viernes, 31 de marzo de 2017

Atreverse a comprender

Estamos habitados, ocupados, somo seres plurales y siempre vivimos en relación con ese mundo exterior que percibimos como seres corporales y no solamente como mentes inquietas e insatisfechas. Ramón Andrés (Pamplona, 1955) en sus escritos místicos sobre el silencio, dice que el ser humano no sabe justificarse sin un destino, sin un objeto, sin una idea que le mueva, no puede existir en ese mundo sin la certeza de que está facultado para oír más allá de lo audible, ni tampoco reconocer que algo le está llamando a la espera de ser nombrado.

Pensar es reflexionar, volverse hacia el sí mismo y hacia el origen y sentido de la vida. Pensar es una experiencia que no deja las cosas como estaban. Atreverse a pensar, estar atento a lo que nos rodea, atreverse a comprender hacia dónde va el mundo que nos ha tocado vivir tiene mucho que ver con el sentir de esta nueva obra ensayística del poeta y músico navarro, de tan sugerente título: Pensar y no caer (Acantilado, 2016).

Andrés es un escritor capaz de convertir un poema, una pieza musical, un aforismo o una evocación en un tratado de reflexión. Para alguien como él, habitante de bibliotecas, que precisa escarbar en los libros para sobrevivir, predispuesto al silencio filosófico, a la indagación del conocimiento, a estar solo en esa tarea que facilita caer en la cuenta de que uno es ante todo, y muy íntimamente, la relación que guarda con lo que ignora. Desde esa mirada suya escrutadora y silenciosa, según descubrimos en su pensamiento, nos acerca a temas de permanente actualidad para advertirnos que, al distanciarnos de ellos, todo se aprecia mejor. Nada se halla totalmente en lo que aparece como inmediato. El entendimiento, viene a decirnos, procede de una contemplación y de una espera que lo transforma todo en conocimiento y en experiencia.

Estructurada en diez piezas, la obra recurre a la historia para interpretar nuestros días, acudiendo al reclamo inicial del alimento, del pan como historia social y conquista moral de un nutriente básico, remanso del hombre hambriento, hasta acabar en el último capítulo del libro que nos conduce a un lugar de reclusión, a la nada, al fin último, como puerta de reflexión para inquirir qué hacemos aquí, necesitados siempre de la finalidad de comprender el sentido de las cosas y de la propia existencia.

Entre este primer capítulo sobre el pan y el último sobre la inanición o finitud, Andrés evoca y esboza reflexiones sobre el cuerpo y la enfermedad, sobre la exclusión histórica del hombre y la desazón de su desamparo, a través de distintas fuentes de inspiración como la historia, la música, el arte, la filosofía o el cine. El hombre y su configuración animal subyacen a lo largo del desarrollo de gran parte de las reflexiones que abordan los conflictos que le obligaron a transhumar en busca de asentamiento. En el capítulo Europa hay un alegato a cómo se fraguó e idealizó el humanismo y cómo se propagaron las ideas del bienestar, la música y el pensamiento frente al pavor de la guerra y sus nefastas consecuencias.

Pensar y no caer es un libro fecundo en intenciones e ideas, un texto contenido y riguroso, sin alardes, un ensayo legible y humanizado en el que el lector se sentirá huésped de la contemplación y del asombro de lo escrito. Es difícil hallar la verdad en tiempos en los que todo puede ser verdad, advertía Stanislaw Jerzy Lec. Ramón Andrés es de esos autores eruditos que indaga en las fuentes del saber, en su esencia verdadera, en el detalle de su origen y transcendencia para apartarse precisamente del peligro de la posverdad a la que aludía el escritor polaco, tan frecuente en los días que corren.

Los libros de Andrés reafirman a los de otros maestros que le precedieron, como Montaigne, Pascal o Nietzsche, para seducir y alumbrar nuestra curiosidad vital. Pensar, según él, significa, casi siempre, apropiarse. Quien se precie del deseo de esto mismo, en su obra encontrará afinidades y sabiduría.

Ramón Andrés nos convoca a reflexionar sobre el mundo de hoy con las armas del pensamiento para resistir y no caer, para rearmarnos moralmente y hacer frente al nihilismo imperante.


