jueves, 21 de agosto de 2014

Una suma de malentendidos


La literatura ofrece la posibilidad de hacernos partícipes de un secreto a voces: el mundo que nos contiene carece de fronteras. Por eso, cuando se tiene un libro en las manos, uno debe esperar a que sean las hojas y no solo los prejuicios quienes sugieran la calidad de la lectura.

Tenía pendiente, desde hacía tiempo, acercarme a los linderos literarios de Guillermo Fadanelli (Ciudad de México, 1963), un autor catalogado en algunos círculos como el escritor más oscuro de la literatura mexicana presente. El resultado de esta primera incursión en la obra narrativa del mexicano ha sido para mí una experiencia extraordinaria y alentadora para seguir explorando el resto de su producción artística.

Compraré un rifle (Anagrama, 2004) es una colección de diecinueve relatos cortos, unidos por las constantes vitales de unos personajes que sobreviven a la cruda realidad de sus menesterosas existencias, la mayoría de ellos desgraciados, que luchan por seguir adelante superando calamidades. Fadanelli me ha sorprendido con ese lenguaje crudo que exibe en su escritura, dura y áspera, para mostrar el lado menos amable de las conductas de sus protagonistas. Pero la cuestión más significativa de estos cuentos es que en todos hay una revelación basada en un secreto o malentendido, esa particularidad guardada de la historia de alguien que, a veces, linda con el chisme, con las diferentes versiones que circulan y que, en este libro, el escritor hispanoamericano zanja y descifra con naturalidad y realismo.

Fadanelli es un autor obsesionado por los bajos fondos y, su propio país, tan cargado de miserias y melodramas, es una mina inagotable para extraer escenarios miserables habitados por sujetos que raramente lloran y matan en un santiamén. Sorprende cómo la apatía de los desheredados que desfilan por las páginas del libro se extiende hasta su prosa. Esa indolente indiferencia es el sello particular que imprime el autor mexicano a estos cuentos reunidos en Compraré un rifle, para significar que cuando no hay arrojo no cabe entusiasmo.

En Compraré un rifle encontramos extraños rostros de la naturaleza humana: basura, muerte, sexo, violencia, obsesiones o turbios deseos. Pero, para mí, la maestría de Guillermo Fadanelli radica en su habilidad narrativa al crear ese vínculo invisible tan necesario para el lector y, sobre todo, capaz de conmoverlo con el arma de la sobriedad, su pluma, un rifle que apunta al páncreas y al hígado. Con esa repetidora el mexicano dispara una serie de relatos en los que la mediocridad y la falta de estímulos trazan la trayectoria de sus balas para hacer blanco en personajes solitarios, atrapados en sus absurdas vidas. Relatos como Interroguen a Samantha, ¿Por qué, Señor, me hiciste tan perfecto?, ¿Acaso creen que soy un imbécil? o Carmela son claros exponentes de un humor frío y letal en donde la soledad de tantos incautos aguarda sin esperar justicia a cambio, porque no la hay.



En el estilo Fadanelli, económico en recursos, se aprecia una cierta semejanza a Raymond Carver y las voces y el habla de sus personajes tienen ecos del realismo sórdido de Charles Bukowsky. Lo cierto es que necesita pocas páginas para esbozar los contornos de sus habitantes y mostrar con contundencia las miserias de sus vidas marginales.

Compraré un rifle es una colección implacable de espléndidos aguafuertes, escritos con una contundencia propia del magisterio de un narrador conocedor de las vidas secretas de seres alejados, gente excluida que no tiene por qué ocultar ni desmentir los malentendidos acerca de su existencia.


domingo, 17 de agosto de 2014

La lectura como ejercicio creativo


No soy tan categórico para afirmar, como hace Leila Guerriero, que todo lo que publica La bestia equilátera hay que leerlo, pero ya llevo algunos libros leídos, publicados en este sello, que corroboran el tino literario y singular de esta cualificada editorial independiente argentina.

Ayer por la tarde finalicé la lectura de La soledad del lector, de David Markson (Albany, New York, 1927 – Greenwich Village, New York, 2010), un libro extraño y experimental, repleto de controversias y perplejidades. Llegué a su encuentro siguiendo la recomendación que Vila-Matas hacía en su blog, un señuelo determinante para enfrentarme a un texto tan dispar y metaliterario, esa veta que tanto gusta al escritor barcelonés y, en mí, tanta curiosidad concita.

