martes, 13 de mayo de 2025

Relatos pasmosos


Verdaderamente no me imagino qué sería del hombre si no tuviera dentro de sí, escondidos, superpuestos, sumergidos, adyacentes, provisionales, inquisitivos, a otros muchos yoes que no solo no sustituyen o destruyen su personalidad, sino que la constituyen al ampliarla, repetirla y hacerla posible de adaptación a las más variadas circunstancias de la vida. No cabe duda de que quien escribe se lee únicamente él, pero al hacerlo seguramente se siente desdoblado, acompañado y examinado, incurriendo en contradicciones, como le ocurre al propio lector que oye mientras lee sorprendido las respuestas que surgen de su profundidad más íntima, de esa zona de uno mismo de la cual no tomaba conciencia, y estaba ahí pendiente de ser reconocida.

Parece como si la lectura de Pústulas (Talentura, 2025), de Raúl Ariza (Benicàssim, Castellón, 1968) me hubiese sacudido en esa tesitura descrita más arriba mostrándome que la vida es un relato incierto de constante insistir, de múltiples facetas suspendidas en un argumento en el que los desenlaces vienen de algún otro yo recóndito que nos conforma. Porque, ciertamente, las historias que transitan por aquí están protagonizadas por seres desdoblados de su apariencia, responsables de los nudos por deshacer y por hacer en el presente desatado de sus vidas. Diría que, entre los planteamientos y desenlaces que cada relato plantea, hay un amplio espectro de presagios y quebrantos que salen a la superficie como una tajada en el tiempo. El lector se verá llevado hacia un vertiginoso catálogo de cuentos ácidos y, por qué no, pasmosos.

Ariza plantea doce relatos feroces y duros asomándose a muchas ventanas que dan a diferentes mundos de la condición humana. Por sus resquicios surgen historias ungidas de realidad y de un imaginario nada complaciente. Hay cuentos que hablan muy fuerte, y otros, en cambio, que bajan la voz y perturban por igual. Cada uno saca a la luz las intenciones y los motivos que sus protagonistas quisieron llevar a cabo: su mundo, su honra, su controversia, su conciencia o venganza. Todos, a su manera, reflejan también su campo de transformaciones, su laboratorio desde donde la realidad configura su molde de misterio, de conciencia, de lenguaje y de voluntad. En la misma medida, bajo ese mismo manto de extrañezas, se esconde igualmente la conflictividad existencial de sus personajes y la desazón que rodea a sus vidas.

En el primero de ellos, titulado En el nombre del padre, uno de los más destacados, nos encontramos con un relato demoledor de un padre postrado en un hospital. Un hijo le acompaña en sus últimas horas, mientras el pasado ronda por la habitación reviviendo lo que aquel maltratador y canalla, ahora de cuerpo ajado y maltrecho, hacía de su vida personal y familiar: arrebatarles a todos el bienestar del hogar. Le sigue Aquellos zapatos, una historia de mal de amores en la que una joven lucha por superar un amor imposible que le acaba de abandonar. La joven desvalida solo sobrevive a su desazón a través de versos trastabillados que le sacuden de su fatal destino. En el siguiente relato, narrado desde una comandancia policial, quedamos aturdidos por esta historia de francotiradores protagonizada por un anciano que tiene que dar cuenta de cómo mató a bocajarro a su compañera.

No parece que la buena literatura case bien con la inquina de quien se aprovecha de la candidez de alguien que se deja seducir, tal vez, pensando, que se le presenta una ocasión propicia para el lanzamiento de su libro. Es eso, precisamente, lo que encontramos En Verso a verso, una historia mezquina en la que una aspirante a poeta sucumbe a la manipulación de su mentor. En otro cuento de título sugerente, Poesía caníbal, somos testigos de una conmoción sentimental que muestra cómo su protagonista se las tiene que apañar, pese a la presencia impertinente y amenazadora de su madre que interfiere en sus andanzas amorosas, una y otra vez. También encontramos mucho humor en algún que otro cuento, incluso momentos de cortar y subirse a otro tren de vida, como sucede en La hora imprevista, o, en otro de los relatos más intensos e implacables del libro, La vida desde mi ventana, hallar un lugar para recobrar el ánimo perdido.


