miércoles, 31 de marzo de 2021

Vidas entrecruzadas

Dicen quienes conocieron a
Lee Krasner que era una mujer poseída de una gran vocación artística y de un talante nada convencional, que se distanciaba de lo preestablecido. Krasner era, en esencia, un espíritu libre que ansiaba alcanzar la libertad en un contexto de limitaciones y prejuicios en el que los hombres y las mujeres parecían tener destinos diferentes. De hecho, a pesar de que se educó en un entorno familiar tradicional, con unos valores religiosos concretos, Krasner siempre quiso desmarcarse de esas creencias patriarcales y retrógradas. Quería romper con esa tradición y formar parte de algo mucho más grande. Quería decidir su propio destino. En ese sentido, su voluntad artística le valió para mantenerse firme en su propósito. Para ella, Manhattan fue todo un símbolo de verdadera libertad. Allí pudo frecuentar galerías y museos. Pero nunca imaginaría que en esa búsqueda destinada a ser artista y pionera del expresionismo abstracto se casaría con un hombre de una personalidad tan autodestructiva como lo fue el pintor norteamericano Jackson Pollock.

Para la escritora Ara de Haro, pseudónimo literario de Amparo Serrano de Haro, doctora en Historia del Arte, especializada en arte contemporáneo, el carácter y la disposición combativa de una mujer tan excepcional como Lee Krasner, le ha valido como desafío e inspiración para su nuevo proyecto narrativo, una historia en la que se bifurca el destino de dos mujeres que han decidido romper con todo lo establecido en sus vidas que les impide posponer por más tiempo la lealtad que se deben a sí mismas. En El color de tu nombre (La esfera de los libros, 2021) esa aspiración es el hilo conductor del relato, un clamor que se refleja en la misma cita de Milan Kundera con la que arranca el libro: «La vida es un boceto para nada, un borrador sin cuadro». En estos pliegues se irá forjando un encuentro azaroso de dos mujeres equidistantes en edades y circunstancias en pos de una historia y un final que cuente y razone los verdaderos latidos de sus vidas.

Cada una de las protagonistas de esta historia está casada con un marido guapo y bien posicionado. Ambas parecen tener una vida asentada, confortable y feliz. Aunque viven en ciudades y ambientes distintos, una en aquel Nueva York bohemio y próspero de los cincuenta, la más joven en el auge del Madrid de los ochenta, sin embargo, a las dos las une un cierto aire de atropello y desencanto. Kay Storm es norteamericana y recuerda que en su infancia “los hombres eran un lujo, como el tren, llegaban y partían”. No soportaba que ella fuera a correr la misma suerte que las mujeres que tenía a su alrededor. A ella lo que le fascinó por aquel entonces fue el descubrimiento del color: “Mi amor empezó por el color”, una pasión que le impulsó a coleccionar trozos de colores en una caja y a mirar la vida de otra manera.

Todo lo que vamos descubriendo de Kay: su infancia, sus estudios y vida adulta posterior, nos viene de la mano de Nieves, una escritora en ciernes que ha dejado de lado su profesión, sus dos carreras universitarias y la proximidad de su marido, un ser egótico y despreocupado, para dedicarse a la escritura, lo que más anhelaba. Un nuevo desafío personal se le presenta por azar, y no lo va a desaprovechar. La escritura le va a permitir establecer unos lazos muy estrechos con alguien con una biografía llena de entresijos y experiencias admirables que le reportarán una inusitada transformación. Esto lo va notando en cada entrevista que le fue haciendo: “Podía calibrar lo que, casi cada día, aprendía de la vida de Kay y de la vida en general”. También percibía con el acto de escribir cómo se adueñaba de cierta impostura con los demás, preguntándose “cómo había tardado tanto en descubrir que es aún más fácil mentirse a sí mismo”.

La estructura de la novela de alternar las dos voces narrativas por la que transcurre la trama de El color de tu nombre es de una viveza destacable, capítulos breves y ritmo acelerado que favorecen la lectura fluida de una historia en la que confluyen dos vidas paralelas en busca de la verdad, del sentido de una existencia auténtica. Dos voces necesitadas. Kay es una mujer arrolladora y ahora, en su edad tardía, más dispuesta y sin tapujos por mostrar sus secretos. Nieves, en cambio, no podía imaginar la liberación que la literatura le reservaría en su madurez: “Había empezado a poner en práctica, a vivir, una realidad que desde hacía tiempo habitaba su mente”.

