miércoles, 20 de septiembre de 2023

La poesía está en la vida


No nos equivocamos al afirmar que no hay poesía sin poema y que no hay poema sin poeta. La poesía no puede dejar de definir y redefinir sus fronteras. Decía Paul Celan que todo el que ha participado en conversaciones sobre la poesía, lo poético, ha tenido la sensación de que tales conversaciones normalmente no tienen fin. Tal vez esa pretensión de infinitud, abriga siempre una revelación de lo que ya sabemos y olvidamos, como advertencia del lenguaje para rescatar el tiempo y sentirnos comunicativos de lo que se vive en el mundo, un empeño que nace de la vida y la rebasa.

Para Raúl Zurita (Santiago de Chile, 1950), la poesía nace con la naturaleza y la conciencia de lo humano, asomada a la realidad del discurrir del tiempo, en la sensación de estar inevitablemente interconectada con la muerte: “Somos hijos de la muerte y del poema... Es el instante en que nace la muerte y la primera respuesta frente a ese hecho absolutamente inconmensurable, incomprensible, aterrorizante, es el poema. En ese momento comienza lo humano. El lenguaje es antes que nada el conjuro que levantan los hombres frente a la muerte”. Pero también para él, la poesía es una trinchera en todas las dimensiones. En la poesía está todo, apunta: “Todo lo que sucede, todo lo que va a venir”.

Todo este veredicto, significado y pensamiento en torno a la poesía viene desarrollado con sumo intercambio de vestigios e infinitas miradas en este volumen de Ensayos reunidos (Random House, 2023) recientemente publicado. Cada ensayo articulado refleja una tentativa en vislumbrar que la poesía no es un mundo aparte, sino una parte del mundo. Todos ellos, como bien apunta Carlos Peña en el estupendo prólogo del libro, examinan la relación que media entre la poesía y el mundo, entre el poema y la vida: “la sospecha de que la poesía muestra la condición humana, la promesa que la ilumina y el momento que la defrauda”. En esa idea que compagina la experiencia humana y el propio lenguaje, Zurita vuelve una y otra vez a exaltar la disposición de la poesía: tomar la voz y ocupar un cuerpo, un tono y unas palabras.

En estas páginas reunidas hay todo un semillero de voces, de autores y libros que transitan desde Homero, Sófocles, el Evangelio, Dante, el Inca Garcilaso, Vallejo, Huidobro o Neruda, entre otros muchos, para hacer valer que en todos ellos hay un origen de hacer literatura para conjurar el desencanto de la existencia, un asidero que constata darse cuenta de que en el fondo somos una multitud de ausentes que nos antecedieron y tomaron la voz, y de que “todo lo que leemos es una dimensión de nuestro porvenir” puesto en sus palabras. Leer viene a ser para él hacer presente el futuro, igual que para la poesía el futuro puede tener relación con el curso de la historia, con lo sucedido antaño.

Aquí dentro se encuentra el alma de Zurita, nos percatamos de sus obsesiones y, también, de la relación entre su obra y su vida, lo mismo que sus lazos con otros autores y con la pintura. Sostiene que todo arte se funde con las demás artes, lo mismo que considera que toda obra de arte sobrepasa sus fronteras. Por eso le interesa tanto al poeta aquella obra que sea el correlato de una vida. El arte, viene a decirnos, te da esa posibilidad. Deja ver que le obsesiona la imposibilidad de tener una voz propia. Considera que en la escritura hay montones de personas que toman la voz, y que ninguna, en su caso, es Zurita. Por eso cree que la voz propia no es más que la ocasión para reunir todas esas voces sin saber cómo.


