúne varias historias que me ha sido permitido contar, vidas y duelos que he tenido que vivir o que he podido asistir”. En todas ellas nos vamos a encontrar con episodios que dejan ver también ese lado amable de entender lo que fundamenta a la identidad judía: “Nadie sabe realmente qué hace a un judío, y menos aún a un «buen judío»”. Diremos que es un libro lleno de inquietudes y curiosidades, tanto religiosas como laicas, incluso con un soplo de humor para afrontar la muerte con serenidad y desenfado.

Horvilleur, como rabina laica, apartada de cualquier posición hegemónica, se afana en contarnos cómo los muertos conforman nuestras vidas y cómo nosotros, al morir, igualmente conformaremos otras vidas. A su vez, nos desvela el sentido que tienen esas piedrecitas emblemáticas que los judíos colocan en las tumbas, en vez de flores: “Dejar una piedra encima de una tumba es declarar a quien descansa en ella que nos incorporamos a su herencia, que nos ubicamos en la serie de generaciones que prolongan su historia. La piedra proclama filiación, real o ficticia, pero siempre sincera”. Los ritos y las palabras ponen de manifiesto el relato de la muerte que no debe reducirse a un mero trámite de desenlace trágico, sino que dé continuidad al propio relato de la vida del fallecido: “No contar nunca la vida a partir del final sino a partir de lo que en ella se creyó «sin fin». Saber decir todo lo que fue y lo que podría haber sido, mucho antes de decir lo que ya no será.”

Otra curiosidad sobresaliente que nos revela Horvilleur es que en el judaísmo no existe la confesión, salvo la que precede a la muerte. Lo mismo que la importancia que tiene en la tradición judía el kadish, que no se refiere solo a la oración de los deudos, sino a la persona designada para recitarla. De ahí que es algo común y propio de un padre o una madre personarse ante el rabino para presentarle a su hijo como su kadish cuando llegue la hora de su muerte. Humoradas y chistes judíos cargados de simbolismo y trascendencia no faltan. Por ejemplo: “Esto son dos supervivientes de los campos que están haciendo humor negro sobre el Holocausto. Dios, que pasaba por allí, los interrumpe: «Péro ¿cómo os atrevéis a bromear con tamaña catástrofe?», y los supervivientes le dicen: «¡Tú qué vas a saber, si no estabas allí!».”

Vivir con nuestros muertos es un compendio de vivencias, rico en perspectivas, que interesará a quien sienta curiosidad por los enigmas en la vida y la muerte. Horvilleur traza su mirada humanista para hablarnos con sencillez, sabiduría y distensión sobre la complejidad de entender el sentido de la muerte desde la tradición judía, consciente de que el judaísmo tampoco proporciona una respuesta firme sobre la otra vida para quienes la esperan con inusitada preocupación. Elogia acompañar la muerte de los demás desde las creencias o ausencias de estas, desde la convivencia, sin que ninguna de esas opciones tenga que prevalecer sobre el resto, y acaba el libro evocando el asesinato de Isaac Rabin, para poner su foco de atención en la esperanza, despertar la conciencia de los vivos y proclamar que ningún fanatismo habla nunca en nombre de todos.


Conversar con la muerte tiene el sentido vitalista de saber entender que su intermitencia no debe reducirnos a determinarla como un mero trámite que aguarda su momento: “Nadie sabe hablar de la muerte, y puede que esta sea la definición más precisa que se pueda dar de ella”. Hay algo fascinante en este libro de fidelidad compartida que lo hace propio y singular, y no es más que su calidez narrativa y enorme honestidad, capaz de mantenernos atentos y ensimismados en un “pequeño tratado de consuelo” que nos concita a buscar respuestas y sentirnos más vivos, más cerca de pensar que después de la muerte hay algo que no sabemos, como dice Horvilleur: “algo que todavía no se nos ha revelado, algo que otros harán, dirán y contarán mejor que nosotros, porque hemos existido”.

Vivir con nuestros muertos es un libro hermoso sobre la muerte, que emociona, alumbra, entretiene y enseña a leer la vida. Sin duda, una de mis lecturas más gozosas del año.

viernes, 8 de diciembre de 2023

Pérdidas y hallagos


La escritura y la lectura trasladan, es decir, nos convierten en metáforas del tiempo. En ese camino, a lo largo de nuestras vidas, somos partícipes del asombro continuo que los libros son capaces de producir. Incluso para incrementar el valor de la vida y atemperar las pérdidas que nos suceden. Nadie entendería la vida sin la concurrencia y el alcance de esos extravíos propios y ajenos de cada día. Sin embargo, nos resultan exasperantes, incluso los más banales. Cualquier pérdida es un desajuste que puede derivar en una crisis con nosotros mismos, con los demás o con el mundo entero. Algo común que nos acerca a entender que perder es un verbo continuo que conjugamos en presente, pasado y futuro a lo largo de nuestra vida. En la naturaleza de la pérdida cabe todo: lo leve y lo grave, lo insulso y lo importante, lo insólito y lo penoso, lo extraviado por momento y lo desaparecido para siempre.

Bajo este remolino de consecuencias que portan extravíos y pérdidas, la escritora y reportera estadounidense Kathryn Schulz (1974, Shake Heights, Ohio) nos concita al lector en su nuevo libro, Una estela salvaje (Gatopardo, 2023), unas memorias con alma ensayística, para que la acompañemos en su investigación sobre todo lo que causa la pérdida en la experiencia humana, su contrariedad e impertinencia. Y, lo que es más importante, al enfoque de enfrentarnos a lo mucho que incide en nuestra existencia, “al hecho de que, tarde o temprano, el destino natural de casi todo es desaparecer o perecer”. En ese proceder suyo, erudito, indagatorio y hasta filosófico, traducido por Marta Rebón, mezcla de exploración y vivencias, se aborda en tres partes un duelo, un amor y una incursión reflexiva en torno a la conjunción “y”. Todas estas secciones guardan lazos entre sí por lo que conectan con el hecho de vivir.