Llegados ya al final del libro, diría que Raúl Ariza urde, con brillante eficacia, una trama variada y singular por la que confluyen sus hilos narrativos en un nudo final del que suelen quedar destellos turbadores y silencios con los que el lector tendrá que jugar durante un tiempo a engarzarlos y a ahondar en las capas de su piel. En estos cuentos, el pulso narrativo y el tono se relacionan con el punto de vista desde el cual el autor cuenta la historia y, aunque en algún caso nos increpe con un adjetivo pretencioso, el resultado es que su estética narrativa reluce y conforma un imaginario, eso sí, de enfoque crudo e infame, en el que se encarnan vivencias de unos personajes que proyectan ese sesgo escogido de asuntos ajenos que nos hace pensar como si fueran pesadillas nuestras.

martes, 6 de mayo de 2025

Leer y cavilar


Voy a decirlo sin cortarme un pelo. Soy un entusiasta lector de Javier Sánchez Menéndez (Puerto Real, Cádiz, 1964). Su creación literaria es abundante: poesía, ensayos, aforismos y artículos. He podido leer todo o casi todo lo que se ha editado de su obra y, de una buena parte, he publicado reseñas o comentarios. Confieso que lo he hecho no por necesitar glosar su penetrante lucidez, sino para prolongar el placer o la cavilación que sus textos me procuran. Confieso que encuentro sintonía y entendimiento con esa escritura suya que me sacude e interpela y, a su vez, pone de manifiesto esa carga luminosa y ética que da sentido a sus palabras, que vivifica la razón de ser del pensamiento, desde el silencio y la propia soledad, desde el paso del tiempo y ese discurrir de la vida, tan próximo y cotidiano para darme a entender.

Es cierto que Sánchez Menéndez, escritor persuasivo y juicioso, inclinado, eso sí, a la emoción del concepto y sus metáforas, tiene una voz literaria reconocible, un leitmotiv habitual, una gramática que conjuga la importancia de la razón de existir, que consiste en estar en una perspectiva de entendimiento con el mundo. Le importa resaltar lo que se ha comprendido de siempre: la existencia como vida activa o como vida contemplativa. Sin embargo, insiste en que existir siempre será, de manera inevitable, una vida representativa. Es por esta idea central o guion, compuesto por notas y textos breves, por donde transita su nueva entrega, Fragmentos (Detorres, 2025), un libro poblado de ideas, epifanías, citas y sensaciones volcadas bajo una concepción de “lectura en lentitud, sin prisas, como alimento”.

Empezamos a leer y a poco que llevamos unos minutos, ya vemos cómo Sánchez Menéndez cree en la razón, dado que para él es un instrumento esencial para orientarse en la vida. Recala en cómo lo real, la emoción artística, las pasiones, los vislumbres del pensamiento y la conciencia nos dejan desnudos, “pero también confusos –escribe–, somos transmisores de dudas permanentes”. La justificación es clara: la verdad se da siempre bajo la importancia y la perspectiva de la palabra: “La palabra entre nosotros, y de la palabra a la lectura entre nosotros. Somos palabra, por eso somos lectura”. No se olvida que por delante del filosofar está el vivir. Por eso propone el poeta: “Vivamos las emociones. Son nuestras”. No por ello hay que renunciar a la razón. La razón, según él, es una herramienta indispensable del conocimiento, del entendimiento de la lectura como alimento.

Y es aquí, en la lectura, donde el libro alza su vuelo más intenso. El poeta percute no solo en el valor de la palabra como manifestación de la verdad, sino en la lectura como contacto con la vida, como conocimiento de uno mismo: Y por ello, sostiene que la literatura debe ser “una manifestación de la verdad”, un motivo suficiente para leer el mundo y reconocernos en él, para ensancharnos y sentirnos más reales. Nadie duda de que quien lee se siente acompañado. En ese mismo trayecto de compañía y soledad, la lectura acaba revelándose como algo que nos redime en muchas ocasiones de las incontables decepciones y reveses de la propia realidad. “El lector no nace, se hace”. Por eso mismo, insiste en que “hay que seleccionar las lecturas”, los libros que importan, los que nos conmueven y se convierten en un resquicio para entender un poco mejor el mundo o pensarlo de otro modo. Leer, como ya dejó dicho en otro de sus libros, “provoca afectos y, también, efectos”.

Esta es una de las ideas transversales que recorre las piezas reunidas en Fragmentos, alentar a la lectura, no solo como alimento, sino como un acto de amor a la vida y a uno mismo, que apela a esta otra verdad filosófica añadida de que en la lectura: “palabra y naturaleza se fusionan. Todo origen de la naturaleza está en la palabra. Y a su vez, el origen de la palabra está en la naturaleza”. Una vez más, Sánchez Menéndez nos conmina a entender la lectura como acto de posesión, de hacer nuestra las circunstancias de que “hay que dejar espacio al lector. Mucho espacio”, para descorrer el mundo y sentirlo más vivo y reconocible.

