miércoles, 31 de julio de 2013

Lo contrario de un mamotreto


El sello editorial Renacimiento tiene de bueno, además de Abelardo Linares, su alma mater, la apuesta por la publicación de colecciones singulares, como por ejemplo: Espuela de Plata, Los cuatro vientos o la Biblioteca de la memoria. Inaugurada en 1977, continúa viviente y apostando por nuevas iniciativas para ampliar su oferta editorial. En este camino y, bajo la dirección del escritor Manuel Neila, nació en el año 2010 la colección A la mínima, un proyecto para acoger distintos textos de aforismos escritos por autores de antes y de ahora.

Acabo de leer, con la parsimonia debida, una de estas propuestas del catálogo en marcha de esta interesante colección, editada en el año 2012. Me refiero a La vida ondulante, un texto sobresaliente de aforismos de Ramón Eder (Lumbier, 1952), mi autor predilecto en estos menesteres. Si El cuaderno francés fue un hallazgo memorable, dos libros, anteriormente publicados: Hablando en plata, en 2001 e Ironías, en 2007, y una nueva sección, inédita hasta el momento, Pompas de jabón, conforman el volumen La vida ondulante que se ubica en la misma dimensión: un compendio del pensamiento breve, desbordante de humor, ironía y frases felices. Un juego revelador de sabiduría lapidaria.

El escritor navarro ha manifestado en más de una ocasión que el aforismo empieza a renacer, a pesar de que durante años fue un género muy marginal y minoritario. Sostiene Eder que el resurgir obedece a que “los géneros breves se prestan mucho a estos tiempos de prisa y rapidez. Y también a la búsqueda de la intensidad frente a los grandes discursos. Ahí está Twitter o los blogs, que se prestan a los textos breves”.

Bergamín decía que “un aforismo más que cierto o incierto, debe ser certero”. De esta creencia nace el material literario que despliega Eder en La vida ondulante. Ramón Eder es un escritor de aforismos certero, poseedor de un discurso natural hacia la condensación verbal. El presente volumen es todo un breviario filosófico, de largo alcance, donde el pamplonés se desenvuelve con el oficio cuidadoso de un orfebre del lenguaje. Todo en él es justo y conciso, aunque a veces le de la vuelta a la tortilla y resulte contradictorio. De esta escritura fragmentaria, llena de amenidad e ironía, emana una racionalidad fulminante, como muestran estos textos seleccionados:

Un político es un ciudadano menos.

Todo rey parece bueno en el exilio.

Contradecirse es la única manera de no tener ideas fijas.

El aforismo es un género literario que no gusta a los lectores pasivos.

Los libros cuando son malos son muy caros, y cuando son buenos son una ganga.

Somos inmortales todos los días de nuestra vida, excepto uno.

Cada día es una odisea y cada noche una ilíada.

Dormir bien es tener solucionado un tercio de la vida.

A las personas que tienen dos caras hay que mirarlas de perfil.

Esto y mucho más encierra la miniatura literaria de Ramón Eder, un grande del pensamiento breve actual. La vida ondulante es un texto pequeño, lo contrario de un mamotreto, pero denso, profundo como un pozo, desde donde podemos aliviar nuestra sed. Abrirlo por cualquiera de sus páginas es un regalo inagotable, rebosante de vida.


domingo, 28 de julio de 2013

El tiempo asumido


Gioconda Belli (Managua, 1948) ocupa, por méritos propios, un lugar visible en la poesía de Nicaragua, a la altura de los consagrados poetas nacionales como Rubén Darío, Ernesto Cardenal o Carlos Martínez Rivas. Su poesía, inmediata, única, inconfundible, goza además del carácter revolucionario de la mujer nicaragüense, nos seduce y nos lleva a vivirla y a sentirla como propia. Hace más de una década quedé embelesado con la lectura de su poemario El ojo de la mujer, un libro sutil de mirada femenina, tan sincero como vital.

Su última producción poética reunida en el libro En la avanzada juventud (Edit. Visor), una antología que marca un punto de inflexión en su trayectoria literaria de Gioconda Belli es otra celebración de la vida. La poesía de Belli es un compendio de aprendizaje vital, lleno de esperanza. Una mujer que, en su juventud, militó en la revolución sandinista de Nicaragua, ahora, en su "avanzada juventud", tampoco se rinde, a pesar de las decepciones de un gobierno descreído de democracia e instalado en una dictadura revestida de populismo.