Pensar y no caer es un estupendo ensayo que enseña a leer el mundo. La recompensa de su lectura es altamente gratificante, tanto estética como intelectualmente.

lunes, 27 de marzo de 2017

Estampas de Venecia

A la capital del agua, a la ciudad de los canales, le sienta bien la decrepitud, escribe Josep Pla en sus Cartas de Italia (1955). Un punto de vejez y decadencia parecen estar profundamente ligados con la prodigiosa y única personalidad de esta ciudad, subraya el escritor catalán, tan especial con su color rancio y característico. Venecia está presente en la obra de los grandes escritores: Byron, Henry James, Melville, Proust, Pound, Gautier o Mann, autores fundamentales e imprescindibles para entender la literatura moderna y el mundo en que vivimos. Venecia es un universo de deseo, así lo entendieron estos autores, cada uno desde el contraste de su perspectiva: Marcel Proust la vio como un mosaico eterno y Thomas Mann como la encrucijada del amor y la muerte. Para Gautier, infatigable viajero, Venecia es una de esas pocas ciudades dotadas de embrujo y misterio, capaz de engatusar a cualquier hombre, poeta o no, para tenerla como patria ideal de sus sueños.

La historia de la Serenissima, su arquitectura, sus pinturas, sus dirigentes, la música, sus jardines y plazas, el mar, se articulan en las creaciones de muchos de los escritores que revisitaron sus canales, palacios y plazas, de tal manera que siempre que pensamos en Venecia la encontramos dispuesta y capaz de inspirar una literatura original y propia.

El poeta y ensayista Juan Lamillar (Sevilla, 1957), atraído por la onda expansiva de sus predecesores, publica unas variaciones literarias sobre la perla del Adriático bajo el título de Notas sobre Venecia (Fórcola, 2017) en una edición cuidadosa, como nos tiene acostumbrados este sello, dentro de su colección Singladuras, un libro fragmentario y poroso que mira la Venecia actual y su trayectoria centenaria por medio de los apuntes que su autor ha ido recopilando a lo largo de su experiencia y de sus lecturas.

En el frontispicio del libro, Lamillar presenta cuatro citas de ilustres viajeros fascinados por Venecia, cuatro instantáneas que predisponen al lector a incorporarse a revisitar esta memorable ciudad a través de sus notas como viajero y lector atento. Podríamos recomponer lo dicho por Gautier, Rilke, Ruskin y Morand en que Venecia, la princesa del Adriático, ciudad de ensueño e inspiradora eterna, está concebida para mirones y curiosos. A golpe de entradas breves, el poeta sevillano se desliza con pulso de cronista de época por el trazado laberíntico de la ciudad, desmenuzando su historia, sus secretos, su melodía, sus espejos y lienzos, evocando las voces de algunas figuras de las letras y las artes que volcaron sus creaciones sobre la magia de esta ciudad-estado, tan atractiva y misteriosa. El gran Goethe, cuando visitó Venecia por primera vez en 1786, asombrado por sus canales, sus puentes y las góndolas que surcaban sus aguas, la llamó “república de castores”.

Notas sobre Venecia es un libro fecundo en detalles y ameno, que se deja leer gratamente porque contiene esa salsa picante que tanto gusta al lector curioso de redescubrir lugares, detalles históricos y perspectivas particulares, a través de la mirada e impresiones de alguien propenso al asombro, como es la voz del poeta, con las palabras justas y necesarias para atraparnos en sus hallazgos e involucrarnos con su crónica en un paseo intemporal por una ciudad única y asombrosa como Venecia. Dice Juan Lamillar que aquí se cumple, como en ningún otro lugar, la intencionalidad del famoso aforismo de Oscar Wilde que implora lo siguiente: “A mí dadme lo superfluo, que lo necesario todo el mundo puede tenerlo”. De hecho, esta decantación tan veneciana por lo aparente y refinado, subrayada en estas notas, dio lugar a inventos singulares originados allí, como la diplomacia, el impuesto sobre la renta, la estadística, la deuda del Estado, la lotería, el ghetto o los espejos de cristal.

Lamillar se prodiga, sin tener que acudir a los excesos retóricos, en rescatar datos y citas literarias para ilustrar sus notas y llevarlas a su bitácora, haciendo de su propia lectura una guía sentimental veneciana con sus realidades y espejismos, sin ocultar su miedo a la vorágine turística que origina este punto de destino universal tan anhelado para el viajero, como vaticinando lo que Dickens ya aludía en sus Estampas de Italia: “He pensado en este extraño sueño en el agua, preguntándome si seguirá aún allí y se llamará Venecia”.