Los que disfrutamos con su anterior libro Ciudades en las que un día naufragamos (2019), una novela bien urdida con un buen pulso narrativo, gracias a su prosa directa y sobria, en la que nos relata el enigma de la vida sentimental de unos personajes, nos vamos a encontrar ahora con una novela de más hondura y alcance. El color de tu nombre es un libro más arriesgado y ambicioso, una novela de título metafórico que, después de leerla, deja unos orificios abiertos para seguir con la reflexión de lo que subyace en el libro, esto es, sobre la realidad y la ficción, la creación y la vida, el color y los sentimientos, la verdad y el disfraz o “la parte mala de amar”.

Llegados a este punto final, podemos decir que esta novela de Ara de Haro deja un regusto duradero y proporcional al buen equilibrio alcanzado entre contenido y forma. Destaca también su tensión narrativa, un recurso eficiente que ha sabido administrar a lo largo de libro, con destellos de calidad y destreza, dando vida a dos personajes sacados de la realidad existente, de la verdadera sociología del lado femenino, para contarnos dos historias entrecruzadas, de coraje y liberación, en un único relato emotivo, vívido y verosímil.


miércoles, 24 de marzo de 2021

Torbellino imparable

“Todo fue culpa del gordo, eso iba a decirles. Todo fue culpa de Franco Andrade y su obsesión con la señora Marián. Polo no hizo nada más que obedecerlo, seguir las órdenes que le dictaba. Estaba completamente loco por aquella mujer, a Polo le constaba que hacía semanas que el bato ya no hablaba de otra cosa que no fuera cogérsela, hacerla suya a como diera lugar; la misma cantaleta de siempre, como disco rayado, con la mirada perdida y los ojos colorados por el alcohol y los dedos pringados de queso en polvo que el muy cerdo no se limpiaba a lametones hasta no haberse terminado entera la bolsa de frituras tamaño familiar”.

Así comienza Páradais (Random House, 2021) la nueva novela de la mexicana Fernanda Melchor (Veracruz, 1982), y quien habla es Polo, un joven jardinero que hace también labores de mantenimiento de una urbanización de Veracruz, un lugar imaginario de casas residenciales de lujo llamado Páradais. Al lector, apercibido por lo ya leído en la contracubierta del libro, y por lo que vislumbra en este primer párrafo, todo parece indicarle que lo que viene a continuación no presagia nada bueno, sino que, más bien, es el preaviso de una desdicha. Desde la perspectiva del protagonista, desde el deseo persistente del gordo, la novela se va contagiando e inevitablemente se precipita hasta acabar en tragedia.

Vamos a descubrir que Polo es una víctima de la sociedad, hijo de madre soltera, instalado en un entorno desigual y de pocas expectativas donde los trabajos mal pagados están en cualquier esquina. Por otro lado, Franco Andrade, el gordo, un joven caprichoso de familia adinerada, anda igual de perdido y desubicado que él, pero con una fijación que le hará perder la cabeza y arrastrará al jardinero a un plan en el que la fatalidad espera en guardia. Y para contar todo lo que se avecina, la autora se vale de una voz narrativa vertiginosa y recurrente, de fraseo y párrafo prolongados, léxico incisivo de ámbito coloquial y reiteraciones impacientes. El resultado de esta formalidad narrativa convierte a Páradais en un libro ágil e intenso, de ritmo trepidante y gran destreza técnica, cuya lectura se deja llevar por el torbellino bien urdido de su trama.

A diferencia de su extraordinaria novela anterior Temporada de huracanes (2017), dice Fernanda Melchor, en una reciente entrevista, que “en Páradais lo que quise fue crear un espacio en el que el narrador sí esté pegado al personaje y a ras de tierra con él, pero con una distancia que me permitiera una sutil burla y el uso del humor negro, porque tenía esa necesidad de exhibir la cobardía del personaje principal llamado Polo”. Si con aquella novela Melchor retrató de forma magistral la claustrofobia de un pueblo azorado por la sinrazón, la violencia y la corrupción de los hombres, en esta de ahora vuelve a encontrar el equilibrio entre fondo y forma de manera impecable, destacando sobremanera la atmósfera y el relieve de unos personajes atrapados por sus obsesiones.