No cabe duda de que estos Ensayos reunidos, escritos entre 1996 y 2023, dejan ver la esencia poética y literaria de Raúl Zurita, y forman un libro de lectura gozosa, que revela la mirada de un poeta curtido frente al mundo, examinando cómo vivir necesita su liturgia y alimento, algo que la poesía dispensa para entender el mundo y, de paso, para desmadejar en palabras lo indecible de la vida y de la muerte, e intuir, al mismo tiempo, la posibilidad de entretejerlo y conformarlo en un poema.

miércoles, 13 de septiembre de 2023

El dolor de las madres



El 20 de diciembre de 2015 me convertí en madre y enloquecí. [...] En el momento en que el doctor puso por primera vez a mis hijos contra mi pecho, cuando lo que no era se tornó hueso, carne y sangre, lo supe: un día las tijeras de Átropos cortarían el hilo y la separación de mis hijos sería inapelable. Y eso yo no era capaz de aceptarlo. “¡Que no me vuelva loco, loco no, dulces cielos!”, vociferaba el rey Lear, golpeado por la tormenta, la traición y la culpa en su camino inexorable a la locura. [...] ¡Yo no quiero estar loca!, grité en silencio, pero ese cielo sin estrellas no estaba dispuesto a escucharme.”

En estas líneas extraídas del arranque de la novela La historia de los vertebrados (Random House, 2023), se condensa el alma herida de su narradora, una mujer trastocada inesperadamente por el hecho de asumir el cuidado de sus mellizos recién llegados al mundo, el mismo día que acaba de obtener su acta de diputada en el Congreso. Pese a todas sus repercusiones físicas, emocionales y psicológicas, Mar García Puig (Barcelona, 1977) ha querido contarnos, mediante un potente texto narrativo y ensayístico, esa quiebra personal, ese colapso sobrevenido tras el parto que pueden tener muchas madres, y que, hasta hace poco, ha estado acotado por un consentido silencio durante siglos de ciencia, mitos y conductas sociales, sujeto a la idea de que, fuese como fuese, así tenía que ser y así debía de aceptarse: sin quejas.

García Puig se vale de su experiencia personal para convertir su relato en una historia íntima nada complaciente que refleja también lo que la sociedad está cambiando, pero que aún no parece suficiente como para confirmar que el posparto, feliz o amargo, deba ser algo de lo que se puede hablar con libertad, atenciones y sin complejo de culpa. Y a este respecto va más allá al señalar que: “No hay curación total posible para el que no asume la incertidumbre como parte de la existencia”. Sitúa su examen de la maternidad en otro posible espacio en el que circunscribir a la mujer en ese rol determinado al que Virginia Woolf daba el nombre de «ángel del hogar» y fija su atención en la llamada «locura puerperal», «manía láctea», «melancolía de embarazo» o «locura de lactancia», términos que aluden a la salud mental y al discurrir de esta realidad propia de la mujer a lo largo de la historia.

Rastrea precisamente, a lo largo de lectura de libros sobre la salud mental, desde un punto de vista filosófico o historiográfico, el rol de madre en sus dolencias posparto dentro del ámbito del hogar. La realidad es que hoy se vive esta dolencia en la maternidad con mucha más soledad que antes. Quizás tenga que ver cómo asumían en generaciones pasadas la crianza de los hijos, de forma más parecida a una tribu, más enraizada con el vínculo ancestral de sus miembros. Parece que los cambios sociales y laborales del pasado siglo han propiciado que todo ese arraigo solidario de antaño se haya resquebrajado y se haya convertido en una encomienda de asunción individual, manteniendo su misma lógica e impacto, aunque menos solidaria.

La historia de los vertebrados es un libro vivencial escrito en capítulos breves, con una prosa admirable, con páginas tremendamente impactantes, un relato ensayístico que sacude de arriba a abajo a cualquiera. La documentación de libros consultados por la autora, además de extensa y erudita, es sometida a un análisis profundo, y traída a colación mayormente de acontecimientos del siglo XIX, como referente de situaciones que aún siguen vigentes y conservan la memoria de tantas mujeres que, al igual que su autora, han tenido que forjarse con los trastornos del posparto, hasta combatir y superar su bloqueo mental. Algunos de sus textos le han valido “para contribuir a eliminar el estigma que rodea a menudo esta temática y reclamar su universalidad más allá del sexo de quien lo lea y de su identidad como madre”.


