domingo, 15 de junio de 2025

Mecánica aforística


Somos cada día un número creciente de lectores que sentimos un amor inmenso por el milagro mínimo que representa el aforismo como género persuasivo y conmovedor de miniaturas escritas, cargadas de máxima intensidad, en las que cada palabra tiene su sitio y su peso. Aunque los aforismos son escuetos por definición, reducidos a su mínima expresión, sin embargo, su sintaxis reducida nos atrapa por esa fuerza semántica con la que se intenta representar. De ahí que los mejores aforismos admitan infinidad de interpretaciones. De hecho, el sentido máximo de un aforismo puede provocar en el lector una explosión de significados. Y expongo todo esto porque la mayoría de los aforismos que me interesan no son verdades comúnmente aceptadas, sino enigmáticas afirmaciones que, incluso, burlan cualquier convención establecida.

Es por este sendero por donde mejor transita la mecánica aforística de Carmen Canet, por esos enunciados breves y concisos formulados con agudeza y gracia, jugando con lo omitido, para dar pie a que el lector también participe de sus confluencias. En el libro que ahora acaba de publicar, bajo el sugerente título de Telegramas (Alto Aire, 2025), la escritora almeriense, una de las escritoras más prolijas en este quehacer literario, reúne cuatrocientos aforismos en los que también hay lugar para dar respuestas y aproximarnos a entender la naturaleza, el sentido y el valor que posee esta forma expresiva tan versátil. Así afirma la autora sobre cómo plasma su proceso de creación: “Los cuadernos de los aforistas son diarios de ideas que ocurren y se les ocurren, luego discurren”. Y también dice: “Los aforismos suelen ser retratos sociales. Espejos en donde te reconoces”. Le importa subrayar también que estas formas breves no son amigas de la divagación, de la palabrería o del desvío: “El aforismo es el arte de exprimir la palabra, comprimiendo el pensamiento”.

En este hábitat aforístico que le viene de lejos, Carmen Canet acuña en sus publicaciones una variada formulación verbal que le sirve de portal y de título al inventario de sus aforismos. Así ocurre en Malabarismos (2016), un muestrario entre idas y vueltas de frases e ideas jugándose el tipo, o en Monodosis (2022), otro interesante libro en el que aglutina brevedades recurrentes de la vida cotidiana sin perder el latido de su concisión y trascendencia. En Telegramas, su nueva apuesta, viene a resaltar lo que para ella es escribir aforismos, como si se tratara de telegrafiar cosas que todo el mundo sabe pero que no sabe que sabe. Y para muestra este botón: “Es importante tener una hoja de servicios en la vida. Y, también, de ruta”. O este otro, que a mí tanto me complace: “La lectura es la amante cómplice de nuestra soledad”.

A Canet le importa recorrer los senderos de sus creaciones aforísticas puliendo ideas que vienen, a veces de antaño o de tiempos más actuales, apartándose de cualquier solemnidad o convención moral. Le seduce alejarse de la rectitud y el tronío de la sentencia rígida para virar hacia la orilla de las paradojas de la vida. Le importa sacarle jugo a la vida a través de un yo bienhumorado y poroso, que reflexione apartándose de la crispación reinante, próximo a las diferentes estancias de la vida, destilando miradas agudas salpimentadas de elegancia, pero impregnadas con aire realista, y que haga mella en el presente. Vayan estas muestras elocuentes: “La escritura es la nevera de los recuerdos. Y la memoria, el congelador”; “Las personas que siguen aprendiendo de la vida son siempre el mejor alumnado”; “Los que beben mucho, malo. Los que no beben nada, malo”.

Yo agregaría, además, que su juego al escribir aforismos parece divertido, pero lo cierto es que escribir un buen libro de aforismos no es una tarea nada fácil. Hay que aprender sus reglas y saber infringirlas. Escribir, viene a decirnos Carmen Canet, es una aventura exigente y lúcida, como todo lo que está abocado a persistir en el mundo, para escuchar el silencio, para darlo a conocer, porque “Los aforistas y los aforismos somos esos militantes de la vida”. Y es por ahí, por ese hilo, por donde ella teje e hilvana sus destellos de ser capaz de refundir ideas, paradojas y vislumbres sobre verdades apremiantes o reticentes con las que desplegar su síntesis indagatoria, sin tener que dejar al lado el humor. Aquí van algunos ejemplos: “Cada vez hay más libros que son crimen y castigo”; “Hay sujetos que no merecen tener ni predicados”; “Se subordinaba a la vida, aunque le habían aconsejado que mejor se coordinara”.

Los aforismos de Carmen Canet poseen el ingrediente de la levedad y de la frescura, unas características muy suyas de largo recorrido por este género, que cultiva desde hace décadas. Los aquí reunidos, además, ofrecen al lector una amplia variedad de perspectivas. Invitan a ser leídos con la cabeza y el corazón. Describen desde diferentes ángulos y alturas la vida cotidiana e impelen al lector a una constante perplejidad de la realidad multiplicada con miradas que se entrecruzan. Le gustan tomar atajos y, sobre todo, condensar una manera de entender la vida y la literatura, y viceversa, ya sea mediante una frase suelta, la evocación intuitiva o el asomo reflexivo propiamente dicho, y con mucho desparpajo, sin preocuparse por alcanzar la frase feliz.


Como decía el viejo Schopenhauer: «Cuando un pensamiento acertado surge en el cerebro, tiende a la claridad, y pronto la alcanzará, porque lo que ha sido pensado claramente encuentra con facilidad su expresión adecuada». Así aborda Carmen Canet sus Telegramas, que no son advertencias ni alarmas, sino aforismos que discurren con claridad, gracia y talento para darnos motivos para pensar en lo escrito y, de paso, sacarnos media sonrisa.

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