Por otro lado, hay lugar en el libro para transitar por las propias lecturas del poeta en las que no faltan alusiones a Cervantes, siempre aparece alguna mención de El Quijote en sus libros. También se cita a Cioran, a María Zambrano, a Baroja, a Rilke, a Mark Twain o a Séneca, entre otros, elogiando su amor a los libros: cum libelli mihi plurimus sermo est (tengo mucho que hablar con los libros). Igualmente, no se olvida tampoco de pararse a reflexionar sobre el aforismo, un género que cultiva con sigilo, para destacar la cierta vanidad reinante de algunos que se empeñan en alzar la voz sobre su esplendor, porque “no estamos en un nuevo Siglo de Oro del aforismo... Hay buenos aforismos, sí, y hay buenos aforistas también, pero son contados, y tal vez sobren dedos de una mano”, apostilla.


En resumidas cuentas, la sensación percibida de la lectura de estos jugosos Fragmentos es de correspondencia, es decir, de una relación vis a vis en la que el autor y el lector interactúan, lo digo por la invitación constante al subrayado y a la pausa. Por eso, abrir un libro de Sánchez Menéndez tiene mucho que ver con adentrarse en un mundo simbólico dispuesto a ser reinterpretado. Posee el don de la penetración, de la capacidad de descubrir lo propio de la vida en la razón, y lo tácito en lo aparente. Le importa resaltar que lo importante de la vida anda cargado de metáforas y experiencias. Por eso mismo acude a la metáfora, para representar el significado de las palabras escritas en términos de otras. Y por eso mismo, en su liturgia, lo que importa no es tanto lo que se encuentra en sus páginas, sino lo que significan para quien las lee y cavila.

miércoles, 30 de abril de 2025

Vida reflejada


Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) ocupa un lugar privilegiado en la narrativa española, y esto se debe en gran medida por ese dominio de lo diverso y ese hacer creativo tan fértil y genuino suyo, ya que es un escritor que está en la literatura para saber quién es e indagar sobre sus propios límites, con la voluntad de aventurarse a nuevos terrenos para experimentar. Algunos críticos inciden en que lo extraordinario de Vila-Matas es que hace ya tiempo dejó de ser un escritor a secas para convertirse en género literario. Y esto, que parece un elogio exagerado, toma cuerpo desde Bartleby y compañía, un libro efervescente, de literatura y vida, que viene a decirnos cómo rescatar de la memoria cada fragmento de vida que súbitamente vuelve a nosotros a través de la escritura.

Desde sus comienzos literarios, su obra, por tanto, sigue una estela que plantea persuasivamente un viaje interior a sí mismo, un trayecto que continúa a su Ítaca, a su mundo literario, como una infinita excursión circular. En cierto modo, obedece a una constante suya sobre idénticas inquietudes literarias en las que si hay algo notorio y distintivo en su escritura es que no hay ninguna novela suya encasillada en lo convencional. Cada una de ellas ofrece al lector el sesgo de que la vida artística tiene mucho de experimentación y creencia en su quehacer. Un autor, como él, tan literato, egregio y embaucador, con la única ambición de escribir siempre y no dejar de hacerlo, nos cautiva con sus libros a tantos lectores letraheridos, una y otra vez, para incidir y repetirnos que él escribe para escribir, no para haber escrito y publicado.

Vuelve ahora, para gozo de muchos, a ese cónclave literario suyo mediante el que pretende proseguir su ruta ascendente, ya consagrada, con una nueva novela que conecta, con rumbo y esplendidez, con obras capitales de su narrativa, como Historia abreviada de la literatura portátil, la citada Bartleby y compañía, El mal de Montano o París no se acaba nunca, y que, además, ensancha ese gran desafío persistente de su obra: literatura sobre la propia literatura. Al protagonista de Canon de cámara oscura (Seix Barral, 2025), Vidal Escabia, le ha quedado un mandato de su maestro y mentor, el escritor Altobelli, una tarea encomiable que consiste en confeccionar un canon singular e “intempestivo”, como así lo califica el narrador, llevado a cabo desde una biblioteca mal iluminada. Allí tomará cada día un libro que conforma el proyecto en marcha de seleccionar 71 volúmenes de dicho canon “desplazado”, tomando alguna cita o fragmento del mismo, unido a sus propias notas e impresiones que van sucediéndose una tras otra.