Si en la primera parte nos sumergimos en las pérdidas cotidianas y en aquellas otras pérdidas irreparables, de dolor inmenso, como es la muerte de un padre, en la segunda parte llegamos al territorio de los hallazgos. Aquí, el estímulo y el asombro de encontrar algo nuevo sostiene el peso de buena parte del libro. Cuenta Schulz que cuando aparece el enamoramiento todo se trastoca “es una especie de paréntesis, una pausa en el orden normal de las cosas”. Es el azar y el destino los que, a veces, se confabulan, como así le ocurrió unos meses después de que falleciera su padre. Había quedado a almorzar con una desconocida y se enamoró inesperadamente. Estaba en pérdida y le cambió la suerte.

Dice Schulz que, en ese trasiego de extravíos, “solo hay dos formas de encontrar algo. La primera es, mediante la recuperación, cuando encontramos algo perdido. La segunda es mediante el descubrimiento, cuando encontramos lo que nunca habíamos visto antes”. De esta impronta abastece sus reflexiones sobre el enamoramiento: “A veces, nuestros descubrimientos son tan fortuitos que casi parece que las cosas nos encontraron a nosotros y llegaron de la nada a nuestras vidas”. El amor, viene a decirnos, confía en su propia invención ilimitada: “Y, sin embargo, el amor es innegablemente un enigma, y uno de sus muchos misterios es que a veces descubrimos muy pronto que, como decía Dante, la felicidad nos ha llegado”.

Al llegar a la tercera parte, cobrará sentido el título del libro mediante la conexión del origen del mundo proveniente del choque de un meteorito con la Tierra hace treinta y cinco millones de años, “una estela salvaje” y remota que, aún, sigue dando pie a hacernos preguntas por el origen, desarrollo y continuidad de la vida en nuestro planeta. Nada parece aislado, todo ejerce una constante ilación, “el mundo en modo conjunción”. Se trata de entender que vivimos conectados con muchas cosas a la vez. Alude al filósofo Hume en los términos en que “todas las ideas provienen de la yuxtaposición, de enlazar un elemento conocido del mundo con otro”. En esta idea implícita del significado y proyección de la letra “y”, queda dicho que “no es solo un sentimiento de conjunción; es también un sentimiento de continuación”.


Una estela salvaje es un memorial perspicaz y reflexivo para llegar a la conclusión de que habitar el mundo es escuchar también el rumor del tiempo, aprendiendo a interpretarlo desde la experiencia vital de entender que “solo disponemos, inevitablemente, de una vida, y por muy activos, interesados, afortunados o longevos que seamos, solo podemos hacer cierto número de cosas con ellas”. Por aquí transita todo su sesgo narrativo, por donde las pérdidas y los hallazgos se conjuran y desdoblan en un mismo plano vital, se trata de un libro que recoge un buen bagaje de lecturas y experiencias de la mano de su autora, un manuscrito que toca de cerca la vida, las ganas de ser y apela al regocijo de “aprovechar mejor nuestros días finitos”.


miércoles, 29 de noviembre de 2023

Curada de espantos


Nadie duda ya de que la lectura silenciosa ha sido una conquista. Quienes leemos en silencio y en soledad reconquistamos una soledad reparadora, vaciada de la angustia ruidosa del exterior. Con un libro en las manos nos sentimos acompañados. Es una manera de tomar distancia del eco del día y romper con su inercia. Leer nos reconforta, es como detener el tiempo que nos asigna este mundo. Leer es apoyar el cuerpo en otra postura al tiempo que vivimos. Leer es percatarse de que la vida es también un relato de todo lo que nos conforma y de lo que somos, entre lo muy visible y lo demasiado secreto. A los libros se llega como a las islas mágicas de los cuentos, nos dice Martín Garzo, no porque alguien nos lleve de la mano, sino simplemente porque nos salen al paso. Eso es leer, llegar a un lugar nuevo, sin hacer ruido.

La escritora Ariana Harwicz (Buenos Aires, 1977) en su nuevo libro El ruido de una época (Gatopardo, 2023) nos invita a reflexionar sobre todo lo que concierne a ese entramado establecido por la escritura y la lectura con la vida y sus secretos, con las emociones y sensaciones de lo que las palabras nos dan cuenta por ese hilo continuado que supone vivir y hablar, escribir y leer, recogerse y estar más en silencio. A lo largo de los textos de este volumen, la autora abre cauces para desplegar asuntos esenciales por los que transita la creación literaria, destacando lo que supone la escritura para quien se afana en su desempeño: “Escribir es sustraerse a la vida. Pero para escribir hay que vivir..., lanzarse a la vida, olvidando la escritura, para después lanzarse a escribir, olvidando la vida”. Mientras ese devenir se fragua en el texto, primeramente, hay un compás de espera en busca de alguna resonancia: “Para encontrar la escritura, a veces hace falta no escribir..., sino buscar el deseo de la escritura, la búsqueda de ese deseo ya es un procedimiento literario”.

En El ruido de una época convergen textos que rumian ese ámbito privilegiado de libertad por donde la verdadera literatura se da a valer: “La única condición de un escritor, de la generación, cultura y época que sea, es la de ser único e irreductible”. Sostiene además Harwicz que, aunque la literatura sea una forma privilegiada de memoria, no hay que olvidar que “solo al escribir se puede dejar de ser lo que se es. O desconocer lo que se es”. Comparte igualmente que como ser humano no solo se actúa, habla, piensa y sueña, sino que también se calla. Sin embargo, deja ver que el ser sobre quien callamos representa la verdad: ese ser somos nosotros mismos, y callamos sobre nosotros mismos. Deja ver que con esto la predisposición que todo escritor que se precie establece consigo mismo: “Escribir es poder captar eso que mientras es, ya no es. Cuando estoy lista para volver a escribir, soy como un soldado en posición de tiro, el dedo índice en el gatillo”. Qué cierto es que un escritor, cuando escribe, delata su alma. En este libro se cita a Virginia Woolf para acreditar lo dicho bajo el mismo propósito y conjuro: “Escribir es atravesar las apariencias”.

