domingo, 25 de abril de 2021

Cuaderno de apuntes

Con certezas, el estilo es imposible, escribe Cioran. Y añade que se aferran a las palabras, sombras de la realidad del día a día. El hombre no sabe ser ni sabe andar por la vida sin lenguaje. Poco puede hacer un escritor, en apariencia, para introducir cambios y mejoras en la realidad con el solo ejercicio de la palabra escrita, pero en su mano está, no obstante, analizarla y reproducirla en sus libros, constatando, como diría Baroja con que el mundo contiene muchas más cosas de las que le ofrece a uno la rutina diaria. Lo que demuestra que, en la literatura, la sencillez de lo cotidiano es un lugar propicio para ejercitar la escritura, para poder plasmar toda clase de sutilezas y la atención reflexiva que el escritor guarda en su intimidad. El resultado de toda esta propensión es que algunos escritores, como sostiene Carlos Marzal, “son el vivo retrato de lo que sus palabras nos cuentan”.

Este sería el caso de Miguel Ángel Arcas (Granada, 1956), poeta, aforista y editor, un practicante de esa forma de entender la literatura desde el convencimiento de que escribir es una manera de emprender un viaje en solitario bajo la premisa de que “hables lo que hables, eres lo que dices”. El lector se va a encontrar en su nuevo libro, Cuaderno de Choisy (Fórcola, 2021), como dice Eloy Tizón en su brillante prólogo, con “un diario libre y desinhibido”, con un cuaderno de apuntes chispeantes y reflexivos, surgidos en la refriega de la pandemia, una anomalía que nos obligó a una reclusión global sin precedentes que, en el caso de su autor, le pilló en París. Arcas se adentra en esa estrechez delimitada para mostrarnos una posición más ecuánime respecto al lado ingrato de aquellos días vividos bajo el condicionamiento de un tiempo insólito y determinante que nos abocó a un encierro sanitario.

Un libro que nos revela entre líneas que saber estar a solas es requisito indispensable para saber estar con los otros. Esta circunstancia le ha valido al autor para escribir, no solo sobre sí mismo, sino también para pensar en el valor de otras cosas de mayor ámbito: sus seres queridos, las relaciones con su pareja y con su hijo, el amor, “eso que todos dicen desconocer pero de lo que nadie deja de hablar”. También están presentes sus lecturas y demás asuntos particulares y otros de tipo más general, pero eso sí, sin ánimo de revancha. Y así, conforme avanza con sus apuntes, oyendo y escuchando, nos desvela recuerdos y sensaciones mientras deambula por la casa con el pálpito de hacerlo todo más sustancial, más vivible dentro de lo que cabe. Arcas apela a la necesidad de la verdad, de la risa y de la compañía de los ausentes, al tiempo que pasa página y fija su mirada en el frigorífico, por ejemplo, del que dice es “el Sancta Sanctorum donde se consagra la vida de todos y se concibe la supervivencia del hogar”. Inevitablemente, esta correduría de pensamientos y vivencias, le provoca que en él despierte ese lado tan reconocible de su estilo, apto para condensar lo inasible de la realidad, el tiempo y la memoria, valiéndose de una escritura breve e intuitiva.

Escribir palabras inesperadas. Eso hago en estas páginas que parecen sorprenderse de que cada día suceda algo que merezca la pena contarse”, dice en una de sus entradas para acentuar con naturalidad su propósito de ponerle voz a ese instinto de supervivencia que se forja en el silencio. El silencio como conciencia, como confianza. Nada de lo callado queda recluido. Es lo que parece. Por eso el diario es un género exigente, propicio para extraer de la vida de quien lo inicia lo inesperado que calla en su interior, lo que acontece fuera de esas lindes repetitivas del devenir de cada día. La escritura de lo que deja ver Cuaderno de Choisy asume ese espacio que le sirve como continuidad, más que como resistencia al paso del tiempo y sus desajustes.

Ciertamente, este diario se hace valer como resiliencia y, además, responde a esa idea de que haberlo escrito arroja luz, razón y sentido a la memoria del narrador, porque una vida sin memoria no sería vida en sí misma. Cuaderno de Choisy es un pretexto para hablar de la inquietud por seguir vivo, para hablar del paso del tiempo y de su huella. Todo en él parece observado con ojo clínico y detallista, pero, a su vez, con una pátina bienhumorada que hace más amena su lectura. Arcas escribe afiladamente sobre la importancia del devenir desde el presente que lo hace posible, pese a su contingencia adversa. No hay grito en sus divagaciones, ni desconsuelo, solo disposición de serenidad y aceptación de un yo que aspira a manejar lo que acontece y “alzar la voz para hacer de estas páginas un sustituto eficaz de la vida”.

