En
el estupendo ensayo La levedad y la gracia
(2016), Manuel Neila
escribe lo siguiente acerca del aforismo y sus formas: “La
escritura aforística es una modalidad expresiva que, debido a su
situación en el campo de la cultura, una situación esencialmente
fronteriza, está de continuo bajo sospecha. Su carácter sapiencial
la acerca al discurso filosófico, mientras que su forma discontinua
la aproxima al discurso poético”. Básicamente, entre estas dos
orillas: la filosófica y la poética, podríamos decir, sin
enredarnos mucho en la retórica tan amplia que hay de definir esta
modalidad literaria, discurre esta forma breve, en su concepción y
en su calado, para contarnos desde la brevedad de su forma la
veracidad o agudeza de su contenido.
Quizás
su carácter poético constituya la cualidad más destacada y
extendida de esta forma expresiva tan en boga en la actualidad.
Antes, el lector entusiasta de aforismos tenía que acudir a
ediciones esporádicas para leerlos, hasta que llegó la editorial
Edhasa con aquella maravillosa colección que inició allá en 1992
de grandes autores clásicos universales del género. Hoy,
afortunadamente, son muchos los sellos españoles que apuestan sin
ambages por el género, como: Tusquets, Pre-Textos, Renacimiento, La
Isla de Siltolá o Cuadernos del Vigia, que han abierto un canal,
algunos desde hace años, por donde fluir estas publicaciones, con
premios, inclusive, para animar a nuevos autores al envite. Toda esta
dinámica editorial muestra la importancia que está teniendo esta
modalidad literaria y su demanda lectora creciente, cada vez más
compartida en las redes sociales.
Precisamente,
a ese llamado han irrumpido especialmente muchos poetas, como Sergio
García Clemente (Santa Cruz de
Tenerife, 1974), ganador en 2013 del I
Premio Internacional José Bergamín de Aforismos,
auspiciado por Cuadernos del Vigía, con su obra Dar que
pensar. Ahora, la misma
editorial que lo dio a conocer publica su segundo libro de aforismos
bajo el sugerente título Mirar de reojo
(2017), una colección de doscientas treinta brevedades que insinúan,
sugieren o apenas esbozan pensamientos suyos, miradas oblicuas, para
mostrar, hasta con humor, la perplejidad de seguir vivo y sus
consecuencias.
Viene
a decirnos el autor que la mirada de reojo la hacemos con más
frecuencia de lo que creemos. La utilizamos cuando fijamos la
atención en alguien que no está directamente frente a nosotros y no
pensamos girar la cabeza para mirarle, tan solo nos basta mover los
ojos para clavar nuestro interés o aprensión en ese alguien o en
ese algo común a todos. Pero el poeta también lo hace para alumbrar
lo escurridizo o para mostrar lo insólito y lo sorprendente que se
nos escapa en el anodino discurrir de nuestras vidas.
García Clemente
propone en su obra diferentes puntos de fuga para su mirada
aforística de la vida, de las emociones, del tiempo que corre, de la
multitud que atosiga, del amor propio, de los cortocircuitos
cotidianos, de los días que se nos mueren, de los libros que nos
esperan, de la recompensa de algún alivio imprevisto, de las noches
en las que, subraya, nos solemos acostar con el pie izquierdo..., o
lo que podría resumirse en la lectura del aforismo oculto que recoge
propiamente el espíritu del título del libro: aquellas cosas que
nos importan e inadvertidamente solemos mirar de reojo.
No
hay pensar solitario o atrevido que no tenga su aforista o anotador,
decía Cristóbal Serra.
A ese deambular reflexivo se adscriben estos aforismos que el
escritor canario reúne en su libro, un conjunto de brevedades
errantes que surgen de la experiencia propia de ver el mundo y sus
partículas desde los ángulos oblicuos que la propia realidad nos
permite, tocando y lindando con la verdad que los define, incluso
mirando las aguas cenagosas del mundo, sin perder de vista las aguas
claras que también corren, aun sabiendo, como dice, que si Todos
los días alguien nos arroja al olvido,
también hay momentos en el que Abrazar
simplifica mucho las cosas.
El
aforismo es la voz del hombre a solas, su yo frente al otro. La clave
de la compasión del individuo se halla, viene a decirnos el autor,
en su relación con el mundo y los demás individuos. De ahí que el
grueso de sus aforismos, como vemos en estos ejemplos, oscila en
torno a dos ejes: la soledad y las relaciones:
El
silencio también puede ser una trinchera.
Observar
a los demás es una forma de espiarme a mí mismo.
A
veces evitamos a ciertas personas para no encontrarnos con nosotros
mismos.
Todo
aforismo, como dice el poeta José Mateo,
pretende ser, más que un alimento, un excitante; más que
una cosmovisión, una cierta mirada, aunque sea de reojo, como
propone García Clemente,
oblicua, si es preciso, porque todo aforismo aspira a contemplar y a
mirar la realidad desde otros ángulos, desde otros puntos de fuga.
Este Mirar de reojo,
desde luego, tiene su
enjundia.
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