Es esto último lo que mejor saca a relucir Mar García Puig en su estupendo debut literario: trasladar al lector no solo la historia de sí misma, sino extendida a más mujeres, trayéndola así como testimonio individual y colectivo, y como acto narrativo que aspira a convertirse en una secuencia temporal vívida y mutante de lo que significa perder la cordura sin tener que renunciar y olvidarte de los tuyos. Por eso, y por más razones que aquí se dicen, las madres siguen siendo quienes son, seres combativos y tenaces pese a la adversidad.



miércoles, 6 de septiembre de 2023

Pese a todo


«¿Y quién puede discernir en la vida lo auténtico de lo ficticio? En la Historia más rigurosa, ¿podemos acaso evitar la infiltración de lo imaginario?», se preguntaba en su momento, Azorín, a la hora de hablar de cómo la crítica debería acometer su misión de explicar genéticamente una obra, captando su origen y desarrollo hasta el resultado final de la misma. Por eso mismo, el efecto máximo de la lectura está en dejarse poseer por lo ajeno, por el propio texto, la visión, la mirada y la expresión de otro. Es decir, a los lectores nos conviene partir de una postura generosa y receptiva, al leer. Incluso sin importarnos que aquello que el autor cuenta se convierta en verbo reflexivo por propia decisión: contar se convierte en contarnos.

Todo este discernimiento liminar se deja ver con mucha sutileza en Sirimiri (Editorial Milenio, 2023), debut literario de Araceli Cobos (Baracaldo, 1976), una novela que va trenzando su trama, por medio de sucesivos capítulos cortos, con una sencillez tan notable como eficiente para llevar al lector en volandas a través de una historia situada en los años ochenta en el pueblo vizcaíno de El Valle. La infancia y juventud de Ana, su protagonista, conforman el núcleo del relato. Con emoción y destreza narrativa, Ana va desmigajando anécdotas y vivencias provistas de alegrías y angustias, dejando ver unos años nada fáciles y, a veces, duros para los vecinos de una población industrial, la suya, agitada por la crisis siderúrgica, la expansión de la droga y la creciente actividad terrorista, con no poco desasosiego e incertidumbre.

El retrato que realiza de esa década y de la cotidianidad de sus familiares y convecinos, nos retrotrae al contagio ambiental de la población y su estado de ánimo convulso. El tiempo climático también parece afectado. Asoman las inundaciones de hace justo cuarenta años, precipitaciones que sobrepasaron cualquier metáfora. Su alcance quedó forjado y marcó la memoria de todos, y más aún la de la protagonista, que lo recordará años después con detalles. Y mientras tanto, la presencia constante del sirimiri le sirve a la narradora como acicate y leit-motiv literario para cambiar de secuencias, soñando con todo lo bueno que está por venir: “Y ya se sabe que mientras uno sueña con lo que está por llegar vive feliz en sus sueños”. Hay una sensación mientras leemos de que el discurrir del libro viene hilado de antemano, como si se escribiera solo, valiéndose de cierta ingenuidad que lo hace entrañable y acogedor, pese a todo el contexto por donde transitan sus historias.

Sin duda, Araceli Cobos es consciente de que escribir una novela es habitar en otra dimensión, nadar en un mar de dudas. Eso lo sabe todo escritor que se precie, es su privilegio, bendito privilegio. Sirimiri es una novela que se deja querer, que encuentra el tono de lo que quiere contar por muchas razones: posee pasiones contenidas y verdades desbordadas, como la lucha, la ilusión y la fatalidad. Es una novela que deja ver lo que su autora tenía decido ya en su cabeza, si no, no la hubiera plasmado con ese desparpajo que la envuelve, y que nos revela lo que añora de la realidad, sin importarle que incluso hay que escribir a contrapié, y hasta con la vida en contra. La literatura así lo exige.


En Sirimiri lo esencialmente vital, emocional y familiar se palpa en sus páginas, y con el mismo énfasis, lo social, lo laboral y lo político. El lector lo descubre en cada pasaje descrito y en las consecuencias que determinaron esta aventura literaria en la que se embarcó su autora, de la que se valió de sus propias vivencias y de su imaginación para entender mejor estos sucesos sociales tan cercanos a su hogar. Seguramente, la publicación de este libro tan revelador y afectivo, que toca grandes temas de la vida, como la convivencia, la esperanza, el amor, la familia, la sociedad, el dolor, la violencia y la política, sigue despertando esa rémora íntima de años de un silencio frustrante y desigual.