Y, una vez más, Vila-Matas pone su inventiva libresca en dirección a esa confabulación a la que nos tiene acostumbrados a sus lectores, en la que la vida y la literatura maniobran para buscarse y establecer vínculos entre sí. Este menester convierte a su protagonista en un idóneo precursor para resaltar el sentido de la escritura, como si se tratara de un insólito androide, un Dever-7, programado para forjar el meollo de la trama. A este hilo conductor se suma también la novia de dicho protagonista, la museóloga Violet, especialista en entrever las conexiones que se dan en los museos entre los visitantes y la obra artística, así como su reflejo en la realidad. Por otro lado, le importa a Violet saber en qué momento de la trayectoria de Escabia surge su vocación por la escritura, por ese lugar por donde fluye la imaginación con sus ficciones engarzadas.

Todo el despliegue narrativo del libro se afana en mostrar la pulsión literaria que promueve. Le importa subrayar su forma concebida de corte fragmentario: “¡Los fragmentos! –dice– No son, no son, como tanto se cree, una parte más del todo, sino una parte importantísima del todo. Por eso tienen que tener la potencia suficiente para que podamos abrir un libro por cualquier página y leer sin necesidad de saber qué ha sucedido antes o pasará después”. Por otro lado, la novela promueve un viaje literario a través de los libros, de lo recóndito a la luz, en pos de realzar la escritura como meta superior, pero necesitada del encendido seductor de la lectura.

Hay, además, otra idea alimentada, muy propia del escritor barcelonés, de ir creando una biblioteca más operativa y luminosa, más dispuesta a eliminar libros que a aumentarlos. Esta idea lleva aún más lejos: a subrayar que los libros no solo tienen valor por sí mismos, sino también en relación con otros y, en particular, con nosotros mismos. Se nos va el tiempo admirando los libros y autores que van apareciendo, clásicos y modernos, sin apenas darnos cuenta de que también reflejan que somos ficciones insertas en nuestro vivir, en nuestra conciencia. Nos bastaría leer al azar un párrafo cualquiera del libro para identificar este espíritu vilamatiano que tiene mucho que ver con la importancia de introducir citas en su narrativa.


Canon de cámara oscura es una novela-ensayo gozosa que posee el rango literario indiscutible e identificativo de su autor. Vila-Matas nos vuelve a engatusar y nos entrega otro libro para el disfrute de quienes encontramos eco y encomio gratificante en las confluencias literarias de un autor-libro, como es él, que mantiene siempre ese vaivén persistente y celebrado de escritor dispuesto a reafirmarse en que la realidad imita a la literatura, y en que toda historia es, a fin de cuentas, artificio y vida reflejada.

martes, 22 de abril de 2025

A medida que pasa el tiempo


Me atrevo a decir que la condición elemental de un libro de aforismo es la que le permite prescindir de la fecha en que fue concebido para seguir produciendo emociones, alegría, perplejidad o calambre. Los buenos libros de aforismos son espejos del mundo de cualquier época, porque están hechos de horizontes. El mundo es la plantación donde surge la fotogenia del aforismo. Que la mayoría de nosotros no seamos capaces de ver más que lo evidente no significa que lo extraordinario o misterioso no esté en otras muchas partes, como escondido al paso del tiempo, a la espera de ser captado. En esta sensación de desvelamiento de uno mismo en las palabras de otro y de hacernos pensar, es cuando mejor se palpa que la raíz del verbo leer proviene de recolectar el fruto de una siembra.

Por eso mismo, conviene no olvidarse de que lo que importa en la literatura, en cualquiera de sus géneros, son los resultados. Estamos viendo ahora que el aforismo español vive un auge gozoso. Responde, ciertamente, al ámbito global de nuestro tiempo y a la visión personal de los envites que nos acechan. El escritor de aforismos persigue seducirnos, creando ese velo idiomático de naturaleza reflexiva con aire de persuasión. De ahí que, tras la lectura de un buen libro de aforismos, nos reconforte recordar la punta afilada de muchos de ellos y releer lo subrayado por nosotros mismos. No encuentro mejor recompensa que verme inmerso en ambas tareas, confirmando el interés que el aforismo despierta en mí, siendo el género que menos tiempo me lleva leer, pero, en muchas ocasiones, el que más tiempo me lleva entender su alcance.