Estamos ante un jugoso texto, un libro hermoso, elaborado con destreza y mimo sobre la Venecia de la pintura, la Venecia de la música, la Venecia de los libros. El lector amante de la curiosidad histórica o de los ecos literarios sobre escritores viajeros, encontrará en estas notas de Juan Lamillar un territorio propicio para el deleite intelectual gracias a la sutil erudición que lo sostiene y a la eficacia narrativa de su autor, capaz de suspender el tiempo a tu alrededor en torno al hechizo de esta ciudad que hace que todo el mundo se enamore de ella.


miércoles, 22 de marzo de 2017

Una pinche historia de enredos

Según José Emilio Pacheco, “pinche” es la palabra más autóctona de México. Pinche puede ser un policía, una camisa, un regalo, una comida, un primo, el mundo entero o bien lo que a uno se le antoje. Se trata, pues, de un epíteto que degrada todo lo que toca. Normaliza y vuelve aceptable una furia sin límites contra algo que nos ofende y humilla, pero que no podemos cambiar.

Lo que Juan Pablo Villalobos (México, 1973) viene a contarnos en su último libro, No voy a pedirle a nadie que me crea (Anagrama, 2016), galardonado con el Premio Herralde de Novela, contiene mucho pinche mexicano en todo su acontecer narrativo, pero en esta ocasión en un escenario circunscrito a la ciudad de Barcelona. Villalobos se deja caer con una novela paródica y divertida en la que la mayoría de los personajes que transitan por ella no saben qué es lo que se está cociendo y va a sucederles a continuación. A esta comedia de enredos llevada a los límites de una tragicomedia, el lector, que tampoco sabe hacia dónde se encamina el juego propuesto en este embrollo narrativo, se incorpora igualmente aturdido, como espectador atónito y desorientado, ante lo que parece una trama criminal extravagante y rocambolesca.

En la novela, un mexicano, que lleva por nombre el mismo que el del autor del libro, viaja a Barcelona después de haber obtenido una beca para hacer un doctorado en Literatura en la Universidad Autónoma bajo el auspicio de una compleja banda de malhechores que opera en ambas orillas del Atlántico, a la que tendrá que corresponder siguiendo las instrucciones que le irá dando un primo suyo. Que el doctorado en cuestión se ciña sobre los límites del humor en la literatura latinoamericana del siglo XX y que el mecenazgo becario lo ostente una red criminal, no es más que otra de las muchas parodias con que está labrada la novela. La retórica del humor es un asunto que no tiene límite en el universo literario de su autor, como ya pudimos comprobar en su primera novela Fiesta en la madriguera (2010), una crónica de un viaje delirante por tierras extrañas para cumplir el antojo del hijo de un narcotraficante mexicano.

El título del libro es una clara advertencia de lo que irá sucediendo vertiginosamente en esta hilarante historia por medio de sus cuatro narradores. No voy a pedirle a nadie que me crea es por tanto la muletilla que va soltando cada uno de ellos: Juan Pablo, el personaje principal, su novia Valentina, la madre de Juan Pablo y, por último, su primo. Cuatro voces narrativas a las que hay que sumar una variopinta fauna de singulares personajes raros y mafiosos, como resultan ser el licenciado, el Chucky, el chino, el pakistaní, un italiano okupa o las dos Laia: la una, hija de un alto cargo de la política catalana, la otra, agente de los mossos d'escuadra.

La novela irrumpe con la figura del primo, un tipo que, ya de pequeño, destacaba en su faceta de cabecilla, y que ahora capta al protagonista para meterlo en un lío descomunal, en un negocio oscuro de blanqueo de capital en las estancias políticas catalanas. Sin embargo, todo se precipitará en un desconcertante enredo que derivará en un desborde con mucho humor, hasta arrastrar al lector a un final impredecible.

No voy a pedirle a nadie... es una novela mexicana que se desarrolla en Barcelona o una novela barcelonesa de marcado cariz mexicano, una obra paródica con resonancias literarias de autores de ámbitos equidistantes en el espíritu humorístico de sus obras, como Jorge Ibargüengoitia o Sergio Pitol por el lado mexicano, o como el acento granuja, irónico y burlesco de Juan Marsé o Eduardo Mendoza, por el lado barcelonés; cuatro autores muy leídos y apreciados por Villalobos.