Araceli Cobos ha escrito una novela que posee un pálpito de reconciliación tangible, en el que no se rehúye del aprendizaje vital, ni de la intolerancia política, sino que transita en pos de la convivencia discrepante, un libro gozosamente íntimo que permite una lectura intensa y rítmica, gracias también al tono sencillo de su prosa y a los intercambios de escenarios y voces que van interactuando. Sirimiri es pura literatura vivencial.


miércoles, 23 de agosto de 2023

Cuando el cuerpo y la lectura se funden


Los libros se leen individualmente. Aunque haya un lector o haya un millón, siempre hay un libro y un lector, como dice Paul Auster. Es una relación vis a vis en la que el autor y el lector colaboran juntos, mientras que este último lo consienta. Y así ha de ser, porque en ese punto de encuentro en el que dos extraños pueden conocerse y reunirse en términos de igualdad, lo que lo hace posible es el interés de quien lo propicia, que no es otro que la voluntad del lector. Por eso, abrir un libro tiene mucho que ver con adentrarse en un mundo simbólico dispuesto a ser reinterpretado. En toda esta liturgia, no importa tanto lo que se encuentre en sus páginas, sino lo que estas signifiquen para quien las lee.

A todo esto, viene a decirnos la escritora Luna Miguel (Alcalá de Henares, 1990), en su ensayo Leer mata (La Caja Books, 2022), que leer no consiste solamente en una actividad de mera interpretación sino, sobre todo y fundamentalmente, de cambio y transformación. Y en este sentido, subraya que “leer es entregarse a los designios del otro”. Acude también a resaltar lo que Roberto Calasso señala al respecto: «Toda lectura deja una marca». Una marca que vislumbra el sentir de lo leído. Esta idea se proyecta a lo largo de todo el libro. Lo mismo que esta otra que la autora mantiene, la de que nada en la vida parece que pueda leerse de una sola manera, igual que las interpretaciones de un mismo hecho parecen ser múltiples, tantas como puntos de vista sobre cualquier hecho.

En Leer mata, Luna Miguel se ramifica en diferentes tipos de lectoras. Toman protagonismo aquí con los nombres que las definen: Bulímica, Enfermiza, Sumisa, Somática y Amorosa. Cada una de ellas encarna una identidad que encaja en esa idea universal que sostiene que “la historia de la literatura es la historia de la lectura”. Cada una de estas lectoras ponen voz a su manera de leer y conectar emocionalmente con las historias. Todas, a su forma, conectan con la historia de alguien, con el deseo de conocerlo todo y, de paso, dar sentido al mundo y a las propias experiencias. En ese discurrir de voces, hay un propósito afilado de resaltar que leer es darse cuenta de que no estamos solos, de que los libros son un mundo de experiencias autosuficiente.

En toda esta exposición de voces lectoras, Luna Miguel trata de reconocer que la lectura nos permite percibir con equidistancia el juego de las representaciones en el escenario de la vida, haciendo valer, como sostiene Savater, que «algunos habitamos la tierra como lectores y que todo el resto de lo que hacemos es una consecuencia de haber leído o un pretexto para seguir leyendo», como si el menester de vivir se supeditara a la ocasión de leer. Tal vez aquí se constate de que el que valga para leer, leerá, y lo seguirá haciendo, por nada y por todo, sin objetivo concreto y con placer, como respirar, como quien se complace con un trago de whisky o se recrea en una puesta de sol.

Estas páginas dejan ver citas curiosas que hablan de libros y de autores, como bien dice la propia autora: “odiados, amados, ojeados, releídos, abandonados, plagiados, subrayados, heredados y consultados”, que hablan de lecturas y de sus ritos, de lo que hay de conjuro y brujería en el acto de leer, y hasta entre coito y coito. Insiste en que los libros son y han de ser muchos más, porque el acto de leer, como el acto sexual, puede llevarse siempre a cabo, en busca de muy diversas recompensas personales, como el deseo espontáneo de “quedarse del lado del que respira con el fin de conspirar lecturas en común”.