Dice la escritora que:"la poesía tiene que ser como un puño cerrado... el idioma es un arte, no es nada más saber que querés decir algo, sino que tenés que convertirte en un orfebre de tu lengua y tenés que conocerla y trabajar como un artesano trabaja la madera". Con estos ingredientes añadidos, la poesía de Belli es más vitalista que racional o intelectual, llena de emotividad. Hablamos de una poeta que es activa militante de la causa feminista, que provoca con el verso y pide explicaciones en sus poemas. Temas, como la felicidad conyugal, la lucha diaria por mantener viva la llama de la pareja y las contradicciones que produce el impulso de la juventud, se expande entre los 45 poemas que aglutina este libro. En la avanzada juventud, Gioconda Belli, a sus sesenta años ya cumplidos, empieza a hablar de que a las mujeres se las mira menos, pero lo cuenta serenamente, con sosiego, porque el paso del tiempo es un aliado, más que un enemigo.

Nos entregamos a la marea de los hombres
a sus crestas rompientes
llevándonos y trayéndonos
sobre el amplio oleaje de la vida […/...]

Pero ellos
con tifones y maremotos
dislocan el sitial de nuestras piernas
tornados siembran en nuestros pulmones...
(Despecho femenino)

Su poesía revela el asombro, el gozo y la frescura de lo vivido y expresado por primera vez. Representa una nueva conciencia gozosa de ser mujer, y no solo de serlo, sino también de saber cómo y en qué lo es y, sobre todo, por su misma condición de poeta, el gozo de anunciarlo.

En la noche profunda
el ojo de mi vientre te mira con lujuria
Mujer que soy
mujer que me he hecho yo misma
martillándome la carne
esculpiéndome como si en vez de sangre
fuera mármol lo que corriera por mis venas
Yo mujer con las letras bien puestas
desnuda y vulnerable
sin afeites, ni ritos
sin tacones, sin ningún artificio
limpia y brillante
como un pedazo de luna o de marea
pongo en mis pupilas la densa miel
que mis poros cosechan
y te llamo quietamente

no dejes de adivinarme.
(Telepatía)

Lo distintivo de Belli es que su poesía es, simplemente, una expresión de su vida vivida tal como ella la vive. Un juego constante de tiempo y eternidad, porque lo que eterniza, como en este poema, es precisamente su tiempo. Leer su poesía resulta, por eso, una manera de contemplar y, hasta quizás, de participar en algunos momentos de su vida. Al lector le transmite una sensación de apaciguamiento y de gozo colmado.

Nos encontramos ante una poesía hondamente fresca, inmediata, genuina e inconfundible, llena de amor y erotismo. En la avanzada juventud, Gioconda Belli explora el paso del tiempo, pero con optimismo y serenidad, con el orgullo de ser mujer, con la maestría del verso seductor que conquista. Una antología gozosa de vida en la estela del tiempo y la memoria.

viernes, 26 de julio de 2013

La audacia del verbo


En el Cultural de ABC del pasado fin de semana se abordó, en un extenso e ilustrativo reportaje, el fenómeno de los libros más vendidos en el transcurso de este año por las diferentes editoriales españolas independientes, bajo el título de Los otros “bestsellers”. Entre el sugerente catálogo reseñado en el artículo, quiero destacar La transmigración de los cuerpos, de Yuri Herrera (Actopan, 1970), publicado por Periférica. El escritor mexicano, al que tildan de “el Rulfo del siglo XXI” , dueño del poder del lenguaje y de la tradición, que tanto gusta a los lectores literarios, ha escrito una extraordinaria novela. En esta novela breve, no solo el lenguaje desplegado entre sus páginas es encomiable, sino que apabulla al lector, con una voz que parece llegar de otra parte. La voz narrativa de Herrera encuentra una forma nueva de hablar sobre el mundo.

El arranque de esta trepidante historia es brutal y demoledor: “Lo despertó una sed lépera, se levantó y fue a servirse agua pero el garrafón estaba seco y del grifo escurría nomás un hilo de aire mojado”. Este inicio, así como su continuación y final está atravesado literalmente por el empleo del arma que mejor domina Yuri Herrera: la fuerza del lenguaje, el alarde de las palabras.