Estamos también ante un libro con mucho juego metaliterario, una novela mestiza de tonos y registros lingüísticos, como se aprecia en cada una de las voces narrativas que intervienen a lo largo de los diálogos vívidos que se originan, dando mucho ritmo y dispersión a todos los personajes que van surcando la trama.

Villalobos firma una inteligente novela híbrida en géneros: novela negra, en la que no falta el diario, la auto ficción y la tragicomedia, un artefacto literario que concuerda en gran medida con la simbiosis de cultura inmigrante que encierran sus páginas, algo propio de una ciudad tan cosmopolita y global como Barcelona, una metáfora sarcástica e hilarante sobre el crimen que traspasa fronteras y anda a su aire por el pinche asfalto de nuestras calles.


jueves, 16 de marzo de 2017

Cuentos malsanos

El miedo en el hombre es ancestral y arranca históricamente en el origen evolutivo de nuestra especie. Gran parte de los males que le suceden al hombre le ocurren por miedo. El corazón humano está lleno de angustia y pavor. El miedo es un lastre que nos aterra, que nos mengua y, con su perseverancia, nos devora. No hay más que leer la prensa o encender la televisión para acrecentar esa inquietud e inseguridad. El hombre tiene miedo a perderse, igual que tiene miedo a perder cosas. Hay como una amenaza invisible exterior que con frecuencia aflora y crece. De hecho, estamos viviendo, si es que no hemos vivido siempre en todas las culturas que se han sucedido desde que somos propiamente humanos, bajo el manto cultural del miedo.

Los cuentos reunidos en Entre malvados (Páginas de Espuma, 2016), el último libro de relatos de Miguel Ángel Muñoz (Almería, 1970), se centran en la época actual y giran temáticamente en torno a la violencia que ejercen los malvados sobre sus timoratas víctimas. El miedo es su arma de destrucción masiva. Las diez historias del libro muestran, desde distintos ámbitos de la vida, la progenie de la maldad y sus efectos. Son el miedo y la maldad los que conforman el binomio narrativo de la totalidad de sus relatos. El primero que abre la colección, Somos los malvados, y el último de ellos, Donde el Borgión se esconda representan el alfa y omega de ese tipo de violencia cotidiana que se inicia en los primeros años del niño, cuando la manipulación y el miedo se convierten en el sistema educativo implacable para reconducir su vida social. Estos dos cuentos son fundamentales para entender el tema principal que recorre el libro, y que se traduce en que, para que todo siga su curso y funcione como es debido, es necesario que nos asusten con ideas o con seres fantásticos, reales o inexistentes. El objetivo es el control de un individuo superior para conseguir el sometimiento, inducido por un miedo al daño indefinible.

El cuento es un género exigente que demanda un lector involucrado, y no un lector pasivo y distraído, algo que conoce y promueve con solvencia nuestro autor. Es más, según él, el cuento es por naturaleza una criatura que tiene apariencia engañosa y, después, puede resultar ser otra cosa. En estos relatos, el lugar desde donde el narrador se cita es tanto o más importante que lo que dice, porque esa mirada es la que postula el mundo cruel que pone a la vista del lector, sea en la violencia propia de las aulas, en una sórdida dependencia policial, en las postrimerías de la barbarie de un atentado terrorista, en la cabeza de un asesino célebre o en la trascendencia de enfrentarse al mítico monstruo ancestral dueño y señor de un extraño lugar al que cada joven ha de combatir.

Muñoz no pone límite al lenguaje para hacer visible la maldad en sus relatos, hasta el punto de conducir al lector al meollo de la experiencia turbadora que describe en sus historias y contagiarlo de esa cadencia hostil y exasperante que se precipita ante sus ojos. Su habilidad se refleja en narrar las angustias y vivencias obsesivas de sus personajes, exponiéndolos desnudos frente a sus verdaderas ataduras: el miedo, el dolor, la crueldad, el terror, la incertidumbre. El personaje ante ese despojo forjará, a su modo y manera, lo que quiere o debe o le obligan a ser la realidad trastocada por los que le amenazan. En todo ello hay como una herencia biológica de miedo y violencia que los padres entregan a su prole.