Ningún género, y mucho menos un diario, puede escapar a la subjetividad del autor, a su propia condición y a sus legítimas motivaciones. Y qué más da. A uno, como lector, cuando se encuentra en medio de un libro tan ameno y perspicaz como este, lo que le importa es haberse sentido cómplice sin andar abrumado y haberlo disfrutado con gusto.


martes, 20 de abril de 2021

La fascinación por lo escueto

Al pensamiento en píldoras, sin prospecto, se podría equiparar la esencia del aforismo. Aunque conviene no distraerse mucho en buscar la mejor definición de todo lo que abarca esta escritura chispeante y condensada, porque, en sí misma, lo que verdaderamente reclama es la complicidad del lector. Por eso, el aforismo es una brecha. No busca un cierre ni clausura del saber, sino un pedacito de filosofía al alcance de todos. Y ha de ser en pocas líneas, con la brevedad precisa. La tradición nos enseña que el aforismo, como pensamiento corto, sin espesor, se cultiva para delatar, provocar o manifestar todo tipo de perplejidades, juicios o paradojas.

El aforismo viene de lejos, un género milenario que nació para quedarse entre nosotros. Se puede comprobar en las máximas, sentencias y proverbios que ya comenzaron a proliferar en la época clásica de la mano de filósofos griegos y latinos y siguen vigentes. Desde sus orígenes, ha conservado la naturaleza instructiva propia de una escritura deontológica, con esa gracia de persuadirnos de la mejor manera, y que no es otra que no decir nunca más de lo que merece ser dicho, con muchos cultivadores a lo largo de la historia de la literatura. El aforismo contemporáneo está alejado, en cierta medida, del tono grandilocuente, didáctico y moralista de etapas anteriores. Pero conviene resaltar que, aunque ha virado, el compromiso con la reflexión y la verdad siguen estando en su esencia muy presente aderezado con los ingredientes de la ironía y del humor.

Sin lugar a dudas, nos viene a decir Javier Recas (Madrid, 1961), en su libro El arte de la levedad (Cypress, 2021), el aforismo ofrece un espacio privilegiado para recalar en toda esa dimensión histórica de la reflexión breve que sigue teniendo presencia y visibilidad en nuestros días. Y en ese sentido, confirma que estamos ante un género vívido y exigente con el lector de hoy en día. Mucho se debe a que “el aforismo esconde una incitación, un desafío”. El aforismo, según plasma a lo largo de su trabajo, se abastece en gran medida de observaciones de la realidad circundante. Pero fija su atención en la importancia de lo que el aforismo moderno resalta en ese yo consciente que muchos autores hacen presente en sus creaciones: “En el aforismo actual el sujeto de la reflexión se ha situado en el centro de la escena”, subraya Recas.

Como gran analista y estudioso del arte del aforismo, Recas ha publicado un buen número de obras que han ido consolidando su competencia y valía como teórico y experto del género. Es autor de las entregas Hacia una hermenéutica crítica (2006), Meditaciones de Marco Aurelio (2011), Relámpagos de lucidez. El arte del aforismo (2014), Una grácil y aguda miniatura (2020) y la edición Encuentros y extravíos. Aforismos de Mark Twain (2020). Todas estas publicaciones conforman un amplio mosaico de textos que sorprenden a cualquier apasionado del género por su riqueza, detalles y profundidad. Su nuevo trabajo continúa en la misma órbita, quizá con una mirada más puesta en destacar lo que tiene de fascinación y pujanza el aforismo en lo que llevamos del presente siglo, como semillero fértil de pensamiento y filosofía.