Por aquí transita todo un sesgo narrativo en el que el cuerpo y la lectura se funden y se desdoblan en un vuelo que nos hace cómplices de sentirnos lectores sucesivos y entregarnos a los designios de que leer sobre leer tiene su misterio y plegaria: “La lectura sobre la lectura no tiene un final. Se trata de una escritura sobre algo tangible, sobre un acto sencillísimo: poner los ojos sobre el papel e ir pasando páginas; pero al mismo tiempo esa sencillez esconde una sucesión de pensamientos, de mundos y de laberintos que llevan a apropiarse de otras vidas”.

Hay libros que se leen de una sentada, sin importar su género. Este ensayo literario de Luna Miguel lo consigue con mucho desparpajo, mediante un texto apasionado y audaz que engancha sobremanera, un librito jugoso que encandila y que anima a que sigamos leyendo: “Será porque leer nos mata que al cerrar un libro renacemos”.


lunes, 31 de julio de 2023

Desván literario


Un escritor no es solo alguien que publica libros y firma contratos en editoriales o se deja ver en alguna Feria del libro y aparece en televisión. Un escritor es, también, una persona que establece su cultivo literario participando en motivos y referencias que responden al universo de su oficio, al alma de percibir el mundo como fundamento de su literatura. Sobre esta particularidad, estoy en ese mismo lado de sentir una curiosidad creciente, como de la que hablaba Julio Ramón Ribeyro, sobre esos textos marginales de los escritores que ponen más luz y entendimiento al compromiso de su espíritu literario. Decía el autor de Prosas apátridas: "Este aspecto es el que cada vez me interesa más de los escritores, sus papeles marginales: cartas, diarios, notas, borradores, artículos, etc. Me entretiene meter las narices en este desván, siempre revelador”.

Estas palabras de Ribeyro se dan cita en Un unicornio fuera de su tapiz (Entorno Gráfico, 2023), de Ángel Olgoso (Cúllar Vega, Granada, 1961), autor de una veintena de libros de relatos, de los que destacan Cuentos de otro mundo (1999), Astrolabio (2007), Breviario negro (2015) o Devoraluces (2021), entre otros. Para un escritor, como él, que alude a Montaigne para resaltar la invención, la literatura, por otro lado, también nos ofrece una retórica que nos acerca a explorar el universo de lo leído. En ese sentido, lo que el escritor granadino recoge, en esta nueva publicación suya, es, precisamente, un variado repertorio de piezas que conforman un mapa de escritos, desde prólogos, reseñas, presentaciones de libros, cartas, artículos, consideraciones literarias, poesía y entrevistas, con el que ofrecer complicidades, no solo con la naturaleza propia de la creación literaria, sino de igual manera con su pasión por la lectura. Él mismo señala que, sin saberlo, estos textos han confluido en “un libro-brújula, en una lectura de lecturas, en una fiesta personal sobre el dulce cultivo de las letras y sobre el hechizo de la creación”.

Se pueden encontrar en este libro conceptos e ideas de gran utilidad para acercarse a una poética de la literatura que, en buena medida, emplaza al lector a ser partícipe del hecho literario de quien recoge por escrito el vocablo, el sonido y el ritmo de la frase que conformará su melodía expresiva. Un unicornio fuera de su tapiz muestra en sí un título imaginativo, acorde con la idea fantástica de creación de su autor, para poner en valor la idea de que, a pesar de que tenemos vidas reales, curiosamente, lo que más nos atrapan son las vidas imaginarias. Aquí se huele que las buenas historias viven fuera de la lógica, y, en ocasiones, sitúan al lector en la esfera de lo inquietante, desconocido, insólito o inexplicable, a través de una narrativa instalada en mundos extraños o imaginados: “Escribir es participar de un misterio –sostiene Olgoso–, y ese misterio pierde su halo y quizá no es tal si no se transmite a través de un discurso literario bien engastado, prístino, indeleble”.

Hace gala en otros textos del manantial permanente de la lectura y la importancia que tiene esta para el escritor, dando por sentado que en el interior de todo escritor hay siempre un lector ávido, pero, en todo caso, insatisfecho. Es ese punto de insatisfacción, el paso necesario para convertirse en escritor. Dice Olgoso en uno de sus artículos que, en ocasiones, tiene la sensación de estar escribiendo visiones en lugar de narrar cuentos. Y en ese intento creativo de lo onírico, como forma de interpretar la realidad, sugiere hacerlo “persiguiendo una sola visión, una idea inquietante, una conmoción, un sentimiento inefable, una resonancia”. Lo asombroso, lo inquietante y lo inexplicable toman protagonismo en muchas de sus diferentes presentaciones de libros ajenos, como un irreductible fermento de su propio quehacer literario.