Hay, además, un juego de posiciones a lo largo de la novela entre sus dos protagonistas, dos seres que pertenecen a comunidades aparentemente contradictorias, aunque en el seno de las mismas anidan sus formas peculiares de violencia. Esto es algo que Melchor maneja con habilidad y verosimilitud, conforme la acción va creciendo. A su vez, en Páradais, aflora otro tipo de violencia que refleja esa aspereza del daño al otro, proveniente de quien, supuestamente, solo recibe órdenes, las cumple y, encima, quiere desentenderse del asunto, porque asegura que no fue idea suya. Este es otro asunto destacado de la novela, que se manifiesta desde el comienzo, sumado a una violencia de género en ciernes, sencillamente salvaje, que estallará en las propias manos de quien no paró de urdirla hasta lograrlo.

Estamos ante un libro de lectura desbordante, que atrapa como un torbellino, contado con audacia por un narrador que revela una historia construida desde el soporte de la misma realidad mexicana en la que la violencia y el desacato se juntan para imponerse. Páradais se nutre de la vida, de sus pasiones, sus horrores, sus convulsiones y servidumbres, sin necesidad de contarlo todo extensamente. Melchor nos regala otra estupenda novela armada de moral y oficio, un relato brutal de admirable frescura y garra que explora el complejo mapa de la violencia, convencida del poder de la literatura para trasladar a la ficción una buena historia sobre la cobardía y el comportamiento infame de quienes ejercen el abuso sobre los más débiles.


martes, 16 de marzo de 2021

Un manual de libros

Subraya Irene Vallejo en su portentoso libro, El infinito en un junco (2019), que «el libro ha superado la prueba del tiempo, ha demostrado ser un corredor de fondo. Cada vez que hemos despertado del sueño de nuestras revoluciones o de la pesadilla de nuestras catástrofes humanas, el libro seguía ahí. Como dice Umberto Eco, pertenece a la misma categoría que la cuchara, el martillo, la rueda o las tijeras. Una vez inventados, no se puede hacer nada mejor». Los libros, además, que parece que tienen esa particularidad especial de hacerse amigos de todo el mundo: de los solitarios, de los rebeldes, de los independientes, de los soñadores y de tanta gente anónima que, a través de la lectura, encuentra alguna compensación a las muchas insuficiencias de la vida.

Pero a todo esto, conviene no olvidarse de que para que el libro llegue al lector hay un camino previo que este ha debido recorrer. El primero es el procedente del autor, porque la meta que se pone el escritor al escribir un texto no es otra que su manuscrito se convierta en libro y llegue a las manos del lector. Y es aquí, en este intervalo, cuando aparece la figura del editor como hacedor e impulsor de que ese texto se convierta en objeto deseado para ser leído por muchos lectores. El editor es, por tanto, un oficiante proveedor, una especie de intermediario entre el escritor y el lector. Digamos que el laberinto que todo lector va conformando en su casa con sus lecturas y adquisiciones de libros arranca gracias a las publicaciones. De ahí que toda esa labor libresca del editor, previa y continuada, conforme en el tiempo su propia extensión y reto, un oficio admirable y primordial en la cultura.

En el mundo de la edición de libros no existe ni ha existido nunca lo inamovible. Todo avanza o retrocede, a veces consecutivamente, a veces simultáneamente. Es un mundo en movimiento. Lo excitante del oficio de editar, una práctica que en ocasiones puede ser considerada una especie de arte, es que, visto desde la perspectiva del pasado y desde la del futuro, siempre está abocado a la fragilidad, al riesgo y a la aventura. Es la edición de libros un mundo a priori llamado a la estabilidad, que, sin embargo, existe en la agitación permanente”.

Con estas palabras inicia su andadura El arte de editar libros (Athenaica, 2020), el libro con el que Adolfo García Ortega (Valladolid, 1958), poeta, narrador, ensayista y veterano editor despliega muchas de las claves y entresijos, que no son pocos, en torno al mundo de la edición. El autor viene a contarnos cuál es la razón de editar libros, que no solo consiste en obtener una rentabilidad económica, sino también “llevar una práctica cultural de naturaleza comercial”. Esta práctica tiene en común organizar una industria cultural de la que pende un sistema interdisciplinar con muchos otros oficios: “escritores, impresores, correctores, diseñadores, distribuidores, vendedores, publicistas, libreros, periodistas, etc.” Cito uno a uno todos los que nombra el autor, pero echo en falta a los traductores. El traductor no puede quedarse fuera, está muy presente, aunque siempre ha sido ese sujeto invisible y casi nunca nombrado. Qué sería de nosotros, lectores entusiastas de tantos escritores extranjeros, si no hubiéramos contado con la traducción de sus obras a nuestra lengua común.