En La transmigración de los cuerpos una epidemia está arrasando las ciudades. La gente tiene miedo al contagio y lleva “tapabocas” de protección. Muchos se quedan encerrados en sus casas esperando mejores tiempos. La enfermedad lleva al aislamiento e inevitablemente también desata la brutalidad entre sus habitantes. El personaje del Alfaqueque es memorable, y, como protagonista de la novela, nos da la perspectiva de todo lo que pasa alrededor de la trama. Es un emisario que, como indica su propia definición, tiene la misión de intervenir y apaciguar. De eso vive, de mediar en los conflictos de los vecinos. Lo suyo es hablar y destensar las tiranteces entre implicados. Sin embargo está atrapado en ese papel, ya que el rol que desempeña es bajar los ánimos encendidos y, para ello, necesita el problema de la violencia para actuar. Pero el Alfaqueque, un personaje fronterizo, que tiene que mediar entre dos grupos polarizados, y que tiene que intercambiar seres queridos, a pesar de que estén muertos (como acostumbraban los antiguos griegos en los conflictos de guerra), posee un verbo sanador para resolver los asuntos. Su palabra es el arma apaciguadora de la violencia existente en el meollo de la historia entre dos familias (como los capuletos y montescos) en México, aquí desarraigadas y barriobajeras, en donde Romeo y la Muñe representan la tragedia de la trama shakesperiana. Alfaqueque se presta porque es consciente de saber manejar las palabras justas: “Verbo y verga es lo que tengo, pensó. Y a veces susto” (pág. 133).



La originalidad de esta ficción radica en la lengua, en buscar la palabra exacta, como Flaubert proclamaba, aunque Herrera utilice en este caso un lenguaje seco y desnudo, pero absolutamente preciso y sonoro. Este es el modus operandi del mexicano, tan eficaz como transgresor. En una entrevista reciente en la redacción de ABC, Yuri Herrera apostillaba sobre esto último afirmando que: “la búsqueda de la precisión es más importante que la búsqueda de la originalidad... Uno tiene que saber por qué escribe cada palabra. Saber por qué cada palabra debe estar ahí –en el papel, en la pantalla del ordenador– implica no decir más de lo necesario para construir una imagen, una emoción...

La transmigración de los cuerpos es un acontecimiento literario a celebrar, una historia de violencia intensa y amena, verosímil y efectista, escrita con maestría y originalidad, con un lenguaje fresco y diálogos vivísimos, tan real que parece imaginado. Yuri Herrera se revela como un autor a tener en cuenta, tanto por su calidad literaria como por su audacia verbal.

martes, 23 de julio de 2013

Mosaico novelado de 1913


Hace unos días eché un paseo por mi librería favorita, como acostumbro cada semana, para cazar alguna sorpresa en la jungla de los libros publicados, o, tal vez, descubrir algún ejemplar interesante en peligro de extinción entre sus anaqueles. Se me fueron los ojos a la mesa de novedades y me fijé en la portada de un libro de título sugerente, que se anunciaba como un bestseller en Alemania, y que la editorial Salamandra ofrecía al público lector como primicia. Lo estuve examinando durante unos minutos. Inevitablemente, lo deposité en mi cesta de compra junto a otros libros ya seleccionados.

1913 un año hace cien años, escrito por el historiador de Arte y director de reconocidos suplementos culturales alemanes, Florian Illies (Schlitz, 1971), es un collage, un rompecabezas donde los acontecimientos y personajes que lo configuran no tienen porqué encajar en ese gran puzzle del pensamiento y la cultura de la Europa de 1913. Un reportaje novelado, centrado en un grupo de personajes que desfilan por los pasillos de la fama, a la luz de todos, como Picasso, Matisse, Kafka y Felice, Kokoschka y Alma Mahler, Thomas Mann, Freud, Rilke, o de manera soterrada, como Hitler y Stalin...   Illies los retrata, y sigue sus movimientos para mostrarnos sus genialidades, fobias y excentricidades, a través de pequeñas noticias y anecdotario. 1913 es el año del nacimiento de Albert Camus, del descubrimiento del busto de Nefertiti, año del bombazo literario de Proust que publica el primer tomo de En busca del tiempo perdido, Hitler sobrevive vendiendo acuarelas en Viena y busca fortuna en Munich. Un año rompedor, culturalmente, en el que Marcel Duchamp abandona la pintura y se inicia en nuevas actividades artísticas. Stravinski estrena La consagración de la primavera, que apasiona a su amante Coco Chanel. Un año donde debuta por primera vez en público Louis Armstrong, un muchacho de Nueva Orleans, apresado por ser el autor de unos disparos con un revólver robado.