Encontramos también en este volumen recopilatorio la importancia del talento a la hora de escribir, más allá de ceñir lo escrito a la realidad o a la fantasía: “el único peligro letal para la creación verbal –subraya– es la falta de calidad. Sin ella, la invención no es útil como promesa ni como magia que nos redima de nuestra anodina existencia..., y, sin ella, la literatura no es útil como desveladora de un sentido, de un destino que nos concierne a todos”. Hace gala como académico, en el Paraninfo de la Universidad de Granada, de la efervescencia del lenguaje, con un texto hermoso de acogida dirigido a un nuevo miembro con estas gozosas palabras iniciales: “El lenguaje es la vida; no la cifra de la vida, sino la vida misma. Sin lenguaje no hay nada. Su magia lo es todo: uno dice manzana y la manzana ya cuelga del árbol o brilla entre los dedos”.

Deja ver a lo largo de los textos seleccionados sus confluencias literarias y autores relevantes a los que admira. En ese amplio abanico cabe destacar a novelistas como Cervantes y Rulfo, pensadores de la talla de Platón y Montaigne entre otros, poetas de diferentes perfiles, como Claudel, Octavio Paz o Valente, aforistas como Cioran o Lichtenberg y un amplio número de narradores de cuentos, como Cortázar, Borges, Arreola, Boris Vian, Cunqueiro o Ignacio Aldecoa entre otros, aunque deja claro en la estupenda entrevista que le hace Miguel Ángel Muñoz en La familia del aire (2011), y que se incluye aquí completa, como colofón, que considera a Poe y Kafka como sus dioses tutelares, autores que, al igual que otros, como Bioy y Buzatti, le alumbraron, “además de inocularme para siempre el veneno del relato fantástico”.

Llegados a este punto, se nos antoja resumir que Un unicornio fuera de su tapiz es un desván literario de fidelidad compartida, un compendio de textos e impresiones de corte amable, como difusión del oficio literario, en el que lo más importante es la sintonía y la conexión de compromiso con la literatura que rueda entre sus páginas. El lector, a través de estas, notará ese devenir como un resplandor que le acerca a la mirada y al pensamiento crítico del autor. Ángel Olgoso deja ver sus admiraciones, sus pasiones y su amor por la palabra escrita, desvelándonos, en buena medida, los linderos por donde transcurre su propia poética.


jueves, 27 de julio de 2023

Tener un hijo


Para Alejandro Zambra (Santiago de Chile, 1975) la escritura y la lectura conforman un escrutinio permanente en su creación literaria. De hecho, esa interrelación ha permanecido invariable en toda su obra escrita, desde sus dos libros de poemas Bahía Inútil (1998) y Mundanza (2003), a las publicaciones de sus novelas, como Bonsái (2006), La vida privada de los árboles (2007), Formas de volver a casa (2011) y su grandioso Poeta Chileno (2020). De igual manera se refleja en sus libros de ensayos No leer (2010), Facsímil (2015) y Tema libre (2019) donde persiste un empeño denodado de reflejar su propio alegato generacional, en el que el hogar, la educación, la palabra, los afectos y desafectos interfieren con amplia resonancia en sus escritos.

Ahora con Literatura infantil (Anagrama, 2023) vuelve el escritor chileno al laberinto ficcional de la novela, pero, en esta ocasión, con una propuesta heterodoxa en la que diario, cuentos, reflexiones y poemas se entremezclan para concluir en un libro hermoso y literario sobre el amor paterno. Nos revela que se puso a escribirla por necesidad, sin pensar en publicar, centrado en buscar indicios y lecturas que lo acompañaran en su nueva experiencia sentimental en la que la llegada de un hijo encarna esa diferencia incondicional de la vida y de su fuerza ilimitada que la sostiene. Cuenta Zambra que cuando su hijo Silvestre nació aparcó la escritura de la novela que llevaba en marcha, Poeta chileno, su obra más ambiciosa y celebrada de toda su producción. Tras la paternidad, volvió renovado de entusiasmo a la novela que había abandonado hasta acabarla y engatusarnos con una historia impresionante, fresca y apelativa del mito poético encarnado por su protagonista Gonzalo.