David Markson, después de llevarse más de media vida escribiendo literatura experimental, acabó sus días convertido en una de esas paradojas tan frecuentes en sus libros. Le gustaba bromear sobre su condición de escritor, él mismo se tachaba de “autor que debe su fama a que es un desconocido”. Fue un hombre fascinado por las muertes de artistas consagrados. Murió a los 82 años, en un rincón bohemio de la ciudad de los rascacielos en donde consumó borracheras memorables acompañado de Dylan Thomas y Jack Kerouac.

La escritura de Markson es laberíntica y erudita, dirigida a lectores exigentes, aun así, sus fieles le han aupado a la escena literaria como un escritor egregio y fragmentario, amante de la cita y el aforismo. De hecho, su obra es todo un compendio de citas célebres que suplantan a la trama y a los personajes de su narrativa. Muchos detalles biográficos sobre grandes artistas transitan por La soledad del lector, el número es elevadísimo, tantos como antisemitas y suicidas.

De La soledad del lector se ha dicho que es una novela indirecta, de crónicas y datos, pero que no cuenta nada, aunque intrínsecamente tiene una trama discontinua, que avanza entre los interrogantes que propician el Lector y el Protagonista, los personajes mayúsculos del texto. Por tanto, la mínima trama narrativa se sustenta en: el Narrador que se mete en los recuerdos y experiencias del Lector para tejer la trama; el Lector, tan próximo al autor, empeñado en escribir una novela; y el Protagonista, personaje en constante formación que comparte las vivencias del autor. Todo este engranaje, de aparentes voces sueltas, conecta con este cuaderno del lector en el que se juntan citas, anécdotas y suposiciones elocuentes que avanzan deliberadamente por las páginas a trompicones, a modo de juego para desconcierto y estímulo del lector, al no saber hacia dónde conduce el asunto y, mientras tanto, como aconseja Montaigne, disfrutar del trayecto.

A Markson le encanta acumular frases hasta imaginar una estética y un lugar adecuado para ellas. De esto va y viene La soledad del lector: de anécdotas breves de artistas y pensadores, de lista de nombres propios interminables. Los lectores somos seres solitarios en busca de compañía, y este libro, a pesar de su formato de no-novela, consuela e interroga, tanto sobre la inutilidad como la importancia de la literatura en nuestras vidas.

Reseñar un libro fuera de toda etiqueta como éste, no es que sea arriesgado, es atípico, porque desmenuzar un texto que ya lo está, es una tarea extraña e incierta. He esbozado en líneas anteriores lo que La soledad del lector esconde, y no es gato encerrado, sino un rompecabezas literario con el suficiente sentido del humor capaz de entretener al lector o desquiciarlo, dos opciones aptas para atrevidos y cautos.


jueves, 14 de agosto de 2014

Doble diario


En una de las entradas de los diarios de Iñaki Uriarte, el autor revela un estado de ánimo cíclico como el que muchas veces se refleja en mí y que dice lo siguiente: Ahora, en general, me pasan pocas cosas. Tal vez las cosas más notables que me pasan les suceden a otros. Yo me limito a comentarlas. Lo más interesante que me suele ocurrir es la lectura de libros. En este estado de cosas, hace un par de años había leído un pasaje de la última novela de Andrés Neuman, Hablar solos, donde su protagonista Elena hojea en una incierta librería Diario del hombre pálido, del escritor navarro Juan Gracia Armendáriz (Pamplona, 1965), un libro que, curiosamente, unos días después, descubrí de igual manera en otra librería. Imité al personaje de Neuman hasta que la melodía y vibración doliente de sus primeras páginas me calaron y salí de la tienda convencido que me llevaba a casa una vigorosa narración autobiográfica.

La lectura de ese diario me produjo desazón y, la batalla planteada por el narrador, enfermo renal, sometido a la correosa máquina de hemodiálisis, parecía por momentos que acabaría llevándome a sentir compasión por ese hombre enclaustrado y abandonar el libro, pero nada de eso ocurrió, gracias a la fortaleza y precisión de la escritura de Gracia Armendáriz. Lograr que un diario emprenda un viaje a la enfermedad y retorne feliz por el camino de la buena literatura, es una tarea exigente que el escritor navarro se impone, y lo consigue, teniendo en cuenta el argumento de Proust que decía : lo importante no es la fidelidad del espejo, sino la intensidad del reflejo.

Aquel descubrimiento diarístico, un género al que le tengo especial devoción, me ha llevado irremisiblemente al último libro de este letraherido y enfermo del riñón, Piel roja, editado en el mismo sello que su anterior bitácora, Demipage (2012). Armendáriz, con esta entrega, pone punto final a su trilogía de la enfermedad que se inauguró con la novela La línea Plimsoll (Castalia, 2008).