1913 es el último año de paz, antes de que se fuera la luz en Europa en 1914. Illies ofrece los ingredientes anecdóticos del elenco de personajes que desfilan por los meses de aquel bullicioso año. El periodista alemán despliega entre sus páginas escritas todo el cartel de modernidad que representan las cuatro ciudades punteras del momento: París, Berlín, Múnich y Viena. Son las capitales culturales reconocidas por el imperio alemán y la monarquía de los Habsburgo, dos potencias aliadas hasta esas fechas, pero donde germinaría el foco de una contienda sin precedentes para Occidente.

Rueda de bicicleta (M. Duchamp)

Entre los aspectos más destacables del libro figuran los devaneos y las crisis amorosas entre el pintor Oskar Kokoschka, excéntrico y obsesivo, y Alma Mahler, la bellísima viuda de Gustav Mahler. Aparece también, de forma reiterada, la relación epistolar de un inestable Kafka con su malogrado amor Felice Bauer. En otros pasajes de 1913 un año hace cien años, surgen disputas apasionadas que el autor acierta a sintetizar con sutileza, tales como las habidas entre Freud y Jung o entre Thomas Mann y su hermano. Lo más periodístico del libro viene a ser el seguimiento del robo de la Mona Lisa, finalmente recuperado en Italia. En estos flashes es donde Illies pone más humor e ironía.

1913 un año hace cien años es un corte transversal, contado en la Europa que configura el eje Praga, Berlín y Viena al inicio de la segunda década del siglo XX, que no se resistía al cambio que se veía venir. La nuevas ideas y tendencias en la música, la política, las artes y la literatura se extendían de forma inexorable. Todo se pone en entredicho y no parará hasta el estallido del la Gran Guerra al año siguiente.

Un texto de divulgación ameno, focalizado más en las influencias centroeuropeas, donde Illies resalta las historias culturales y políticas acaecidas principalmente en Alemania y Austria, con algunos guiños a París y Nueva York, encadenados entre anécdotas que reflejan las tendencias culturales, movimientos, ambientes y presagios en torno a una época transcendental, en permanente ebullición, que hay que leerlo como un experimento literario que nos lleva a la reflexión sobre aquel periodo convulso.



Florian Illies despliega en su libro una formación cultural e histórica envidiable y, además, es un escritor elegante en sus formas, que muestra un abundante mosaico de pequeñas y grandes historias a los ojos del lector para su deleite y curiosidad. Proporciona un sentido de la historia cultural de Europa en un formato entre ecos de sociedad y crónica cultural. No hay que esperar mucho más de este libro, un tanto superficial, pero, en cualquier caso, su lectura no decepciona ya que es entretenido y lleno de efervescencia.

viernes, 19 de julio de 2013

Pequeños atisbos y fragmentos


En El País Semanal del pasado 7 de julio leí, en la sección Memorias de vivir, un recopilatorio de los artículos de Rosa Montero muy interesante y llamativo, bajo el título Mujeres que hablan de sus vidas. En esta página, Montero defiende la literatura por encima de las batallas sexistas y recomienda tres libros de mujeres que acaban de publicarse, todos ellos enmarcados en la autobiografía. Tomé nota de las referencias, pero con especial énfasis sobre el libro Un comunista en calzoncillos (Editorial Alfaguara), de la argentina Claudia Piñeiro (Buenos Aires, 1960), que ciertamente desconocía como escritora. De las otras dos autoras reseñadas por la articulista: Carmen Riera y Laura Freixas, sí había leído algunas obras suyas. Así que entre la novedad de adentrarme en territorio desconocido y el buen ojo literario de Rosa Montero, decidí agenciarme el libro de la bonaerense, que parecía, según la periodista, el más original y atrevido, y con un título aparentemente cómico.


Un comunista en calzoncillos es un texto conmovedor, una mezcla de novela corta y memoria biográfica, con una parte final a modo de álbum, con fotos entrañables de la infancia de la autora que conforman un texto para que el lector juegue al estilo cortazariano, para añadir a lo que se está leyendo o a cambiar el orden. La historia que encierra surge de una anécdota rememorada en un pasaje de la infancia de Claudia Piñeiro y fuertemente vinculada a la relación con su padre en el luctuoso año de 1976 en Argentina. El relato está escrito en primera persona y, en él, la narradora, Claudia, se centra en la figura trascendente de su padre. Una novela con mucho tinte autobiográfico, pero, como dice la autora en una reciente declaración, “con todas las mentiras necesarias para que merezca la pena ser leída”.