En cada relato de Entre malvados el lector percibe cómo cada historia se presenta ante él de diferentes hechuras para mostrar a sus víctimas y verdugos. El cuento Intenta decir Rosebud nos pone ante una inminente ejecución, a manos de unos terroristas, con toda su simbología: secuestro, humillación, martirio, miedo escénico... En Aguantar el frío, la labor policial en aclarar la desaparición de una niña de corta edad provoca la tensión y zozobra en el equipo de investigadores que lleva el caso, en un interrogatorio infame de maltrato y violencia, llegando a un clímax irrespirable de sometimiento y degradación para el sospechoso al que no le dan ninguna salida.

En los dos únicos microrrelatos de la colección, Modos de pasar la tarde y Pretty Girl, la atmósfera se condensa de manera perversa desde los confines delimitados del hogar donde el protagonista vive o desde un edificio abandonado y fantasmal apto para el crimen en el que vive el otro.

Las relaciones de padres e hijos también aparecen bajo ese círculo de violencia oculta y perpetua en el relato Los hijos de Manson, un cuento que contiene varias historias narradas en formato de crónicas reducidas extraídas de la historia real y familiar de sus protagonistas, como la del psicópata Charles Manson, el filósofo Rousseau o el dramaturgo y guionista Arthur Miller.

Estos cuentos, podríamos resumir, conforman en sí mismo un catálogo del mal, un tratado sobre la maldad y la violencia de lo que sucede con muchas de las personas que transitan por el mundo que nos ha tocado vivir, bajo ese manto de miedo consustancial que nos acecha permanentemente.

Entre malvados es un libro incómodo y nada complaciente, escrito con la garra y eficacia de un escritor curtido en este género narrativo tan exigente y complicado que requiere del atajo, y para desbrozarlo, como él mismo subraya en el prólogo de su anterior libro de cuentos El síndrome de Chéjov, no sirve el machete, sino la navaja.


jueves, 9 de marzo de 2017

Puntos de fuga

En el estupendo ensayo La levedad y la gracia (2016), Manuel Neila escribe lo siguiente acerca del aforismo y sus formas: “La escritura aforística es una modalidad expresiva que, debido a su situación en el campo de la cultura, una situación esencialmente fronteriza, está de continuo bajo sospecha. Su carácter sapiencial la acerca al discurso filosófico, mientras que su forma discontinua la aproxima al discurso poético”. Básicamente, entre estas dos orillas: la filosófica y la poética, podríamos decir, sin enredarnos mucho en la retórica tan amplia que hay de definir esta modalidad literaria, discurre esta forma breve, en su concepción y en su calado, para contarnos desde la brevedad de su forma la veracidad o agudeza de su contenido.

Quizás su carácter poético constituya la cualidad más destacada y extendida de esta forma expresiva tan en boga en la actualidad. Antes, el lector entusiasta de aforismos tenía que acudir a ediciones esporádicas para leerlos, hasta que llegó la editorial Edhasa con aquella maravillosa colección que inició allá en 1992 de grandes autores clásicos universales del género. Hoy, afortunadamente, son muchos los sellos españoles que apuestan sin ambages por el género, como: Tusquets, Pre-Textos, Renacimiento, La Isla de Siltolá o Cuadernos del Vigia, que han abierto un canal, algunos desde hace años, por donde fluir estas publicaciones, con premios, inclusive, para animar a nuevos autores al envite. Toda esta dinámica editorial muestra la importancia que está teniendo esta modalidad literaria y su demanda lectora creciente, cada vez más compartida en las redes sociales.

Precisamente, a ese llamado han irrumpido especialmente muchos poetas, como Sergio García Clemente (Santa Cruz de Tenerife, 1974), ganador en 2013 del I Premio Internacional José Bergamín de Aforismos, auspiciado por Cuadernos del Vigía, con su obra Dar que pensar. Ahora, la misma editorial que lo dio a conocer publica su segundo libro de aforismos bajo el sugerente título Mirar de reojo (2017), una colección de doscientas treinta brevedades que insinúan, sugieren o apenas esbozan pensamientos suyos, miradas oblicuas, para mostrar, hasta con humor, la perplejidad de seguir vivo y sus consecuencias.