Por todo ello, podemos decir que la escritora argentina se postula en este libro, concebido como un texto fragmentario, entre el ensayo, la crónica y la literatura epistolar que la autora mantiene con el escritor y traductor chileno Adan Kovacsics, como una firme defensora del desacato artístico, reflexionando acerca del discurso político y creativo establecido por el propio mercado cultural, revelándose contra su entramado concebido como mecanismo de control: “Me han llamado al orden por no adecuar mi habla al uso actual. Me han dicho que lo que digo es violento, ofensivo, por el modo en que lo digo, es decir, que la lengua que hablo es la culpable de la ofensa”. Pero también hay que decir que El ruido de una época es un libro variado que abarca otros ámbitos, además de disparar contra una época.


Aquí encontraremos un despliegue misceláneo en el que irrumpen aforismos, citas y fragmentos sobre muchos asuntos como, entre otros, la ética del novelista, la música de la escritura o la interconexión y correspondencia de las artes. Es un libro que parte del siglo XXI hacia atrás, preguntándose qué estrépitos y runrunes habrán tenido nuestros antepasados. Qué ruido habrán soportado muchos escritores como Melville, Sandor Márai, Clarice Lispector y tantos otros, cuando escribían, músicos como Mahler o Chopin, cuando componían, o pintores de entonces como Degas o Van Gogh, cuando pintaban. Lo que hace Harwicz en sus páginas es enfatizar lo que ya apuntaba Adorno: que el arte no debe tener una función determinada, al igual que esto otro que decía Rimbaud: “El arte es la pérdida de la moralidad, la literatura no tiene que tener la finalidad de hacernos mejores personas”.

En estos ensayos se condensan aprendizaje, reflexión y experiencia, bajo el sentir de una escritora de verdad, a la que solo le interesa la revelación que aflora de la propia realidad del acto de escribir, consciente de que escribir es disponerse a hacerlo, incluso con la vida en contra. Este es un libro intenso, ameno y radical que ahonda en esa verdad literaria de “contar lo que se esconde detrás de todo”, como anotó Sándor Márai en su último diario. Así lo hace Ariana Harwicz, con inteligencia y garra, comprometida y curada de espantos.


lunes, 20 de noviembre de 2023

Donde todo sucede


Los que no somos poetas y nos manejamos mejor por la acera de la prosa, también abrigamos un cierto pálpito lírico escondido que, de vez en cuando, aflora apelando a la energía de nuestros sentimientos, de nuestro modo de vivir y de percibir el mundo. Al menos, como lector. Llegados a este punto, tiene vigencia aquello que Alejandra Pizarnik decía: “La poesía es el lugar donde todo sucede”. Ahora bien, también decía que, para que tenga lugar, es necesario que el destinatario, esto es, el lector, termine el poema, rescate sus múltiples sentidos y los recree. De ahí que me importe la poesía, como a otros muchos, cuando esta nos muestra el mundo bajo una luz diferente a la de nuestra sensibilidad y, aunque sea solo por un momento, cuando nos hace partícipe de una preocupación, de un hallazgo, de una alegría, de una emoción.

Para Custodio Tejada (Purullena, Granada, 1969) este menester de conexión entre el poeta y su destinatario se condensa en no dejar a un lado la realidad, ni renunciar a expresar la relación del poema con el mundo y consigo mismo. Todos sus libros de poesías, desde Rosas de luz y sombra (2002) hasta Un horizonte de significados (2021) se afanan en conectar su poética con el sentido de un viaje y un encuentro. Ahora, en su nuevo poemario, Brújula Veleta (Entorno Gráfico, 2023), regresa a esa misma idea del viaje como itinerario de vida y entendimiento, como cauce y sentido del vivir, como recorrido de exploración y lectura: “Leer es otra forma de andar por la vida, / de ser camino, memoria, maleta”. El libro en sí es un compendio de sensaciones viajeras, de estancias y miradas que lo convierten en un viaje circular de dentro afuera y viceversa.

Llama la atención el rosario de citas escogidas para encabezar muchos de los poemas del libro, alentados, sobre todo, por el arranque del primero de ellos, perteneciente a Henry Miller y, que, en gran medida, sostiene el pálpito de todos ellos: “Escribir, como la vida misma, es un viaje de descubrimiento. El escritor emprende el camino para convertirse él mismo en el camino”, sostiene el neoyorquino. Realidad, fantasía, odisea, aventura, introspección, al igual que memoria, suspiros, quietud y haikus, conectan entre sí estableciendo “Un itinerario por el lenguaje / como único refugio”. El libro está concebido como un reflejo testimonial, un fluir por el tiempo para escuchar: “El alma de los sitios, / la voz de los paisajes, / las costumbres y su eco... / Eso hace el caminante, / embalsamar la vida en el lenguaje”. Caminar y viajar, nos viene a decir el poeta, son actividades vitales, como hablar, soñar o usar los cinco sentidos. La lectura para el sujeto poético también conlleva emprender un viaje, una indagación o un retiro, como aquí se ve en estos dos versos: “Todo viaje es un libro o un cuarto. / Todo libro es un viaje o una cama”.

El libro despliega su poemario bajo tres diferentes estadios. En su primera parte, bajo el título de Los ojos del viaje, el poeta refrenda a la realidad y a la fantasía como una odisea conjunta que pone rumbo al viaje. En Geografía y destino, segunda parte, encontramos un amplio recorrido por lugares, momentos y entusiasmos vívidos, en los que el asombro de un hormiguero, de un cuadro de pintura en un museo, de un callejón de Toledo, del memorial trágico de Hiroshima y Nagasaki, de la recurrente melodía de la película de Casablanca o del simple discurrir silencioso por aceras y bordillos de algunas calles, se conjuran en significados emotivos y simbólicos. Finalmente, en Metapoética del paso, el sentir del viajero, la ligereza de lo efímero, las prisas, el no viajar, la brújula veleta de entender el mundo y la paradoja de la vida, se hacen hueco para que la palabra y el silencio tomen posiciones y pongan sentido acompasado al ritmo de vivir.