El tiempo todo lo oscura (Siltolá, 2025), el nuevo libro de aforismos de Ricardo de la Fuente (Sacramenia, Segovia, 1956), transita por este sentir que obliga al lector a pararse y a afilar el lápiz para el subrayado de un buen número de miradas que tratan de explicar la vida cotidiana desde la reflexión, la perplejidad y el humor. Brevedades que requieren ser leídas, poniendo una atención especial en aspectos como el tono, la cadencia, el estado de ánimo, la ambigüedad y la inventiva verbal entre lo literario y lo filosófico que pone de relieve el autor. El lector que se anime a leer estas miniaturas encontrará, antes que ejercicios de ingenios o frases felices, un afinado compendio de pensamientos intensos que, de forma sencilla y con animado sentido del humor, sacuden mucho de lo que damos por sentado.

Entre su amplitud temática, encontramos sentencias y epifanías sagaces que nos sacan media sonrisa, incluso, sonrisa y media, valga este primer aforismo del libro y otros que siguen con su misma chispa y agudeza: Qué sabiduría la de la presbicia que nos obliga a alejarnos para ver mejor; Han refinado tanto el juego de la gallina ciega que todos creemos que es el otro el que lleva la venda puesta; Le diagnosticaron una ex mal cicatrizada; Hay días que mi ego se pasa a la competencia. De la Fuente despliega su agudeza dejando entrever cómo el aforismo tiene mucho de juego, ingenio y desafío, sacándole partido a la observación de lo cotidiano, como muestran estas tres brevedades suyas: Para cuando uno aprende a mover las fichas por el tablero de la vida, el juego ha perdido interés; No moverse es la forma más frecuente de huida; No hay época de mayor juventud que la alegría.

Tampoco le importa constreñir sus aforismos en miniaturas más sintéticas, como balbuceos de una filosofía minimalista que, tras leerlos, dan para más conjeturas de la realidad retratada. Valgan estos ejemplos: Madurar es aceptar los yos sobrevenidos; Conocer conforta, saber inquieta; Ideas fáciles, ideas frágiles; Todos tenemos un precio de rebajas; No quiero que me sobren años... Le importa mucho a Ricardo de la Fuente resaltar que su fascinación por lo escueto, como ya dejó plasmado en su anterior libro, Andar en la niebla (2017), se halla en combinar con tino la hondura de la sencillez y la expansión de lo fugaz, consciente, como decía Bergamín, de que el valor supremo de un aforismo consiste en que sea certero.


A los que nos gusta este género y disfrutamos con la inquebrantable voluntad de certeza, de concisa e intensa verdad, provocadora y persuasiva, que existe en la propia esencia del aforismo, nos recreamos en su travesía porque somos entusiastas de sus retazos y pulso, de su modo de preguntarnos por lo que nos rodea y de su forma de comunicarlo. En El tiempo todo lo oscura se vislumbra un jugoso conjuro sobre todo esto, un libro en el que el lector encontrará puntos de vista sobre la realidad, el tiempo suspendido, la imaginación, la vida reflejada y, también, confluencias personales: Dicho queda lo dicho sin la menor sombra de certeza.

sábado, 12 de abril de 2025

Tras el rastro de Pavese


Pavese fue un escritor de culto, una de las plumas más privilegiadas de mediados del siglo XX, cuya imparable actividad cultural y literaria lo convirtió no sólo en poeta y escritor de novelas, sino también en traductor de grandes autores, como Melville, Dickens, Joyce o Hesíodo, e incluso, en dramaturgo y filósofo. Vertientes distintas todas ellas, pero comunes en un sentido muy determinado, que, a su juicio, viene a decir que tanto la literatura novelística, la poesía, la dramaturgia, la traducción o la filosofía son producidas por un cierto “ansia de realidades espirituales desconocidas, presentidas como posibles”. Se convirtió en un símbolo de una Italia soñada sin haber salido de su país. Dicen que sabía más que nadie de literatura norteamericana. Faulkner, Dos Passos, Sherwood Anderson o Steinbeck fueron llevados a Italia de su mano por la editorial Einaudi. La traducción que hizo de Moby Dick sigue siendo un referente insuperable.

El oficio de vivir supuso la creación esencial de su obra, un hito en el que el propio autor se desdobla, dando entrada al Pavese escritor que le escribe al Pavese hombre, para, así mismo, plasmarla en su biografía, a modo de un diario en el que el lector nota que se presta más atención a sus consecuencias que a los sucesos que las provocan. En sus páginas memorables dejó un testamento vital de mucha lucidez y, a pesar de toda su obsesión con el suicidio, rociada de esperanza. Deja dicho que a vivir se aprende viviendo, una obviedad a primera vista, pero que encierra el verdadero misterio de este oficio singular, como él lo llama: “La única alegría del mundo es comenzar. Es bello vivir porque vivir es comenzar, siempre, a cada instante. Cuando falta este sentimiento..., querríamos morirnos”. La obra alcanzó una extraordinaria resonancia entre los lectores de diferentes generaciones en todo el mundo. Pavese había dado su literatura al mundo, y, a los cuarenta y un años ya dio por terminada la literatura y la vida.