Viene a decirnos el autor que la mirada de reojo la hacemos con más frecuencia de lo que creemos. La utilizamos cuando fijamos la atención en alguien que no está directamente frente a nosotros y no pensamos girar la cabeza para mirarle, tan solo nos basta mover los ojos para clavar nuestro interés o aprensión en ese alguien o en ese algo común a todos. Pero el poeta también lo hace para alumbrar lo escurridizo o para mostrar lo insólito y lo sorprendente que se nos escapa en el anodino discurrir de nuestras vidas.

García Clemente propone en su obra diferentes puntos de fuga para su mirada aforística de la vida, de las emociones, del tiempo que corre, de la multitud que atosiga, del amor propio, de los cortocircuitos cotidianos, de los días que se nos mueren, de los libros que nos esperan, de la recompensa de algún alivio imprevisto, de las noches en las que, subraya, nos solemos acostar con el pie izquierdo..., o lo que podría resumirse en la lectura del aforismo oculto que recoge propiamente el espíritu del título del libro: aquellas cosas que nos importan e inadvertidamente solemos mirar de reojo.

No hay pensar solitario o atrevido que no tenga su aforista o anotador, decía Cristóbal Serra. A ese deambular reflexivo se adscriben estos aforismos que el escritor canario reúne en su libro, un conjunto de brevedades errantes que surgen de la experiencia propia de ver el mundo y sus partículas desde los ángulos oblicuos que la propia realidad nos permite, tocando y lindando con la verdad que los define, incluso mirando las aguas cenagosas del mundo, sin perder de vista las aguas claras que también corren, aun sabiendo, como dice, que si Todos los días alguien nos arroja al olvido, también hay momentos en el que Abrazar simplifica mucho las cosas.

El aforismo es la voz del hombre a solas, su yo frente al otro. La clave de la compasión del individuo se halla, viene a decirnos el autor, en su relación con el mundo y los demás individuos. De ahí que el grueso de sus aforismos, como vemos en estos ejemplos, oscila en torno a dos ejes: la soledad y las relaciones:

El silencio también puede ser una trinchera.
Observar a los demás es una forma de espiarme a mí mismo.
A veces evitamos a ciertas personas para no encontrarnos con nosotros mismos.


Todo aforismo, como dice el poeta José Mateo, pretende ser, más que un alimento, un excitante; más que una cosmovisión, una cierta mirada, aunque sea de reojo, como propone García Clemente, oblicua, si es preciso, porque todo aforismo aspira a contemplar y a mirar la realidad desde otros ángulos, desde otros puntos de fuga. Este Mirar de reojo, desde luego, tiene su enjundia.

lunes, 6 de marzo de 2017

Relaciones movedizas

El deseo aparece como un sentimiento, como un sobresalto o una explosión dentro del cuerpo, escribe Siri Hustvedt en su ensayo Vivir, pensar, mirar (2012), pero siempre significa un ansia por algo y siempre nos empuja hacia algún sitio, hacia eso que nos falta. Mientras que una necesidad puede suponer una urgencia para el bienestar o para la supervivencia del cuerpo, un deseo, como bien apunta la novelista neoyorquina, existe en otro nivel de la experiencia. Puede ser razonable o irracional, saludable o peligroso, pasajero u obsesivo, débil o fuerte, y cuando ese anhelo raya en traspasar los límites del mundo de otra persona, entonces la urgencia se puede convertir en una inevitable pesadilla o en una triste derrota.

La historia de adulterio que cuenta Francisco Solano (Burgos, 1952) en su última novela, Jugaban con serpientes (Minúscula, 2016), responde a esas relaciones movedizas descritas con tanta sagacidad por la escritora norteamericana en su ensayo que conducen a la mayoría de la gente que se embarca en este tipo de juego amoroso y sentimental en el que las urgencias y el desatino llegan a trastocarlo todo. En este caso, el acoplamiento compartido por los dos amantes de este relato solo aspiran en principio a intercambiarse afectos y pasión en la intimidad mientras dure su aventura. Pero el deseo urgente que va creciendo en el alma del narrador anónimo de esta novela lo convertirá, como el mismo personaje revela, más en un estratega que en un amante, sobrepasado por ese anhelo arrebatador de conocer y comprender el lado ajeno, que no es otro que el del marido engañado. Este es el lado perverso y original del libro de Solano: situarnos como lector frente a una historia sobre la inconsistencia del amor, planteada desde la infidelidad conyugal, desde esa geometría del triángulo amoroso, pero desde el lado del narrador amante, un hombre que se apiada de sí mismo, de una situación que casi le sobrepasa. Se siente intrigado y, al mismo tiempo, le corroe la compasión por ese marido al que engaña como amante de su esposa, quien ostenta por ley ese atributo concedido en el matrimonio y que él no posee, aceptando el rol de ser un extraño oculto, el otro que menudea en la vida de la misma mujer y que comparte, a ratos, intimidad y secretos. Alguien dijo que el verdadero objeto de intriga del adúltero, aunque él lo ignore, no es el amante, sino el marido de ésta. El narrador de este melodrama sí es consciente de ello, hasta el punto de que quiere saber más sobre su particular existencia, una aspiración que legitimará aún más su aventura.