El itinerario trazado para desplegar su nuevo trabajo está dividido en ocho capítulos, en los que tienen cabida, desde los márgenes del silencio donde surte lo indecible, hasta su revelación, que parte desde la desnudez de la palabra y el embrujo de lo liviano, hasta su alcance poético y carácter filosófico. El arte de la levedad subraya con notoriedad, como subtítulo, lo que el aforismo conlleva de sustancia filosófica, de vocación seductora y provocativa en la búsqueda de la verdad. Es más, en ese afán de veracidad y práctica literaria que el libro desarrolla, también se alude a la carga alusiva de silencio que acompaña al aforismo. En el auténtico aforismo, nos dice Recas, pesa tanto lo que se dice como lo que se omite. El libro, intenso y hondo, finaliza con una extensa, jugosa y bien pertrechada bibliografía que, en palabras de su autor, “quiere ser una linterna para el que desee continuar adentrándose en el cada vez más extenso y tupido bosque del género aforístico”.

Javier Recas posee ese rango cualitativo de investigador serio y riguroso. Este nuevo trabajo suyo da buena cuenta de ello, una obra que forma parte de su legado como lector y estudioso, que corrobora y acredita sus conocimientos en la materia. Es un compendio erudito y cercano sobre el aforismo y sus detalles, un corolario en el que están presentes aforistas de todas las épocas.

El arte de la levedad es un libro apto para entusiastas del género, un texto de abundante luz para hacer un recorrido provechoso por esa amplia parcela de miniaturas que, como sostiene su autor, se asemeja más a un arte que a una ciencia o escritura sistemática, un territorio fronterizo entre la literatura y la filosofía, entre la prosa de pensamiento y la poesía.


martes, 13 de abril de 2021

Luces y germinaciones

Para todo escritor, aprender a trabajar sus historias desde la incertidumbre es asumir que, en esencia, narrar es producir tiempo, contar lo indecible e insólito, un arte que celebra la vida y nos da nuestra medida como seres humanos. Los cuentos de Ángel Olgoso (Granada, 1961) poseen ese predicamento. Apelan a la imaginación y a la fantasía. Expresan la complejidad de la vida en unas pocas páginas, produciendo sorpresa y sensación de conocimiento y extrañeza, una resonancia de decir mucho en poco tiempo sobre cualquier cosa sobrenatural que pida ser escrita, un efecto parecido al de un poema.

De hecho, para un cultivador como él del cuento fantástico, hay una predisposición para ese tipo de literatura de lo sobrenatural que presenta lo extraordinario, lo inaudito, como una posibilidad permanente de explorar lo inexplicable. Inmerso en ese imaginario suyo que va de lo cotidiano a lo excepcional, de lo normal a lo anómalo, los cuentos de Olgoso ponen en alerta al lector que quiera entrever todas las obsesiones delimitadas en la propia naturaleza de los acontecimientos que se cuentan. El autor cuida hábilmente de no mostrarse intrusivo con consideraciones morales en ninguna de sus historias. Sin embargo, es la extrañeza la que mejor se manifiesta en sus relatos, la que nos hace denotar un clima y un halo de incertidumbre que hace que el lector experimente un acceso singular a lo inesperado con inusitada perplejidad.

Los catorce textos reunidos en Devoraluces (Reino de Cordelia, 2021) sorprenden al lector por el giro acometido en su narrativa. Los relatos de ahora se apartan del lado turbador, extraño y sombrío acostumbrados para buscar otros ámbitos y escenarios más luminosos y contemplativos en los que la emoción provienen de la misma Naturaleza, del pálpito del amor, del gozo, de la gratitud y de la capacidad de asombro que reverbera todo ese crisol balsámico y maravilloso que la propia vida pone a nuestro alcance. El libro, desde sus prolegómenos, invita a descorrer las cortinas de la inventiva para dar paso a la luz. Un buen puñado de citas la invocan en su arranque con ese propósito de marcar sus destellos, un camino propicio donde la luz se incorpore con fulgor, no solo al relato, sino también al lenguaje.

En Las luciérnagas, el primero de los relatos, el narrador evoca su infancia remota de veranos cálidos, de juegos intensos y ensueños efímeros, compartidos con el resplandor de aquellos gusanos de luz que se hacían ver en las charcas como hadas mágicas. En Fulgor nos acercamos al encanto luminoso de un hombre menudo y sencillo provisto de una rara capacidad de sortear las adversidades con alegría. A casa de El Pajarillo, como así se le conocía, todo el mundo quería llegar para conocer su entusiasmo y aprender de su regocijo. En La rosa de los vientos, otro de sus relatos más destacados y evocadores, hace coincidir a varias figuras señeras de la literatura universal. Ulises viaja a la Ítaca literaria de tantos personajes memorables. En ese periplo nos encontramos con John el Largo. El héroe griego atisbará también al capitán Ahab a bordo del Pequod, así como a otros tantos que pusieron rumbo a su aventura, gente llena de sueños que ponen rumbo a su Ítaca y siguen perpetuándose en el imaginario colectivo de la literatura y de la vida.