El lector se va a encontrar en la primera parte de Literatura infantil con un relato, a modo de diario, de igual título que el libro, enumerado de manera extraña en sus entradas salteadas, que van desde el 0 al 365. En ese cómputo, Zambra recoge el primer año de vida de su hijo, desde los primeros veinte minutos de su nacimiento hasta sus balbuceos y juegos iniciales, inventando nubes mientras comparten tumbona, como así nos confiesa. Y, entre nota y nota, reflexiona con lucidez y humildad sobre su estreno como padre y el cambio experimentado en su vida desde su llegada: “Nuestros padres intentaron, a su manera, enseñarnos a ser hombres, pero no nos enseñaron a ser padres. Y sus padres tampoco les enseñaron a ellos. Y así.”

Pone también de relieve todo lo que tiene de aprendizaje para un padre la crianza de los hijos: “También la paternidad es una especie de convalecencia que nos permite aprenderlo todo de nuevo”. Zambra rastrea en el significado de cuál es el papel de los padres hoy en día, así como también repara en la ceremonia y el significado de ser hijo. Dice al respecto: “Cuando tienes un hijo, vuelves a ser hijo”. Con esta reflexión y otras que se suceden construye un puente argumentativo al sentido que pone el psicoanalista Massimo Recalcati, citado en el libro, respecto a esa cadena generacional donde estamos inmersos en la que dicha vida humana siempre viene al mundo como vida del hijo.

Así mismo, es un libro que sintoniza especialmente con Formas de volver a casa, uno de sus libros más celebrados de carácter autobiográfico, en esa misma idea pendular que apunta a la necesidad de explorar una literatura de los hijos. Si en este primer libro la dictadura de los años setenta de Pinochet fomentó el despertar de la conciencia de unos hijos ante la ausencia de sus padres por motivos políticos, en Literatura Infantil lo que se deja ver es más un sentimiento íntimo de esa relación paterno-filial, en sintonía con los tiempos que corren, dejando el matiz político al territorio íntimo del hogar, lugar propicio para fomentar patrones afines de correspondencia sentimental.

Terminado el diario del primer año que ocupa la primera parte, el libro continua por otros senderos, eso sí, apelando siempre a este hijo que va cumpliendo años, evocando su presencia continuada, fijando su escritura en cómo aprende a gatear, a entender afectos, llegando a él, haciéndole preguntas, o poniendo en verso algunas instantáneas cotidianas de sus monerías. También llevándonos a vivificar en un relato emocionante, el entusiasmo de un padre como el suyo apasionado por la pesca, o a introducirnos en su afición futbolística, un vínculo derivado de escuchar desde niño la voz mágica del locutor Vladimiro retransmitiendo los partidos por la radio. Zambra cierra el libro con un texto breve y alegre, a modo de misiva, dirigido al hijo que ve leyendo solo en el sofá, decantando su alborozo a la idea de que es este libro el que sujeta entre sus manos, el mismo en el que subraya que: “Leer es recibir secretos, pero también contarse secretos uno mismo”.


En Literatura infantil, la ficción y la propia experiencia de tener un hijo conviven en asombrosa avenencia. He aquí un libro luminoso que puede ser leído como un guion que apunta en múltiples direcciones y en el que la vida y la literatura se buscan y encuentran afinidades. Zambra reivindica esa complicidad y pálpito entre ambas, y lo hace con suma sencillez, ternura y regocijo, necesitado de establecer con la palabra escrita su vuelta a la casa de la infancia, el lugar más enigmático que conforma la historia que nos precede.


jueves, 20 de julio de 2023

La vida es donde se está


Como cualquier poeta que aspira a ser auténtico, la voz de Javier Sánchez Menéndez (Puerto Real, Cádiz, 1964), refleja una manera de entender y de considerar la vida como una forma de ponernos en contacto con los enigmas del vivir, de animarnos a mirarlos de cerca, a meditar sobre ellos y, de paso, a adoptar, en consecuencia, conciencia del mundo y actitud sobre lo que importa de lo que va descubriendo a la vez que escribe. En sus últimos poemarios, como El baile del diablo (2017) y Ese sabor antiguo de las obras (2022), igual que en sus libros de aforismos recientes Mundo intermedio (2021) y La Jaula (2023) sentimos al leerlos que hay allí toda esa estela de verdad honda característica de su pensamiento, de aquello que somos y nos concierne, que se reparte por igual entre lo muy visible y lo demasiado secreto.

