viernes, 8 de diciembre de 2023

Pérdidas y hallazgos


La escritura y la lectura trasladan, es decir, nos convierten en metáforas del tiempo. En ese camino, a lo largo de nuestras vidas, somos partícipes del asombro continuo que los libros son capaces de producir. Incluso para incrementar el valor de la vida y atemperar las pérdidas que nos suceden. Nadie entendería la vida sin la concurrencia y el alcance de esos extravíos propios y ajenos de cada día. Sin embargo, nos resultan exasperantes, incluso los más banales. Cualquier pérdida es un desajuste que puede derivar en una crisis con nosotros mismos, con los demás o con el mundo entero. Algo común que nos acerca a entender que perder es un verbo continuo que conjugamos en presente, pasado y futuro a lo largo de nuestra vida. En la naturaleza de la pérdida cabe todo: lo leve y lo grave, lo insulso y lo importante, lo insólito y lo penoso, lo extraviado por momento y lo desaparecido para siempre.

Bajo este remolino de consecuencias que portan extravíos y pérdidas, la escritora y reportera estadounidense Kathryn Schulz (1974, Shake Heights, Ohio) nos concita al lector en su nuevo libro, Una estela salvaje (Gatopardo, 2023), unas memorias con alma ensayística, para que la acompañemos en su investigación sobre todo lo que causa la pérdida en la experiencia humana, su contrariedad e impertinencia. Y, lo que es más importante, al enfoque de enfrentarnos a lo mucho que incide en nuestra existencia, “al hecho de que, tarde o temprano, el destino natural de casi todo es desaparecer o perecer”. En ese proceder suyo, erudito, indagatorio y hasta filosófico, traducido por Marta Rebón, mezcla de exploración y vivencias, se aborda en tres partes un duelo, un amor y una incursión reflexiva en torno a la conjunción “y”. Todas estas secciones guardan lazos entre sí por lo que conectan con el hecho de vivir.

Si en la primera parte nos sumergimos en las pérdidas cotidianas y en aquellas otras pérdidas irreparables, de dolor inmenso, como es la muerte de un padre, en la segunda parte llegamos al territorio de los hallazgos. Aquí, el estímulo y el asombro de encontrar algo nuevo sostiene el peso de buena parte del libro. Cuenta Schulz que cuando aparece el enamoramiento todo se trastoca “es una especie de paréntesis, una pausa en el orden normal de las cosas”. Es el azar y el destino los que, a veces, se confabulan, como así le ocurrió unos meses después de que falleciera su padre. Había quedado a almorzar con una desconocida y se enamoró inesperadamente. Estaba en pérdida y le cambió la suerte.

Dice Schulz que, en ese trasiego de extravíos, “solo hay dos formas de encontrar algo. La primera es, mediante la recuperación, cuando encontramos algo perdido. La segunda es mediante el descubrimiento, cuando encontramos lo que nunca habíamos visto antes”. De esta impronta abastece sus reflexiones sobre el enamoramiento: “A veces, nuestros descubrimientos son tan fortuitos que casi parece que las cosas nos encontraron a nosotros y llegaron de la nada a nuestras vidas”. El amor, viene a decirnos, confía en su propia invención ilimitada: “Y, sin embargo, el amor es innegablemente un enigma, y uno de sus muchos misterios es que a veces descubrimos muy pronto que, como decía Dante, la felicidad nos ha llegado”.

Al llegar a la tercera parte, cobrará sentido el título del libro mediante la conexión del origen del mundo proveniente del choque de un meteorito con la Tierra hace treinta y cinco millones de años, “una estela salvaje” y remota que, aún, sigue dando pie a hacernos preguntas por el origen, desarrollo y continuidad de la vida en nuestro planeta. Nada parece aislado, todo ejerce una constante ilación, “el mundo en modo conjunción”. Se trata de entender que vivimos conectados con muchas cosas a la vez. Alude al filósofo Hume en los términos en que “todas las ideas provienen de la yuxtaposición, de enlazar un elemento conocido del mundo con otro”. En esta idea implícita del significado y proyección de la letra “y”, queda dicho que “no es solo un sentimiento de conjunción; es también un sentimiento de continuación”.


Una estela salvaje es un memorial perspicaz y reflexivo para llegar a la conclusión de que habitar el mundo es escuchar también el rumor del tiempo, aprendiendo a interpretarlo desde la experiencia vital de entender que “solo disponemos, inevitablemente, de una vida, y por muy activos, interesados, afortunados o longevos que seamos, solo podemos hacer cierto número de cosas con ellas”. Por aquí transita todo su sesgo narrativo, por donde las pérdidas y los hallazgos se conjuran y desdoblan en un mismo plano vital, se trata de un libro que recoge un buen bagaje de lecturas y experiencias de la mano de su autora, un manuscrito que toca de cerca la vida, las ganas de ser y apela al regocijo de “aprovechar mejor nuestros días finitos”.


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