Marcada por la historia de su país, Piñeiro devuelve una mirada al pasado, recupera la memoria de la ruptura entre la infancia y la adolescencia, una etapa de la vida en la que la relación con el padre alcanzó su máxima complicidad. Este vínculo es el hilo conductor de la novela y propicia dos rupturas paralelas: la humana, propia del tránsito a la pubertad de la protagonista, y la historia del momento, el paso atrás de la democracia a la dictadura militar argentina, una etapa reprobable y llena de pesares.

El relato está ubicado en Burzaco, un pueblo en el extrarradio sur de Buenos Aires, y el tiempo narrativo se sitúa entre diciembre de 1975 a junio de 1976, y gira en torno a la ideología de su padre, “un hombre que se decía comunista, a pesar de no ser ni militante ni revolucionario, ni nada” y el choque que supone para la joven protagonista el descubrimiento que, fuera de su casa, existe gente con otras ideas y comportamientos diferentes. De la misma manera que la relación padre e hija se va fortaleciendo, la pequeña se va asomando a las contradicciones de los habitantes de su pueblo, donde los secretos, la censura y las sospechas comienzan a desfilar por las calles de Burzaco.




La vida es una sucesión de actos miserables interrumpidos por unos pocos y pequeños actos heroicos, y es en el promedio de todos ellos donde logramos sentirnos dignos”, sentencia la narradora al final de la primera parte, para apostillar en el epílogo con lo siguiente: “la memoria es un juego de cajas chinas... Los novelistas mentimos, pero la novela es lo más real que tenemos, no sé si para entender el mundo pero al menos para sentir que el mundo no nos engaña como quisiera”. Una confesión extraordinariamente bella que pone colofón al arranque que Claudia Piñeiro toma prestado de Natalia Ginzburg: “Los libros que se basan en la realidad con frecuencia son sólo pequeños atisbos y fragmentos de cuanto vivimos y oímos”.

Un comunista en calzoncillos es un relato breve, muy emotivo, intimista y entrañable sobre la infancia, pero al mismo tiempo, un retrato de una época en el que se debate la fidelidad a la familia y el deseo de pertenencia al grupo, escrito con un lenguaje pulido y conciso que deja regusto.

miércoles, 17 de julio de 2013

Pensar por lo breve


Unamuno apuntó, hace ya tiempo, que “el escritor que hoy quiere ser leído ha de saber fabricar píldoras, extractos, quintaesencias”. El auge sobrevenido en los últimos tiempos por las formas breves en la literatura ha propiciado una revitalización fulgurante del aforismo. Confieso que tengo una gran debilidad por la brevedad (influencia de Gracián y Pascal), y me considero un lector insaciable en esta categoría literaria. Ciertamente, en el panorama español actual, gozamos de una excelente caterva de escritores que cultivan este género en alza. Recuerdo que el pasado año hice mi homenaje particular a la memoria de dos maestros de estas formas breves y agudas como lo fueron Carlos Castilla del Pino, con Aflorismos, sus pensamientos póstumos y el gran Carlos Edmundo de Ory, con sus sentencias y fogonazos en Aerolitos. No me olvido tampoco de Ramón Eder, Carlos Marzal, Benjamín Prado, Andrés Neuman o Erika Martínez, extraordinarios aforistas que se han perpetuado muchas tardes de lecturas entre mis manos.

Acabo de leer un nuevo hallazgo, en este terreno tan querido,  se trata de Los extremos (Editorial Lumen), publicado en 2011, escrito por el poeta, ensayista y musicólogo medieval y renacentista Ramón Andrés (Pamplona, 1955). Los extremos tienen una textura e intensidad que linda con la alta poesía. Estos breves pensamientos iluminan y enumeran los asuntos más recurrentes del alma humana. Son de lectura inagotable, repleto de refinado desprecio a toda vanidad y a toda fama. Cuando te adentras entre las páginas de Los extremos descubres la visión personal y, al mismo tiempo universal, que obliga a reflexionar y a extraer conclusiones o, simplemente, dudas:
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Por amplio que sea el pensamiento, siempre tiene un punto ciego: nuestros ojos (pág.7).

Hay personas que ocupan y otras abarcan (pág. 9).

Cuanto más hondo se respira, menores las creencias (pág. 15).

Las verdades no maduran, envejecen (pág. 24).

De la especulación del suelo surgieron las naciones (pág. 26).