El hombre de Piel roja ha crecido con respecto al hombre pálido del diario anterior, y esa madurez se refleja también en el pulso narrativo que se extiende por el texto pero, sobre todo, la diferencia está en el lugar desde donde cuenta la voz narradora. En la primera parte, escrita desde el centro de la enfermedad, surge la mirada compasiva, endulzada con humor y estoicismo; una escritura amarrada a la máquina depuradora. La segunda está escrita desde la distancia de lo que ya ha acontecido, aunque el escritor pamplonés lo disfraza en el presente inmediato para dar más eficacia al relato. El resultado de esta pericia dio lugar a una voz más distanciada, una mirada más a la altura de los ojos del lector. Gracia Armendáriz aborda con mucho realismo, pero también con lirismo y humor, sus vivencias durante las sucesivas diálisis y el segundo trasplante de riñón al que ha sido sometido.

Pero hay también un aspecto relevante en el libro y son las incursiones al pasado como repaso a experiencias vividas. Juan homenajea a su padre, un industrial amanezado por ETA que es obligado a vivir un tiempo en México, y habla también de su separación matrimonial y de su amor y apego a Alejandra, su hija adoptada. Todos estos pasajes familiares se unen mientras se debate con las propias barreras que derivan del temor a un posible rechazo del riñón trasplantado, donado por su prima, pero este temor se aminora con el contacto fortuito con una internauta con la que inicará una nueva relación.

Gracia Armendáriz, en ninguno de estos dos diarios, se ha propuesto escribir un relato amable y autocompasivo, sino indagar por el interior de la conciencia de un hombre en declive por los estragos de la enfermedad, sin olvidarse que desde allí acabamos conociéndonos mejor por dentro que por fuera. Dos obras que se leen muy bien, nítidas y repletas de literatura y pensamiento.

En suma, hago propias las palabras atinadas que el escritor Pedro Ugarte me soltó hace unos días sobre ambos textos: “Diario del hombre pálido y Piel Roja, es un excelente doble diario fundado en la dolorosa lucidez que proporciona la enfermedad”. Exactamente, eso.


domingo, 10 de agosto de 2014

Relatos de bloqueo y liberación


Hace unos días inicié mi andadura lectora por el territorio literario de Patricio Pron (Rosario, 1975). Del escritor y periodista sudamericano tenía referencias de sus incursiones críticas en los suplementos culturales de El País y ABC, así como de sus colaboraciones en las revistas de Quimera y Letras Libres, pero no conocía nada de su producción narrativa. A Marta Sanz le escuché hablar de él hace dos años, en unas jornadas literarias celebradas en Jerez en la Fundación Caballero Bonald, como una de las voces literarias emergentes más interesantes del panorama narrativo actual hispanoamericano. Recientemente, otro escritor consagrado, Hipólito G. Navarro, posaba en su muro de Facebook leyendo La vida interior de las plantas de interior, lo que supuso el impulso definitivo para leer a este autor argentino que se me resistía. Y lo hice por partida doble, con El libro tachado (Turner, 2014), un ensayo entusiasta y original sobre la historia de la literatura de los dos últimos siglos que invita a una larga conversación, y La vida interior de las plantas de interior (Mondadori, 2013), trece relatos que inciden en la experiencia de personajes ante el bloqueo y liberación de sus vidas pasajeras.

En esta recopilación narrativa donde tiene especial relevancia los relatos sobre el mundo de la creación literaria, Pron irrumpe en lo irreverente y descorazonador de sus protagonistas para desvelarnos sus vidas interiores. El lector presencia una variopinta galería de personajes y situaciones que lo convierten en un espectador de un escenario literario de azares y jugarretas del destino que conecta con su propia condición humana. La primera de estas historias, El cerco, comienza con un joven que corre junto a su perro por un barrio alemán y el animal es atropellado por un coche. En Diez mil hombres, un relato autobiográfico, despliega un deslumbrante ejercicio sobre los cimientos de la ficción y sus consecuencias a la hora de manifestarse al mundo. Sin embargo, las artimañas y la doble moral de escritores y críticos hacen de las suyas en el relato Trofeos de amantes que han partido. Pisando otro terreno, más conmovedor e impactante, resulta ser el terrible cuento Como una cabeza enloquecida vaciada de su contenido, una triste crónica de violencia contemporánea. En El nuevo orden de la última lluvia, Pron exprime su inspiración creadora hasta lograr un cuento sobrecogedor, en torno a la soledad de una mujer irredenta que lucha contra un entorno hostil que trata de aniquilarla. La florista desubicada de Rododentro nos conmueve por su obsesión sistemática por un cliente descuidado y por su anhelo de alcanzar otro modo de vida.