La vida como testimonio irrepetible, la memoria remota y reciente y, sobre todo, la vida como bitácora de experiencias, son claves aquí. Está más presente que nunca el mundo vivido y evocado al que acude el poeta como reconocimiento del sujeto ético propio, comprometido con la historia y sus resonancias, pero sumido en un presente movible e inconformista. Brújula Veleta constituye un poemario de tono efusivo y confesional por donde discurre la vida de un paseante de mirada viajera, atento al sentido poético de añadir dosis de asombro y humanidad al hecho de vivir, consciente de que “Los ojos nunca viven / el mismo tiempo”, pero dejan ver lo que le ha tocado percibir.


Las piezas reunidas en este volumen contienen un nexo entrañable al que alude el poeta sobre el sentido del viaje, dando paso a las emociones de quien lo emprende desde la verdad vivida y el paso del tiempo. Custodio Tejada se interesa en deambular por esa senda de la palabra y descubrir su sitio más auténtico con el que explorar y poner razón poética a la andanza de lo aprehendido. Lo hace con esa idea de Lorca de entender la poesía como algo que anda por las calles. Que se mueve, que pasa a nuestro lado, nos acompaña y nos hace guiños.


martes, 14 de noviembre de 2023

Poética obrera


Resulta cada vez más convincente saber que un escritor es alguien a quien le cuesta decir lo que quiere expresar en pocas palabras, y más bien te dice, como lector: “te voy a poner un ejemplo de lo que te quiero revelar”. Y ese ejemplo se convierte en la novela entera. En realidad, de este proceder surgen los grandes temas de las novelas, que no son otros que los que provienen de las experiencias personales, únicas y propias que cada autor rescata, las que mayormente nutren su literatura. Se podría afirmar, por tanto, que escribir es sustraerse a la vida. Por eso, un texto nos hace sentir lo particular e insólito que reflejan sus voces. Pero, como subraya la escritora Ariana Harwicz, “el mérito de la emoción no es literario, el mérito es todo de la vida. Y viceversa”.

Lo que conmueve y emociona de Diario de un peón (Periférica, 2023), de Thierry Metz (París, 1956 - Burdeos, 1997) es todo lo sensitivo desplegado por la voz de su protagonista desde el lugar que cuenta la historia, desde una obra y como peón de albañil. Dice Jean Grosjean en el prefacio del libro que leyendo sus páginas “comprendemos hasta qué punto escribir no consiste ni en adornar, ni en aderezar, ni en maquillar: consiste meramente en iluminar la realidad”. Lo que aquí se narra, a modo de diario, es el trabajo de un peón. Pero este libro tan singular guarda consigo una efervescencia que lo convierte en reportaje y poema. En cierto modo, este relato insólito, se convierte en una epifanía reveladora, la de un obrero de la construcción que trabaja ocho horas al día, cargando y descargando bloques de hormigón, removiendo arena y cemento y cavando zanjas, un obrero capaz de remover poesía mientras faena.

Un peón que, pese al cansancio de una rutina diaria exigente, saca tiempo para escribir algo parecido a una tonalidad de voz en la que habitar el refugio de sí mismo e intentar volcar su fatiga en palabras conciliadoras, casi a media voz: “Todo es posible. En efecto, el hombre no solo precisa de herramientas para encontrar las palabras, sino asimismo de lápices de colores con los que insuflar su aliento a lo que escribe. Y de ese mico que es nuestra mirada”. Se le ve trabajando de cerca y de lejos, en la calle o al borde de la carretera, atento a la pala y a la piqueta. Reconocemos su silueta y vamos descubriendo cómo al final de la jornada las palabras le esperan para constatar que la vida de cualquiera puede narrarse como un catálogo de mudanzas y azares. El silencio del obrero queda patente y dispuesto, nos dice. El tiempo fluye de igual modo para cada obrero. Y cada obrero transita por él a su manera.

Thierry Metz, poeta autodidacta trajinó toda su vida como temporero agrícola, jornalero y albañil. Se mataba a trabajar y, durante los periodos de desempleo, escribía poemas. Era su pasión. En Diario de un peón, relata, mediante un lenguaje conciso y detallista, la crudeza del oficio que desempeñaba como peón del gremio de la construcción, sin sentir rubor ni vergüenza por ello, y mucho menos animadversión. Tampoco lo idealiza, sino que recurre a entenderlo y considerarlo como reflejo y copia de la vida misma, mostrando sus entresijos y estados de ánimo, a través de un sentir poético y primigenio que busca que la realidad se manifieste con otro sentido. Es consciente y no se olvida de la ingratitud y dureza del trabajo, del cansancio de las manos: “Lo que define al peón está inscrito en lo que señala. Un curro alimenticio, dicen”.

Conforme vamos leyendo, nos damos cuenta de que lo que da aliento al relato proviene de un alma poética vívida, la misma que converge con la vida prosaica de buscarse el sustento. Al leer estas páginas nos percatamos de que cada detalle descrito, cada impresión, cada gesto tiene que ver con volcar la vida a la literatura, lo que implica tocar tierra. Los días se suceden, los compañeros del tajo van y vienen, el capataz da instrucciones y los alrededores conforman un escenario vivo susceptible de resonancias a través de la observación y la evidencia. Es la escritura para él un arma poderosa para zafarse de la soledad, de la rutina y de lo prosaico: “Da igual dónde esté. Ahí está la obra. Siempre. Está lo que no espera, la piedra, el pájaro, el hombre. El arco iris de todo ello. El dolmen”.