El joven escritor francés Pierre Adrian (Burdeos, 1991) es el autor de Hotel Roma (Tusquets, 2025), un viaje personal por la vida y obra de Pavese, un recorrido por el Piamonte y por la ciudad de Turín, para desgranarnos la esencia de su vida y la preponderancia que tuvo El oficio de vivir en el trágico final de su vida. Adrian bucea en sus páginas y en los lugares por los que deambuló el escritor para reencontrarse pronto con las paradojas existenciales que, a menudo, se convirtieron en nudos difíciles de deshacer para el propio Pavese, que subrayaba que: “Esperar también es una ocupación. Lo terrible es no esperar nada”. Pavese aparece por aquí como un paseante discreto y reflexivo, como un escritor experimental dispuesto a revelarnos su amor a la ciudad de Turín, dispuesto, a su vez, a desvelarnos cómo el amor y la construcción de la vida se encuentran mucho más en el poder de los hechos que en el de las convicciones.

Hotel Roma es un hermoso y melancólico viaje por el territorio vital y literario de Cesare Pavese, trazado bajo una poética en la que la indagación es el motor del relato, un modus operandi que lo convierte en una exploración amena, de gran sensibilidad, bajo el denominador de ensayo-ficción, una manera jugosa de establecer una conexión con el lector para que participe del desarrollo narrativo del mismo, gracias a un juego indagatorio, que le permite mezclar la realidad y la ficción, para establecer el acompañamiento y el desarrollo de contar la vida y obra del gran escritor Pavese, a través del tiempo y espacio, especialmente de la ciudad de Turín, de voces ligadas a él, hasta llegar a establecer el vínculo de su inventiva narrativa con la vida real de alguien tan taciturno y obstinado como él, que guardaba en su diario el misterio de su suicidio, acaecido posteriormente el 27 de agosto de 1950 en la habitación 49 del Hotel Roma.

Adrian nos acerca a Pavese, bajo el marco de novela-ensayo, para resaltar su figura intelectual, así como su perfil escurridizo de hombre solitario y triste, y desentrañar lo que trató de guardar para sí mismo: su calvario existencial, “aunque también cedió a la tentación de culpabilizar a los demás”. Vivir para él aparece aquí como lo más individual que cabe ser pensado, como la obra más reveladora de su existencia, pese a todo, si bien siempre anduvo amenazado por el acecho persistente del suicidio. Pero, insiste en su pensamiento y obra que no hay oficio más comprometedor y fascinante que el vivir. La tarea de vivir, como empeño, así deja dicho: “Hay un solo placer, el de estar vivos, y todo lo demás es miseria”.


Este es un libro audaz y ameno, todo un homenaje, en forma de viaje literario, un retrato biográfico también, para reencontrarnos con un Pavese redivivo y luminoso, escrito con sencillez y hondura. Hotel Roma convierte su figura en una exploración sutil de su herencia literaria y emocional, una lectura deliciosa que invita a otras lecturas que por aquí asoman: “Su literatura, dijo un crítico italiano, era como el diario íntimo de los demás; no solo el suyo, sino el de todos nosotros. Hay escritores que nos dan lo que ellos ya no tienen. Pavese me ofrecía todo lo que había abandonado a él: la despreocupación, la alegría de vivir en este mundo, el espíritu infantil, la fe, el consuelo…”

viernes, 4 de abril de 2025

La espera de lo inesperado


En el microcosmo de San Cayetano, territorio del imaginario de la escritora
Maite Núñez (Barcelona, 1966), ocurren historias insólitas y mundanas de las que está impregnada la existencia entera de un barrio. Por este espacio merodean los sentimientos de angustia y desacato que empujan a sus protagonistas a enfrentarse al conformismo de lo que acontece en sus vidas, con la esperanza de querer ver y llegar más lejos, de tratar de comprender en profundidad lo que les rodea para engrandecer su espíritu. En cada una de sus historias sus protagonistas no se dejan confundir por los rigores y las crudezas de la vida. Sus vivencias se entrecruzan al propio tiempo que agudizan el oído. Cada relato posee la ternura de la receptividad en un intento de encontrar un asidero, un rumbo.