No es verdad que el matrimonio sea indisoluble, como decía el humorista gráfico español Chumy Chúmez, sino que se disuelve fácilmente en el aburrimiento. Cristina y Santiago pertenecen a este prototipo de pareja aburrida y esquiva a todo tipo de relaciones sociales, principalmente por él, un hombre discreto y simplón que pasa la mayor parte del día entregado a sus quehaceres administrativos en la notaría donde trabaja como oficial. El matrimonio de ambos carece de entusiasmo y trascendencia, disuelto en una vida lineal e insignificante. Sin embargo, sabemos por el narrador, que para los que la tratan, la esposa como tal ha sepultado a la verdadera mujer que encierra, aunque fuera del ámbito matrimonial, Cristina parece recuperar con su amante su gracia y esencia no realizadas plenamente con Santiago, su marido.

El narrador de Jugaban con serpientes se conforma aparentemente con su papel de amante, pero la incertidumbre de contar con que la mujer decida abandonar al marido y ofrecerle una relación diferente y más comprometida le azuza e inquieta. Ante lo que le puede sobrevenir, una vez que conoce al marido de Cristina en su entorno laboral, decide indagar más sobre ella, pero sin apenas peguntar, interpretando sus gestos y mirada que le conducirá a crearse una inevitable dependencia de cercanía y arrebatos irreprimibles de estar más con ella.

El autor es capaz de sorprender al lector dando un giro a lo que parecía devenir en este melodrama tan bien urdido, y entonces la mujer encuentra el salvoconducto ideal para librarse igualmente de las ataduras de su amante tras el divorcio que se avecina: si gracias a su marido lo eligió como amor clandestino, con la ruptura matrimonial también perderá su función de amante y sustituto.

Así pues, este es un relato de una relación prohibida que aborda la imposibilidad de aflorar un amor clandestino cuando ninguno de sus protagonistas opta a cambiar otro papel que no sea estrictamente el de amante. Atravesada por un clímax psicológico llevado muy inteligentemente, esta novela, profunda e incisiva, pese a su brevedad, no rehúye el conflicto moral del engaño amoroso consentido, como tampoco pasa de puntillas sobre la complicidad que dicho engaño requiere.

Solano firma una novela en estado de gracia sobre las relaciones movedizas del adulterio: concisa, hermosa y reflexiva, con una prosa eficaz y contenida que subyuga al lector a seguir leyéndola atento hasta su portazo final, un hallazgo feliz que debo a la recomendación entusiasta del crítico Ignacio Echevarría en su columna semanal de El Cultural de hace poco y de la que propongo correr la voz.


miércoles, 1 de marzo de 2017

Identidad e impostura

Hay escritores que destilan literatura a raudales, no solo por sus libros y su apariencia física, sino hasta por la manera de vivir y sentir su propia existencia, que se desdoblan en un yo físico y en un yo metafórico, formado de palabras, de frases y de citas escritas a lo largo de los tiempos por otros escritores. Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) es uno de ellos, un hombre libro, literato, egregio y gran embaucador que transita liviano por el mundo de las letras con la única ambición de escribir siempre y no dejar de hacerlo, que sabe que escribir significa detenerse, demorarse, deshacer, repetir, que escribe para escribir, no para haber escrito y publicado.

De sus libros se dice que son metaliterarios, vanguardistas, conceptuales, ensayísticos, y también se destaca el sentido del humor y la ironía sutil que los atraviesa. El lector que conoce su obra comprueba que esta singularidad forma parte del juego literario a que nos ha ido acostumbrando a lo largo de la treintena de libros publicados hasta el momento en su dilatada carrera, mezcla de ficción y realidad, de ensayo y novela. La herencia surrealista también es una constante en todos sus libros. En Kassel no invita a la lógica (2014) y en Marienbad eléctrico (2016), sus libros más recientes, se aprecia que ese surrealismo empleado tiene incluso mayor visibilidad.