Thierry Metz se apartó de su andadura literaria y de la vida casi al unísono. La muerte de uno de sus hijos lo sumió en una inconsolable tristeza que lo empujó al alcoholismo. Anduvo recluido varias veces en diferentes clínicas psiquiátricas y a los pocos meses después se suicidó con tan solo cuarenta y un años, poniendo fin a una obra prometedora, en la que su propio instinto y su nítida hondura pesaron más que la técnica y lo que esta representa. Lo destacable de su legado hay que verlo en la sencillez de su escritura, tocada de vivencias y sentimientos. Diario de un peón es un excepcional testimonio que así lo confirma, un librito de poco más de cien páginas que encandila, capaz de ofrecer albores de poesía entre ladrillo y cemento.


martes, 7 de noviembre de 2023

¿Por qué leer?


Para responder a esta pregunta podríamos hacerlo discrecionalmente, según el tipo de lector que seamos. La lectura, en sí misma, es una reafirmación de los motivos que impulsan la curiosidad del lector para llevarla a cabo. Nadie duda de que quien lee se siente acompañado. La lectura, paradójicamente, nos sumerge en nuestra subjetividad y nos da la posibilidad de descubrir nuestras emociones, afectos y aflicciones. En ese mismo trayecto acaba revelándose como algo que apenas nos redime de las incontables decepciones y reveses de la propia realidad. La lectura se convierte en un resquicio para sumar compañías y restar soledades, para entender un poco mejor el mundo o pensarlo de otro modo. Leer, como bien dice el poeta
Javier Sánchez Menéndez, provoca afectos y, también, efectos.

Ricardo Moreno Castillo (Madrid, 1950), autor siempre dispuesto a abordar los asuntos importantes de la condición humana, como así dejó escrito en sus anteriores libros Breve tratado sobre la estupidez humana (2018), Los griegos y nosotros (2019), Breve tratado sobre la felicidad (2021) o Qué hay de nuevo, Chesterton (2022), vuelve ahora con otro ensayo narrativo, comprometido y subyugante, para examinar las razones del por qué leer es bueno y para mostrarnos la multiplicidad del universo lector. La vida con libros (Fórcola, 2023) es, como indica la cubierta del mismo, una invitación a la lectura, sostenida, en esta respuesta elocuente de su autor: “Fundamentalmente, porque leer es muy entretenido. Y es además un entretenimiento silencioso y solitario, que no perturba a quienes están más cerca”. Y por eso mismo cobra pleno sentido su consideración de que “el buen lector pide paz y la siembra”.

Las metáforas y evocaciones que transitan por el libro son hermosas y provocadoras, dando a valer que en la lectura no hay leyes preestablecidas, sino que son los lectores quienes han de desarrollar sus propios métodos: “Ciertamente, un buen lector no aspira a mayor galardón que el poder seguir leyendo sin interrupciones”; “Para cualquier lector empedernido, un libro es un ser vivo”. Infiere Moreno Castillo en que “el libro es el arma para luchar contra la soledad, la rutina y lo prosaico”. Viene a decirnos también que la buena literatura brota de las buenas y constantes lecturas precedidas: “Todos los grandes libros cuentan la misma historia, la historia de cualquiera de nosotros, por eso nos reconocemos en ellos.” No persigue que su libro se convierta en académico, no. Lo único que le importa es que trate de despertar el amor a los libros.

Esa es la idea principal que recorre La vida con libros, alentar a la lectura como un acto de amor a la vida y a uno mismo, mediante un texto aparentemente pequeño, pero casi infinito en su capacidad de mostrar el caudal de experiencias literarias que alcanza la condición de ser un buen lector, aquel que “no lee para huir de la vida tranquila, sino que ama la vida tranquila que le permite dedicarse a la lectura”. Alguien dijo que leer es el vicio sin castigo por excelencia. Y alguien, como Moreno Castillo, apela a esta otra verdad añadida de que “ningún lector impenitente puede imaginar una eternidad feliz sin libros”. Nos deja sentir lo mucho que los libros tienen en común y el maridaje inesperado que producen, especialmente los clásicos: “Releemos a los clásicos porque cada relectura ilumina la anterior, y nunca terminan de decir lo que quieren decir”.

Necesitamos reflexionar sobre la relación que los lectores mantenemos con el objeto de nuestra devoción, los libros, para vislumbrar de qué manera y por qué razones convendría extender nuestro fervor, incluso para comprender las razones de quienes no leen. Como dice el poeta León Molina: “No pasa nada por no leer. Pero si lees pasa de todo”. De todo, y es frecuente, por otra parte, que no haya un factor determinante para establecer si la lectura de un libro nos va a encandilar o no, sino la suma de varios factores. Lo bueno es encontrar el eslabón para caer en la cuenta y gozar de su compañía, porque como señala Moreno Castillo: “La lectura no evade de la vida cotidiana, sino que le da un relieve que sin la imaginación sería plana”.


Una vez más, leer sobre leer nos conmina a entender la lectura como acto de posesión, de hacer nuestra las circunstancias que promueven el texto. Lo que leemos en La vida con libros contagia, gracias a su estilo directo y persuasivo, un libro que nos convoca al acto de leer, señalando que los buenos libros rebosan sus confines dispuestos a enunciar que la parcela que el buen lector prefiere labrar está entre lo leído y uno mismo. A ese fin nos conduce, como también a leer por intuición, saltando de un género a otro, buscando diversión, originalidad y vuelo a nuestra propia sagacidad imaginativa. Moreno Castillo no se corta en resaltar la importancia de leer, leer para tener la cabeza ocupada y siempre lista, leer para descorrer el mundo y sentirlo más vivo y reconocible, leer para mudarse a una casa más nuestra.



domingo, 29 de octubre de 2023

Desaprender lo aprendido


Los aforismos de Nada como la nada (Apeadero de Aforistas, 2023), del poeta Javier Salvago (Parada, Sevilla, 1950), menudean por el dictado reconocible de ponernos en contacto con los enigmas del vivir y nos animan a mirarlos de cerca, para sopesarlos y, de paso, para sacarles una mueca de burla y de celebración cuando se encarte. Surgen de la propia reminiscencia del tiempo, del chasquido descreído de la vida, disueltos por sus instantes de desencanto, de ilusiones que se esfuman conforme vamos acumulando años. Sin embargo, el autor acude a la ironía como aliada para retomar el mando de la situación y propiciar una vuelta de tuerca inteligente que nos permita, al menos, sortear con aire de comedia muchos de los zumbidos que nos incordian.