El cerebro tiene un margen de error; el corazón, no (pág. 28).

El mundo no nos puede sacar de dudas, un buen libro tal vez sí (pág. 35).

Sólo tenemos miedo a la certeza. El supuesto pavor a lo desconocido no es tal. Es nostalgia (pág. 59).
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Estas son algunas muestras de los 290 aforismos reunidos en esta singular obra, unos pensamientos abiertos para que el lector transite por el tiempo, para escrutar sobre hallazgos filosóficos. En cierta medida, el texto de Andrés, colmado de inteligencia y profundidad, redime al lector de no precipitarse por ocurrencias embarazosas, porque los aforismos recogidos en Los extremos están concentrados por frases felices, verdades irónicas y burlas sublimes.



Los aforismos de Ramón Andrés son todo un florilegio jugoso para leer lentamente, para pensar por lo breve. 

sábado, 13 de julio de 2013

Fatídica impostura


El adversario, de Emmanuel Carrère (París, 1957),  editado en Anagrama en 2012, es un relato espeluznante y brutal, una historia real escrita magistralmente. Todo el texto configura una creación sobre el engaño, la impostura y su desenlace fatídico.

Los hechos ocurrieron en 1993. Jean-Claude Romand, agobiado por una vida falsa y, después de haber mantenido, casi veinte años, la impostura de fingir ser un destacado médico de la Organización Mundial de la Salud en Ginebra ante su familia y allegados, mató a sus padres, su mujer y sus dos hijos, intentó quitar la vida a su amante y, finalmente, fracasó en su intento de suicidarse, quemando la casa donde vivía, junto a los cadáveres de su esposa y sus dos pequeños.

El reto planteado para Carrére sobre estos hechos terriblemente trágicos era abordar un reportaje desde una posición neutral, si tomar partido. Una tarea difícil para no acabar implicado como juez de estos hechos. Emmanuel Carrére toma ese riesgo y consigue escribir un relato implacable sobre los crímenes de Romand. En El adversario, el escritor parisino narra la historia real del sujeto, manteniéndose lejos de los acontecimientos conocidos, pero implicándose personalmente en ellos. Intenta meterse en la mente manipuladora de un criminal para llegar lo más lejos posible en la búsqueda de la verdad, del porqué lo hizo, hasta las consecuencias que determinaron aquel desenlace fatal y monstruoso. Carrére lo logra, e incluso, consigue transmitir una intensa compasión al lector, sin que este deje de aborrecer el alma de demonio que encierra el personaje.

Jean-Claude Romand

El adversario es una obra inclasificable, más afín a la novela testimonio, por la analogía que guarda con la memorable novela A sangre fría, de Truman Capote. Narrada mayormente en tercera persona, pero también ese narrador omnisciente en algunos pasajes deriva hacia el narrador testigo que desempeña Carrére para lograr acercarse al lector como investigador y periodista del caso, pero sin vincularse a lo ocurrido, no implicándose emocionalmente. Carrére sabe que no debe imponerse a la realidad, que lo que cuenta no tiene que encubrir la crueldad de los hechos, ni la mente criminal de Romand, porque es consciente de que la función de la literatura es sólo reinventar la realidad. Y ahí es donde el escritor francés alcanza su objetivo y triunfa. Carrére crea una novela extraordinaria, imposible de caérsele de las manos al lector, que atrapa por su genialidad y salvajismo.

Emmanuel Carrére
El adversario es un relato escalofriante y potente, que subyuga y apasiona por su veracidad y contención, escrito con inteligencia y maestría. Emmanuel Carrére continúa con la saga de los escritores de obras candentes e inolvidables que merodean por el periodismo de investigación, pero elevado a la potencia de la literatura con mayúscula. 

jueves, 11 de julio de 2013

Escenas polacas


Hace dos veranos hice un tour por tierras polacas. Si los inviernos en Polonia dejan una huella imborrable para el visitante, aquel verano de 2011, la ola de calor proveniente del sur quedó registrada en los anales como los días con las temperaturas más elevadas que se recuerdan en las tierras del Vístula. Durante una semana un sol de justicia nos acompañó celosamente por el país de Copérnico, Chopin y el Papa Wojtila.