Ese yo del poeta que habla desde su entendimiento, que se afana en mirar al mundo desde un estado de ánimo contemplativo, se vuelve a vislumbrar en esta nueva entrega que, bajo el título de 1335 días (Detorres Editores, 2023), evocación bíblica de El libro de Daniel, recala en esa idea suya de entender el mundo y la vida como misterio, como asombro que lo admite todo, como relato de todo lo que no sucede. Dice el autor al inicio de su primera pieza que “la vida es el conjunto de contemplaciones, de atenciones y de entendimiento del ser humano”. Pero aclara que es la palabra el cauce, el fundamento de entender las cosas. Por eso mismo, el poeta repara en que “todo cuanto puede contemplarse puede entenderse”.

Y así, conforme despliega sus asombros, por medio de una escritura poética y fragmentaria, que nos recuerda a la tradición filosófica de Walter Benjamin, Sánchez Menéndez indaga en el lenguaje, en la palabra como “esencia de lo finito y de lo infinito”, como sanación. Esa fascinación por el lenguaje como experiencia del mundo, como medida de lo indecible, se va extendiendo a lo largo de sus cuarenta y dos poemas en prosa que conforman el libro. No corta el vuelo a su razonar hermanando la épica de Homero o la poesía de Píndaro con la magia de Cervantes y de Proust, entre otros, para mostrar la capacidad que tiene la palabra, como los pájaros, entrando y saliendo de la jaula a su antojo, de alzar también sus alas al cielo y encontrar su propio tono para narrarnos otra manera reconocible de contemplar el mundo y entender su verdad.

En 1335 días se conjuga una poética en la que la conciencia, la duda, la exigencia y el entendimiento participan de una mirada contemplativa de atender lo que nos dice la más inmediata realidad. Vivimos en la mente, también, y contemplar nuestros asuntos mirando lo que nos rodea, nos viene a decir Sánchez Menéndez, da mucho para entendernos. Los poemas, como novedad, van acompañados de un código QR para poder ser escuchados en voz de su autor. La sensación que uno percibe conforme va acometiendo su lectura es haber tomado un rumbo que lleva consigo el eco y el silencio persistente de otros rumbos que vienen a confirmar que leer el mundo y prestarle atención es la verdadera forma de hacerlo comprensible.

La escritura de Sánchez Menéndez destila introspección. Hay un yo convertido en materia poética que da sentido a su obra en pos de decantar lo esencial de la propia existencia. Mirar a la naturaleza es leerla como hacen las aves, “y leer provoca afectos, y también efectos”, dice el poeta. Reflexionar y preocuparse del porqué de las cosas siempre está presente como algo inevitable de alguien bien abrigado por el pensamiento clásico, de alguien que se siente más lector que escritor, e inconformista en su quehacer literario, implicado más que en querer decir, en dar que pensar, para que la palabra recale en el lector.


Este es un libro vital, un texto traslúcido. Aquí no hay cerraduras al mundo. Aquí las puertas están bien abiertas. Hay que tener un motivo muy profundo para escribir un libro así, en los límites del yo lector y del yo poético como fuente de inspiración literaria, y no parece otro que estar sumido en “contemplar, atender y entender” lo que importa de nosotros mismos, desde nuestro interior. Y lo vuelve a repetir más adelante, porque para el escritor estos tres verbos viene a ser los principios de la vida del hombre.

He aquí, en síntesis, lo que el lector va a encontrar en 1335 días: un compendio poético breve, jugoso y reflexivo en el que su autor se muestra, una vez más, como un irresistible miniaturista del pensamiento que explora la palabra y el tiempo, lo oculto y lo aparente, con la verdad de saber que estamos hechos de laberintos y contradicciones.