En Devoraluces hay un sedimento entendido de todo ese periplo que se deja ver y que retorna al origen del cuento y a todas esas historias que se perpetúan a lo largo del tiempo, que van desde Homero a Las mil y una noches, de Cervantes a Flaubert o a Borges y otros grandes. Pero también es un libro nacido de la gratitud a la vida, nacido del corazón y del encuentro feliz, como confiesa el autor, con la poeta y pintora chilena Marina Tapia, a quien le dedica el libro, causa y estímulo del sentir lírico de sus textos más íntimos y encendidos en los que la voz narrativa y el mismo escritor se funden con emoción desmedida. Todos los relatos, sin excepción, parten de una obsesiva búsqueda de lo inusitado, de lo que trastoca la realidad anodina, del espacio, del discurrir del tiempo y de todo lo que tiene la literatura como caladero de inspiración y espejo de la vida.

La peripecia narrativa de estos cuentos camina en pos de la belleza y se encuentra entre las propias esquirlas del texto que junto a la elipsis buscan su sentido y razón de ser. Devoraluces es una recopilación brillante de todo eso, una hermosa edición acorde a su tono lírico y atmósfera hipnótica, un libro de prosa cuidada y rica, con una voz narrativa cercana e íntima, bien atenta al detalle de lo que sucede. Lo que le interesa a Olgoso es fabular con la virtud de una voz modulada que se inspira en provocar el asombro en el lector sin tener que recurrir a ningún final redentor, tan solo buscando la luz de lo insólito y sus germinaciones.


lunes, 5 de abril de 2021

Una suerte de diálogo

Las entrevistas literarias, como dice Claudio Magris, no solo crean autobiografías inmediatas, sino que ofrecen un modo dinámico de crítica, un espacio para el libre juego de ideas y de acercamientos al universo literario del escritor entrevistado. Es por eso mismo también una de las formas narrativas más creíbles para el lector por lo que aporta y sugiere, tanto de la obra del autor como de sí mismo. Aunque en apariencia presenta a un interlocutor e impulsor del buen fin de la conversación, es también una de las más sugestivas, porque provoca la curiosidad. Permite, a su vez, escuchar dos voces y asistir a un diálogo sin que sus protagonistas se percaten de nuestra presencia: es como estar entre ellos sin ser visto. Ahora bien, la entrevista designa una declaración de principio en la que participan al menos dos protagonistas: uno, abierto al discurso y dispuesto a ser interpelado por otro, que es quien pregunta y dinamiza el diálogo.

Las entrevistas reunidas en Voces íntimas (Punto de Vista, 2021) de Reina Roffé (Buenos Aires, 1951) recurren a ese proceder en el que tanto el testimonio, como la mayor conversación posible, se aúnan en un amplio gesto de complicidad. En su nota preliminar del libro resalta que cada entrevistado, pese a su singularidad creativa, presenta algo en común con el resto, es decir, todos comparten experiencias propias de su actividad, cada uno en su propio género literario, bajo un mismo idioma: el castellano. ¿Quiénes son los autores reunidos en estas conversaciones? En la cubierta del libro aparecen todos, bajo la ilustración de Rafael Gómez Alejos. Además, en el mismo cartel, situada entre Ricardo Piglia y Alfredo Bryce Echenique, aparece la autora del libro. Desde Borges, Bioy Casares, Álvaro Mutis, Griselda Gambaro, Antonio Benítez Rojo, Manuel Puig, Elena Poniatowska, Sergio Pitol, hasta Fernando del Paso, Cristina Peri Rossi o Alberto Rudy Sánchez nos hablarán del sentido creativo de sus obras, de sus preferencias literarias, así como de las marcas del tiempo y de la pasión por el lenguaje que cada uno procura no dejar de tener. Sobre todos estos atisbos palpitan sus voces en un corolario de diálogos muy dinámicos en donde lo coloquial parece un terreno más propicio para dejar ver ese resquicio humano y personal oculto tras cualquiera de sus renombres artísticos.