La vida interior de las plantas de interior es un libro sobre los hilos invisibles que conectan los azares de la vida, por donde se cruzan inopinadamente personajes con dolencias emotivas que logran librarse mediante tics repetitivos: mujeres que leen obituarios, caballos pensantes que filosofan, floristas neuróticas y escritores imbuidos por la intrascendencia de sus vidas interiores...

Patricio Pron provoca al lector deliberadamente con el juego ingenioso de la trama de estas historias, para infundirle desazón, humor y sorpresa, un ejercicio literario divertido y original que explora los designios emocionales de unos personajes que, al igual que las plantas interiores, tratan de sobrevivir a los quehaceres cotidianos, tan llenos de rutinas y sobresaltos. Y para conseguirlo, Pron tiene la habilidad de servirse de elipsis, objetos y escenas mínimas para contarnos historias que pertrechan verdades, aterran y emocionan al mismo tiempo, y para decirnos que, gran parte de los males y sufrimientos de la vida, provienen de la incapacidad de liberar las tensiones que nos ahogan dentro.

No era mi intención ser indulgente con este primer libro reseñado de Pron, pero La vida interior de las plantas de interior, un título algo enrevesado, es un texto exquisito y jugoso, no solo por lo que cuenta, sino por cómo lo hace. Los cuentos de Patricio Pron parecen un organismo vivo, un microcosmo autosuficiente que impone sus designios desde las primeras líneas y contra el que no cabe cualquier intento de resistencia y, menos, una reseña ingrata.

jueves, 7 de agosto de 2014

La buena política no caduca


Que la democracia es un espíritu y no tan solo una fórmula es lo que viene a decirnos el pensador inglés, ya desaparecido, Tony Judt. Y es cierto, porque si uno se para a pensar en la historia de las naciones que optimizaron las virtudes de lo que nosotros vinculamos a la esencia democrática, se da cuenta que primero vino la constitucionalidad, el Estado de derecho y la separción de poderes, eso que tanta controversia concitó a Montesquieu. La democracia, casi siempre, llegó lo último y, además, de la mano de sus correspondientes campañas electorales.

El intelectual Michael Ignatieff (Toronto, 1947) examina, a modo de confesión, en Fuego y cenizas, editado en Taurus (2014), el éxito y fracaso en política. El escritor y pensador canadiense narra su aventura, una biografía política conmovedora, como líder del Partido Liberal de su páis. Este salto a la política tiene analogías con otros intelectuales que también tuvieron esa ocurrencia, como Vargas-Llosa en Perú, Václav Havel en la República Checa o Carlos Fuentes en México, y te dan ciertas pistas que aquello no acabe nada bien. Y así es.

Este libro, que tiene mucho de crónica analítica, es también un ejercicio honesto de rendir cuentas de un fracaso político. Incluso, en un país tan civilizado como Canadá, los políticos han aprendido las artimañas de sus vecinos, los republicanos estadounidenses, e Ignatieff es derrotado, mejor dicho: es humillado. El consuelo le viene convenciéndose de que ha aprendido más de lo que necesitaba saber sobre la política real, esa que consiste esencialmente en ser un maestro del oportunismo. Para nosotros, lectores y ciudadanos de a pie, Fuego y cenizas es un acontecimiento revelador y una oportunidad de conocer a un hombre decente, más allá de las ideologías, que alerta sobre la manía política del populismo.

Michael Ignatieff quiso ser un político diferente y con vocación de cambiar las reglas de juego, pero no pudo. Cuenta cómo logró obtener su escaño y cómo, cinco años después, se presentó a Primer Ministro y se estrelló. Todo este proceso, hasta la estrepitosa derrota final, se encierra en las páginas de un texto autobiográfico, bien narrado, que parece invitar a la autocompasión, pero que el político de Toronto no consiente, gracias al orgullo del honor y la aceptación: Ser consciente de que puedes perder es la mejor garantía de que conservarás tu honradez, (pág. 221).

Muchas cosas fueron diferentes en la aventura emprendida por este prestigioso intelectual pero, quizá, su testimonio de derrotado es el que más lo eleva al rango de servidor público intachable. Fracasó con honor como tantos otros intelectuales lo hicieron: Cicerón, Maquiavelo, Max Weber..., pero lo mejor de Ignatieff es su salida indemne de la refriega política porque su sensatez está por encima de resentimientos y envuelta en un halo permanente de esperanza: En el momento en que empiezas a ver un país como un ejemplo de voluntad cotidiana y sostenida en el tiempo, entiendes por qué son importantes los políticos, individuos que reúnen en una misma habitación a personas que quieren cosas diferentes para encontrar aquello que comparten y que desean hacer juntos (pág. 85).