Al norte de los Cárpatos existe una región que fue uno de los focos culturales más activos de Europa. Allí nacieron escritores de la talla de Paul Celan, Joseph Roth o Bruno Schultz. Ambientado en esta comarca acabo de leer un libro de Andrzej Stasiuk (Varsovia, 1960) titulado Cuentos de Galitzia (Editorial Acantilado), un texto que encierra las vivencias de un pueblo, la gente de Galitzia, en una sucesión de historias personales llenas de melancolía que plasman las leyendas, la realidad y las fantasías de sus habitantes. En este territorio, entre ucraniano y polaco, que fue soviético y, anteriormente, un eslabón más del inconmensurable imperio austrohúngaro, suceden estas piezas narrativas sobre la vida cotidiana de sus campesinos y artesanos.

La mirada de Stasiuk se fija en la vida rutinaria de un pueblo pequeño de la Galitzia rural de hoy en día. Los diálogos de los protagonistas rezuman la atmósfera local e integran las historias de unos y otros, hasta completar el cartel de un retrato colectivo.

Son quince retratos, más que cuentos, en los que Stasiuk nos habla de un personaje, de un lugar, de un tiempo, de un crimen... Sorprende la facilidad del escritor polaco para entretejer historias por medio de otras. Y este efecto se va extendiendo a medida que vamos avanzando por el libro hasta descubrir que todos los relatos se interrelacionan. Aparecen nombres de personajes, lugares como la tienda, la tasca y otros espacios que se repiten exactamente igual que nos ocurre en nuestra vida diaria. Los días son distintos y, paradójicamente, iguales. Las descripciones de los personajes que desfilan por las páginas de Cuentos de Galitzia son breves y certeras, llenas de agudeza. Así habla sobre el herrero Kruk: “...su andar se ha vuelto un poco más lento pero los pies los pone como siempre: plob, plob, plob, como si hiciera ventosa, como si se amoldara a la desgastada carretera gris”, (pág. 23). O esta otra descripción: “Janek es una especie de persona rubia y de talle corto en la que las venas y músculos de un hombre grande se han encogido y apiñado sin perder un ápice de su fuerza”, (pág. 29). O, por ejemplo, esta otra sobre uno de los personajes más activos de estos relatos: “Kosciejny tenía un aspecto corriente y moliente, un poco como un espantapájaros fugado de algún huerto. Ésa es justamente la pinta que tienen los cuarentones flacos en mono de trabajo...”, (pág. 49).


En toda las narraciones parece que el autor prescinde del adorno, pero lo cierto es que el conjunto está tan bien dispuesto, que apenas se deja notar. Sin lugar a dudas, lo que sobresale en la páginas de Cuentos de Galitzia es la calidad eterna de sus personajes, gente apegada a su tierra y a su tiempo. La sensación que da la lectura de este libro es haber contemplado unas escenas magistrales de cine que alumbran personajes y lugares, una especie de documental literario que recuerda a Fellini. Stasiuk recrea la realidad y los sentimientos de esos habitantes sirviéndose de una prosa cuidada y poética, y logra componer un paisaje vital y verosímil.



domingo, 7 de julio de 2013

Paraíso privado


En sus diarios, José Carlos Llop (Palma de Mallorca, 1956) es un autor que practica como pocos la reflexión moral. En cada página de La estación inmóvil, Champán y sapos, Arsenal o La escafandra el lector siempre encontrará un hallazgo deslumbrante o un aforismo certero. Estos dietarios de Llop me han servido de consuelo en muchas tardes de hastío. Su última publicación, Solsticio (Editorial RBA), aparecida recientemente, se aleja de este género, pero se enmarca en la memoria y en la autobiografía.

Dice Llop en el arranque del libro: “Debo un paraíso privado a dos razones singulares: el hecho de ser insular y el Ejército”. En él narra cómo, allá entre los años 1961 y 1968, en el período de su infancia más emotiva, cada mes de agosto, un Simca del ejército, color cereza, recogía a su familia para conducirlos, a más de ochenta kilómetros de distancia, hasta una batería militar, en Betlem, donde su padre, teniente coronel de Artillería, dirigía aquel puesto de mando de la costa mallorquina. Todas las páginas de Solsticio evocan, desde el intimismo, los momentos de aquellos veranos de la infancia: paseos por las montañas, lecturas, vistas al cielo estrellado de las noches de estío o la persistencia de la fortaleza militar.