El propio autor responde a ese llamado proveyéndose de una amplia gama de aforismos, más de doscientos cincuenta miniaturas sobre ese devenir del mundo. En ellos encontramos chispa, asombro, vislumbre, efectismo, deflagración, tino y retranca, dentro de todo su corolario. En buena medida, sus enunciados breves postulan el sentido barojiano de la lucha por la vida, significando que, pese a la complejidad que supone vivir: “Hasta el rabo, todo es vida”, o resaltando que: “La madre de todos los males es la vida”. Pero, a su vez, tira de prosapia y sabiduría popular para templar los ánimos: “La vida tiene el sentido que tú quieres darle. Pero ese es tu sentido de la vida, no el sentido de la vida”. O para acudir al sarcasmo: “Gracias por todo lo malo que no me ha sucedido”.

Javier Salvago se encuentra a gusto tirando de socarronería y de ese yo consciente de sus vicisitudes existenciales, protagonista de cuanto siente y piensa, que quiere hacerse presente, aunque apenas sea mediante modestos destellos de discernimiento. No desdeña salir al encuentro de esa guasa y reflejarla con ecos existencialistas de cierto espíritu burlón y descreído, al estilo de Juan de Mairena, personaje entrañable del imaginario de Antonio Machado. Así dejan verse muchas de sus evocaciones aforísticas dispuestas en el libro, como estas: “Lo malo es lo bueno cuando se acaba.”; “Cada día tengo menos que decir de lo que no me importa.”; “La soledad es como el colesterol: la hay buena y mala”; “Pedir perdón está bien. Pero está mejor no tener que pedirlo.”; “Leed todo lo que podáis. Pero no os creáis todo lo que leáis.”

El libro no se limita solo a acuñar aforismos con desenfado, sino que trata de sacudir con picardía mucho de lo que el acto de vivir nos dicta. Salvago se empeña en que todo ese engranaje que conforma el libro y su destino se ciña al fulgor que exige el aforismo, y le dé al lector la sensación de que lo dicho valía la pena expresarlo así, con esas mismas palabras, en ese mismo orden y sin estridencias: “El problema fundamental de la vida es la vida. Todos los demás –incluida la muerte– son consecuencias de vivir.”; “Dicen que la vida es un regalo. Pero vaya regalo si luego te la tienes que ganar”; “Tener respuesta para todo es fácil. Lo difícil es que la respuesta sirva para algo”.

Todas sus resonancias apelan a un sumidero de preferencia en el que la intensidad expresiva de lo breve se impone a cualquier tentación de largas divagaciones o inventario retórico sobre ideas prolijas. Lo que tiene que decir lo hace sin remilgos, con la sola idea de convertirlo en motivo jugoso de reflexión evocadora, sin importar que se cuele el tintineo del ingenio y el humor: “Los embaucadores suelen ser muy aforísticos.”; “–No maduraré jamás. –Pues te morirás verde.”; “La inteligencia artificial, la única inteligencia que van a tener algunos.”


En fin, Javier Salgado se mueve libremente entre la reflexión calibrada, la máxima, la frase suelta, la evocación intuitiva y el aforismo propiamente dicho, con mucho desparpajo, sin preocuparse de alcanzar la frase feliz. Lo que destaca en Nada como la nada es la licencia de su autor para investirse de su condición experta de ver la vida con mentalidad de aforista, arrojando a voleo sus parpadeos de hombre de mundo que nos alecciona sobre desaprender lo aprendido. Y mucho más de lo que pensamos.


miércoles, 25 de octubre de 2023

Razón y palabra


El mundo es obra de la Naturaleza, apela Lucrecio en su poema filosófico De rerum natura, para persuadirnos a ver el sentido de nuestra existencia, cuyo significado responde a entender que llegamos a la vida igual que llegan todas las cosas del mundo, como consecuencia de una vasta cadena de causas y azares. Nuestros clásicos nos confían una y otra vez el mismo mensaje con distintas voces apuntando que la palabra y la razón conforman el hechizo que explica el mundo, el vocabulario de lo que significa formar parte del mismo.

Uno tiene la sensación cuando lee al poeta, aforista y pensador Javier Sánchez Menéndez (Puerto Real, Cádiz, 1964) de que nos encontramos bajo el umbral de un clásico, de un escritor de antaño, experimentado en esa idea de explicar la esencia del mundo y su razón de ser, de alguien obligado a abastecer con argumentos la curiosidad del lector y empujarlo a dilucidar con la palabra y el pensamiento el cuerpo y el alma de las cosas, su pertenencia al mundo, al abrigo de la madre naturaleza. En su nuevo libro, Sobre la Naturaleza (El Bardo, 2023) percibimos un claro propósito a ese fin, y, también, un guiño de reconocimiento y admiración hacia el poeta y filósofo romano Lucrecio.

El libro, a su vez, constituye su séptima aportación a su obra en marcha Fábula, un proyecto literario en torno a la palabra y la vida que ambiciona alcanzar diez entregas bajo un conjuro deliberado de prosa poética, pensamiento y aforismos, por el camino de la meditación y el asombro. Y en esa senda emprendida de persistencia y vislumbres siempre hay un lugar para que concurran a la cita ecos de escritores, poetas y pensadores que importan al autor, como Platón, Parménides, Heráclito, Nicanor Parra y Cervantes, como exponentes de la contemplación, el entendimiento y la sabiduría: “Encontrarme con Dante, con Virgilio, con Rilke, con Leopardi. No son muchos. Son los necesarios. Las conciencias”.

