Verdaderamente no me imagino qué sería del hombre si no tuviera dentro de sí, escondidos, superpuestos, sumergidos, adyacentes, provisionales, inquisitivos, a otros muchos yoes que no solo no sustituyen o destruyen su personalidad, sino que la constituyen al ampliarla, repetirla y hacerla posible de adaptación a las más variadas circunstancias de la vida. No cabe duda de que quien escribe se lee únicamente él, pero al hacerlo seguramente se siente desdoblado, acompañado y examinado, incurriendo en contradicciones, como le ocurre al propio lector que oye mientras lee sorprendido las respuestas que surgen de su profundidad más íntima, de esa zona de uno mismo de la cual no tomaba conciencia, y estaba ahí pendiente de ser reconocida.
Parece como si la lectura de Pústulas (Talentura, 2025), de Raúl Ariza (Benicàssim, Castellón, 1968) me hubiese sacudido en esa tesitura descrita más arriba mostrándome que la vida es un relato incierto de constante insistir, de múltiples facetas suspendidas en un argumento en el que los desenlaces vienen de algún otro yo recóndito que nos conforma. Porque, ciertamente, las historias que transitan por aquí están protagonizadas por seres desdoblados de su apariencia, responsables de los nudos por deshacer y por hacer en el presente desatado de sus vidas. Diría que, entre los planteamientos y desenlaces que cada relato plantea, hay un amplio espectro de presagios y quebrantos que salen a la superficie como una tajada en el tiempo. El lector se verá llevado hacia un vertiginoso catálogo de cuentos ácidos y, por qué no, pasmosos.
Ariza plantea doce relatos feroces y duros asomándose a muchas ventanas que dan a diferentes mundos de la condición humana. Por sus resquicios surgen historias ungidas de realidad y de un imaginario nada complaciente. Hay cuentos que hablan muy fuerte, y otros, en cambio, que bajan la voz y perturban por igual. Cada uno saca a la luz las intenciones y los motivos que sus protagonistas quisieron llevar a cabo: su mundo, su honra, su controversia, su conciencia o venganza. Todos, a su manera, reflejan también su campo de transformaciones, su laboratorio desde donde la realidad configura su molde de misterio, de conciencia, de lenguaje y de voluntad. En la misma medida, bajo ese mismo manto de extrañezas, se esconde igualmente la conflictividad existencial de sus personajes y la desazón que rodea a sus vidas.
En el primero de ellos, titulado En el nombre del padre, uno de los más destacados, nos encontramos con un relato demoledor de un padre postrado en un hospital. Un hijo le acompaña en sus últimas horas, mientras el pasado ronda por la habitación reviviendo lo que aquel maltratador y canalla, ahora de cuerpo ajado y maltrecho, hacía de su vida personal y familiar: arrebatarles a todos el bienestar del hogar. Le sigue Aquellos zapatos, una historia de mal de amores en la que una joven lucha por superar un amor imposible que le acaba de abandonar. La joven desvalida solo sobrevive a su desazón a través de versos trastabillados que le sacuden de su fatal destino. En el siguiente relato, narrado desde una comandancia policial, quedamos aturdidos por esta historia de francotiradores protagonizada por un anciano que tiene que dar cuenta de cómo mató a bocajarro a su compañera.
No parece que la buena literatura case bien con la inquina de quien se aprovecha de la candidez de alguien que se deja seducir, tal vez, pensando, que se le presenta una ocasión propicia para el lanzamiento de su libro. Es eso, precisamente, lo que encontramos En Verso a verso, una historia mezquina en la que una aspirante a poeta sucumbe a la manipulación de su mentor. En otro cuento de título sugerente, Poesía caníbal, somos testigos de una conmoción sentimental que muestra cómo su protagonista se las tiene que apañar, pese a la presencia impertinente y amenazadora de su madre que interfiere en sus andanzas amorosas, una y otra vez. También encontramos mucho humor en algún que otro cuento, incluso momentos de cortar y subirse a otro tren de vida, como sucede en La hora imprevista, o, en otro de los relatos más intensos e implacables del libro, La vida desde mi ventana, hallar un lugar para recobrar el ánimo perdido.