Por otro lado, sostiene García Ortega que hoy en día el mundo del libro está más en manos del «lector-espectador», como así lo llama, o lo que es lo mismo, el mercado. Y lo explica de esta manera tan elocuente: “El escritor, el editor y el lector son los actores de una representación que ha sufrido una transformación, un vuelco, hasta tal punto que, siguiendo con el símil teatral, es como si el público se hubiera subido al escenario y hubiera desplazado al actor y le hubiera quitado las riendas al director”. No parece una exageración, él lo llama «un cambio de paradigma». Antes la correspondencia, nos dice, venía del escritor al editor y de este al propio lector. Lo que importaba era sencillamente leer. El escritor, a su vez, buscaba el reconocimiento social a su actividad creativa, le movía igualmente su aportación al inmenso canal de la literatura. Ahora la tendencia es que “la línea de correspondencia va del lector al editor (el lector dicta lo que desea leer, por así decir), y del editor al escritor (el editor dicta, a su vez, lo que se ha de escribir)”.

Da la impresión de que las condiciones de ahora son de un retroceso en el valor artístico, que se ha optado en favor del negocio, lo que no deja de mostrar una cierta inmovilidad creativa. Parece que lo importante, más que sorprender y progresar, es repetir más de lo mismo, porque ya ha tenido un éxito de ventas. Preocupante, si bien todavía contamos con algún sentir proveniente de voces, como la de Roberto Calasso, intelectual y editor, que siguen apostando por un negocio sostenido en el que esté presente el prestigio, el buen gusto y la calidad del libro editado: «un buen editor –dice– es aquel que publica aproximadamente una décima parte de los libros que querría y quizá debería publicar», una verdad que refleja la realidad de la actividad a la que aspira un buen número de editores para seguir ensanchando su catálogo literario.

Hay también apuntes interesantes referidos al lector y sus gustos. A este respecto, el autor identifica a dos tipos de lectores que se entroncan con dos tipos de escritores: “Por un lado están los lectores generalistas-convencionales, que consumen historias-argumentos de escritores generalistas-convencionales. Y, por otro lado, están los lectores que se especializan y consumen historias-argumentos de escritores especializados”. En cierto modo, no parece desquiciado concluir que internet y las redes sociales han propiciado que el lector esté asumiendo su rol de indicador de tendencias de lo que se va a publicar. ¿O no es eso lo que está ocurriendo con los libros de no-ficción que no paran de publicarse?

Este libro es un manual luminoso sobre el arte de editar, un texto breve, inteligente y persuasivo sobre el gusto por leer y sobre lo que se cuece en el mundo de la edición, pensado para entenderse a bien con todo tipo de lector que se acerque a sus páginas, porque es un libro entretenidísimo y gozoso. El arte de editar libros es un recorrido sagaz por el mundo de la edición, y, en su diagnóstico, encontraremos un encendido encomio sobre el valor de los libros, sobre los tesoros, ideas e historias que acaparan: “Nunca lo valioso y exquisito se muestra a la primera. Hay que ahondar para buscarlo. Y tal vez hallarlo. El editor es quien hace posible hallar ese tesoro”. Y esto, que no se nos olvide, conviene subrayarlo.


lunes, 8 de marzo de 2021

Vivir en el condicional


Podríamos decir que los escritores oyen el silencio, descubren lo invisible y lo extraño y, después, lo cuentan. Es eso lo que uno percibe con la lectura de
Al final del miedo (Página de Espumas, 2021), título del último libro de cuentos de la narradora y ensayista mexicana Cecilia Eudave. Si hay algo singular que destacar precisamente de esta autora es su manera de llevar la escritura a esos márgenes en donde lo insólito y lo fantástico se conjuran entre sí para que la imaginación revele algunas de esas historias que por ahí andaban sueltas y constreñidas en los atrezos de la realidad del día. El libro reúne ocho cuentos de estupenda factura nacidos de esa realidad que percute en lo sobrenatural pero que se cuela en lo cotidiano, mostrando ese lado perverso o turbador del ser humano, ese lado oscuro que se asienta dentro de su imaginario.