El libro en sí, habla de la transcendencia de la vida cotidiana a través de una escritura autobiográfica. Una historia familiar de verano, a la que Llop da una particular consistencia, yendo desde el mito insular hasta el mito del Mediterráneo. En una reciente entrevista en el Diario de Mallorca, José Carlos Llop aborda el tema del mito y de la tarea de escribir en la que afirma sin remilgos que “el oficio de escribir en el fondo es el oficio de pensar... los tiempos se unifican, el tiempo acaba siendo todo el tiempo y Solsticio participa de eso”. Por tanto, el tiempo que transcurre en el texto es un tiempo doble: el del pasado, referido al del niño que pasaba las vacaciones en Betlem y el presente, el del adulto, el narrador que valora y reflexiona lo vivido. Solsticio es un libro del pasado, escrito desde el presente, en el que el escritor balear explora y medita. Más adelante, en la misma entrevista, se atreve Llop a descifrar el nacimiento de los mitos y nos da las claves que identifican a Betlem con un pasaje tal vez bíblico e, incluso, griego: “En la literatura, como en los mitos, hay una genealogía y al principio de todo está la Biblia y la Odisea. Ambos libros representan en Solsticio la cultura y la civilización...”


Llop nos entrega un texto que es un viaje de gran carga poética, que atraviesa el tiempo y el espacio, y que supone un canto a la mediterraneidad. Desde esta Arcadia personal, José Carlos Llop revela sus inquietudes literarias y pasea a Robert Graves y a Lawrence Durrell, entre otros.

No cabe duda de que Solsticio es un himno a la memoria, cuyas imágenes y evocaciones literarias perduran en el tiempo. 


jueves, 4 de julio de 2013

Vivir es un accidente


Hace dos semanas, el programa literario de radio La estación azul sorprendió a sus oyentes con la presencia del poeta Antonio Gamoneda (Oviedo, 1931). El escritor, Premio Cervantes de 2006, departió magistralmente una lectura poética de su último poemario Canción errónea (Editorial Tusquets) y habló sobre el contenido de esta antología para aseverar que, en sus versos, la vida aparece reflejada como un accidente. “Existir, añadía el invitado, es un error o accidente. Es una referencia existencial permanente”. La entrevista, ciertamente, fue muy sustanciosa y repleta de autenticidad.

La primera vez que leí la poesía de Antonio Gamoneda fue en el año 2003, con la publicación feliz de Arden las pérdidas. Su lectura me conmovió, especialmente por la visión de las pérdidas y olvidos. Gamoneda transmite con este poemario una conciencia sobre el tránsito de la vida. Esa conciencia, que el asturiano-leonés continúa ahora con Canción errónea, viene del paso del nacimiento, desde la inexistencia hasta llegar de nuevo a la inexistencia vital: la muerte. En medio de este discurrir se sitúa la vida como accidente o error. Canción errónea no es un libro de tono pesimista, sino un texto vital,  realista y sensato sobre el regreso a la inexistencia. Eso sí, la muerte está más presente en este libro, pero en una actitud racionalista. Hay también un diálogo permanente con el significado de las palabras insertas en los versos. Dice Gamoneda que la poesía es el arte de la memoria del lenguaje. El lenguaje poético es insurgente y se piensa lo que se dice. Por tanto, se distancia con el lenguaje convencional, pactado con los poderes establecidos: económico, político, mediático..., que finge decir lo que piensa.

Gamoneda provoca perplejidad en los versos que reúne en Canción errónea y persigue en sus poemas lo que siempre le ocupó como poeta: el autoconocimiento. La vida es un error, llena de cosas maravillosas: la amistad, el amor, el placer estético. Pero el poeta reitera: un error, al fin y al cabo.

Desprecio
la eternidad.
He vivido
y no sé por qué.
Ahora
he de amar mi propia muerte
y no sé morir.
Qué equívoco.

Estos versos responden al espíritu del texto, donde el poeta filosofa sobre lo efímera que es la vida y lo cargada que va de contenidos absurdos: ir de no ser a no ser. No es un estado natural, es un accidente, pero que, según el autor de Un armario lleno de sombra, merece la pena. Y lo expresa en versos como los que siguen:
Yo amo
cuanto he creído
viviente en mí.

Canción errónea es un libro evocador sobre la vida como error. Tiene algo de recapitulación y lo manifiesta el poeta con desnudez, como lo hizo en una entrevista que concedió a El País: “Cada vez me rebelo menos ante la interrupción del extraño accidente que es vivir. La muerte, que siempre me dio miedo, ya es de la familia”. 

Un libro que invita a discernir el significado existencial del individuo, un texto envolvente y auténtico que rezuma sinceridad por encima de todo, con un lenguaje cuidado y sonoro.