Con estas mimbres y su experiencia personal, Michael Ignatieff nos hace ver que el debate político sigue vivo, que la buena política no caduca, aunque esté siempre bajo la espada de Damocles y sometida al juicio de adversarios implacables.

En suma, Fuego y cenizas es un libro sincero y lúcido, sin autocompasión pero autocrítico, un relato honesto que encaja, por méritos propios, en la categoría de tratado político y que recomiendo vivamente.


domingo, 3 de agosto de 2014

Miniaturas adúlteras


Los libros ilustrados tienen el encanto del dibujo como protagonista e intérprete del texto, una manera de reescribir la historia que encierran. El libro Infieles y adulterados, de Juan José Millás (Valencia, 1946), editado en Nórdica (2014), va más allá de lo que identifica a un texto ilustrado. Antes de su publicación, fueron convocados catorce artistas consagrados para ilustrar en directo en la sede del Museo ABC los cuentos recopilados por el escritor valenciano. Esta iniciativa tuvo su repercusión mediática gracias a su singularidad y, especialmente, por ser una experiencia viva de exposición participativa en torno a la literatura gráfica.

Ilustración de Paco Roca
Millás reúne en este hermoso volumen una colección de pequeñas historias de deslices conyugales y engaños, un universo infiel, tan propio e impropio a su vez del género masculino. El autor de la novela La mujer loca (2014) se confirma aquí como lo que es, un maestro del microrrelato, un género que domina a la perfección, como ya demostró en sus anteriores publicaciones de Los objetos nos llaman (2008) o Articuentos (2011). En Infieles y adulterados, el lector encontrará un puñado de sobresaltos y caos que sobrepasan la realidad que hasta el momento creíamos conocer. Millás se mueve como pez en el agua en la pecera del género breve. En estos cuentos de adulterio hay un hilo conductor que se hace presente en cada uno de ellos, un asunto que suena a sentencia y que el autor lo apostilla meridianamente en El cepillo de dientes, el relato que abre esta antología adúltera: “Los hombres somos muy poco fieles con nuestras parejas, pero es ejemplar la fidelidad que guardamos a sus fantasmas”.

Todos los cuentos reunidos en Infieles y adulterados responden a esa trama conyugal que tanta herida lastra en las vidas de sus miembros: la infidelidad y el engaño. La perversión y los deseos irrefrenables transitan por el libro turbando la convivencia y el orden establecido, y Millás no pone ningún reparo en señalar al hombre como el más pecador y mentiroso de la pareja, capaz de poner a prueba su irresistible naturaleza adúltera hasta consumar la traición. Cada uno de ellos, breves, como un fogonazo, desvela un secreto íntimo y esconde una vida oculta bajo el manto de la mentira.

Ilustración de Juan Berrio
En Pasiones venéreas, ilustrado por el historietista Juan Berrio, encontramos una sugerente historia impía en la que se subraya la tentación del trío: “El verdadero objeto de deseo del adúltero, aunque él lo ignore, no es la amante, sino el marido de ésta”. Sin embargo, en el relato ilustrado por el reconosidísimo Miguel Gallardo, aparece ese prototipo ejemplar, expuesto a la curiosidad y juicio del vecindario, que representa El bígamo. En otro de ellos, El hombre que corría, ilustrado por Paco Roca, ganador del Premio Nacional del Comic en 2008, no es más que un cuento fetichista en el que su protagonista es un hombre insignificante en su familia pero que tiene una obsesión fuera de casa que acaba en pánico...

Todos estos episodios familiares de adúlteros, hasta un total de catorce, bígamos, obsesivos y excéntricos, tratan de huir del corsé conyugal para dar juego a su otro yo impredecible. Millás da cuerda a estos personajes desorbitados que caben en su imaginación, entre la realidad y el delirio, en un terreno inexplicable más propio del surrealismo.


Infieles y adulterados es un libro de jugosa escritura, precisa y veloz que, además, deleita por la belleza plástica de sus ilustraciones. Juan José Millás vuelve de nuevo a divertirnos con estas historias mínimas e hilarantes de adúlteros, todo un despliegue argumental sobre los escondrijos, miedos, perversiones e hipocresías de sus vidas apuradas.