En su anterior libro de relatos, Todo lo que ya no íbamos a necesitar (2017), el drama de sus protagonistas andaba sacudido por las pérdidas y contrariedades sobrevenidas, por las desesperanzas, las incertidumbres y los miedos, con la intención de relegar todo a un segundo plano. Ahora, en cambio, los doce relatos reunidos en Esta espera que lo envenena todo (Editorial Base, 2025) percuten en la esperanza, apuestan por las posibilidades que toda espera vincula y, a su vez, une con la proximidad y con el trato de lo que nos importa. Sin embargo, esperar también les irrita, es una lata, pero es consustancial a las historias que aquí se narran, y a ella se atienen igualmente muchos de sus protagonistas. La espera, para ellos, también genera calor y frío interior.

El libro pone en valor esa idea de Albert Camus de que «vivir no es resignarse». Por eso mismo, todas las citas preliminares del mismo resaltan el valor de la esperanza, como estas palabras de Ovidio Paredes: «La vida es una continua espera»; estas otras de Pizarnik: «De esto moriré, de espera oxidada, de polvo aguardador»; o estas, tan resolutivas que también cita la autora de Javier Marías: «Y lo que me hace levantarme por las mañanas sigue siendo la espera de lo que está por llegar y no se anuncia, es la espera de lo inesperado...» Y así, entrando en las entrañas del primero de los relatos, Si todo va bien, nos encontramos con una súbita estridencia en el hogar ocasionada por el aleteo de un pájaro en la campana de la cocina, una anomalía que llega a alterar el orden establecido en sus quehaceres del cuidado de la casa.

Núñez nos da pie a resaltar que lo que importa en la escritura no son las palabras, sino lo que hay entre ellas, lo que sacude, como vemos en el segundo de sus relatos, una historia en la que la muerte de una paciente en el hospital convierte el suceso en un diálogo de dos enfermeras en prácticas que sacan a la luz los sentimientos que una de ellas muestra sobre el desaliento de estar sola en la vida ante la muerte y después de la muerte, y también sale a la luz cómo los objetos cuando se nombran nos cuentan historias de los que están y de los que se van para siempre. No le importa a Núñez apartarse de la imaginación para ver algo más en sus personajes extraídos de la propia vida cotidiana, consciente de que las cosas que surgen de allí mismo son siempre más de lo que son cuando solo aparecen como son.

Las esperas que por aquí transitan son el fermento de la vida de cualquiera, desde el azar al desconcierto, desde lo repentino a lo indecible. Es lo que transcurre por ¿A quién se lo vas a contar?, una historia en la que se aviva lo que los hijos, a veces, son capaces de desarmar el alma de los padres. En este relato conmovedor, una madre aterida por el informe médico recibido sobre su estado de salud, tiene que acudir ese mismo día, con su acuciante diagnóstico, a la tutoría del colegio de su hijo de seis años, por un asunto de comportamiento, y sin tener a nadie a quien contárselo. En Baratijas, en cambio, nos encontramos con un historia de esperanza más íntima, un cuento breve en el que el amor se perpetua entre el desconcierto del abandono y el paso del tiempo.


Hay más cuentos de amor no correspondidos, como el de Amuleto, que aborda la inconsistencia de llenar el vacío de lo que no se puede llenar. La esperanza, como certeza de algo, tiene sentido, al margen de cómo salga luego aparece en Calor de hogar, que cuenta la historia de un hombre acabado que se revuelve para sostener su empleo de vendedor inmobiliario, sin poder desligarse de sus demonios tanto del pasado como los del momento en el que vive. Llegamos, finalmente, al relato que cierra el libro para asistir al verdadero escenario de la existencia y asumir las derrotas cuando ya está todo perdido, sin ser un derrotista. Pero un milagro, como el título del cuento, no estaría mal que ocurriera.

Esta espera que lo envenena todo es un emotivo ahondamiento en la indagación del vértigo y la fragilidad de la cotidianidad de vivir por medio de un buen ramillete de relatos que expresan, cada uno a su manera, las contingencias visibles e invisibles de vidas sencillas y apuradas. El resultado es un volumen conmovedor y muy bien urdido, un vislumbre narrativo en el que todas las piezas encajan y se entrelazan alrededor del valor de la espera y de lo inesperado, auténtico leitmotiv del libro, dejando ver que el arrebato de vivir siempre es más amplio que la espera de nada.

lunes, 31 de marzo de 2025

Tiempo de vida compartida


La vida es esa referencia inacabable a todo lo que nos rodea, esa mirada que se engancha en todos los seres de nuestro entorno, estableciendo con ellos un diálogo, muchas veces silencioso, pero en el que se traduce siempre la asombrosa interdependencia de lo que llamamos existir. Vivimos en un mundo de palabras que buscan lazos de entendimiento. Ese mundo en el que nacemos, no solo es un elemento de comunicación entre los demás, sino que también encauza comportamientos, ideas y acciones en el marco de un conglomerado social apto para que el azar individual establezca contacto con sus semejantes. De esta tentativa, que se nutre de comunicación, surge hacer buenas migas, como paso previo para convertirse en amistad.