Son muchos detalles y revelaciones los que encontramos dentro de cada entrevista. De Borges, por ejemplo, conoceremos su sentido del tiempo y la angustia metafísica que para él suponía entender el universo, su admiración por Stevenson y Chesterton o su sentido preferente de vivir en un mundo sin gobiernos. De Bioy Casares descubriremos esa relación tan personal y artística de explorar el mundo más allá de lo visible y elocuente, así como esa naturalidad de contestar sin ambages a cualquier pregunta, como lo que significa para él la literatura: “Lo más intenso de la vida”. Álvaro Mutis no se corta al manifestar que él escribe lo que va saliendo de una forma un tanto sonámbula: “Yo solo dialogo con mis fantasmas”. Sostiene, por otra parte, que hay que conservar al niño intacto que llevamos dentro de nosotros. Participa de la idea de que el escritor no debe convertirse en una figura pública. Respecto a esto cita una de las frases de Epicuro que siempre lleva consigo: “Vive secreto”. De Manuel Puig encontraremos la importancia y significado del valor afectivo en su obra. Sin forma no hay literatura, mantiene por otro lado el gran Sergio Pitol en la entrevista que Roffé le hizo en 2002 en Madrid. Para él, la literatura debe tener mucho de intuición, pero también su creador ha de ser intuitivo en la forma de plasmarlo. Sobre todo, para alguien como él, que maneja su escritura en un mundo paródico, que trabaja con historias dentro de otras, como cajas chinas.

Pero si hay que destacar las sorprendentes entrevistas de Voces íntimas, habría que señalar, por encima de las demás las de las tres realizadas a escritoras. Son las conversaciones más fecundas, cercanas, intuitivas y hondas del libro. Tal vez obedezcan a esa empatía y singularidad tan propicia en el género femenino para la confidencia, a esa capacidad de llevar una conversación, con suma transparencia y naturalidad, al ámbito más privado e íntimo. Y así, para la primera de ellas, la dramaturga Griselda Gambaro, visualizar la corporeidad de lo que tiene de lenguaje fónico y mímico el teatro tiene mucho que ver con lo que cada autor sea capaz de volcar de sí mismo en cada personaje que sube al escenario para que asombre y revele algo no visto al espectador. De la entrevista a Elena Poniatowska, la segunda de estas ilustres escritoras, captamos la esencia de una voz sincera y nada alambicada. Su voz testimonial es acorde a ese sentir de mujer “como producto y víctima de una educación, de una época y de un país, de una clase social, incluso de una familia” con claro deseo de liberación, en su caso, reflejada en la creación literaria. La última de las tres entrevistas es la más emocionante y testimonial. Palabras como fetiches, así titula Roffé la conversación que sostuvo con Cristina Peri Rossi, primero en 1998 en Sevilla, continuada después en 2004 en Barcelona. Sus palabras y revelaciones son un derroche de estado de ánimo, como también lo es su poesía. “El erotismo empieza con la imaginación –subraya–, es decir, con la independencia del cuerpo, de la biología”. Para la uruguaya, el cuerpo es la dimensión del yo, y tiene su equivalencia en la pasión: “La pasión provoca estrés –dice–, pero la falta de pasión provoca depresión. Nos movemos entre estas dos maldiciones”.

Voces íntimas es un libro vívido de semblanzas y memoria, un vaivén fértil de ideas y revelaciones de vida y esencia literaria, en el que el lector atento percibe que el valor de lo leído está tanto del lado del que responde como del que plantea las preguntas, las interrogaciones puntuales. Roffé, sabedora de que si las inquisiciones son poco significativas no es posible ninguna respuesta con un significado, pone a prueba a sus interlocutores con mucha sagacidad y maestría. La escritora argentina ha sabido trasladar esos encuentros en conversaciones jugosas, de alcance literario, que denotan que procede de una lectora bien armada de oficio, sensibilidad, admiración y sentido crítico.

Voces íntimas es una suerte fecunda de diálogo sobre literatura y vivencias, protagonizada por un gran cartel de autores latinoamericanos, catorce figuras destacadas de la literatura del siglo XX, elaborada con la audacia necesaria para despertar la curiosidad y el interés del lector. Desde luego, las buenas entrevistas pertenecen a quienes las traman, pero su lectura es toda una celebración para el disfrute de muchos.