Y es ahí, en ese conjuro literario, donde destacan las confluencias de esta nueva entrega. El poeta, mientras escribe a intervalos sobre el mundo y la vida, sobre la naturaleza de las cosas y la razón de la palabra, deja ver que, en la mirada y en la lectura atenta de los libros y la realidad del mundo, se encuentran las mejores referencias. El libro examina la riqueza poética que emerge de la propia naturaleza: “Aprendiendo a leer y aprendiendo a vivir. Solo se vive atendiendo, leyendo la naturaleza”. Para el poeta “Nada hay fuera de la naturaleza”, porque es ahí, en la ventana del mundo donde todo converge para él, donde todo se refleja: “En la naturaleza se concentra la vida, permanece la esencia, se conjugan los verbos”.

El libro despliega 86 piezas, cada una de ellas nominada con un título, por donde transcurren reflexiones, sentencias y reflejos de la realidad que importa, la que explora la cercanía y lo indecible de lo que nos rodea: “Eso es Fábula –subraya–. Un diálogo con las ideas”. Con ellas sacude al lector con razones y palabras que andan a ras de lo cotidiano del vivir, para incitarnos a la reflexión, a la lectura de todo lo que se insinúa a nuestro paso: “Yo creo en el lenguaje de los pájaros, en el de las flores, en el de las nubes”. Pero también, si es preciso, añadiendo algunas líneas más cuando se trata de exaltar la soledad y el silencio.


Hay una permanente ebullición, diría que trascendental y metafísica, en la escritura de Sánchez Menéndez, una poética aforística que aborda la verdad desde la contemplación de la naturaleza y la percepción del mundo, por medio de la razón y la palabra, a la que vuelve una y otra vez: “Todo cuanto sabemos se debe a la palabra, y la palabra es la naturaleza, el alimento que está exento de humo y de desvíos”. El lector se va a encontrar con un libro que nace del bagaje reflexivo y de las lecturas de su autor, así como de las propias concesiones de la experiencia de los años que le ha llevado a buscar la la mejor comprensión de todo lo que conforma nuestras vidas.

Lo que hay aquí son destellos filosóficos y sentido moral al son de la palabra y de la vida. Sobre la Naturaleza no es más que eso, una lectura de la vida desde la mirada y el entendimiento, bajo la idea de ampliar nuestra experiencia y “seguir perdiendo la inocencia”, como hace la poesía con la verdad.


domingo, 22 de octubre de 2023

Amor difererido


Los novelistas saben que el final es lo que da sentido a una novela y que, en realidad, las novelas se leen de atrás para adelante. El final ordena y califica la historia. El final de Las despedidas (Libros del Asteroide, 2023), de Jacobo Bergareche (Londres, 1976) concita al lector a considerar cómo el deseo está reñido con el concepto de eternidad y, aunque alimenta toda una vida, es efímero, y lleva implícito el sentimiento de inminente pérdida, pese a ser un acicate, a veces de redención íntima e inexplicable, que hasta puede llegar a tener una lógica aplastante.

El protagonista de esta historia lleva una vida familiar reglada, y goza de una buena posición económica. Esa estabilidad lo acompaña desde los últimos veinte años, pero surge algo inesperado que va a alterar su conciencia y sus anclajes sentimentales. Todo se trastoca cuando Diego ve en la terraza de un bar, pocos días antes de la inauguración de su nueva casa en Menorca, a una extranjera de espíritu hippy, con la que mantuvo una relación apasionada durante uno de los festivales de verano de música Burning Man, que tiene lugar cada año en la ciudad de Black Rock, Nevada, Estados Unidos. No está seguro de que ella lo haya reconocido, después de tanto tiempo, y se obsesiona con localizarla y verificar si se corresponde con la persona que cree que es. Este enigma sobrevenido reactiva el recuerdo de sus vivencias y andanzas del pasado, hasta el punto de escuchar dentro de sí resonancias de aquella época juvenil en la que vivir la vida merecía más la pena que dedicarse a entenderla.

Después de algunas pesquisas, la encuentra en un pequeño barco de recreo fondeado en el mar, a corta distancia de la orilla. Mientras tanto, su mujer y sus tres hijos, ajenos a su repentina actitud, se convierten en meros sufridores de su extraño comportamiento. La situación familiar creada no le impedirá abordar la embarcación y establecer contacto con quien le había despertado de un letargo prolongado. La obsesión es fulgurante, se hace imparable e inevitablemente tira del hilo de aquel lejano episodio, entremezclado con lo que ahora empieza a encajar y a tener sentido. El azar, como decía Balzac, es el mayor novelista del mundo. El azar, aquí, converge para atrapar lo que el tiempo dejó inconcluso y reescribir su paréntesis.

Las despedidas es, en esencia, un relato promovido por la eventualidad de la vida, la misma que pone freno y desenfreno al deseo de salir de las fronteras del propio mundo. Así lo vive su protagonista: salir de sus casillas a otra realidad ajena a su quehacer cotidiano, pero en la que acabará encontrando el requiebro de un sentimiento vivido que el tiempo dejó en suspenso. La novela relata el nuevo devenir al que se enfrenta alguien que descorre el pasado sin condicionar su presente. La novela, por otro lado, no ignora sus consecuencias y percute en las dos situaciones que acaban de entrar en baza, de alcance impredecible.