Ahora en Mac y su contratiempo (Seix Barral, 2017), su nuevo libro, encontramos al Vila-Matas más en estado puro, con una novela travestida de esa esencia literaria tan propia suya, basada en la poética de la creatividad, las relaciones dentro del binomio realidad-ficción y el conflicto entre identidad e impostura. Esta entrega literaria tiene mucho que ver con la creación desde la relectura y la reescritura, dos ejercicios combinatorios para rescatar y tejer la historia de su personaje, Mac, gran lector de poesía y entusiasta de los cuentos, pero que nunca simpatizó con la novela, aunque no le importaría embarcarse, a su manera, en una y desaparecer incluso antes de terminarla. Mac encuentra un atisbo para ello y se propone reescribir Walter y su contratiempo, una de las novelas olvidadas de su vecino Ánder Sánchez, un afamado escritor que goza de mucho prestigio. Curiosamente, la novela que trata de reescribir Mac se parece muchísimo a Una casa para siempre (1986), una de las primeras publicaciones del escritor barcelonés, una novela y libro de relatos a la vez, en donde Vila-Matas cuenta el drama de un ventrílocuo que tiene voz propia, ese don que es tan deseado y buscado por tantos escritores y que, por razones obvias para un ventrílocuo, se convierte en un verdadero contratiempo.

El protagonista, por tanto, después de un encuentro con Sánchez, que le anima a reescribir aquella novela fallida suya y, sobreponiéndose a su frágil situación de parado en edad tardía, se pone manos a la obra empezando a escribir un diario en el que lo primero que dice es que le entusiasma la idea de escribir un falso libro póstumo para hacerle una especie de requiebro a la muerte, como lo hizo antes Georges Perec con su obra 53 días. Conforme Mac empieza la reescritura de la novela, la literatura va invadiéndole por todos los resquicios de su vida, de manera superpuesta al hecho narrativo de lo que se lleva entre manos, de tal forma que el diario se transforma en un artefacto literario que alterna las vivencias del protagonista con el experimento literario de reescribir el relato de Walter. La reconstrucción de dicho manuscrito lo lleva por el barrio del Coyote por donde irán apareciendo personajes que se incrustan en el texto modificando el cauce de la redacción de su libro. Por ejemplo, en uno de los capítulos en marcha que lleva por título Carmen, el mismo nombre que su mujer, este personaje de ficción perteneciente al mundo de las vidas imaginarias de otros escritores, se incorpora a la trama entremezclado con la propia realidad y la inventiva del narrador. Aunque, según firma Mac: “La realidad no necesita que nadie la organice en forma de trama, es por sí misma una fascinante e incesante Central creativa. Pero hay días en que la realidad da la espalda a esa Central sin rumbo que es la vida y trata de darle un aire de novela a lo que pasa”.

Mac y su contratiempo es una auténtica mina literaria rebosante de inteligencia y humor por donde deambulan muchas citas y confluencias artísticas de la historia de la literatura universal, un libro transversal sobre la creatividad y el oficio de escribir, un ensayo novelístico en el que se afirma que el escritor a la vez modifica y repite historias infatigablemente, más allá de preferir lo contrario. Al temor a repetirse, decía Isak Dinesen, siempre puede oponerse la alegría de saber que avanzas en compañía de las historias del pasado. Esto es algo que maneja Vila-Matas como pocos, el encadenamiento con el pasado escrito por otros es consustancial a su materia narrativa.

Perder la voz propia puede significar nacer de nuevo a la literatura comenzando a hablar como un ventrílocuo, con varias voces que, a la vez, son varias identidades y que proporcionan el camuflaje de una verdad oculta o de otra invención de la realidad. De esto trata este sorprendente libro: de la creatividad como diversión, de la invención literaria y sus trasvases.


Toda historia de la literatura se ciñe a modificar algo ya escrito, viene a decirnos Vila-Matas. Mac y su contratiempo recoge ese espíritu valiéndose además del resorte inapelable de que la vida es un mestizaje de identidad e impostura y la literatura más de lo mismo.