A todo esto, llama mucho la atención que, como ya intuyó el filósofo y escritor francés Guy Debord, en nuestro tiempo, parece que todo nos empuja a ser más espectadores que lectores. Bien es cierto que la lectura, por otro lado, es más exigente, requiere control del cuerpo, coordinación, silencio que facilite el diálogo con otro y soledad con uno mismo. Precisamente, en ese compromiso de recogimiento necesario, nos viene a decir el poeta y novelista Vicente Luis Mora (Córdoba, 1970) en su reciente ensayo Construir lectores (Vaso Roto, 29024), es donde aprendemos a convertirnos en lectores. Porque, aunque no obtengamos absolutamente nada de la lectura, aparte del placer de leer, apunta el escritor, no es menos cierto que hasta el más sabio es incapaz de decir en qué consiste tal placer. Pero ese placer, aunque pueda parecer misterioso, que lo es, desconocido e inútil, como apuntaba Virginia Woolf, es suficientemente fecundo.
A lo largo de este animoso y bien documentado ensayo, encontramos motivos y pensamientos abundantes que ensartan muchos de los fundamentos de la función de leer y de su contagio. Dice V. L. Mora que “un libro es un contagio de escritor a lector”. Y dice también que la lectura no es solo distracción, sino que, además, hay en su esencia una gramática dispuesta a ser desentrañada por el lector y por eso mismo no es posible leer todos los libros que se editan, ni hace falta, “porque los buenos libros no son tantos, y los mejores aún menos”. Le importa destacar algo que conforma el espíritu que promueve su tentativa literaria que no es otro que el fomento de la lectura: “Este es un libro positivo, constructor, esperanzado... Porque creo que incluso a través de textos breves puede levantarse una estructura compleja sobre la lectura, la educación y la tradición literaria”. Para él, cada etapa de la vida posee sus particularidades y, por consiguiente, su forma de asumir la lectura, porque cada lector es un mundo y sus lecturas son dispares según su edad, su entorno y circunstancias. La lectura, viene a concluir, requiere, para ser provechosa, de unas condiciones que le sean propicias, incluso hasta aspirar a la relectura, que es como extraer el néctar de la savia de una planta.
Esa es la idea principal que recorre Construir lectores, alentar a la lectura como un acto de amor a la vida y a uno mismo, mediante un texto aparentemente pequeño, pero casi infinito en su capacidad de mostrar el caudal de experiencias literarias que alcanza la condición de ser un buen lector, de entender la lectura con un disfrute extraordinario: “desde que abres un libro y empiezas a recorrer palabras, no sabes qué va a pasar, pero un mundo entero comienza a construirse ante tus ojos y dentro de tu cerebro”. Nos deja sentir lo mucho que los libros tienen en común y el maridaje inesperado que producen entre ellos: “Es un acontecimiento prodigioso –subraya–, del que no puedes despegar la vista: cada palabra, cada frase, abren un nuevo canal navegable en tu mente”. No se detiene en su aserto V. L. Mora, y pone énfasis en resaltar que: “leer es la piedra angular para la construcción del edificio propio”.
Visto del lado del lector, podemos considerar que el libro es una encomienda gratificante sobre la lectura como acto creativo de interpretación y reinterpretación del mensaje del autor del libro y la sorprendente variedad de matices que aporta su discurrir, buen talante y disposición, como queda dicho en estos dos chispeantes aforismos suyos: “La lectura no nos hace mejores personas, pero tampoco peores”; “Leer no nos hace ni buenos, ni malos. Pero nos hace más grandes”. Este es un libro estimulante, de lectura jugosa, un ensayo convertido en un viaje también a otras obras literarias que abogan por ensanchar la importancia de la lectura por todo lo que supone de efervescencia y reflejo de la vida, una consecuencia que deja ver, en un brillante e inteligente texto, lo importante que es rescatar lectores, al fin y al cabo, todos somos pura narración, somos palabras en busca de algo que de sentido e impulso a nuestra existencia.