Jacobo Berbareche, que ya nos sorprendió con su primera novela Los días perfectos (2021), una hermosa historia en la que entra en liza la memoria del amor y sus componendas de nostalgia, rescata ahora en Las despedidas ese pálpito discreto que toda relación amorosa de antaño pervive en el tiempo, a su manera. La trama de la novela no es otra que hablar del amor, catalogado desde el punto de vista de amor diferido o llama doble. Y partiendo de esa circunstancia, se convierte en sustancia propicia para comprobar cómo el destino hace arqueología del amor, escarbando en los orígenes del pasado que ahora, por puro azar, se conjura como tubo de ensayo en el laboratorio de las relaciones humanas.


No hay libro, ni vida de nadie que cuente solo una historia. En Las despedidas el lector se va a encontrar con esta salvedad al asistir a un hilo argumental trepidante, narrado con suma intensidad y emoción, en el que están presentes otras vidas que insinúan y desvelan lo indecible, para darnos a entender la verdad secreta de lo que no se alcanza a ver cuando el amor hace de las suyas y se destempla.

lunes, 16 de octubre de 2023

El yo del poeta y su mundo


Leer poesía se me antoja un pasadizo, un camino que hay que recorrer en solitario, sin mapa, ni lazarillo. En cada lectura, en ese diálogo con el poeta, nos convertimos en confidentes de su verdad más íntima, de su razón estética o revelación dada. Cada poeta lo hace a su manera, con su tono y cadencia particulares. Y el misterio de su poética, esto es, su biografía emocional, cobrará sentido para nosotros en lo que proponga, más que en sus motivos. Cada poeta tiene un recorrido propio y, aunque los recorridos son infinitos, lo que persigue no es más que encontrar esa forma particular de manifestar la vivencia personal de su realidad. Alejandra Pizarnik decía que la poesía viene a ser el lugar donde todo sucede y, por tanto, se desentiende de lo que no es su libertad o su verdad.

Dice Eloy Sánchez Rosillo (Murcia, 1948), en la nota preliminar de El sueño cumplido (Tusquets, 2023), que la primera parte del libro “ofrece mis escritos en prosa más cercanos a lo que se entiende por «poética». Yo prefiero llamarlos «escritos sobre poesía»”. Esta aclaración, necesaria para él, poeta fiel a sí mismo, le vale como invitación al lector para que le acompañe a un selectivo despliegue de reflexiones personales sobre la creación poética y su correspondencia con la vida, dejando al descubierto el relato de su experiencia y su manera de ejercer el oficio, como misión de entendérselas con el mundo. Resalta, desde estos mismos postulados, el sentido de la vida como fuente de inspiración para su quehacer poético, y subraya que la poesía “depara al hombre conciencia del mundo, de su persona y del tiempo completo de su vivir”.

El libro avanza por esos derroteros, en un testimonio confesional y explícito, como de estar en un diván, dispuesto a compartir su pensamiento en torno al género. Pero también transita coloquialmente por diferentes entrevistas mantenidas a lo largo del tiempo en las que el poeta da cuenta de su oficio y el desafío que entraña. En ellas le importa destacar que el yo del poeta es quien se hace mundo y carne: “Al referirme a la poesía –dice– nunca hablo de construcción ni de invención; hablo de revelación, de manifestación de ella misma, a la que yo contribuyo en lo que puedo”. Se podría decir que, aunque el libro no nació ex profeso para ser publicado, se fue formando al hilo de todo el material disperso que obraba en su poder, como fuente propicia que aglutinaba textos declarativos y glosados a lo largo de los últimos veinte años, y a los que también añade una selección de poemas sobre la propia poesía.

Sánchez Rosillo no pone reparos en mostrarnos su gabinete creativo para que descubramos los entresijos y materiales de su poesía: aventura, emoción, oficio y misterio. Al poeta le importa que estos ingredientes impulsen el sentido del poema, que las palabras den voz a la realidad para que esta se manifieste. Para él, el poema no precisa ser comprendido de la manera que el autor lo comprende. Lo que importa es que trascienda su sentimiento al lector, lo suficiente para entrever su misterio. Proclama que “escribe desde sí, aunque poniéndose en el lugar de todos. Somos muy diferentes y a la vez muy parecidos”. Es consciente y así lo transmite en más de una entrevista de que “la poesía nos acerca a la vida en el sentido profundo, depara al hombre conciencia del mundo, de su persona y del tiempo completo de su vivir”. También busca oro como lector incansable de Homero, el más grande y emocionante para él, Keats, Emily Dickinson, Jorge Manrique, Garcilaso, Machado o Juan Ramón: “La voz de un escritor se forja con la mezcla indiscriminada de todo lo que ha leído, y de cuanto ha vivido”.

En El sueño cumplido encontramos todo lo indispensable para descubrir cuándo, cómo y porqué encontró el autor su destino, el sueño cumplido de su vida: ser poeta, poeta auténtico que se transforma lentamente en un arco de tiempo amplio, no de un día para otro. Asegura que: “Nadie que no se dedique a estos menesteres podría imaginar la cantidad de ilusionada energía y de atentísima paciencia que ha de emplear el poeta para hacerse con el poema, ni la satisfacción que siente cuando por fin lo alcanza y sabe que ese bien lo acompañará ya para siempre”. El poeta auténtico, según nos dice, sabe que no siempre encuentra tesoros a diario, que la poesía es un bien escaso: “La poesía es una aventura. Si conociéramos con antelación cómo se va a desarrollar, dejaría de serlo”.


Este libro ofrece, por tanto, el ideal poético y el itinerario vital de Eloy Sánchez Rosillo, ámbitos bien esparcidos a lo largo del volumen, sin ninguna pretensión ensayística, tan solo como testimonio propio de su experiencia y pasión por la poesía. Este sueño cumplido que alude el título contiene los pormenores de una dilatada vida vocacional, un libro de lectura luminosa, inteligente y persuasivo sobre la naturaleza de la poesía, el sujeto poético y su mundo, pensado para entenderse con todo tipo de lector con ganas de curiosear. Quien se disponga a adentrarse en su lectura se encontrará con unas páginas veraces, entretenidísimas y gozosas.