Pero, a todo esto, conviene no olvidarse de que para que la amistad llegue a buen puerto hay un camino previo que ha debido recorrerse. Esa es la idea que transita por La pasión de los extraños (Galaxia Gutenberg, 2025), de la profesora y filosofa Marina Garcés (Barcelona, 1973), un jugoso ensayo que engrana el horizonte de la amistad con los numerosos términos que la cultura nos ha legado, un libro que se detiene también en el concepto de amistad y su esencia filosófica de aventura, para abordar y explorar de forma esmerada quiénes somos y cómo nos vinculamos con extraños hasta convertirlos en cercanos, confidentes y partícipes de una relación de vida compartida. En toda esta experimentación, subraya la autora, cualquier amistad está atravesada por múltiples reglas, costumbres, rituales, formas y modos de expresarse, sin que haya necesitado de ninguna institución que la regule.

Esta constatación, apunta, no tiene un porqué claro y lleva implícito que “la amistad es un repertorio inacabable de situaciones y de estados afectivos a través de los cuales dos o más personas elaboran un vínculo extraño”. Desvela la escritora que tener amigos surge desde que inventamos amigos imaginarios en la infancia o interactuamos con nuestros juguetes, hasta que envejecemos y nos acompañamos de otra manera. La amistad, viene a decirnos, va mutando con nosotros a lo largo de la vida. Le importa señalar a la pensadora catalana que la amistad nace como un vínculo sin ley establecida en el que nunca ha hecho falta un contrato expreso para tal fin, a diferencia de otros lazos afectivos familiares o laborales. Sostiene, por otro lado, que el tema de los amigos nos ocupa el centro de nuestras preocupaciones y deseos, y más ahora, con las redes sociales “un hecho que no necesita justificaciones”, pero que sí requiere matices.

Para Marina Garcés, la amistad es un espacio que no tiene puertas, sino umbrales. Continúa su necesidad sin apartarse de que una amistad no es una isla, aunque se baste a sí misma, ni tampoco que su sentido principal sea combatir la soledad, aunque sea fértil y generadora de afectos y compañía. Porque lo que importa destacar de ella es que “la amistad no es ni buena ni mala, pero puede hacer mucho bien y mucho daño”. En ella hay un sustento para ensanchar la propia experiencia, el reconocimiento del amigo y, en especial, el desarrollo de una aventura que se vincula a entender nuestro mundo con el mundo del otro y nuestro entorno, como encuentro y estímulo que aspiran al reencuentro: “Las relaciones de amistad se viven para contarnos la vida desde otros puntos de vista”.

Diría que hay algo fascinante en este libro de filosofía de la amistad que lo hace propio y singular, y no es más que su calidez expositiva y su enorme honestidad, capaz de mantenernos atentos y ensimismados en un tratado que viene a destacar esa idea de Foucault, como así se cita en el libro, que plantea «que la amistad no es un tipo de relación, sino una forma de vida». La pasión de los extraños nos concita a buscar respuestas y sentirnos más cerca de pensar también, como dice Marina Garcés, que “la amistad no solo es reparadora o protectora. Es cómica y ridícula hasta el punto de hacer de la risa juntos la expresión de un desafío”. Por aquí transita todo un plano vital de entender la amistad como esencia y visión de una relación que “hace de la extrañeza un encanto y la convierte en una forma de compañía”.


La pasión de los extraños, hermoso título, conforma un memorial perspicaz y reflexivo que pone en valor la amistad como incentivo de habitar el mundo y de existir para los demás, desde la experiencia vital de entenderla “como conciencia compartida de la soledad”. Se trata de un texto que invita constantemente al subrayado, con un buen bagaje de referencias a otras lecturas y al intento de dar respuesta a unas preguntas que, muchas veces nos inquietan, un manuscrito que toca de cerca el sentido de la amistad y que apela al regocijo de aprovechar mejor su repertorio y singularidad. Un libro, en suma, inteligente y de vuelo filosófico, que se lee con fluidez, y que dice mucho sobre el arte de vivir y de entender la amistad como mérito existencial, como tiempo de vida compartido.