En todos ellos persevera el punto de vista que adoptan los personajes. Cada uno se acerca a la realidad a su manera, pero con la sensación de no hacerlo lo suficiente, porque la realidad es una sucesión infinita de pasos, de niveles de percepción, de circunstancias y de falsas apariencias, y por ende, inextinguible, inalcanzable en todo su ámbito. Por eso las historias que aquí se narran ofrecen un reto al lector para que se preste al desafío que el relato le impele a posicionarse e, incluso, a equivocarse en la resolución del enigma que plantea. Y así comprobamos cómo transitan personajes de toda índole, cada uno de ellos imbuidos en su extraña ambigüedad.

En el primero de sus relatos, 7 minutos, aparece un fotógrafo aturdido por el miedo a la soledad existencial. En el siguiente, Sereno olvido, cuento de hermoso título, nos encontramos con Isabel, una mujer amnésica que ha perdido el rastro de su gente querida. El tercero de los relatos nos acerca a un hombre simplón en pos de una historia maravillosa que dé sentido a la vida insulsa que lleva. Llegamos a mitad del libro con una de las historias más escalofriantes, Deja que sangre, un relato impulsado por el interés de unos amigos en la aventura caprichosa e ilusa de localizar un bar fatídico que traerá sus consecuencias. Los dos relatos que siguen tienen como protagonistas, por un lado a un policía exasperado por resolver un crimen atroz, y por otro, a unos mellizos azorados por la presencia de un ente fantasmagórico que les acecha. Por último, llega el relato que pone título al libro, que aborda “el tiempo del no-tiempo”. Al final del miedo alude a esa metafísica y vieja creencia de agujeros intemporales que sobrevuelan el presente presagiando el fin del mundo.

Estos cuentos de Eudave vienen a decirnos que la literatura de lo fantástico también conforma un pacto entre el lector y el escritor, un concierto necesario para crear un espacio de controversia e imaginación. El cuento, en toda su gama, es un género exigente que demanda un lector involucrado, y no un lector pasivo y distraído, algo que promueve con sigilo nuestra autora. Es más, según ella, sus cuentos son por naturaleza criaturas que tienen apariencia engañosa y, después, pueden resultar ser otra cosa. En estos relatos, por tanto, el lugar desde donde el narrador se sitúa es tanto o más importante que lo que dice, porque esa mirada es la que postula el mundo insólito y desconcertante que pone en guardia al lector, ya sea en el miedo a la soledad, a los designios del olvido, a la posibilidad de participar en una historia única e irrepetible, a inundarse de fantasías oscuras en torno al porvenir o en asustarse “con que el fin del mundo no iba a venir del espacio exterior sino del interior”.

Todo lo que conforma Al final del miedo no es más que un conjunto de sorprendentes historias llenas de extrañezas en el que el lector no encontrará demasiadas explicaciones ni rotundos porqués a lo que se cuenta, y mucho menos certezas. Aquí solo hallaremos destreza narrativa para posicionarnos a interrogantes, dudas, silencios e insólitas inseguridades, y a mucha inquietud con ciertas verdades. Los relatos están provistos de detalles y escenas cotidianas que les ocurren a gente rara y corriente, hombres y mujeres que arrastran por igual sus silencios y obsesiones. Nos muestran igualmente una constante presencia de sus carencias, temores y soledades. Son historias que rondan lo fantástico, pero que otean el vuelo del tiempo y sobrevuelan el gran misterio de la vida, ese que significa vivir en el condicional de las incertidumbres y de los miedos.

Este libro de Cecilia Eudave, de escritura ágil y audaz, viene a desvelarnos que las buenas historias viven en lo sencillo que nos rodea, pero curiosamente lo hacen también fuera de la lógica. Lo insólito de lo que significa vivir en ese condicional se hace notar en estos cuentos atravesados por ese mundo de lo fantástico, insondable y misterioso que aludía Conrad. Ciertamente, llegado al término de estas historias, tiene uno la convicción de que lo leído forma parte de esa dicotomía narrativa del mundo entre lo realista o lo fantástico, aunque en verdad todo es más de lo mismo, una especie de sueño y vigilia que tal vez compartamos con mucha más gente de lo imaginado.